Marina Medina Poveda - 'Las ausencias que me habitan'. Tres aproximaciones

Las ausencias que me habitan

 

Las ausencias que me habitan
Marina Medina Poveda
Novela
Editorial MilMadres, España
ISBN: 978-84-128819-4-3
Páginas: 212
Año: 2024

 

1.


las ausencias que me habitan 300Las ausencias que me habitan es, en una primera lectura (la crítica así lo ha mencionado), el relato del duelo perinatal (los duelos) de una madre por la muerte de su hija nonata. En este nivel se trata de una novela oportuna y necesaria que visibiliza un tema hasta hace poco tabú para nuestra sociedad.

Su lenguaje y su estructura confunden inteligentemente al lector por su aparente simplicidad de testimonio cuasi biográfico, de cuento infantil (“Había dos niños que se llamaban Héctor y Adriana”, p. 19). Seduce asimismo por su indubitable voz poética (“Recuerdo uno de esos días en que mi hermano quiso engañar a la muerte”, p. 47), con evocaciones sugerentes y emotivas de su Málaga natal (la omnipresencia del mar y del aroma a azahar) y sus metáforas envolventes y delicadas (la matriz es una clepsidra; las fases de la gestación tienen forma vegetal: banana, calabaza, melón, sandía).

Sorprende además, esta escritora novel, por un dominio técnico sólido y muy consistente que se muestra en la preminencia de un narrador en primera persona que deja paso en ocasiones a un narrador omnisciente; o en los saltos temporales a través de evocaciones que hacen fluir la narración; o en el buen uso de los diálogos con la alternancia de réplicas naturales, cotidianas con otras de gran intensidad poética (“Imagina que viajamos en una nube. La cama es nuestra nube, Héctor. Y nosotros somos héroes. Nada puede pasarnos en esta cama-nube. Ahora cierra los ojos. Vamos a soñar que somos héroes”, p. 23).

Adriana, una mujer de su tiempo, independiente y con estudios universitarios (tal y como quería su abuela Eva y todas las mujeres de su familia), con un buen trabajo y un hermoso piso con terraza y vistas al mar (ese mar que es fondo de su existencia), ha logrado formar una familia junto con su pareja, Joki, un finlandés pragmático y perseverante (‘sisu’ en finés) al que conoció en una visita a Helsinki. Ambos tienen un hijo, Vidal, y constituyen una familia normal, estándar, de clase media. Comparten, más allá de las diferencias culturales (maneras de cómo llevarlo a cabo) un proyecto común (¿de felicidad?): sueñan con una familia más extensa.

En apariencia, el relato central en esta primera capa es la lucha de Adriana por su reconocimiento social a ser madre, pero a ser madre de verdad, de las que deciden cuándo y cuántos hijos tener; y a tener una familia, una familia de verdad, que no condene al pobre Vidal a la dicha aciaga de ser hijo único. Un aborto espontáneo (uno más) rompe el sueño (otra vez) de esta suerte de felicidad normativa y convencional, e inicia el camino (el relato) hacia una nueva conciencia de la maternidad por parte de la protagonista.

Se engañan, sin embargo, quienes piensen que esta novela trata (sólo) de la crisis de una madre que ha perdido a su hija no nata, y de los abortos involuntarios, micromuertes, muertes al cabo, sin duelo, ni tumba en la que depositar sus cenizas (“Tres de Mis Hijos se fueron por el váter” (p.130).

2.


En una segunda lectura, algo más profunda, Las ausencias que me habitan es, al mismo tiempo, un largo vuelo, emocional y emocionante, y un intenso viaje introspectivo a través de tres generaciones de mujeres de una misma familia sobre las muertes simbólicas o reales en sus vidas. Es una historia de la maternidad (y de sus ausencias), de su formas beligerantes y contradictorias: la maternidad de Eva, la abuela que nunca quiso ser madre; de Eulalia, la tía-abuela que sin parir ningún hijo fue la madre de todos ellos; de Cala, que parió a Adriana y a Héctor en un acto casi de descuido, pero también de rebeldía y naturalidad, porque sí, y que asumió su maternidad con una libérrima voluntad de no cambiar hábitos, de no abandonar sueños; y la de Adriana, la más fuerte de todas (“Adriana, tú eres la mayor”, p. 22), metáfora indeseada de la matrifagia, la madre prematura y vicaria (fue madre de su propio hermano: “Héctor nació nueve meses después que yo”, s. 22), dispuesta al sacrificio último, a ser devorada por sus hijos. Tres generaciones que representan tres períodos muy significativos en la historia de España: la generación de la guerra (encarnada por su abuela y su tía abuela), la generación de postguerra (representada por Cala y Javier, los padres de Adriana) y la generación actual, la que personifican Joki y Adriana. Tres formas diversas de maternidad sometidas a los dictados sociales y a las convenciones de su época. En esta segunda lectura hay una angustia existencial que recorre las páginas de este libro: la de la madre postmoderna, contemporánea, incapaz de superar su vértigo performativo.

3.

En mi tercera lectura, el aborto (muerte perinatal) parece no sólo el desencadenante de un duelo largamente pospuesto (el de los hijos muertos) sino el acicate para volver sobre un duelo mucho más profundo, más doloroso, más existencial, el cúmulo de muertes superpuestas, infinitas muertes que se explicitan o se intuyen: la muerte de los hijos deseados y nunca nacidos, la muerte (insinuada sutilmente desde el principio) del hermano, la muerte de una generación aniquilada por la guerra civil y el franquismo (la de la desbandá), la muerte de Eva (primero en la memoria, luego física), la muerte de un paisaje (una casa, una playa, un mar, …). Un sentido absoluto de pérdida, de orfandad radical, que se intensifica porque la narradora-protagonista asume (o le otorgan en forma de sentencia: “Tú Eres la Más Fuerte de la Familia” p. 80) el papel de madre de sus hijos no nacidos, de madre de su hijo vivo, de madre de su hermano muerto, y de madre (a través de Eulalia) de su abuela (muerta) con Alzheimer. Es el certificado de defunción de una época, de un modo de vida, de un modo de educar y ser educado, de una manera de ser padres. De un modo de comer, de sentir, de gozar. De vivir. De morir. El paisaje de la infancia perdida. “Hubo un tiempo en el que yo también fui niña” (p. 19).

Si nos fijamos en la etimología de los nombres de los personajes éstos nos darán algunas claves en la interpretación alegórica de la narración y reforzarán esta tercera lectura que ahora apunto aquí. Adriana, la protagonista, la mujer que pertenece al mar (al Mediterráneo, claro) cuenta a su hija nonata Jimena (la que escucha) el relato de la muerte de sus hijos no nacidos. Le cuenta también la historia de su tío Héctor (el poseedor de la vida) que, como el héroe troyano (“Adri, no me sueltes la mano mientras somos héroes” , p. 23) retó a su destino, intentó doblegar a la muerte o burlarse de ella y murió en el intento de vivirla. Le habla de su hermano Vidal (el que tiene vida) y de su padre Joki (río en finés). Pero también de Eulalia, la tía abuela de Adriana (la que habla bien y que por eso tuvo el don de educar a la madre de Adriana), que ejerció de madre simbólica (sin nunca haber parido) de toda la familia; de su abuela Eva (madre de los vivientes, dadora de la vida), que dio a luz sin querer; de su madre Cala (flor tóxica y asilvestrada), y de su padre Javier (casa nueva), el abuelo-padre, casi anónimo, sombra protectora que recorre con enorme sigilo y ternura las páginas de esta conmovedora novela.

La ausencias que me habitan no es sólo pues – que ya es mucho – el relato valiente de una mujer frente a una sociedad patriarcal (que paradójicamente ha crecido en el seno de un matriarcado) o la alegoría sobre las formas diversas de la maternidad. Es también y primordialmente una vindicación de la solastalgia, entendida esta no como un trastorno de ansiedad ecológica sino como el dolor intenso y profundo que produce la pérdida (el deterioro) de un paisaje sentimental y el intento heroico, a través de la palabra, de la literatura, de recuperar un mundo perdido, de vencer a la muerte (“Ojalá se pudiera engañar a la muerte y revertirla” , p. 46). La literatura como subterfugio para huir de una muerte inducida, como la historia que Adriana nos cuenta sobre Héctor y su aleccionador experimento con los escarabajos que resucitan. La literatura como ese torreón de cristales de colores que Cala, indómita, imaginó para huir. Para vivir.

 

Sobre Marina Medina Poveda
Nació en España en 1978. Es Licenciada en Periodismo por la Universidad de Málaga, ciudad en la que siempre ha vivido. Compagina trabajo y familia con sus estudios de psicología en la UNED y con su afición a la lectura. Hasta ahora nunca se había atrevido a escribir nada. Fue su paso por los talleres de la Escuela de Escritores lo que le dio el empuje necesario para hacerlo. Las ausencias que me habitan (2024) es su primera novela.

 

Sobre Lucas Ruiz
España, 1965. Profesor y escritor. Reside en Aarhus (Dinamarca) desde 1994. Ha dado clases en diferentes universidades danesas y en la actualidad enseña en un centro de bachillerato. Ha publicado artículos de investigación, de difusión de la cultura española, ensayos y libros de enseñanza de idiomas. Su libro de relatos El esquiador de fondo ha sido traducido al danés y muchos de sus cuentos al sueco y al italiano. Los nadadores del Urubamba es su primera novela. Es autor asimismo del poemario Invariablemente (inédito).

 

Material enviado a Aurora Boreal® por Lucas Ruiz. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Lucas Ruiz. Fotografía Marina Medina Poveda © archivo de la autora. Cubiertas del libro Las usencias que me habitan cortesía © MilMadres.

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