Poesía de Luz Helena Cordero

luz helenea cordero 250Selección de poemas por
Luz Helena Cordero Villamizar

 

Luz Helena Cordero Villamizar: Bucaramanga, Colombia (1961). Psicóloga, Magistra en Literatura. Su obra incluye poesía, narrativa y ensayos literarios. Libros publicados: Postal de la memoria (antología personal). Ibagué, Caza de Libros, 2010; Por arte de palabras. Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2009; Cielo ausente. Bogotá, Ediciones Sociedad de la Imaginación 2001; El puente está quebrado. Bogotá, Editorial Magisterio, 1998; Canción para matar el miedo. Bogotá, Editorial Magisterio, 1997; Óyeme con los ojos. Ciudad de México, Verdehalago, 1996 y Bogotá, Editorial Trilce, 1996. Sus poemas se han traducido al inglés, al portugués y al alemán. Su obra se incluye en numerosas antologías.

 

 

La aguja

 

Cuando lo liberaron,
el teniente escondía entre sus botas
los bordados que había hecho
durante cinco mil ciento cuarenta y un días
con esos hilos rasgados con parsimonia
a inútiles prendas donde dormían los colores.
La aguja invicta iba, venía, taladraba la noche
y penetraba silenciosa cada agujero en la memoria.
La gloria punzante de su brillo,
su tensa caligrafía,
si cabe el artilugio de bordar los pensamientos.
La angustia de ser hilo y estar a punto de romperse.
El teniente perdió su boca, hundió sus ojos en la tierra,
fue rana, tapir, ciempiés, chamizo, cadena.
Solo la aguja compuso las palabras,
tejió el tiempo vencido, el remoto, el sueño,
solo la aguja como única dueña de sus manos.
Allí, entre sus botas, ahora en libertad,
-pensó y no lo dijo-
guardaba el miedo de perder una aguja.
Cómo decirlo, cómo gritarlo,
su más noble arma en la batalla.

 

Fantasmas

 

Los fantasmas nacen desnudos, como sus dueños,
pero luego se visten con ropas color atardecer
en los ojos de la muchacha que tiembla.
Son títeres que armamos en la infancia,
pedazos de piel, retazos de voces,
crecen como lama detrás de la frente
y nunca nos abandonan.
Son tan personales como la voz o la memoria.
Nadie ha visto un fantasma que no le pertenezca
que no ame como a sus ojos cerrados ante el espejo.
Los fantasmas tienen nombre y apellido,
son ciudadanos dentro de nuestros huesos.
Claro que existen. Tienen el rostro de tu miedo.

 

El patio de la casa de María

 

La casa de María tenía un patio de lluvia,
ollas rotas en lugar de macetas
donde lombrices de tierra plegaban el misterio,
tréboles morados semejaban mariposas,
un caracol asomaba sus tentáculos
y su concha tenía la forma del secreto.
La enredadera, a falta de pared,
se abrazaba alrededor de sí misma
formando nudos que los gatos reventaban
con sus uñas de juguetería.
El suelo del patio de la casa de María
era verdoso de tan húmedo,
su baba pintaba mis dedos -parientes de las hojas-,
el universo cabía entre mis manos.
Por los canales y las paredes
del patio de la casa de María
bajaba el agua a borbotones
o salpicaba con el sonido triste de las cinco de la tarde,
la hora en que María empezaba a regresar.
Entonces yo, que hablaba el lenguaje húmedo
de la lombriz o el caracol,
iba reptando hasta el tiempo en que habría de saber
que María no tenía casa,
la casa no tenía patio
y el patio era una forma de la memoria.


Crónica de un árbol que cae

 

Cuando el árbol cayó sobre la avenida
los autos tuvieron que apagar sus motores,
la niña que llevaban aprisa hacia el colegio
pudo contar las ramas,
pintar con otro verde la panza de los números.
El hombre del Renault dio un puñetazo a sus piernas,
una señora de amarilla tristeza sacó su lápiz de labios
y estampó una sonrisa en el retrovisor,
los comerciantes de seguros imaginaron qué habría pasado
si el árbol cae sobre alguno de los carros,
un vendedor de café zigzagueaba feliz con el rojo de su termo,
el motociclista lamentó la madrugada
sin el recuerdo de un abrazo,
algunos tontos hicieron sonar sus bocinas
como si el ruido pudiera despertar al árbol.
A los pocos minutos llegaron treinta bomberos,
diez policías, tres periodistas, un obrero con su sierra
y rodearon al muerto con sus cintas y sus voces portátiles.
Pronto la fila de coches fue una larga serpiente de furia
que abrevió la ducha del presidente.
En veinte minutos el tronco fue mutilado
por los chirridos del acero y la fuerza del hombre
que parecía convulsionar en medio de un séquito de espectadores.
Brazos y palas retiraron las ramas
y la avenida volvió a ser la de siempre:
un largo bostezo, un furioso tropel de adversidades.
El muñón quedó derribado entre la hierba,
expuesta su médula húmeda, su corazón de perfume a la intemperie,
su sangre de madera quedó allí como el rastro del azar,
como el informe de un instante que pudo llamarse felicidad.
Allí sigue todavía el despojo del árbol
que quiso alterar la conciencia de los días.
Es otro héroe caído. Otro monumento a la torpeza.

 

Bogotá, asfalto y denuncia

 

Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil
Federico García Lorca

La calle hierve en sus sales de humo y aceite.
No hay más espacio para el ruido,
el olor metálico, la desconfianza,
la guerra de los autos y los pies en el asfalto.
No hay ojos sino cuerpos que chocan,
piernas que huyen,
un coche tras otro disputándose el aire,
aguantando las ganas de matar.
En el desfile de la cólera y la prisa
una luz, un breve brillo,
una alucinación frente a un local comercial
que ofrece jaulas con aves cautivas.
Un colibrí a ras del cemento hace su vuelo ritual,
intenta atravesar la vidriera
una y otra vez, una y tantas veces ante mi asombro
va y viene del suelo a la vitrina.
Su inútil búsqueda, su angustia y mi dolor.
No es un juego macabro.
Es la ciega terquedad de la vida
contra el acero y el espejismo del cristal.
No me duele el extravío del picaflor
en medio de un campo de concreto.
Es su magnífico aleteo de imposible tornasol
el que hiere los ojos.
No es el destierro, es la tienda de pájaros.
Es la raíz rompiendo el pavimento,
el vuelo del colibrí en el infierno.
Federico lloró la patita del gato quebrada por el automóvil
y hoy escucho su voz al mediodía
ante la indolencia de esta ciudad
que llueve la aniquilación maquinada
del verde que te quiero verde.

 

Selección de poemas y envío  a Aurora Boreal® por Luz Helena Cordero Villamizar. Publicado con autorización de Luz Helena Cordero Villamizar. Este material también fue publicado en el Especial Autores Colombianos de Aurora Boreal® - Número 23-24, Mayo / Septiembre 2018. Publicado con autorización de Luz Helena Cordero Villamizar. Fotografía de Luz Helena Cordero Villamizar © Efrén Piña.

Para descargar el Especial Autores Colombianos de Aurora Boreal® - Número 23-24, Mayo / Septiembre 2018 pulse aquí.

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