José Watanabe - Domingos de poesía

José Watanabe (Perú 1945-2007). Poeta y guionista. Premio Lezama Lima de Casa de las Américas, 2000. En su producción poética el autor descifra la esencia de todo aquello que nombra y conforma una nueva realidad al fusionar lo objetivo con lo subjetivo. Así, las reflexiones metafísicas se funden con imágenes hiperreales que confieren una fuerza extraordinaria a sus textos. Entre los temas relevantes de su poesía están la naturaleza, la experiencia familiar, el amor, la muerte y la reflexión sobre la creación poética. Como rasgos distintivos de su obra se aprecia la utilización de recursos simples, el uso de palabras precisas, la influencia de los haikus y una tendencia hacia la versificación oral. La poesía de Watanabe, en suma, es de una belleza sorprendente.

INFORME PARA MI HERMANO MUERTO EN LA INFANCIA

Ahora no hay lugar a discusión ni defensa.
La peste tenía su oficio.
Fue duro verte rodar como una semilla.
Yo sobrevivo entre los muertos.
Caminamos por los pasillos como en esas silenciosas y vastas posadas.
Respiramos el deseo de huir sin cancelar la cuenta.
Papá escanció su último aire sobre nosotros.
Me acompaña una muchacha parecida a una fuente.
Nos alimenta una licuadora.
Ya empieza el verano.
¿Te ves con papá?
En general, me he vuelto un poco indiferente.
A veces pesa mucho el silencio de los cipreses y los muertos.

                (Álbum de familia, 1971)

 

 

MI OJO TIENE SUS RAZONES


Creo que mi ojo tiene un arbitrario criterio de selección.
Obviamente hubo más paisaje alrededor,
imposible que sólo fuéramos ella y yo en el rompeolas.

Soy de repeticiones, como todos. Entonces puedo suponer que
si hubo niebla
le dije: botes en la bruma pueden ser sólo reflejos, espejismos,
y le mencioné el antiguo haiku de Harumi:
                                          «Entre la niebla
                                    toco el esfumado bote.
                                      Luego me embarco».
Si hubo sol
le tomé fotografías con el hueco de la mano y acaso la azoré
diciéndole: posa con los senos hacia el viento.
Si pasaron gaviotas y ella las admiró, le recordé
que eran aves carniceras y que únicamente su feo canto es honesto.
Mi ojo todo lo veía, no descartaba nada.
Entramos en el mar por el rompeolas de rocas cortadas.
Sobre una roca saliente ella recogió su falda
                          y deslizó sus pies hacia el agua.
Sus muslos desnudos hallaron comodidad en la piedra.

Era particularmente raro
el contraste de su muslo blanco contra la roca gris:
su muslo era viviente como un animal dormido en el invierno,
la roca era demasiado corpórea y definitiva.

Hubiera querido inscribir mi poema en todo el paisaje,
pero mi ojo, arbitrariamente, lo ha excluido
y sólo vuelve con obsesiva precisión
a aquel bello y extremo problema de texturas:
                                                              el muslo
                                                              contra la roca.

 

 

LA MANTIS RELIGIOSA

Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol
hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm. de mis ojos.
Yo estaba tendido sobre las piedras caliente de la orilla del
              Chanchamayo
y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas,
confiando excesivamente en su imitación de ramita o palito seco.
Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre,
Pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza cáscara.

Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido
              a un macho
                          vacío.
La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue asi:
el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando
hembra
y la hembra ya estaba aparecida a su lado,
acaso demasiado presta
                          y dispuesta.
Duradero es el coito de las mantis.
En el beso
ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él
y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,
que va licuándole los órganos
y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,
y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando
la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho
se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula
                                                     a la muerte.
Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.

Las enciclopedias no conjeturan. Ésta tampoco supone qué última
             palabra
queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta
                                                                  del macho.
Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra
              de agradecimiento.

 

 

SALA DE DISECCIÓN

Un cadáver puede provocar una filosofía del ensimismamiento,
sin embargo los estudiantes admirablemente
estaban entusiasmados con su muerto,
lo rodeaban
y discutían con fervor la anatomía de ese cuerpo de piel coriácea.
Yo aprendía otra lección:
la vida y la muerte no se meditan en una mesa de disección.
Los estudiantes me previnieron
que iban a extraer el cerebro. Permanecí con ellos:
a veces soporto lo siniestro sin perturbarme demasiado.
No hay sofisticación instrumental para retirar un cerebro,
una modesta sierra de carpintero
cortó el cráneo a la altura de las sienes,
luego sumergieron el órgano mítico en un frasco lleno de formol.
Yo me dediqué a observarlo, solo, en otra mesa
mientras los estudiantes seguían cotejando su denso libro con el
              muerto.
Sorpresivamente
una burbuja brillante brotó del interior del cerebro
como un mensaje venido de la otra margen,
y no había boca que lo pronunciara.
                                              No había boca.
La burbuja, muda, se deshizo en ese aire levemente podrido.

 

 

EL ANÓNIMO (ALGUIEN, ANTES DE NEWTON)

Desde la cornisa de la montaña
dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,
una acción ociosa
de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.
Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire
siento confusamente que la piedra no cae
sino que baja convocada por la tierra, llamada
por un poder invisible e inevitable.
Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea
y no pronuncia nada.
La revelación, el principio,
fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos
y todavía es innombrable.
Yo me contento con haberlo entrevisto.
No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.
Algún día otro hombre, subido en esta montaña
o en otra,
dirá más, y con precisión.
Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.

 

 

EL ENVÍO

Una delgada columna de sangre desciende desde una bolsa de polietileno hasta la vena mayor de mi mano. ¿Qué otro corazón la impulsaba antes, qué otro corazón más vigoroso y espléndido que el mío, lento y trémulo? Esta sangre que me reconforta es anónima. Puede ser de cualquiera. Yo voy (o iba) para misántropo y no quiero una deuda sospechada en todos los hombres. ¿Cuál es el nombre de mi dador? A ese solo y preciso hombre le debo agradecimiento. Sin embargo, la sangre que está entrando en mi cuerpo me corrige. Habla, sin retórica, de una fraternidad más vasta. Dice que viene de parte de todos, que la reciba como un envío de la especie.

 

 

EL ACERTIJO

Tumbado en la cama busco el ángulo, la coincidencia,
el montaje visual que me permita sacar los pies por la ventana.
De este modo mis pies van a posarse en la pequeña colina de las
             amapolas.
Allí permanecen toda la tarde moviéndose acompasadamente
como metrónomos. Los miro
pálidos y delgados.
Recuerdo que no hace mucho entre ellos se repartía
el instinto del vago
que viaja intuyendo las pieles más amables de la tierra,
arena, yerba, polvo, una y otra piedra en medio del río,
y sin extraviarse nunca.

La colina de las amapolas oscurece, recojo mis pies.
En el cielo empiezan las estrellas, numerosas y parpadeantes.
La más brillante y seguramente la más sarcástica
se acerca hasta el filo del tejado:
«Entre nosotras hay un acertijo, un camino
disimulado, el largo camino de regreso a tu casa,
tienes que encontrarlo posando el pie en la estrella correcta».

En un hospital se confunden las voces propias y las flotantes.
¿La estrella ha hablado?
Díganle que mis pies han perdido el instinto del vago
                                       y que el acertijo es muy cruel.

 

 

EL LÍMITE

Negras siluetas de pájaros de cartón pegadas en el vidrio
de los ventanales
advierten a los pájaros de vuelo distraído o ensimismado
que hay un límite en la transparencia del aire.
Los ventanales son sellados, herméticos al invierno
pero también a todo sonido.
En el mundo de afuera
no ladra el perro que, ladrando, espanta palomas,
no se oye la canción silbada del jardinero turco,
no crujen las hojarascas al rodar de las bicicletas.
Esos movimientos perfectamente silenciosos
adquieren cierta ritualidad que nos asusta.
Los enfermos somos
una triste fila de ángeles de amplias batas para volar.
¿Quiénes serán nos preguntamos los cinco escogidos (de entre cien)
que volverán al mundo donde cada movimiento
dura con su sonido?
Una desesperanza completa sería mejor que la incertidumbre
              estadística.
Tienen razón esas negras siluetas en el vidrio, vistas
siempre en el borde difuso de nuestras miradas:
«Hacia afuera
es más severo el límite en la transparencia del aire».

                (El huso de la palabra, 1989)

 

 

EL CIERVO

El ciervo es mi sueño más recurrente.
Siendo animal de manada aparece mirándome con alzada
                                       y orgullo
                                                     de hombre solo.
A media distancia pasta en un espacio pequeño, y alrededor
                            todo petrificado, ningún cuerpo
de carne
que se le compare.
El ciervo se mueve como articulado por fuertes elásticos
                                                     internos
que convergen en un poderoso órgano desconocido y central.
De allí su caminar gracioso
             que disimula su enorme fuerza
                          elástica, su potencial
                                        de vuelo.
Imaginemos la eventualidad de un cazador y de un certero
             disparo,
ya el ciervo está desarrollando su instantáneo salto
                                                     en el cielo.
La jauría sólo llegará a su primera sangre, a la sorprendida,
y luego no lamerá
                           ninguna
porque en el ascenso
el ciervo curará su herida
                                        con simple
                                                       saliva.
Y aterrizado y salvo aparecerá otra noche en mi sueño.
                                                       de hipocondriaco
Mi miedo volverá a cubrirlo de atributos
                                        de inmortal. Y así mirándolo
                           yo mismo me miro
                                                      pero sólo en mi sueño
porque la voz de mi vigilia no entra allí, y el ciervo
                          nunca oye
                          mi cólera:
¡no eres de vuelo y vivirás en el suelo, mordido
                                                    por los perros!

 

 

LA ORUGA

Te he visto ondulando bajo las cucardas, penosamente,
             trabajosamente,
pero sé que mañana serás del aire.

Hace mucho supe que no eras un animal terminado
y como entonces
arrodillado y trémulo
te pregunto:
¿Sabes que mañana serás del aire?
¿Te han advertido que esas dos molestias aún invisibles
serán tus alas?
¿Te han dicho cuánto duelen al abrirse
o sólo sentirás de pronto una levedad, una turbación
y un infinito escalofrío subiéndote desde el culo?

Tú ignoras el gran prestigio que tienen los seres del aire
y tal vez mirándote las alas no te reconozcas
y quieras renunciar,
pero ya no: debes ir al aire y no con nosotros.

Mañana miraré sobre las cucardas, o más arriba.
Haz que te vea,
quiero saber si es muy doloroso el aligerarse para volar.
Hazme saber
si acaso es mejor no despejar nunca la barriga de la tierra.

 

 

EL GATO

Estoy esperando la vuelta del gato desconocido
             que cruzó el alféizar de mi ventana.
El alféizar corre a lo largo de varias ventanas. No tiene
otro camino. Volverá
y esta vez mi imagen le será más cordial.

Pasó arrogante como un bello inmortal. Los gatos ignoran
la contingencia de los torpes,
                                       tropezar y caer.
Miden tan bien sus pasos cuando cazan o fugan, y nunca
nunca cara de extraviados. Así nos infunden en la mente
su propio mito.
Y los mininos de viejas no los contradicen
porque gato es gato, dignísima fiera cuando la vieja duerme.

Los gatos son peligrosos para la poesía, pronto
acumulan adjetivos, mucho provocan, mucho seducen.
Por eso no espero limpiamente la vuelta del gato,
la mucha belleza me hace siempre perverso. Y digo:
está caído en la vereda, inmóvil, dirigiendo
hacia mi altísima ventana
                          su última y fosforescente mirada.

 

 

A LOS ‘70s

Miro las gotas que la humedad condensa lentamente
en el vidrio de mi ventana.
Detrás de las gotas pasa un muchacho con un James Dean
                                        en la camiseta.
James Dean, el mismo, el que nos decía
live soon, death soon
(apenas sabíamos inglés pero lo entendíamos demasiado bien).

Mi ciudad era rápida, cada día más rápida
tenía veredas como fajas continuas.
                                       pero nosotros éramos más veloces
Qué iba a estar quieto mirando gotas en el vidrio de una
              ventana
qué iba a estar tan cómodamente
de este lado
donde el calor de mi habitación me permite actos ociosos,
                          el índice
                                 adelantándose
al camino de una gota y otra gota que se funden y resbalan.
Prevenir el camino parece posible, veo, casi toco
las gotas,
pero el dedo nunca acierta: el agua está del otro lado.

               (Historia natural, 1994)

 

 

ANIMAL DE INVIERNO

Otra vez es tiempo de ir a la montaña
a buscar una cueva para hibernar.

Voy sin mentirme: la montaña no es madre, sus cuevas
son como huevos vacíos donde recojo mi carne
y olvido.
Nuevamente veré en las faldas del macizo
vetas minerales como nervios petrificados, tal vez
en tiempos remotos fueron recorridos
por escalofríos de criatura viva.
Hoy, después de millones de años, la montaña
está fuera del tiempo, y no sabe
cómo es nuestra vida
ni cómo acaba.

Allí está, hermosa e inocente entre la neblina, y yo entro
en su perfecta indiferencia
y me ovillo entregado a la idea de ser de otra sustancia.

He venido por enésima vez a fingir mi resurrección.
En este mundo pétreo
nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo
y me tocaré
y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña
sabré
que aún no soy la montaña.

 

 

EL OJO

La primera operación de tu insomnio
es un juego de los tiempos: te revisas
y confirmas
que ni tus manos ni tus pies
se han desprendido como colas de lagartija.
Todo tu cuerpo sigue amarrado dentro de tu piel.

La otra operación de tu insomnio
no te es accesible. Es el ojo
interior
que navega dentro de tu carne. Es del ojo
que te recorre
y observa cada uno de tus órganos
y se guarda el secreto.

El ojo ha nacido contigo
para fisgar tu lento desastre, ninguna otra cosa
sabe de ti, ignora si vives en esta ciudad
o en otra, no conoce el papel donde escribes
sobre su perversidad
y tal vez no conoce la perversidad. Él sólo sabe
de tu adentro.

Pronto se acabará esta noche con su estrella compasiva
en la ventana
y tampoco hoy sabrás
si el ojo que viaja por tus confines
es el ojo de Dios que observa maravillado
a cada órgano
haciendo incansablemente y todavía lo suyo
o si es el indiferente pero acucioso ojo de la nada.

 

 

EL MAESTRO DE KUNG FU

Un cuerpo viejo pero trabajado para la pelea
madruga y danza
frente a los arenales de Barranco.

Se mueve como dibujando
una rúbrica antigua, con esa gracia, y
sin embargo, está hiriendo, buscando el punto
de muerte de su enemigo, el aire no, un invisible
de mil años.

Su enemigo ataca con movimientos de animales
agresivos
y el maestro los replica
en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose
en la infinita coreografía
de evitamientos y desplantes.

Ninguno vence nunca, ni él ni él,
y mañana volverán a enfrentarse.
—Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo— me dice el maestro.
Y niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí.

 

 

EL GUARDÍAN DEL HIELO

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
                      Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
Yo soy el guardián del hielo.

               (Cosas del cuerpo, 1999)

 

 

EL ENDEMONIADO

Vino el mal y calzó perfectamente
    en mí
como una perversa lucidez.

Mis ojos vieron cómo se desata
el rencor
en todas las cosas. Todo
se tuerce
como la boca de la gente, o se agesta
                      o se va de uno. Se van
la cuchara de mi mesa, mi mesa, mi casa,
las calles, la ciudad, mi patria,
                          y quedo yo solo
cada día, cerca de los cerdos, abrazado
a esta piedra / que no ama.

Por eso lloro y me revuelco ante ti. Dame
de tu infinito aire de salud.
                          Cúrame,
pero no totalmente,
déjame un pelo del demonio en la mirada:
el mundo merece sospecha
                                                  siempre.

               (Habitó entre nosotros, 2002)

 

 

EL ÁRBOL

Para Alicia y Lucho Delboy

En el bosque que bordea la carretera
un árbol ha desenterrado una de sus poderosas raíces
              para abrazar una peña blanca.
La tierra no le fue suficiente:
              la raíz es una extremidad
donde el árbol se apoya para subir aún más alto.

No conozco el nombre del árbol
pero sus largas ramas caen lacias y rápidas
              como una cascada
                             sobre la peña.

El árbol sube y cae al mismo tiempo,
pero para nuestros ojos
              este doble movimiento es uno solo.

Cómo te lo digo: para el lenguaje
subir y bajar son dos conceptos enfrentados
              y nunca se funden.

Mejor ven a la carretera,
la mismidad del doble movimiento del árbol
sólo se resolverá limpiamente en nuestros ojos.

 

 

LA PIEDRA ALADA

El pelícano, herido, se alejó del mar
              y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
                         de una danza.

Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
                           Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
             como si fuera un cuerpo.

Durante varios días
               el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
                            pero no hacerla volar.

 

 

EL FÓSIL

La vida en ti fue un pez de 20 centímetros.
Tu remoto latido, hoy petrificado,
vive ahora en mi cuerpo
               tan inverosímil como el tuyo.

Tú ya no puedes mirarte ni mirarme, no sabes
lo extraño que es ser pez u hombre.
Somos, te digo, inverosímiles, caprichos
de una madre delirante
que cuaja infinitas e insensatas formas en el mar
               y la tierra.

El ruido alegre de los niños en el museo
que se empinan a mirar otros fósiles
interrumpe mi habitual pesimismo,
               y me enternece:
después de todo, pescadito,
                tal vez alguna razón existe.

               (La piedra alada, 2005)

 

 

LOS BÚFALOS

Pon el oído en la tierra, escucha
la estampida de los búfalos
y dame la razón: ¡quién
más terrestre y cuadrúpedo que un búfalo!

Si hubiera algún conejo
en la ruta de los búfalos, la tierra
no nos traería sus brincos asustados.
Ella sólo recoge el furor ciego, no la muerte
del suave conejo
entre los cascos de la horda.

 

 

BANDERAS DETRÁS DE LA NIEBLA

Hay una vejez triste e indefinida en el puerto,
más herrumbre en el muelle
y bares sospechosos en la ribera
donde antes había casonas rodeadas de yerba tenaz.

Una noche, cuando una niebla densa y turbia
cubría el mundo, yo caminé a tientas
por el entablado del muelle. Adolescente aún,
acaso buscaba el terror gozoso de la evanescencia.

Iba confirmando con las manos la baranda, sus uniones
de metal, las cuerdas de las trampas de cangrejos
atadas a las cornamusas oxidadas. Los cangrejos
merodeaban de noche los restos del pescado eviscerado, tripas
que rodaban en el fondo marino
o se enroscaban como serpientes en las pilastras del muelle.

Escuchaba la suave embestida de las olas
en el costado de los pequeños botes
que en las madrugadas salían a recoger redes
cruzando entre los buques de guerra estacionados en la bahía.
Un perro abandonado en el fondo de un bote, tan ciego
como yo, gemía.

Entonces vi banderas que alguien, a lo lejos, agitó
detrás de la niebla.

Quedé deslumbrado y mudo. Ninguna apostilla
sobre la belleza hablará realmente de aquellas banderas.

 

 

FLORES

La madreselva se cerró al amanecer
y yo, sin su perfume, seguí creyendo en la poesía.

Es difícil persistir en la poesía, más aún
cuando ella misma nos desorienta:
en la desesperación
yo escribí poemas más sosegados.
¡Casi enloquezco pidiendo calma!

Ahora, después de la noche en blanco
y ningún verso, estoy en paz.
La madreselva, ya lo dije, se cerró al amanecer.

Otras flores habrá a lo largo del día.
Los lirios que pone mi mujer en la sala,
las rosas que dejan caer los cortejos fúnebres,
las flores carnívoras que se cierran tan violentamente
que apenas dejan ver a la abeja que matan.
De estas flores aprenderé, una vez más,
que la poesía que tanto amo sólo puede ser
una fugaz y delicada acción del ojo.

 

 

LOS AMANTES
(GRABADO ERÓTICO DE HOKUSAI)

Abundantes ropas envuelven a los amantes,
sólo un hombro o un muslo están desnudos como pulpas de luz
y los sexos en su quieta fiereza.

Si el acoplamiento es inmóvil, las sedas de las ropas
no dejan de ondular. Las telas,
delicadamente estampadas
con menudas flores de una primavera geométrica,
se deslizan por toda la esterilla, avanzando
y acumulándose en pliegues breves y rápidos.

Si la luz de la carne es blanca,
las sedas fluyen como un río de varia coloración, un río
que se desprende del cuerpo de los amantes
que, cerrados al mundo, ignoran
cómo se agitan esas pequeñas flores rojas.

                (Banderas detrás de la niebla, 2006)

 

jose watanabe 350José Watanabe (Perú 1945-2007). Poeta y guionista. Premio Lezama Lima de Casa de las Américas, 2000. En su producción poética el autor descifra la esencia de todo aquello que nombra y conforma una nueva realidad al fusionar lo objetivo con lo subjetivo. Así, las reflexiones metafísicas se funden con imágenes hiperreales que confieren una fuerza extraordinaria a sus textos. Entre los temas relevantes de su poesía están la naturaleza, la experiencia familiar, el amor, la muerte y la reflexión sobre la creación poética. Como rasgos distintivos de su obra se aprecia la utilización de recursos simples, el uso de palabras precisas, la influencia de los haikus y una tendencia hacia la versificación oral. La poesía de Watanabe, en suma, es de una belleza sorprendente.

 

Material de consulta:
Elogio del refrenamiento (1971-2003). Eduardo Chirinos (ed.). Sevilla: Renacimiento, 2003; Poesía completa. Valencia: Pre-Textos, 2008; El desierto nunca se acaba. Tania Favela (ed.). México: Textofilia, 2013.

 

"Domingos de poesía" es una idea original del poeta Sergio Laignelet, colaborador de Aurora Boreal®. Se publica semanalmente. Toda la selección y cura de los materiales por Sergio Laignelet.

 

sergio laignelet 250

Sobre Sergio Laignelet
Bogotá, 1969. Poeta colombiano residente en Madrid, editor, corrector de estilo y ortotipográfico de publicaciones educativas y culturales. Libros publicados: That's all Folks! (poemas animados). Madrid, 2017; Cuentos sin hadas. Canarias, 2010; Carnaval (plaquette). Bogotá, 2007; Malas Lenguas. Bogotá, 2005. Ediciones bilingües de CSH: Danés: Omvendte eventyr. H. Krarup trad. Copenhague, 2017; Francés: Contes á l’envers. R. Durand trad. Toulon, 2015, y Colomiers, 2017 (además, poemas suyos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, sueco, finés, polaco y japonés). Antología editada: Gatimonio: poemas de gatos de autores hispanoamericanos. Madrid, 2013.

Poemas de José Watanabe. Selección de poemas: Sergio Laignelet. Material enviado a Aurora Boreal® por Sergio Laignelet. Poemas publicados con autorización de ©Herederos de José Watanabe. Fotografías cedidas y autorizadas por Herederos de José Watanabe (1: ©Oscar Chambi; 2: ©Herman Schwarz). Fotografía Sergio Laignelet © Lorenzo Hernández.

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