Mini Relato
Selección de microrelatos para
Aurora Boreal por el autor
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- Por Raúl Brasca
Selección del autor para Aurora Boreal®
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- Por Raúl Brasca
Ceniza
El cielo con cenizas cubrió como manto a Gabriela ¿Es esto lo que nos queda realmente de civilización? En su imaginación pudo observar el verde y el río, pudo encontrarse en aquellos años de inocencia, antes del primer día y el suceso que lo cambiaría todo. Por un momento volvió a sentirse niña, los aromas, la calidez, todo la empujaba lejos de aquel páramo desierto. En su palma se dibujaba una nueva herida ¿Podía sentirla? Ya no se acordaba del dolor. Una lágrima nació en su ojo izquierdo y cayó por su mejilla, al escuchar una voz en su espalda:
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- Por Daniel Vélez
MINIPRÓLOGO
El minicuento, por su extensión, nos tienta a leer uno tras otro. (Olvidamos que se acerca más al poema que a la narración.) Así, la emoción de cada uno elimina la del anterior. Los Petits poèmes en prose de Baudelaire o los cuentos del maestro Anderson Imbert nos aconsejan hacer lo contrario: dejar el libro y saborear lo leído, si merece ser saboreado.
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- Por Diego A. Nieto Marcó
CADA VEZ QUE hay luna llena yo cierro las ventanas de casa, porque el padre de Mendoza es el hombre lobo y no quiero que se meta en mi cuarto. En verdad no debería asustarme porque el papá de Salazar es Batman y a esas horas debería estar vigilando las calles, pero mejor cierro la ventana porque Merino dice que su padre es Joker, y Joker se la tiene jurada al papá de Salazar.
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- Por Fernando Iwasaki
De Paradoxas
El infinito de un Carmen perfecto
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- Por José Ben-Kotel
Óscar llegó a tientas al baño y después de orinar se miró las palmas de las manos. Éstas estaban secas pero muy sucias, como también lo estaba su erecto pene y el vello que le cubría el pecho. Se le comenzaba a despejar la vista después de un largo sueño. Todo en el piso olía a azufre y a sexo. Se lavó la cara, se sentó en el salón y encendió un cigarrillo que Aurora había dejado a medias.
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- Por David Gambarte
En su cara llovía la tristeza y luego quedaba detenida en sus mejillas como no queriendo caer.
Toda lluvia luego tiene un resplandor, me dije. Cuando parpadeó, sus ojos fueron un abrazo donde escondí mi propia pena.
Los dos estábamos solos en una calle que no tenía medida y en la que nunca podríamos transitar totalmente. La pensé así: una calle sin medida porque al final una oscuridad la hacía parecer tenebrosa.
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- Por Cecilia Vetti
LA ETERNIDAD
—No abra esa ventana— le suplican a la mujer . Si la abre, comenzara el diluvio universal de la eternidad,
y no tenemos el arca milagrosa para salvarnos—.
—Yo soy la eternidad— contesta la mujer.
Y abre la ventana.
EL MAL
—No cierre esa puerta— le gritan. Si la cierra, empezara el reino del Mal. El Mal será el Señor del Mundo—.
—Siempre ha sido el Mal el Señor del Mundo,—responde. Nosotros somos el Mal.
Y cierra la puerta.
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- Por Horacio Peña
Hey Mr. Dinosaur,
You really couldn't ask for more.
You were God's favourite creature,
but you didn't have a future.
Sting, Walking in your footsteps.
Ya desde el principio vio que el dinosaurio no le haría caso. Era tan arrogante que ni le prestaba atención. Apenas le miraba como con lástima: cómo iba a estar en peligro el animal más grande de la creación, la criatura favorita de Dios. Él, sin embargo, iba todas las tardes. Pero no había forma de convencerles, ni a él ni a su pareja. Por fin el séptimo día le dijo:
—Dinosaurio, ya no insisto más. El tiempo se acaba. Mañana temprano nos vamos todos, con o sin vosotros. Si te empeñas en seguir ahí sin hacer nada, luego no digas que no estabas avisado.
No recibió más respuesta que la indiferencia de costumbre. Como empezaban a caer las primeras gotas, se fue a dormir con su familia. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Así que dándolo finalmente por imposible y bajo una lluvia ya torrencial, aquel mismo día entraron en el arca Noé y sus hijos, Sem, Cam y Jafet…
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- Por Enrique Morales Lara
Lo mataron varias veces porque sabían quién era, es lo único que se me ocurre. Nadie se ocupa de acabar con alguien una y otra vez si no tiene la certeza de que esa, la reiteración, sea la única manera. Es así como lo conocí, mientras moría, o al menos cuando lo vi morir y pensé que moría. Uno no considera otras opciones, como si aquella era su primera y única vez o le pillaba ya a media cuenta, lo ve morir y punto. Todos lo vemos morir, también el hombre que lo disparó. Él se fija con especial atención, quizás por asegurarse de que esta vez sea la definitiva. Se acerca, lo ve agonizar y se le queda mirando. Los demás lo miramos a él, el asesino. Yo sigo clavado en mi asiento, un poco muerto también, aún vivo, aunque no llevo la cuenta de mis vidas, a un par de pasos de él, de ellos. El conductor del bus no muestra sorpresa; mira por el espejo retrovisor interno como esperando o temiendo que algo termine de pasar, quizás lleve muchos años viendo muertos y testigos atónitos, o muchos años muerto y atónito aunque sin un cuchillo clavado en el pecho, lo cual sería un inconveniente a la hora de conducir, la muerte es un rollo, sobre todo cuando se prolonga así. Entro en el bus y lo único que tengo en común con el tipo es que soy testigo de su muerte, al menos de una de ellas, y él de la continuación de mi vida, al menos de una de ellas. Hay gente que se conoce en situaciones peores.
Subo al bus, me fijo en un asiento de pasillo y me dirijo allí sin reparar en nadie. Mi trayecto es largo, la gente mira por el cristal hacia la calle, como si allí no fuera a morir nadie, o duerme. Algunos leen, quizás relatos de muertes, y por eso no se sorprenden al ver lo que ocurre, pues imaginan que aquello es como en los cuentos, o como en la calle, gilipollas. Casi nadie habla. No hay nada de qué hablar, somos extraños, y viajamos y morimos como tales. Y sin embargo, dos personas cerca de mí han hablado anteriormente, y por eso una mata a la otra. Esto no pasa nunca, como todas las cosas que no pasan nunca.
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- Por Miguel Rodríguez
Inéditos
Especial para Aurora Boreal®
En El Floridita con Daiquirí
Guillermo, como Ernest Hemingway, prefiere el daiquirí sin azúcar y sin absorbente. Así lo toma cuando el hijo lo sorprende en la barra de El Floridita, abrazado a la cobriza Gertrudis, su amante oriental dúctil en curvas de entonación apretadas, de caderas realmente traviesas y moral ensimismada en cama o ducha... El joven, sin alzar la voz, le recrimina que le doble la edad a la nutritiva ciudadana, cuyo amor hacia él se parece –dice— al de las jineteras de la Alameda de Paula, casi al borde de la embrollada bahía. A las alegres coristas que Degas pintara en París –piensa Guillermo, mientras le sonríe al hijo y descabeza un Romeo y Julieta. Pero la perseverancia del joven está a punto de fastidiarle el almuerzo, las langostas a la mandarina que después le permitirán retozos sin retazos. Y decide interrumpirlo: “Hijo, perdona, ¿recuerdas cuál es mi plato favorito?” El joven lo mira. Mira a Gertrudis, que se lima las uñas; al barman, a un entremés donde se enredan finas lascas de Pata Negra en dátiles tostados. No entiende pero contesta: “Bueno, papá, las ostras”. Guillermo recorre de un golpe de vista el cuerpo de la mulata Gertrudis, a la que llama Tula. De abajo a arriba la facha de su hijo. Traga un sorbo de daiquirí y da una cachada al Romeo y Julieta. Susurra: “¿Y cuándo se pregunta a las ostras si uno les gusta?”
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- Por José Prats Sariol