Daniel Vélez - Relatos

Ceniza

El cielo con cenizas cubrió como manto a Gabriela ¿Es esto lo que nos queda realmente de civilización? En su imaginación pudo observar el verde y el río, pudo encontrarse en aquellos años de inocencia, antes del primer día y el suceso que lo cambiaría todo. Por un momento volvió a sentirse niña, los aromas, la calidez, todo la empujaba lejos de aquel páramo desierto. En su palma se dibujaba una nueva herida ¿Podía sentirla? Ya no se acordaba del dolor. Una lágrima nació en su ojo izquierdo y cayó por su mejilla, al escuchar una voz en su espalda:

- Ya no queda más por ver aquí.

Gabriela se dio vuelta al escuchar a su amigo, aún no sabía su nombre y justo cuando quiso ser amable se quebró, lloraba por aquel lugar llamado supuestamente Chile.

 

 

Tecla Rosa

Consciente de mi cuerpo me propuse a desafiar mi niñez, el tacto húmedamente nocturno, bello, cálido y aromático, me acompañaba bajo la luz tenue de la lámpara que se proyectaba en la habitación, dibujando sombras amigables que estimulaban mi imaginación. Pequeñas oleadas de electricidad recorrían mi piel como marea y al fin sentía que era una sola, mente, emocionalidad y cuerpo, como un catalizador del goce erótico. Cuando llegaba a momento deseado me sentía plena, como un riachuelo, había entregado todo de mi y me difuminaba, había hecho el amor con el universo, había tenido la valentía de tocarme a mi misma. Ese era mi secreto, precioso, compartirlo sería un destello de exposición, la desnudez. Solía conectar con toda mujer, levantaba sus figuras en mármol. Por fin era real el vínculo y mis dedos repletos de rastros eran la evidencia. Los amaba. Eran únicos y míos, nada más que míos.

 

 

Ciervo

Desnudaste mi masculinidad bajándome el pantalón, mis nalgas expuestas sintieron una pequeña brisa en la parte baja de mi cuerpo. Y me tocaste tan abajo, sentí una suave fiebre ¿Fue real? ¿Fue solo una ilusión? Sólo se que te sentí, tan dulcemente, tan abierto al estímulo. Me entregué, no lo pude evitar. Las cortinas difuminaban la luz sobre mi cuerpo, tu eras mitad luz, mitad sueño. Fuiste el hombre para mí en aquel momento, en qué apoyé mis codos en el colchón, como una escultura en piel y tus oleadas me dieron un lugar. ¿Habré sentido algo más que el goce? No lo sé, solo supe que estabas tras de mí, como un ciervo, como un falo rosa, siempre tras de mí.

 

Anyielina

Anyielina se arrodilla en cada esquina al recibir ofertas pecaminosas ¿Por qué? Pues porque no tiene que comer, pues porque la botella de whisky barato que se toma cada noche no se paga sola ¿Para qué? Pues porque la blinda frente a tanta masculinidad tórrida que la invade en cada auto de algún desconocido.

Algo la dañó profundamente en su niñez, una diferencia con su cuerpo. Al usar el vestido de mamá, papá la golpeó. Al usar la camisa de papá, se sintió sucia. Fueron días tan horribles... Anyielina yo te digo, no importa ser mujer y no menstruar, no importa depilarte tan frecuentemente. Eres preciosa, no te quiero en las calles.

 

daniel velez 375Daniel Vélez
EEUU,1991. Actualmente reside en Chile. Dir. de arte en cine, siempre se ha relacionado con la escritura y la literatura. En los últimos años se ha estado especializando en la escritura de líricas musicales, poesía y ficción.

 

Material enviado a Aurora Boreal® por Daniel Vélez. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Daniel Vélez. Fotografía Daniel Vélez © Daniel Vélez.

Suscríbete

Suscríbete a nuestro boletín y mantente informado de nuestras actividades
Estoy de acuerdo con el Términos y Condiciones