Literatura
Vivía Guarico en lo más alto de las montañas y desesperada por el frío, un amanecer emprendió el camino hacia la cueva próxima al volcán donde vivía Maleiwa, el dios con cara de perro, el único ser que conocía el fuego y lo guardaba entre sus pies gigantes y llenos de barro.
Las versiones sobre este punto suelen discrepar. Pero en general, siempre se opta por decir que Guarico logró distraer a Maleiwa mostrándole sus pechos. De ese modo algo se paralizó dentro del dios, una centella golpeó sus huesos, un temblor subió entre sus piernas como un río de sangre y lava.
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- Por Juan Carlos Méndez Guédez
Para algunos, la noche quedará como un momento de crepitación, como un olor dulce, igual al de las aguas de un río cuando se agitan.
Para otros como un salto llameante.
Ninguno de los jóvenes que esa noche conversaba alrededor de la fogata comprenderá
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- Por Juan Carlos Méndez Guédez
Fue la más extraña de las hormigas. Conocía su destino, su oficio, su misterio entregado a la belleza.
Pero se negó a cumplir su tarea y decidió quedarse para siempre en lo más profundo del hormiguero.
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- Por Juan Carlos Méndez Guédez
La aldea de las viudas (2009), recrea la historia de una pequeña población ubicada en las montañas de la geografía colombiana a la que llegan las guerrillas marxistas, se llevan a los hombres mayores de doce años y asesinan los remisos. El lugar se queda en manos de las mujeres que, con múltiples dificultades van perfilando una sociedad distinta hasta configurar una nueva aldea donde prevalece "la igualdad entre los individuos y los géneros".
El humor fino de Cañón es uno de los componentes que aparecen con mayor fuerza en el relato, tal vez por esta razón, los críticos apuntan hacia el realismo mágico como procedimiento predominante. Sin embargo, este humor (que no es gratuito) surge no sólo del uso de la hipérbole, sino de las circunstancias mismas del acontecimiento. Por ejemplo, cuando se agotan las hostias y no hay trigo para hacerlas, una mujer comienza a llevarle arepas pequeñas al cura y le agrega sabores hasta que todas terminan comulgando con arepitas de queso.
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- Por Anna Heinz-González
Eso fue lo primero que le dije a mi mujer cuando regresé a la casa. Hizo, claro, aquel gesto en que se le mezclan el enojo y la resignación. Supe entonces que debía esmerarme con mis argumentos porque, desde que llegamos a Madrid, en condición de estudiantes, la nuestra es una economía de náufragos.
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- Por Alejandro José López Cáceres
La casa inundada y otros cuentos
Felisberto Hernández
Sí, leer por encargo suele fatigar; por eso, quienes vivimos de hacerlo no tenemos por costumbre echarnos una, sino muchas canas al aire. Eso fue lo que me ocurrió con este libro. Andaba entre los anaqueles de una biblioteca pública buscando un mamotreto que debía reseñar y, justo cuando lo hallé, se me ocurrió mirar hacia el lado. Ahí estaba la pequeña golosina: La casa inundada y otros cuentos, de Felisberto Hernández -una selección de siete relatos propuesta por Cristina Peri Rossi, con dibujos de Glauco Capozzoli y prólogo de Julio Cortázar-. Entonces pensé: "primero el gusto y después el susto", así que solté mi trabajo y agarré aquella edición de 1975.
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- Por Alejandro José López Cáceres
(Allegro vivace)
Enarbolé canciones, tal vez salmos,
para blandirlos frente a vuestros ojos
vine,
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- Por Rafael Gutiérrez Colomer y José del Río Mons
o es más bien que se mueve en espiral
y por tanto no avanza, se concentra
o se dispersa interminablemente,
sin un fin ni un principio, sin objeto
y sin sentido, sin porqué ni adónde.
La vida entonces vuelve a reencontrarse
con lo que fue su origen, su semilla,
la medida de todos sus fracasos,
el hueco donde caben nuestros miedos
y al que se ajustan nuestras esperanzas.
Y dando por supuesto que las cosas
sean así, tan crudas y tan frágiles,
dime tu y yo que hacemos aquí parados,
soportando el embate de la nada,
el azote que nunca merecimos
o ese dardo llamado indiferencia
o mala suerte o época difícil.
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- Por Amalia Bautista y José del Río Mons