Una mujer y una calle

En su cara llovía la tristeza y luego quedaba detenida en sus mejillas como no queriendo caer.
Toda lluvia luego tiene un resplandor, me dije. Cuando parpadeó, sus ojos fueron un abrazo donde escondí mi propia pena.
Los dos estábamos solos en una calle que no tenía medida y en la que nunca podríamos transitar totalmente. La pensé así: una calle sin medida porque al final una oscuridad la hacía parecer tenebrosa.


Nos sentamos en una pared baja que sabía a humedad y jazmines. ¿Qué se puede decir cuando no se sabe nada del otro? Cuando el otro es un puente para cruzar nuestra soledad.

Las miradas alcanzan un siglo de parpadeos y preguntas. Toda la lluvia de su cara se había guarecido en un charco y desde allí nos miraba con curiosidad. No sabíamos que decir, solo nos quedamos quietos como si todo nuestro interior nos encomendara al silencio. Y el silencio nos unía convocándonos a un plano superior; individuos de una dimensión distinta.

Porque el silencio tenía palabras, voces, lamentos, gritos atormentados y recuerdos. Todo lo que nuestra imaginación quería darle.
De su cuello colgaba una cadena de plata con una A: (Ana, Analía, Amalia) ¿A qué nombre pertenecerá esa letra? Me gusta Ana porque es tan pequeño y frágil como ella. Señalo su colgante y lo nombro “Ana” Ella responde con un gesto y yo me hago dueño de ese nombre. Los dos nos hacemos pedacitos de nosotros mismos y nos fundimos en un sueño. Nadie se atrevería a despertarnos.
Casi con un murmullo, ella me cuenta un sueño triste y recurrente. Yo le cuento otro grabado en la misma tela. Los dos venimos de una infamia parecida. A ella le faltan dos dientes y yo todavía siento el ardor de la electricidad en mis entrañas de hombre.
¿Los sueños dejan marcas? Quizás sí, para toda la vida. Decidimos abandonarlos sobre el charco, se irían secando poco a poco con el sol mañanero.

¿Quién se levantará primero? : Ana o Jorge.

Ella fue más rápida y alcanzó corriendo el final de la calle. Se perdió como esas cosas soñadas en la bruma. Me imaginé que era muy duro compartir los miedos.

Y me quedé allí, esperando un día distinto, llevando su nombre como un trofeo ganado a la tristeza de una mujer: pequeña, frágil, a la que le faltaban dos dientes.

Quise tocarla desde lejos, pero apenas pude besar la orilla de su sombra.

 

cecilia vetti 250Cecilia Vetti
Argentina. Desde 1970 se dedica a la literatura. Estudió con Mirta Arlt y Mempo Giardinelli. Pertenece a la Sociedad Argentina de Escritores. Recibió en el 2002, La Faja de Honor de SADE, por su libro de cuentos La soga del tiempo. En el 2003 publicó Corredor de Silencios, en el 2007 Acurrucada en la luz, en el 2009 Sueño de alas azules y en el 2014 El despojo. Dicta talleres de cuentos y es jurado en distintos concursos.

"Una mujer y una calle" enviado a Aurora Boreal® por Cecilia Vetti. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Cecilia Vetti. Foto Cecilia Vetti © Cecilia Vetti. 

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