Por fin

walter garib 250Dedicado a las diez familias
más acaudaladas de Chile.

 

—Papá, mamá, por fin lo conseguí. Acabo de ver la noticia en la televisión. He venido sin tardanza a contarles de algo que los estremecerá de alegría.

Aquella mañana de lluvioso invierno, Dorotea Zaquizamí de Albaricoque, apenas podía sujetar las palabras multiplicadas, a causa de la emoción. Casi gemía mientras hablaba.

—Sí, sí. De acuerdo a la publicación de la revista Forbes del mes de julio, somos la familia más rica de Chile.

¿Acaso no es una noticia para llorar de felicidad? Y tú papá, que durante años luchaste en vano por conseguirlo, puedes sentir orgullo de este triunfo que nos enaltece.

Hizo una pausa destinada a recuperar el aliento.

—Ahora, queridos papás, podré concurrir a aquellos lugares donde por tanto tiempo se nos negó el ingreso. Desgracia de inmigrante pobre. Sí, sí. Me gustaría verle la cara a las ridículas empingorotadas de Zapallar. Cáfila de advenedizas lenguaraces. ¿Acaso, puede hablar siquiera una de ellas de haber obtenido la fortuna con honestidad? Nosotros sí que lo hemos logrado mediante la honradez. Trayectoria inmaculada, pero ya surgirán quienes nos van a acusar de estafadores. Ahora, me voy a construir un palacete en ese balneario, sólo para enfurecerlas.

Cerró los ojos por unos segundos.

—Lo sospecho. A partir de hoy, van a manifestar que son mis íntimas amigas. Ya deben andar por ahí, diciéndolo. “Pero si yo con Dorotea Zaquizamí somos uña y carne”.

Algunas se han arruinado, pero igual hacen ostentación de riqueza. ¿De dónde tanta petulancia? Sobre todo, la María José Conde de Fúcar, cuya prodigiosa cursilería, la lleva en la sangre. Fastidia de sólo observarla. Sabe poner los ojos en blanco, cuando quiere darse ínfulas de grandeza. Siempre nos miró con esa altanería propia de quien se cree de sangre azul. Y pensar que hoy, la infeliz, vive a costillas de su ex marido.

Se detuvo para controlar la emoción. Casi gemía al recordar las anécdotas de su vida. Se limpió la boca con un pañuelito, que sirve para sacarse el maquillaje. En sus ojos residía el resplandor de la riqueza desmesurada, que engalanaba su destino.

De súbito se veía rodeada del resplandor de la fama. Tras una retahíla de humillaciones, conseguía situarse en la cúpula, en el Olimpo, donde sólo habita el chanchullo. De seguro, al día siguiente, su fotografía iba a aparecer en los diarios.

Después de un siglo de haber emigrado su familia a Chile, desde Europa, conseguía aquel rutilante privilegio. Época donde mordía la pobreza y se esparcía el desdén hacia el extranjero. Hoy, Dorotea, se enfrentaba a la puerta de vaivén por donde ingresa a raudales el dinero, obtenido al amparo de la marrullería.

—Papá, mamá. Si el teléfono ha sonado toda la mañana. Me llamaron los ministros de Hacienda, de Relaciones Exteriores y el presidente del empresariado. Incluso, lo hizo Pericles Tardecilla. ¿Lo recuerdan? Ese acaramelado novio, con títulos falsos de nobleza, que me invitaba a Europa. Desde luego, con la condición que fuese yo quien asumiera los gastos. Pericles sabe vivir al amparo de quien lo mime. Hace años el bribonzuelo explota a la dueña de la quinta mayor fortuna de Chile.

Hizo una pausa mientras se acomodaba el peinado, y volvía a hablar, ahora más tranquila.

—Y ustedes, que tanto se opusieron a mi noviazgo con Sebastián Yoyo. ¿Saben? Va a ser nominado esta semana, candidato a la presidencia de la república. Por favor, queridos papás; no lo tomen como reproche cuando la felicidad del dinero en abundancia nos visita. Disculpen por mi franqueza. Bueno. Quedé solterona, a causa de esta situación y otras frustraciones. Sin embargo, me ha servido para dedicarme sin pausa ni escatimar esfuerzos, a engrandecer, año a año, la fortuna de la familia. Hoy, por fin he cumplido.

Se detuvo para ordenar las ideas. Jadeaba.

—Sí, desde cuando usted papá, decidió entregarme la dirección de las empresas de la familia. Medida valiente, aunque polémica. No confiaba en mi hermano Tadeo Alarico, el primogénito, aficionado el pobre a la holganza, a derrochar la fortuna en casinos y mujeres casquivanas. Hizo bien en cambiarse el apellido e irse de Chile, para no perjudicarnos.

Dorotea Zaquizamí de Albaricoque, hizo un gesto ambiguo con las manos y besó la sortija del anular. Siempre lo hacía con fetichista unción. Talismán propicio, destinado a abolir las acechanzas de quienes la querían timar. Su voz adquirió la quietud de quien conoce de negocios, especulaciones, como si nadara entre pirañas.

—¿Recuerda papá, cuando le negaron ingresar al Club de la Unión, por ser inmigrante? Vergonzosa afrenta. Nos ofendieron y yo estuve —¿se acuerdan?— una semana sin ir a trabajar a la paquetería. Sólo lloraba y prometía vengar aquella afrenta. A usted mamá, yo la escuché implorar a mi papá, que no asistiera al club. ¿Qué sentido tiene ir a ese sitio, donde concurre la gente cursi? agregaba.

Se detuvo para controlar la excitación.

—En esa oportunidad, juré convertir a nuestra familia en la más adinerada e influyente del país. Única opción válida para ser considerado por la sociedad. Aquí me ven ahora, convertida en ricachona. Sin asco me puedo burlar de quienes nos humillaron.

Otra vez se detuvo.

—¿Acaso no hemos sido una familia de esfuerzo? Nos levantamos de la nada. Hoy, como lo pueden ver, conseguí mi propósito. Alcanzar la gloria, la esquiva gloria, ha sido duro, plagado de ingratitudes, sin embargo, tiene el sabor agridulce de la venganza.

De nuevo besó la sortija, acaso la sotana de un beato.

—En otra ocasión los volveré a visitar. Me tengo que ir volando en el Bugatti a mis oficinas del “Financial Center”. Por favor papá, no me regañe por haber comprado este automóvil en dos millones de dólares. No es por aparentar, pero las exigencias del rango que he alcanzado, lo exigen.

Dorotea, por unos instantes se puso a observar la lluvia. Le seducía contemplarla, mientras evocaba aquella casuca del cité del barrio Recoleta de Santiago, donde habían arribado a morar. Se llovía la vivienda de dos cuartos y una cocinilla a leña, como si por techo tuviese un colador.

—¿Cómo no recordar papá, aquella bicicleta que me regalaste, al cumplir quince años? Sé que hiciste un esfuerzo enorme al comprarla. Sí, sí; eran otros tiempos, donde el pan escaseaba y tú mamá, te dedicabas a bordar manteles y sábanas para las familias adineradas. Otra vez adiós, adiós. Debo recibir a los periodistas de los canales de televisión, que me van a entrevistar. Ven, ven. Luzco primorosa, vistiendo mi mejor tenida. Los quiero.

Después de visitar a sus padres, cabizbaja, arrastrando su miseria, la modistilla se marchaba del cementerio.

 

 

 

Walter Garib

walter garib 150Escritor chileno (1933). Ha publicado Funeral bajo la lluvia en Editorial Aurora Boreal® (2014), Esclavo de tu inocencia (2013), Le voyageur au tapis magique (2012), Malandanzas de un enano (2009), El viajero de la alfombra mágica (2008), No recomendable para señoritas (2007), Me dicen El Querubin (2007), Hoy mañana del ayer (2006), Historias que caben en un dedal (2004), La noche interior (Antología de Cuentos varios autores 2001), L'Homme qui cherchait son visage (2000), 100 Cuentos brevísimos de Latinoamérica, Antología de Cuentos (2000), El otro Caín (1997), El hombre del rostro prestado (1997), Vendimial 3 (Antología de Cuentos varios autores 1995), Pícaros y atrevidas (1994), Antología del cuento erótico (Varios autores), Caudillo iluminado (1993), Cantarrana no es la luna (1993), Por desamor al amor (1992), El viajero de la alfombra mágica (1991), Las muertes de un falte difunto (1990), Las noches del Juicio Final (1989), De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal (1988), Travesuras de un pequeño tirano (1986), Agonía para un hombre solo (1977), El pescador y el gigante (1973), Festín para inválidos (1972) y La cuerda tensa (1963).

 

 

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Material enviada a Aurora Boreal® por Walter Garib. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Walter Garib. Foto Walter Garib © Jorge Sacaan.  Carátula Funeral bajo la lluvia cortesía © Editorial Aurora Boreal®.

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