Rosalba Campra - Microficciones

Horizonte

inédito

Todos los días sube a la torre de palacio y desde lo alto intenta vislumbrar en el horizonte el dibujo todavía impreciso de la nave que después de haber arrostrado incendios, vientos, ondas procelosas y demás manifestaciones del ensañamiento de los dioses, por fin aparece en la distancia, se acerca, avanza. Y si negras fueren las velas, signo convenido para el éxito infausto de la empresa, no sucumbirá a la tentación de la desesperanza, como los que, tan solo divisarlas, se arrojan al mar desde el acantilado. No, rechazará el signo luctuoso, hurgará en el corazón hasta entender que el mensaje del velamen es consecuencia de un olvido, inadvertencia, o engaño, y preparará la celebración y el cumplimiento de la espera.

Entonces subo a la azotea de esta casa de dos plantas perdida tierra adentro, y con la mirada recorro el horizonte encerrado por las tapias donde termina el pueblo, y alrededor nada más la llanura. Pero no va a descorazonarme que ni puerto ni fondeadero ni ensenada donde echar el ancla después de la travesía sea posible en esta pampa sin tregua. Porque de donde llegará el navío, de donde llega, es desde un libro, y eso que en las páginas reverbera es su estela en el mar color del vino.

 

 

 

Cortinas

inédito


A Aida Kalnins

Es una escenógrafa merecidamente famosa. Tan especiales son sus creaciones, tan mágicas, que no hay metteur en scène que, ni bien decide la obra a montar, no reclame su colaboración. El interés del público está asegurado: no hay espectador que quiera renunciar a un teatro que le garantiza la ilusión de adentrarse en bosques de cuento de hadas, participar en los escarceos amorosos de los invitados a los bailes de esos salones que ella despliega en el escenario, pregustar una espera deleitosa en uno de los suntuosos sillones recuperados de los depósitos de la Compañía Ferroviaria, porque la acción de la obra en cartelera esta temporada se desarrolla entre un ambiente burgués del siglo pasado y un vagón de tren de primera clase, y lo que ella necesita para la escenografía son precisamente esos sillones que en un tiempo estaban de moda para el saloncito de los camarotes de lujo, de modo que, le explica al metteur en scène, para transformar un espacio en el otro, bastará con correr un cortinado.

La obra, en efecto, será un éxito y cuando se cierre la temporada la Compañía Ferroviaria, agradecida por la publicidad indirecta, le obsequiará los sillones. Ella elige dos, y antes de llevárselos a su departamento e instalarlos adecuadamente en la sala que da a la plaza, lo único que hace es cambiarles el tapizado.

Se sentará en el sillón con una copa en la mano y descorrerá la cortina. Detrás de la ventanilla verá desfilar las estaciones de pueblos desconocidos, a veces a orillas del mar, otras al pie de colinas que se pierden en la lejanía.

Todas las tardes, sentada en ese sillón, descorre la cortina y se pregunta si algún día invitará a alguien a sentarse en el sillón del lado, se pregunta si se bajará en una de esas estaciones que ve por primera vez, se pregunta si lo que la detiene es el miedo de no poder regresar, o de que en la estación no haya nadie que la esté esperando, o de verse a sí misma detrás de la ventana sentada en el sillón.

 

 

Mudanza

inédito

Hay quien en el sótano dispone de un Aleph. Y se jacta, claro, pero mezquina su visión a los demás. Puede entenderse. Yo, por la ventana del patio mirando al Sur (lo digo por indicar alguna dirección, aunque todo depende desde donde uno mire), una noche de lo que podría llamar verano descubrí un agujero negro.

Lo comento porque hay quien encuentra atractiva la clase de amenazas que los agujeros negros concentran. Por mi parte, ni siquiera creo que todo eso vaya más allá de fabulaciones, qué dios va a ponerse a perder tiempo en inventar escenografías de tal porte y con tales propiedades. Lo más comparable en tema de espectacularidad eran los Pilares de la Creación, pero ya hace rato que se derrumbaron. Por suerte quedan imágenes, en colores además, para demostrar que un día existieron. Pero demasiado retocadas a mi parecer. Efectistas. También es cierto que, como se suele decir, cada comarca celeste tiene un rasgo prominente.

Mientras los Alephs no escasean en las zonas céntricas, los agujeros negros son cosa más bien de la periferia, y a nadie le gusta reconocer que reside en un espacio de poca categoría y mucho riesgo. A mí tampoco, por más que algunos consideren que lo interesante es precisamente eso.

De modo que decidí cobrar entrada a los que quieren asomarse a la ventana que da al patio del Sur, y ni bien haya reunido la suma suficiente me mudo. Lo que ando buscando es una residencia sin sótano, sin observatorio, sin ninguna clase de peligroso prodigio en las inmediaciones, un bastión donde solo y en paz pueda apostarme a mirar lo que va quedando de las estrellas.

 

 

Relevo (1)

La expansión del contagio fue tan devastadora que para contenerlo se hicieron necesarias medidas extremas. Cuarentenas indefinidamente renovadas, distancia interpersonal, obligatoriedad de máscaras protectoras, prohibición de desplazamientos y reuniones.

A los que, habiendo superado los setenta años, corrían mayores riesgos, se les obligó a recluirse en su domicilio, en donde además no podían recibir visitas, con lo que, cuando no terminaron tirándose por la ventana, fueron muriendo de soledad, melancolía y falta de aire.

Los víveres empezaron a escasear, situación que llevó a asaltos, sublevaciones y asedios a los palacios de gobierno, a veces de tal violencia que para reprimirlos hubo que recurrir a fusilamientos. En las calles quedó también el tendal de jóvenes que manifestaban contra la suspensión de bailes, conciertos, eventos deportivos, festivales, demostraciones de afecto.

A diezmar la población contribuyó el uso de anteojos, dado que la respiración al desbordar las mascarillas los empañaba, impidiendo a los cortos de vista esquivar los pozos en las veredas, con consiguientes tropezones, caídas y fracturas de resultados mortales, como fue también el caso de los pacientes graves cuya atención médica, reservada exclusivamente a las víctimas del virus, sufrió una postergación tras otra: tan imparable era el contagio que los hospitales no daban abasto (ni los cementerios, si es por eso).

En fin, que no hubo supervivientes, aunque todas esas muertes no puedan achacarse al virus que, por otra parte, falto de huéspedes que lo albergasen, terminó por morirse también él.

–No podríamos haber imaginado una situación más favorable. ¡Un planeta perfectamente limpio! Ambiente ideal para la colonización– exultó el comandante de la Hlira II, goleta intestelar en misión exploratoria en el Borde Externo de la Espiral Galáctica Occidental, y ordenó el aterrizaje.

  1. Primera publicación de “Relevo” en la página de Raúl Brasca en LA PLUMA Y EL ESCALPELO 5-10-2020

 

Rosalba Campra
Nació en Córdoba (Argentina) y reside en Italia. Narradora, ensayista y docente universitaria. Entre sus cuentos y novelas figuran Herencias, Ella contaba cuentos chinos, Formas de la memoria, Mínima Mitológica, Las puertas de Casiopea; entre sus ensayos América Latina: la identidad y la máscara; Territorios de la ficción: lo fantástico; Cortázar para cómplices, Para recorrer Macondo (y encontrar la salida). Otras obras, como Moradas de los Mayores y Zona de juego, proponen un diálogo entre escritura ficcional e imagen. Sus más recientes publicaciones son En los dobleces de la realidad. Exploraciones narrativas (ensayo, 2019), y los poemarios De lejanías (2017) y Arqueología provisoria (2018).

 

Material enviado a Aurora Boreal® por Rosalba Campra. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Rosalba Campra. Fotografía de Rosalba Campra © Giliola Chistè.

 

 

 

 

 

 

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