Y, sin embargo, eso es lo que sucedió: su promesa acabó siendo reiteradamente cierta, y mi amante acabó conmigo una y otra vez. Yo lo comprendo, en el amor no cabe la falta de entusiasmo, hay que hacer las cosas continuadamente, la pasión evoluciona, también la muerte. Al principio pensé que quizás había dejado de amarme, o tal vez no supiera bien dónde acababa el amor y comenzaba la muerte. De hecho, a veces uno recala en esa zona oscura y carente de detalles en la que cree que aún está vivo, cuando en realidad ya ha cruzado las fronteras y las palabras a las que juráramos fidelidad. Pero ni ella ni yo éramos así, ni líneas divisorias ni visados de permiso. El amor sucede en lugares sin trámite, sin demarcación exacta, en idiomas mestizos. Aquí es donde nos amamos, supongo que por eso me quiso como me quiso, sin espacios intermedios, y por eso, imagino, me mató de la misma manera: vino conmigo hasta donde pudo, o hasta donde conocía, lo mágico del abismo es que uno mira hacia arriba y cree que solo existe el cielo. El infierno, sin embargo, rompe todos los límites, se ama y se muere siempre tanto. Y, aun así, siempre hay luz, al fin y al cabo, en el infierno. Ella venía a verme cada noche, inventaba una y otra vez abrazos y muertes, le entró la obsesión del orden hasta para morir o matar: quizás la muerte sea el único lugar de la vida en el que haya algún tipo de orden o de intuición veraz. Todo lo demás es parcial, incompleto, puro atisbo y protocolo, tal vez por eso la gente intuitiva y desordenada ama y muere tanto.
Yo aún la quería, y volví una y otra vez de entre los muertos a entregarle todas mis vidas, así es como son las cosas, y ella, por su parte, volvió a quererme hasta la muerte en todas ellas. Llegó hasta el único sitio más allá del cual uno nunca sabe si puede ir. Ella era así, reiterativa, constante, y así me quiso y acabó conmigo: reiterada y sistemáticamente. Pero yo sé que me quiso de verdad: hay que tener mucho valor para querer a alguien tanto como para buscarlo a estos lugares. Y entretanto, mientras todo sucedía, yo solo acertaba a decirle ‘también yo a ti, querida’, cuando ya casi no me oía, con los ojos idos, muy lejos, y llenos de amor, de muerte y de detalles.
Miguel Rodríguez Otero
España, 1968. BA en Liberal Arts, profesor de adultos en programas bilingües. Colabora con relatos en diversas publicaciones. Es autor de Declaraciones Inconfesables (2016, Editorial Aurora Boreal®), y vive en un pueblito costero de Galicia tratando de ser un digno bárbaro.
Relato " Me quiso hasta la muerte" enviado a Aurora Boreal® por Miguel Rodríguez. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Miguel Rodríguez. Fotografías Miguel Rodríguez © Luciano Teixeira.