El viaje reiterado

miguel rodriguez 250Lo mataron varias veces porque sabían quién era, es lo único que se me ocurre. Nadie se ocupa de acabar con alguien una y otra vez si no tiene la certeza de que esa, la reiteración, sea la única manera. Es así como lo conocí, mientras moría, o al menos cuando lo vi morir y pensé que moría. Uno no considera otras opciones, como si aquella era su primera y única vez o le pillaba ya a media cuenta, lo ve morir y punto. Todos lo vemos morir, también el hombre que lo disparó. Él se fija con especial atención, quizás por asegurarse de que esta vez sea la definitiva. Se acerca, lo ve agonizar y se le queda mirando. Los demás lo miramos a él, el asesino. Yo sigo clavado en mi asiento, un poco muerto también, aún vivo, aunque no llevo la cuenta de mis vidas, a un par de pasos de él, de ellos. El conductor del bus no muestra sorpresa; mira por el espejo retrovisor interno como esperando o temiendo que algo termine de pasar, quizás lleve muchos años viendo muertos y testigos atónitos, o muchos años muerto y atónito aunque sin un cuchillo clavado en el pecho, lo cual sería un inconveniente a la hora de conducir, la muerte es un rollo, sobre todo cuando se prolonga así. Entro en el bus y lo único que tengo en común con el tipo es que soy testigo de su muerte, al menos de una de ellas, y él de la continuación de mi vida, al menos de una de ellas. Hay gente que se conoce en situaciones peores.
Subo al bus, me fijo en un asiento de pasillo y me dirijo allí sin reparar en nadie. Mi trayecto es largo, la gente mira por el cristal hacia la calle, como si allí no fuera a morir nadie, o duerme. Algunos leen, quizás relatos de muertes, y por eso no se sorprenden al ver lo que ocurre, pues imaginan que aquello es como en los cuentos, o como en la calle, gilipollas. Casi nadie habla. No hay nada de qué hablar, somos extraños, y viajamos y morimos como tales. Y sin embargo, dos personas cerca de mí han hablado anteriormente, y por eso una mata a la otra. Esto no pasa nunca, como todas las cosas que no pasan nunca.

Siempre he deseado que alguien me espere en un tramo del viaje, y acompañarnos feliz y apasionadamente hasta la muerte. Algo parecido es lo que sucede delante de mí; el asesino esperaba a aquel hombre, sin duda se conocían de algo, igual tienen deudas de drogas, de mujeres, rencores imperdonables de esos que nunca se solucionan si no es con sangre. Él debe de pensar lo mismo, ahora es el momento, para qué dejarlo pasar, y se levanta y le pega dos tiros. Creo que son dos. Solo los oigo después de haber sucedido, instantes después, años después, cuando salgo del autobús. Podía haberlo dejado en la pistola, usado incluso un silenciador de manera que no hubiéramos oído su muerte, alguien se muere sin que nadie lo sepa. Pero no, al momento saca el cuchillo y va a por él, que casi ya no respira. Le sale la sangre por la boca. Le salen las palabras manchadas de sangre, una despedida, me dice algo que no comprendo.
Creo que tenía que haberme matado a mí, yo estaba en medio, sentado pero ni leyendo ni mirando hacia la calle, tampoco hacia los ojos muertos del conductor, que me avisaban de lo que iba a pasar de inmediato. Pero no fue así, no lo hizo, no me mató a mí. Quizás es porque soy pelirrojo, la gente no dispara a los pelirrojos, trae mala suerte, o eso me ha contado mi familia desde niño. El hombre del suelo no lo es, aunque su pelo ahora está teñido de sangre. Me mira preguntándose si mi vida está teñida de muerte, como la suya, si acaso también me haya alcanzado el disparo, eran dos, parece querer decirme, él también lo sabe, como sabe por qué yo estoy allí, sin libro, sin mirar hacia afuera, observando el final de lo que ignoro, de lo que fue.
El conductor ha seguido su recorrido. La gente que lee pasa las páginas. Los que miran posan fugazmente su atención en una tienda, una mujer, un árbol. El hombre que muere me mira. El asesino por fin me mira también a mí, el pelirrojo. No he vuelto a verlo después de aquello. De repente existo para ambos, vuelvo a estar en medio de ambos, de sus motivos, sus rencores, un vivo en medio de dos muertos.
Subo al bus, elijo un asiento de pasillo, me da un poco el sol, dormito ligeramente unos minutos y me despierta un ruido, dos ruidos, creo, y alguien a mi lado cae y muere. Muere y me mira, clava los ojos en mí como si yo pudiera salvarle, yo soy pelirrojo y él muere, el asesino se acerca para cerciorarse, y lo remata. Nadie ha visto nada, nadie ha oído los disparos, eran dos. Luego me mira a mí. Por fin me mira a mí. Después de tantas muertes llega y me mira. No le conozco. No recuerdo haberle visto, me habla pero no le oigo. No le oigo porque al instante se produce otro ruido, éste mucho más cerca, dentro de mí, que me impide entender lo que dice. Me mira fijamente esperando a que pase algo. El hombre del suelo ya no me mira, solo sus ojos. Y de repente, los ojos muertos del conductor se vuelven a mí, todo su cuerpo se gira y se vuelve hacia mí y lo comprendo, solo ha habido un ruido ahora, corre, ¡corre!, y en un segundo salgo de los ojos del asesino y huyo hacia la puerta, donde hay gente leyendo y mirando hacia la calle, él aún me busca en el suelo, espera que haya caído para rematarme, y los ojos del conductor me empujan, ¡salta, vete!, la puerta se abre, algunos libros se caen, la calle entra en el bus y la mancho de rojo, el disparo me despierta al resto de mis vidas, me hace consciente, no era yo el que estaba en medio, ya recuerdo… El asesino apunta y vuelve a disparar, yo ya estoy fuera, sé que me curaré, siempre me curo, ahora sé todas estas cosas, ahora lo recuerdo, oigo el disparo mientras la gente recoge los libros del suelo y me ve saltar a la calle, a otra vida, vuelo unos metros, el bus sigue, oigo los disparos, dos veces sin duda, y veo los ojos por fin muertos del conductor que me han salvado, veo cómo cae reventado de colores, la gente del bus ahora me mira a mí, en algún lugar de aquella calle, cae y me mira lleno de vidas que me asaltan y me abrazan, vidas que el asesino no sospecha y que ahora, instantes después, años después, por fin reconozco y rescato.

 

Miguel Rodríguez Otero
miguel rodriguez 350España, 1968. Licenciado en Liberal Arts, profesor de adultos en programas bilingües. Colabora con relatos en publicaciones como Almiar (Madrid), Botella del Náufrago (Valparaíso), Los Bárbaros (NY), ERRR Magazine (México DF), Revista Virtual de Cultura Iberoamericana (NY), Narrativas (Madrid), entre otras. En la actualidad vive en un pueblito costero de Galicia, tratando de ser... un digno bárbaro.

"El viaje reiterado" enviado a Aurora Boreal® por Miguel Rodríguez. Publicado en Aurora Boreal® con autorizción de Miguel Rodriguez. Fotos Miguel Rodriguez © Luciano Teixeira. Foto relato cortesía  Miguel Rodríguez © María Byanca Stegaru.

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