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carlos villacorta 250M is for…

 

 

 

Abrió el compartimiento del lado derecho de su escritorio donde solía guardar la botella de Scotch y un vaso. La base redonda, curvo en sus lados para poder ser sujetado mejor con los dedos y girarlo a su antojo. Colocó primero una esfera de hielo, perfecta, donde podría reflejar la habitación como si mirara por la ventana en un día de invierno. Vertió el alcohol mientras la esfera de hielo giraba sobre su cóncava base. Dejó que, lentamente, el hielo fuera enfriando el líquido antes de llevárselo a los labios y sorber sin ningún apuro mientras esperaba al siguiente candidato.
Sobre el escritorio, yacía su dossier junto al de otros cientos de solicitudes para el puesto que lo observaban impávidas. ¿Sabrían acaso estas personas de lo que se trataba? ¿Estarían preparados para cubrir tamaña vacante? Lo dudaba. Miró algunos curriculums al azar. Nombres: Arthur Belain, Richard Pietri, Benjamin Alster. Misiones: Seguridad del Estado, asignado en Moscú, Fuerzas Especiales en Iraq, Operación Kim Duk en Corea del Norte, un largo etc. Ninguno lo sorprendía demasiado, quizás porque el mundo tampoco le sorprendía demasiado. A eso se había reducido su vida: sentarse detrás del escritorio de bambú a leer los correos electrónicos que le llegaban desde la oficina del gobierno, lidiar con la burocracia civil que no sabía diferenciar un turco de un árabe, de un marroquí, de un chino, de un japonés, de un norcoreano. ¡Maldición! —¿pensó. Él también se estaba convirtiendo en una reliquia de la Guerra Fría.

Y sin embargo, sabía que era necesario dar paso a las nuevas generaciones. Había envejecido con el siglo XX y el siglo XXI se le antojaba no solo oscuro sino perverso. No sabía decir si era una consecuencia de la Segunda Guerra Mundial o culpa de la intervención de los yankees en países del Medio Oriente. O si habría que atribuirle la culpa a los hackers como Snowden o Assange que todo lo compartían en las redes sociales, como si la seguridad nacional fuese algo que se pudiese subir a Facebook. El Imperio Británico también había tenido su parte en este juego del poder mundial. Eso no lo podía negar. La Guerra Fría había hecho de este mundo uno de la sospecha, de la intriga, de las sombras; el siglo XXI, uno del terror como espectáculo. Los norteamericanos habían refinado sus métodos después del ataque a sus edificios. Los rusos, quienes perdieron el ritmo con su Perestroika, parecían haber retomado cierto poder en los últimos años, sobre todo con los inesperados sucesos en Ucrania. Por supuesto, los británicos escuchaban mejor que nadie en este diálogo de sordos.
alicia capitalismo 350Tal vez eso lo molestaba. Ese aire de autosuficiencia con el que siempre se había sentido protegido del mundo exterior. A pesar de que en alguna ocasión había sido raptado por los miembros del ejército del Sol chino, eso no había mermado en nada su fe en que sería rescatado y todo volvería a la normalidad. Pero la repentina muerte del Cero Cero Siete, su mejor agente, lo había enviado a una misión en la que nunca se había aventurado antes: el desconocido y brumoso territorio de sus más íntimos pensamientos. Además de eso, tenía que encontrar un reemplazo a su viejo agente, justo a pocos meses de su jubilación. Eso lo cambiaba todo. Ya había hecho planes para desaparecer de ese mundo llamado MI6 y olvidarse de aquella inicial que había marcado su existencia a los ojos de sus subordinados: vivir alejado lo más posible del absurdo de este oficio, asesinar a su antiguo yo, cambiar de nombre y de letra, buscar alguna otra que no le recordara a matanza o masacre o muertos, quizás un nuevo nombre con T de tranquilidad, o P de persona, otra persona. Pensó que si hubiera trabajado en Sudamérica o México se habría autonombrado “Ñ”. Quizás no era ni muy británico ni muy caballeresco todo esto, pero no estaba dispuesto a vivir aterrorizado en su casa esperando al momento en que vendrían por él para hacerlo desaparecer. Era una de las pocas decisiones que le quedaban en su vida y no dejaría que otro la tomara por él.
La esfera de hielo había reducido su tamaño pero todavía continuaba rodando sobre ese mar de alcohol color caoba que sumergía la habitación como en un líquido amniótico. Bebió el trago y se sirvió otro sin pensarlo mucho. Su propia huida tendría que ser aplazada indefinidamente. Habría que reemplazar al Doble Cero y con rapidez. Y para eso, tendría que seguir revisando cientos de solicitudes y entrevistar a los candidatos hasta llenar la plaza vacía. Llevaba días así y ninguno lo había convencido. Jovencitos arrogantes que no poseían ninguna de las gracias del Doble Cero: ni su aplomo ni su acuciosa intuición para entender los hilos que mueven este inexplicable mundo. De todas maneras, no dejó de pensar que la inesperada muerte de su agente significaba que el mundo como lo conocía había terminado. Alguien allá afuera andaba matando mujeres aparentemente sin ningún motivo. Había empezado en una ciudad frontera de México y desde entonces se había extendido por las Américas hasta que un día saltó a Europa. Cero Cero Siete había tomado especial interés en el caso desde que vio que las chicas que había conocido en sus misiones habían, repentinamente, desaparecido y sido posiblemente asesinadas. Lo último que supo de él fue un extraño mensaje que hasta ahora no había podido descifrar: 2666.
En el fondo, sabía que era cuestión de tiempo: tanto él como Bond estaban condenados a extinguirse.
Solo el intercomunicador lo sacó de sus divagaciones.
—¿Sí?
—El siguiente candidato acaba de llegar—anunció Moneypenny.
—Dígale que pase, por favor.
La puerta se abrió dejando pasar una leve luz blanca al interior de la oficina. Sobre la mesa, la esfera de hielo seguía derritiéndose y llevándose lejos el sabor hipnótico del Scotch. Sin preguntar, la mujer depositó su saco beige sobre la silla, sacó un cigarrillo de su rojo bolso y lo encendió. En su mirada, reconoció a su mejor agente inspeccionándolo como en los viejos tiempos.
—Buenas tardes, señorita...
—Lispector, pero me puede llamar Clarice.
M tomó un último sorbo y asintió.

 

carlos villacorta 350Carlos Villacorta
Perú (1976). Ha publicado los poemarios El grito (2001), Tríptico (2003) y Ciudad Satélite (2007). Sus poemas y cuentos han aparecido en antologías como Hostos Review: Peruvian writers in the United States 1970-2005, Cutbank magazine, entre otras. El 2014 publicó su primera novela Alicia, esto es el capitalismo. Ha co-editado diversas antologías de poesía. Actualmente es profesor de Literatura latinoamericana en la University of Maine.

 

 

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"M" enviado a Aurora Boreal® por Carlos Villacorta. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Carlos Villacorta. Publicado originalmente en Revista Aurora Boreal® Nr. 17 de mayo 2015, especial autores Perú. Foto Carlos Villacorta © Carlos Villacorta. Carátula del libro Alicia, esto es el capitalismo © cortesía Carlos Villacorta y Editorial Intermezzo Tropical.

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