Y así, en estas disquisiciones sumido, no me pareció indigno de contar un panorama verdadero del que, más o menos, soy insignificancia protagonista, y que es que hay muchas grandes cosas que en estos tiempos nuestros monarcas han hecho hacer para mayor gloria de la patria. Un concilio de todos los sabios y poderosos que en el mundo hay se celebra a orillas del Betis; torneos y justas en el Principado de Cataluña; y la actividad de la Corte es febril cuanto nunca se vio. Materias todas para más alta luz de nuestra causa.
Pero yo solo soy un pobre licenciado que ha estudiado las letras griegas y hebreas, las ciencias de la alquimia y la medicina y no pretendo sino vivir en paz y morirme de otra cosa que no sea el hambre. Y veo que los dineros públicos van a las mesas de los sabios del Betis, a los arreos de los corceles de Cataluña y a los músicos italianos y pintores de Flandes que toman, como el Ejército Real un fortín enemigo, la Corte española. Y que no satisfechos, para que sabios, corceles, músicos y pintores lleven buena idea de estas tierras cuando a las suyas regresen, se busca debajo de piedras y árboles de donde sacar para colmarles más de agasajos, lujos y comodidades; y cuando ya no quedan árboles ni piedras sin levantar, no queda otro remedio que entrar a saco en colegios y monasterios, y de allí quitar el poco pan y las pocas monedas que hayan, puesto que son insignificancias para insignificantes que pueden prescindir de ellas.
Pero, como ya he escrito poco ha, si el mundo no es sino una multitud de insignificancias humanas, la multitud de insignificantes dineros y sustentos que cada una necesita es todo un mundo de dinero y sustento con el que ahora están holgando sabios, corceles, músicos y pintores que tienen su insignificante dinero y sustento en otras tierras donde nadie se los quita para darlos a otros, extranjeros o no; y así se ven con doble insignificancia en propiedad y usufructo, mientras nuestras humanas insignificancias se ven desposeídas hasta de la insignificante insignificancia con que procurábamos todas las mañanas salir, con perdón, de la privada en que estamos como hechos de vientre, y si no, a lo menos no hundirnos más en ella y llegar a la mañana siguiente para procurarlo otra vez.
Y yo soy licenciado, y puedo leer cuantas cosas se escriben en el mundo y curarme y curar a otros; pero otros insignificantes más insignificantes que yo, ¿cómo no van a hundirse, si hasta las malas sogas por donde intentaban subir se las han llevado para atar sandalias a los sabios, enjaezar a los corceles y encordar cítaras y laúdes? ¿Cómo va a ser el mundo perfecto nunca si no cuenta con todas las insignificancias que lo componen?
Se maravillarán luego sabios, corceles, músicos y pintores de que una turbamulta de despreciables pida a la multitud de insignificantes que son ellos, al ruego de con poco me ayudáis, cosa que es absolutamente cierta y justa reclamación, puesto que el poco que el despreciable pide no es sino la insignificante porción que le corresponde, y que le fue robada para mayor orgullo de unas tierras que, a este tranco, nada van a tener de qué enorgullecerse ante nadie. Pues ¿de qué sirven concilios, justas y músicas cuando quien venga a verlas las encuentre rodeadas de pedigüeños y míseros? ¿No sería mayor prestigio que quien viniera a visitarnos dijera de vuelta en su país que en nuestras tierras todos tenemos para vivir en paz, y que por ello somos tierra envidiable y deseable, y ejemplo para el bienestar del orbe entero?
Pues no: quienes nos visiten quedarán absortos, pero no por la maravilla de lo que se les ha preparado, sino por el contraste entre lujos y miserias, pulcritudes y robos, gastos espléndidos y estrecheces generales que los sufragan, dispendios de unos y sacrificios de muchos.
Y al principio dije que iba a decir verdad, y verdad he dicho; y también dije que el señor Cervantes había llegado a extremo al que nunca debió llegarse por no haber motivo para ello. Y ahora digo que tal extremo no es grave, pues puso en su sitio cosas que no eran ciertas; pero que el extremo a que yo he tenido que llegar es mucho más grave aún, pues yo quiero poner en su sitio cosas ciertas, empresa mucho más difícil de abordar; verdades que debieran ser no verosimilitudes como de las que se jactan palmerines y esplandianes, sino mentiras irreales como en realidad son las andanzas de tan falsos caballeros.
Enrique Morales Lara
España, 1968. Es Doctor en Filología Clásica y Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Cádiz. Desde el año 2000 es profesor de español en Mobyus, una escuela de idiomas en la ciudad de Lovaina, Bélgica, en cuya universidad (Katholieke Universiteit Leuven), colaboró durante su doctorado. Ha publicado una veintena de artículos sobre latines y dos traducciones de poesía en RevistAtlántica, Diputación de Cádiz (una del latín y otra del neerlandés), así como el microrrelato "El tercer laberinto" en Dreceres microrelats, DeBarris, Barcelona, 2010, los relatos cortos "Una mañana de caza" en la revista La más bella, nº 3, Madrid, 1996 y "El misionero machista" en Narrativas 40, 2016 y los relatos "La chica te gusta" y "En un tren de cercanías" en Visor-Revista Literaria 3, 2015 y 6, 2016 (en línea estos tres últimos). El cuento "Breve tratado anónimo sobre la insignificancia" ganó el Premio de Relato Corto de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz de 1992; el mini relato "Extinción" fue leído por el autor en 2009 al final del programa Encuentro con los libros, de Onda Jerez
"Breve tratado anónimo sobre la insignificancia" enviado por Enrique Morales Lara a Aurora Boreal®. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Enrique Morales Lara. Foto Enrique Morales Lara © Enrique Morales Franco.