Víctor Hugo Ortega C. - 'Yugoslavia'

 

Yugoslavia

 

A la memoria de Margarita Contreras Quinteros, mi madre.

 

Parece que en Alemania no hay sequía, piensa Milena, con la cabeza pegada a la ventana. El tren avanza rápido y ella espera que Gloria le diga que están por llegar a Nordhausen. Tiene hambre. Más por la ansiedad que por el estómago vacío. Gloria le pone la mano sobre el muslo sin mirarla y luego le cuncunea con los dedos hasta la rodilla. El vagón huele a chocolate. Gloria escuchó hace unos minutos que alguien dio vuelta una taza en el pasillo. Le dice a Milena que el chocolate caliente alemán se queda pegado por varias horas en la nariz. Es cerca del mediodía, pero parece como si fueran las ocho de la mañana.

«Siempre hay un chileno en cualquier lugar del mundo», les dijo Thomas, hace una semana en Berlín. Thomas está casado con una chilena que conoció por Internet. Milena sabe que no son pocos los casos de parejas chileno-alemanas. A Gloria le gustan estas historias. Las suele leer en blogs y páginas varias y se las cuenta a Milena. Thomas es fanático de los programas de televisión latinos que hay en YouTube, en especial de los chilenos y los argentinos. Fue él quien consiguió el cuchillo, un White Bear de 30 centímetros, usado. No hizo preguntas. Gloria dice que los alemanes nunca hacen preguntas, que son adorables y despreciables por eso. El revólver Nidar, calibre 22, intervenido con un silenciador, Gloria se lo compró a un español en el barrio Neukölln. La botella con el compuesto de burundanga la consiguió con un turco de Kreuzberg.

Milena se duerme sin apoyar la cabeza en la parte superior del asiento. Gloria sonríe; no es primera vez que viajan en tren y la ve dormir así. Mira por la ventana y se acuerda de sus padres, de su abuela Anne, de su perro Peter. La verdosidad del exterior no le provoca envidia sino nostalgia. Esa nostalgia alemana que le parece extraña, le causa risa, un poco de pena y un escalofrío en el cuello.

Gloria es hija de madre chilena y padre alemán. Adriana y Oliver. Usa dos pulseras de hilo en su mano derecha en homenaje a ellos. Tiene 33 años y es rubia como su padre cuando este tenía su edad. Es traductora intérprete de alemán e inglés. Hace cinco meses le diagnosticaron cáncer al estómago. Su madre murió hace cuatro años en un accidente automovilístico. Su padre hace dos, por un cáncer, también al estómago.

El pasado es un durazno sangrando Visceras EditorialMilena tiene 31 años y nació en Novi Sad, una ciudad serbia, aunque en esa época pertenecía a la República Federativa Socialista de Yugoslavia, un país que ya no existe. La mamá de Milena, Ivana, era yugoslava y su padrastro, Osvaldo, chileno. Se conocieron en Antofagasta, en 1990, cuando Ivana vino a Chile como representante de la empresa Zastava Kamioni, a ofrecer vehículos de carga pesada para la actividad minera.

Se casaron en 1991 y ese mismo año, Milena, siendo una niña, abandonó Yugoslavia para siempre. Se radicó con su madre en Chile, primero en un departamento en el centro de Antofagasta y después en una casona heredada por Osvaldo en Mallarauco, una zona rural a 70 kilómetros de Santiago. Allí murieron sus padres hace tres años, intoxicados por inhalación de gas.

Milena tiene depresión endógena. Ha intentado suicidarse dos veces desde que ocurrió el accidente de sus padres. Ese día, ella estaba en el departamento de Gloria, en Santiago, enseñándole a cocinar la pljeskavica, un tipo de hamburguesa típica de Yugoslavia. Llegó a casa y los encontró tirados en el piso de la cocina. El hecho fue noticia en todo Chile. Milena está en un tratamiento psiquiátrico que abandona cada cierto tiempo. Suele tener pesadillas con el monóxido de carbono convertido en un monstruo, que la persigue por su casa y por todas partes en Mallarauco.

A Milena no le gusta hablar de su padre de sangre. Gloria le preguntó antes del viaje por él, a propósito de que nunca lo mencionaba. Le respondió que solo lo vio una vez y que apenas se acuerda de la cara. En su casa en Yugoslavia ni siquiera había fotos de él.

Gloria despierta a Milena tocándole el cuello con los dedos. El tren llegará en 20 minutos a Nordhausen.

Milena y Gloria se conocieron por Facebook hace cinco años. Mantuvieron contacto virtual durante tres meses hasta que se juntaron una mañana en el Terminal de Buses Alameda. Viajaron a Valparaíso por el día, se besaron con ganas en el bus y se sacaron su primera foto juntas en el Paseo Yugoslavo.

Nunca se presentaron a sus padres. Tenían temor de lo que podían decir ellos sobre su relación.

En la intimidad, Gloria le dice «Yugo» a Milena. A ella le gusta que le llame así. Milena se siente orgullosa de su origen yugoslavo. Por su parte, Gloria tiene muchos cuestionamientos sobre su raíz alemana, sobre todo con la forma de ser de ellos. Le era muy difícil entender algunas conductas de su padre. Aunque hay cosas de la cultura germana que admira, y esta es su novena visita al país, piensa que el porcentaje de alemanidad que corre por su sangre es de apenas el uno por ciento.

La casa de retiro se llama Licht im Ruhezustand. El perfecto alemán de Gloria ha hecho que llegar desde la estación Nordhausen hasta aquí sea tan simple como ir de Santiago a Valparaíso. Gloria pide hablar con el señor Günter Parche. Durante las últimas tres semanas, ha montado toda una operación para que incluso la familia Parche haya anunciado al administrador de la casa la visita de esta supuesta sobrina. El no funcionamiento de las cámaras de seguridad en este día es también parte de la planificación. Igual que el turno cancelado por la enfermera y la no visita de ningún otro familiar a los residentes en este momento.

Una mujer alta y risueña les invita a pasar a la habitación. Le agradecen e ingresan a paso calmo.

Sin darse vuelta, Gloria le pide a la mujer que cierre la puerta. Ahí está Günter Parche, acostado, con una expresión seria y las manos cruzadas. Milena sabe que el último accidente cerebrovascular lo dejó con afasia, con problemas a la vista y sin movimiento en el lado derecho de su cuerpo. Se acerca a Gloria, la besa y le dice que distraiga a la gente afuera, pero que antes le pase el papel donde tiene escrita la frase que necesita.

Gloria sale de la habitación y llama por teléfono a Matthias, el conductor de la camioneta que las trasladará al Aeropuerto de Tegel en Berlín. Luego se acerca a la mujer de la casa y le pide un vaso de agua. Se lo toma en frente de ella, mientras le comenta que le impresionó la catedral de la ciudad y que es primera vez que está en Nordhausen. Cuando esta le da la espalda, Gloria la golpea en la nuca con el vaso. La mujer cae y la rocía con el compuesto de burundanga. Se le queda mirando hasta asegurarse de que está inconsciente. Agarra un jarrón de loza que hay en el pasillo y camina hacia la entrada. Le pide al administrador que le dé un poco de algodón. El viaje le provocó un alza de presión y su nariz está sangrando. El hombre se da vuelta y abre una repisa. Gloria lo golpea con el jarrón en la nuca y le aplica la misma dosis con el espray. Abre la puerta de la casa y ve a Matthias en la entrada. Sabe con exactitud que no llegará nadie de sorpresa.

Milena se pone al lado izquierdo de Günter, le toma la mano y se agacha casi hasta rozar con su boca la oreja del viejo. Das ist für Monica Seles, le repite, dos veces, de forma pausada. El viejo le tira un manotazo y agita la respiración. Milena saca el revólver de su bolsillo y le descarga un tiro en su ojo izquierdo. Mira con gusto la sangre gelatinosa que surge a conchos y se esparce por el resto de la cara. Le dispara ahora un tiro en el ojo derecho, otro en la frente y uno más en la boca. Hace un alto y retrocede todavía unos pasos más. Piensa que la distancia ha sido perfecta. La sangre no ha saltado ni cerca de ella. Se mira en el espejo que hay al lado de la puerta y siente una sensación de placer y quietud que ya había olvidado. Vuelve su vista de nuevo hacia Günter y le descerraja el quinto balazo en el cuello. Salta otro chorro de sangre, pero todavía lejos de ella. Se acerca con el cuchillo, no le interesa si el viejo está vivo o muerto, le marca la punta a la altura del corazón y penetra con fuerza hasta oír el ruido del filo rajándole la piel. No termina de hundirlo hasta que le duele la muñeca. Chao, cucaracha de mierda, le dice guardándose el revólver y el cuchillo.

Se suben a la camioneta como si nada. Gloria conversa con Matthias en alemán. Avanzan sobre los 100 kilómetros por la carretera. Milena besa a Gloria y le toma la mano.

En el aeropuerto, Gloria nota que los ojos de Milena parpadean más de la cuenta. La invita a tomar un té y le pasa dos ansiolíticos de dos milígramos cada uno. Le dice que se tome uno ahora y el otro después de hacer la escala en París.

No tienen miedo. No tienen ningún tipo de arrepentimiento. Han conversado y organizado lo que acaban de hacer durante más de un año. Tienen claro lo que harán cuando lleguen a Chile, sean o no sean descubiertas. Después de todo lo que les ha pasado en la vida, no tienen miedo a la muerte. Piensan en ella como un final equilibrado, reposado, como una satisfacción que están felices de enfrentar juntas.

Gloria se duerme. Milena revisa las películas disponibles en la plataforma de entretenimiento del avión. Elige Thelma y Louise, pero se duerme a los 20 minutos.

En la época en que se conocieron, cuando llevaban pocos días conversando por Facebook, Gloria le preguntó a Milena a quién admiraba en la vida. Ella le respondió que, después de su madre, la mayor admiración la sentía por Mónica Seles, una de las mejores tenistas de la historia, que había nacido en la misma ciudad que ella. El orgullo más grande para toda niña yugoslava. Gloria jamás había escuchado ese nombre.

Las turbulencias despiertan a Gloria. Está cansada y tiene frío. Tapa a Milena con una manta. Mira la hora y, aunque piensa que no lo necesita, se toma también un ansiolítico.

Milena llegó a vivir a Chile con nueve años en la primavera de 1991. Fue un tiempo complicado para ella por el aprendizaje del idioma y por las diferencias culturales entre ambos países. Chile estaba volviendo a la democracia y Yugoslavia en medio de una crisis que la llevó a la disolución. Pese a todo, Osvaldo hizo que Ivana y ella se integraran con confianza y con seguridad a la vida chilena, pero nunca pudieron zafarse de esa idea de haber nacido en un país que desaparecería.

Milena matizó su proceso de chilenización con la alegría que le provocaba ver a una deportista yugoslava triunfando en el mundo. El 11 de marzo de 1991, Mónica Seles se convirtió en la tenista más joven de la historia en ser la número uno de la WTA, la Asociación Femenina de Tenis. Con 17 años, dejaba relegada al segundo lugar a la alemana Steffi Graf, quien había dominado el ranking desde 1987 hasta la irrupción de Seles.

Milena despierta con ganas de ir al baño. Ve a Gloria durmiendo y siente angustia. Le da un beso en la frente y se levanta de su asiento. Trata de no despertarla al pasar. Se mira al espejo y ordena su pelo. Prefiere tomarse su segundo ansiolítico ahora. Se lo echa a la boca y sorbe agua para ingerirlo. En un rato llegarán a París para hacer la escala.

Todo el mundo hablaba de Mónica Seles a principios de los noventa. Su nombre, su apariencia de niña segura de sí misma, su sonrisa y su forma de jugar, golpeando la pelota con las dos manos, incluso en las voleas, la habían convertido en un fenómeno de marketing a nivel internacional. Chile no era la excepción. Milena sonreía cuando veía menciones a ella en la televisión o en los diarios. En el living de su casa, en Mallarauco, había un póster de Seles con el pelo amarrado y su camiseta Fila, con cuello polo; un look que Milena imitaba.

Ivana jugó tenis cuando era niña en un club de Novi Sad. Con el tiempo entendió que era un deporte demasiado caro y exigente en la parte física para ella. Antes de viajar a Chile la primera vez, practicaba al menos una hora a la semana con una de sus primas. Con su nueva vida en Mallarauco, no volvió a tomar una raqueta, pero sí mantuvo su interés a través de la prensa. Solía comprar la revista española Grand Slam en un kiosco del Paseo Ahumada. Por esto es que Ivana se explicaba el entusiasmo que despertaba en su hija Milena el tenis.

El torneo que más le gustaba ver a Ivana era Roland Garros. Mónica Seles lo ganó durante tres años consecutivos entre 1990 y 1992. El tercero era considerado, a la fecha, el mejor partido de la historia del tenis femenino. Se había repetido la final de 1990, con un nuevo enfrentamiento entre Mónica Seles y Steffi Graf. Fue el primer partido importante que Ivana y Milena siguieron junto a Osvaldo. Él era neófito en tenis femenino, sin embargo, ya había advertido que la rivalidad entre Seles y Graf se estaba convirtiendo en algo grande. La alemana no se caracterizaba por ser muy expresiva en la cancha, pero jugando contra la yugoslava, su rostro evidenciaba absoluta resignación. Ese Roland Garros fue una batalla. Solo el tercer set duró 91 minutos, con resultado a favor de Seles por 10 a 8.

En el cambio de avión, Gloria y Milena se preguntan si ya será noticia la muerte de Günter Parche, aunque se les pasa rápido la curiosidad. Tienen un acuerdo. No se meterán en sus celulares hasta llegar a Santiago. Están juntas y eso es lo único que importa.

El 30 de abril de 1993, jugando el torneo de Hamburgo, Mónica Seles fue atacada por el alemán Günter Parche, quien aprovechó un descanso durante el partido para apuñalarla con un cuchillo en la espalda. El hecho generó pánico en el público y en todo el mundo, en especial en Yugoslavia o en lo que quedaba del país donde Milena y su madre habían vivido. Ambas siguieron por la radio ese día, desde su casa en Mallarauco, las informaciones sobre la agresión que había sufrido su compatriota. Hasta enero de ese año, Mónica Seles había sido campeona en siete de los últimos ocho torneos de Grand Slam que había jugado, solo tenía pendiente Wimbledon, aunque había llegado a la final el año anterior, perdiendo justamente con Steffi Graf.

En el juicio, Günter Parche reconoció que el ataque a Mónica Seles fue por ayudar a su ídola, Steffi Graff, para que volviera a ser la número uno del mundo. Tenía una obsesión por ella y, cuando la veía perder, sufría tanto que no podía comer ni dormir. La resolución de la jueza alemana, Elke Bosse, causó revuelo. Se declaró culpable a Parche solo de «ataque menor», sus problemas mentales y psiquiátricos sirvieron de atenuantes. A los cinco meses recuperó su libertad.

En tres horas el avión aterrizará en Santiago. Gloria duerme con la cabeza apoyada en el hombro de Milena, que está tranquila y ha vuelto a poner Thelma y Louise. Pero le cuesta concentrarse. Se acuerda de la frase «cucaracha de mierda» y sonríe.

Mónica Seles dejó el tenis por dos años y cuatro meses. La herida del cuchillo no le generó daños de gravedad, pero sí ataques de ansiedad, una depresión severa y traumas que la siguieron durante mucho tiempo. El plan de Günter Parche había resultado a la perfección. Con Seles sin jugar, Steffi Graf recuperó el primer lugar del ranking WTA.

Seles volvió a jugar tenis profesional en 1995, con 15 kilos de más y con notorios cambios en sus movimientos en la cancha. Aunque en su regreso ganó varios torneos, incluido el Grand Slam de Australia en 1996, nunca volvió a recuperar el número uno del ranking y nunca volvió a sonreír de la forma en que lo hacía.

La vida cambió también para Milena y su madre. El país en que nacieron se convirtió en otro país. Ya no tenían a Mónica Seles para conectarse con sus raíces. Para colmo, en 1994 la tenista se nacionalizó estadounidense, algo que entendieron con dolor. Ellas también habían dejado de ser yugoslavas para ser chilenas.

Gloria y Milena están en Santiago. El asesinato de Günter Parche ya es noticia mundial. Está en todos los portales y las redes sociales. Han tomado un Uber desde el aeropuerto hasta Mallarauco. Van sentadas en el asiento trasero de un Chevrolet Sail, cada una mirando por su lado de la ventana.

Milena tiene sueño. Piensa que ya se le pasó el efecto de la pastilla. No está nerviosa. Quiere llegar pronto a casa para celebrar con Gloria.

Milena mira a Gloria de reojo y piensa en el contraste de los colores. Lo que veía por la ventana del tren en Alemania era vegetación, acá todo está quemado por el sol. Llegarán en media hora a casa y abrirán una botella de vino. Se reirán y se amarán en medio del silencio y del cantar de los pájaros de Mallarauco. Gloria le dirá a Milena que la ama y Milena le dirá a Gloria que, si tuviera que elegir entre una máquina del tiempo y ella, la elegiría a ella.

 

Víctor Hugo Ortega C.
Chile, 1982. Periodista, escritor y profesor. Es autor de los libros de cuentos Al Pacino estuvo en Malloco (2012), Elogio del Maracanazo (2013), Las canciones que mi madre me enseñó (2016) y El pasado es un durazno sangrando (2024). También de los poemarios Latinos del sur (2017) y Amantes de cartón (2019). Elogio del Maracanazo ha sido publicado en Chile, México, Uruguay y Brasil, y actualmente está siendo traducido al italiano y al inglés. Ha obtenido el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura, en los géneros de cuento (2021) y poesía (2024), otorgado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile. Víctor Fue finalista del 11° Concurso Nacional de Cuentos Teresa Hamel 2021, organizado por la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), con el cuento "Yugoslavia", incluido en el libro El pasado es un durazno sangrando, publicado por Vísceras Editorial. Actualmente, escribe sobre cine, literatura y cultura latinoamericana en la revista uruguaya Sujetos.

 

Material enviado a Aurora Boreal® por Paulina Cofré Pedreros de Vísceras Editorial. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Paulina Cofré Pedreros y Víctor Hugo Ortega C. Fotografía Víctor Hugo Ortega C © cortesía Sebastián Vargas V. Cubierta del libro El pasado es un durazno sangrando cortesía Vísceras Editorial.

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