Muerte a destiempo

jan gustafsson 251Como es costumbre en esos casos, me llamaron a la hora más incómoda, como si fuera un deporte universal molestarme durante las mejores horas del sueño, en lo alto de un vuelo de opio o a punto de conquistarme a la hembra del siglo. Y si fuera por algo que valiera la pena, el asesinato de la joven amante de un político o del político mismo, pero no, fue por la inútil e imbécil muerte sin importancia de un sujeto ordinario, del individuo sobrante por excelencia, pobre, desempleado, alcohólico, mal vestido, mal aseado, maloliente. Solo y pervertido, viviendo en un cuarto sórdido que no vale la mitad de lo que él paga con meses de atraso. Cualquiera podría haberlo matado, y cualquiera lo hubiera hecho haciéndole a ese hombre y al mundo un gran favor, echando a la basura unos desperdicios de una sociedad entonces un poco menos corrupta, devolviendo a la tierra un cuerpo inepto para la posesión de un alma, para ser humano, incluso, un cuerpo cuya única y última función posible sería la del abono. La única víctima de este asesinato sería el asesino, un compinche suyo que lo matara por una botella de ginebra, o una vecina aburrida de sus intentos de seducción o violación, o tal vez el pobre padre de la niña del mismo edificio a la que invitara el pervertido a su cuarto para que le tocase sus asquerosas partes.

Pero en estos casos, como en todos, a la sociedad, y por tanto a la policía, tal acontecimiento requiere de más de un solo actor. El objeto pasivo, la víctima, no basta, en este juego tiene que haber un autor, un matador, un asesino. No aceptamos la muerte sin autoría, tiene que haber un malvado, si no, no entendemos a la muerte; la muerte en sí y para sí es demasiado misterio. Un asesino si posible, si no cualquier otro homicida: la enfermedad, un accidente, la edad, o en última instancia la muerte reflexiva, el autoasesinato, el suicidio. Pero de todos ellos el único que vale la pena es el asesino, pues a él se le puede enseñar en público, con fotos y señas, y se le puede castigar, y así cualquiera puede alegrarse de que ese asesino matara a otro y no a uno mismo. Por todo eso existen los buscadores profesionales de asesinos, llámense policías o detectives privados o lo que sea. Y entre ellos me cuento yo, y cuando digo buscador de asesinos no es una metáfora, pues es exactamente lo que soy. Como he dicho, no me llaman para los asesinatos importantes, para esos casos en que el asesino tiene que ser asimismo importante, o en los que se da mucha prioridad a que sea idéntico al que cometió el crimen, no, me llaman cuando la estadística y el municipio o el estado requiere un asesino posible y probable y tan poco importante como el muerto, al que en estos casos, lo reitero, me niego a llamar víctima. No quiero decir que no intentemos solucionar el caso, como se dice, ni que no nos importe quien sea la víctima, o sea el asesino, solo digo que en estos casos la prioridad es tener un asesino y que este sirva para el caso. Luego, si es idéntico al que mató, mucho mejor.
O sea, me llamaron. "Pepe, tú sabes cómo es esto, todo el mundo anda en otras cosas, y para estos casos no hay nadie como tú, así que no me falles esta vez tampoco." Las palabras de siempre. "Cuento contigo." Y ahí estoy. Me visto, salgo, cojo el vehículo y me llego al lugar. Estaciono un poco aparte para llamar menos la atención. Voy rondando el área, el edificio, el patio, las esquinas, las tiendas de la cercanía, las casas del mismo portal, los vecinos. Y si así no doy exactamente con el verdadero e idéntico y mismísimo asesino, seguro que tarde o temprano cae un drogadicto, un alcohólico o una puta gastada a quien echarle lo hecho. Algún ser solitario al que nadie vaya a reclamar. Si posible con antecedentes penales. Un sujeto detestable, execrable, condenable. Y tras un par de años a la sombra se le puede sacar y pasa a la reserva, o sea al grupo de individuos de antecedentes al que se le echa mano en caso de necesidad, en caso de no dar con un delincuente más útil.
En este caso resultaron las cosas más o menos del mismo modo. El muerto no tenía amigos, ni familia que lo visitara. Según los vecinos muy de vez en cuando caía por ahí algún semejante, o sea otro alcoholizado o drogadicto, y en esos casos podía oírse algún ruido o gritos, tal vez de pelea. Aunque la noche del crimen nadie había oído ni visto nada. Mujeres no se le conocía, pero alguna que otra vecina más que insinuó que el sujeto se había pasado de manos con ellas, y hablé con más de un padre o madre de familia que no había dejado que sus hijos bajaran al patio porque se decía que este individuo se abría la bragueta enseñando sus porquerías a las niñas e incitándolas a que se las tocaran. La verdad es que motivos no faltaban, pero estos vecinos eran gente decente y con familia, no servían. Sería injusto que tuviesen que sufrir por la muerte de alguien tan inútil y asqueroso. Así que empecé a buscar materia de asesino por el barrio, y como no me cayó ninguno de buenas a primeras, me dediqué a buscar en la casa del muerto. Algún papelito con un nombre, una dirección, o unas huellas digitales identificables en los archivos policiales. Por unos días tuve que aguantar el olor del cuarto del muerto, imaginándome y siguiendo sus pasos, probando su aguardiente imbebible, cerrando la nevera ante la visión y la pestilencia de los restos de comida semicorruptos, hojeando las revistas pornográficas que lo acompañarían en sus masturbaciones; hurgaba en sus cosas, revisaba los cajones, me lo figuraba tumbado en el sofá, lo veía ahí durmiendo su hedionda borrachera, cogía sus cosas una por una, examinándolas con asco, cogía al azar una almohada y la apreté sobre su cara dormida para detener para siempre su insoportable tufo a alcohol, acabando así una vida de mierda de un cero a la izquierda que molestaba a los demás, y que me haría perder mi precioso tiempo cuando me llamaran para que buscase al asesino.

jan gustafsson 350Jan Gustafsson
Infancia y juventud en un pueblo al norte de Copenhague. Inicia estudios de filología hispánica en la Universidad de Copenhague, realizando durante este tiempo viajes a España y América Latina, incluyendo una estancia de varios meses en Lima en 1980. Tras graduarse en 1983, se traslada a La Habana, Cuba, donde vivirá por cerca de cinco años, experiencia que será fundamental para su vida en lo personal y lo profesional. Tras su regreso a Dinamarca se desempeña como profesor de lengua y cultura hispánicas en distintas universidades, a la vez realiza algunas traducciones y empieza a escribir por cuenta propia. Desde 1995 inicia estudios de doctorado, y desde este momento –para bien y para mal– ocupa la mayor parte de su tiempo en la academia. Desde 1999, es profesor-investigador de la Copenhagen Business School y desde 2012 de la Universidad de Copenhague. Intenta, desde hace un par de años volver a combinar el trabajo académico con la expresión literaria. Está casado y tiene cuatro hijos. Traducciones: Tag mit liv (Arráncame la vida), Angeles Mastretta, Tiden 1988, En beskidt lille krig (No habrá más penas ni olvido), Osvaldo Soriano, Tiden 1990, Et hjerte så hvidt (Corazón tan blanco), Javier Marías, Gyldendal 1993, Følelsesmennesket (El hombre sentimental), Javier Marías, Gyldendal 1994. Novelas: Havana Moon, Cicero, 1992, Sommerfuglens skrig (El grito de la mariposa), Cicero 1993. Producción académica: Artículos y antologías dentro de diferentes temáticas, incluyendo semiótica, teoría cultural, estudios culturales y otros. La mayor parte de esta producción tiene enfoque, además, en temas latinoamericanos. Temáticas relacionadas con la utopía como fenómeno teórico y empírico ha sido central en los últimos años.

 

Material enviado a Aurora Boreal® por Jan Gustafsson. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de jan Gustafsson. Foto Jan Gustafsson © Lorenzohernandez.

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