La visión que no pedí
Sobre una roca, con cada uno de los dedos de sus pies descalzos fijados en ella, el Mamo observa el paisaje que le brinda la naturaleza con su verde olivo, los árboles, las montañas, praderas y ríos.
Una larga sucesión de homicidios viene haciendo estragos desde hace meses en nuestra megalópolis y desplegando una atmósfera de inseguridad sofocante. Aunque no todos los millones de sus habitantes se sienten amenazados.
“…llevaban grilletes en las manos, invisibles, desde luego,
pero imposibles de romper… ¡Lo horrible necesita su carcajada!”
Helada. Thomas Bernhard
Memoria iluminada, galería donde vaga
la sombra de lo que espero.
Alejandra Pizarnik
Sobre una roca, con cada uno de los dedos de sus pies descalzos fijados en ella, el Mamo observa el paisaje que le brinda la naturaleza con su verde olivo, los árboles, las montañas, praderas y ríos. Con su traje típico ancestral, radiante en su sencillez, cruza en cada uno de sus hombros la mochila donde guarda las hojas de coca, y en la otra, las pertenencias necesarias para el día. Los cabellos sueltos, caen sobre la espalda, brillan con la luz nutriente del sol en conexión con las redes de la vida. La altivez de la mirada contempla el éxtasis del paisaje al sentir el aire de la cordillera sobre su rostro, con la musicalidad de las aves, el sonido del agua, el movimiento de los animales y las plantas que se nutren de las sales sagradas de la tierra.
Se despidieron en el aeropuerto con lágrimas urgentes. Prometiendo escribirse y extrañarse por los próximos doce meses.
Esta fue la segunda vez que me contrató. El trabajo no es difícil si la conciencia me deja seguir adelante. No hubiera sido muy distinto trabajar como taxista o con un Uber, pero no es lo mismo. Ella me contactó muy temprano por la mañana. Le gusta levantarse y saludar al sol, costumbre que quizás leyó en algún libro de autoayuda o le copió a alguien que usa su espiritualidad como una moda pasajera.
Tres días, no amanece, tampoco has regresado. Pensé que habías vuelto a tu rutinario juego de abandonarme y reaparecer en cualquier momento... Eres todo un dilema meteorológico en mi vida. Al menos, te entiendo, me entiendes; el néctar es eterno, a pesar de los cuerpos en fuga; en la huida, el escape de las diosas en celo. Sí, también te gustaba oír mis tonterías, mientras te estirabas acariciando mis talones.
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