Sebastián Fiorilli

sebastian_fiorelli_001Sebastián Fiorilli Di Rienzo Benvenutti (italo-argentino, 1977) es licenciado en comunicación social, publicidad y medios de comunicación. Es traductor científico y literario en inglés. Ha publicado Antología Poética de Escritores Santafesinos. Rosario, Argentina 1996-1999, Marisma de mí. Poemas. Ed. Vitruvio, Madrid,  2004, La voz y la escritura. Poemas, Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, El perfecto Dejado. Poemas. Ed. Mar Futura 2008,  El mundo dejado a la suerte de una cabra. Poemas. Ed. Mar 2012, La poesía da para comer (Libro completamente comestible, Edición en oblea®) 2012, Yo también fui normal, Cuidado que viene el lobo. (inéditos en proceso de edición).

 

 

 

Autocrítica nº I


Un poco de consideración por mi lento desconcierto
de hombre que hace sus deberes,
que come y mastica la digestión de las salas de espera,
las horas permeables en la pared,
que duerme según lo establecido,
sin saltearse las comas,
que planea recuerdos en asamblea con la noche,
o que intenta subir peldaños con los dedos
teniendo cuidado de no hacer ruido con los huesos suaves.

Un poco de consideración por mi ropa antigua,
por mi intención de pertenencias vacías,
de propiedad pública,
por mi baúl de zapatos sin estrenar derrumbes.

Un poco de cuidado,

¡qué sólo intento que la mañana no se me vaya de las manos!

Que intento tener un poco de respeto por haberme
nacido con tantos errores,
con tantas faltas,
en este día,
en este extraño dolor de perdonar el útero de mi madre,

- no vaya a ser que mañana despierte con otras lágrimas -,

que comience a verme desde fuera con el mismo abrigo,
descalzo de avenidas,
que tome distancia del amor y haga una hilera de rabia
en la luna,
o porque simplemente no te crece mi alegría en los hombros,
o porque no discurro del derecho,
o porque no transito mis huellas del revés,
o porque hay veces que sólo tengo miedo,
o porque me pongo en posición fetal y ridículo,
a rayas,
sintiendo frío,
nada más.


Un poco de consideración por mi falta de realidad,
por mi carencia de lógica,
por colgarme siempre del perchero equivocado,
por tener la extraña sensación de usar una corbata de padre novato,
por darme las buenas noches con la culpa de final feliz
y porque enciendo una lámpara que te descubre sólo una parte de la sombra.

Pido perdón por cortarme las uñas y meterlas en un mortero,
por cocinar y dar a luz a mis abuelas,
por parirlas desde el futuro con sensación de sueño lastimado.

Harto de mi falta de calcio y mi mal oficio de fumador arrepentido,

- saturado -,

hasta el moño de la maquinaria
de caminar y vaivenear las extremidades como todo el mundo,
repetido,
casi muerto.

Un poco de consideración entonces,
por la estética que no llevo a tono con el rubor de los camiones de la basura,
por lavarme la cara y mezclarla con la ropa de color,
porque he decidido meter a mis familiares en un frasco
de vidrio,
o porque cada vez que intento tocarte uso mis guantes
de goma como si se tratase de un mar encañonado,
por este día,
por esta tarde,
por esta noche es que pido un poco de consideración y
una deferencia por la virtud no florecida del pájaro hormiguero,
pero también una celebración por tu hígado, por cómo se relaja
tu diástole, por cómo se contrae mi sístole,
o porque como de manual, o porque no se me ocurre nada
de lo que pasa entre tu latido y el silencio de una nota musical.

O porque no sé cómo acabar con los principios de -había una vez-,
o porque el lobo me sopló mi refugio de protección oficial,
o porque si me lo propongo,

nada viene terminando nunca.

 

 

Autocrítica nº2

 

Mañana, cuando salgas a la calle,
pregunta por qué nadie se interesa por tu ombligo,
por tus pies planos,
por tus legañas que trazan tu rostro de perfil y lado opuesto,
por tu tos seca aclarando los recuerdos rotos,
por tus pómulos mal planchados,
o por tu paciencia de ocupar la ciudad al mismo tiempo en que se apagan
todas las luces a la vez,
al mismo tiempo en que se abre la última defensa
de la madrugada,
al mismo tiempo en que le susurras el sueño a las solapas.

¡Y que sales, ves...!

Y que cortas la aurora con una tijera,
con los dedos en V, -moviendo el índice-,
y que pones un remiendo de calorcito a los carteles molidos ,
y que igual te fijas en ellos aunque esté prohibido,
y que el gris, aunque te asuste, todavía sigue siendo tímido para atreverse a decidir qué llevar en las manos,
en las mochilas,
en las suelas gastadas de tanto caminar por encima del hombro.

Mañana, pero sólo después de bostezar la rutina y una vocal cerrada,
pregunta por qué das los buenos días a los buzones con la garganta repleta de sol,
pregúntate por qué el júbilo,
por qué la alegría y el mal aliento desafinan cuando todo está por empezar,
y se mezclan con el humo de un tráfico asustado,
con las noticias descongelándose en las fuentes y parques sin respuesta.

¡Muy temprano!

Con las esquinas recién sudadas,
o cuando un semáforo se pone de tu lado y se la pasa ensayando cuál será el color del día,
pregúntate por qué no termina de encajar con maletines despiertos,
sacos o automóviles tuertos de ningunas.

Y entonces, me pregunto y te preguntas cómo afrontar cada minuto hirviendo en las ventanas,
el viento como sábanas atravesándote la nariz de muñeco mentiroso,
pregunta por qué tu inminente calvicie descubre la urgencia del otoño
en tus pensamientos,

-precipitándose-,

¡Lloviéndose mal, en cuenta gotas!

Y porque cuando salgas, entonces,
o porque cuando saldrás, después de todo,
no valdrá la pena que te detengas a preguntar
y untar el paisaje como si se tratara de una caricia
carcomida,
tuya,
algo mía,
casi nada.

 

 

Autocrítica nº 4

 

Vean cómo va doliendo violines en la espalda,
cómo arrastra sus pechos y hojitas
de afeitar temores,
alguna verguënza próxima,
los gestos mal alimentados.

Vean cómo tose la noche,
cómo va armando tormentas en los pulmones,
cómo le quejan cartílagos y flores,
cómo se le cae el engaño de la rabia,
la distancia doblada con la ropa,
el pajarito mojado del amor, la miga de pan en la sopa.

¡Abran las sienes,
los precipicios,
las articulaciones!

Pasen y vean que todo se empieza a marchar
por un remiendo del día lesionado,
por donde normalmente se escurre la memoria
con los fideos,
por donde debidamente anochecen
los restos de juventud,
por donde tu respiración enmudece de relojes y tejados.


¿De qué sirve contar los exilios
de un invierno mal tocado,
regar las uñas de la médula y replantarlas
en los huesos?
Se necesita del idioma mal lavado para oler a niño limpio,
se necesitan hierros suaves
para oxidar el hígado del sol,
para abortar la vejez en un pañuelo.

Vean cómo va sanando la muerte en los rincones,
cómo se defiende el tiempo,
de la mujer que crece en el cuero cabelludo,
de cómo un faro busca salvarse en el desierto.

Vean lo poco que interesa ladrar martillos en la soledad,
lo mucho que puede atraer el tumor de los claveles,
el ladrido de un dado,
la mala praxis de unas piernas depiladas.

Y va, va curando melodías en las costillas,
va dejándose levantar en la agonía tibia,
y va,
va,
va.

 

 

Comunidad

 

Mi vecino se acaba de levantar,
me saluda confundido,
como si le temblasen bosques en la voz,
como si quisiera gritar un nombre doliendo
trenes, pariendo curaciones que nunca llegarán.

Lo veo desayunar con su pareja,
mirar por la ventana;
a lo mejor busca una frase bonita que decir
o, tal vez, combinar sus calcetines con la mañana,
romper con el codo las emergencias de la nostalgia.

Es un hecho.
Mi vecino se acaba de levantar,
me saluda,
pero quiere decir algo más,
quizá le tirita su mujer en el café
o le preocupe no regresar al final del día con el jornal.

Mi vecino no comprende lo que ocurre en el patio interior que está
acorralado de vecinos que, simplemente,
se acaban de levantar,

sólo eso.

Supongo que ahora seguirá con los trámites del comienzo,
organizarse,
pensar que algún día morirá,
hablar con un amigo,
saber que está ahí,
que algún día se irá por la ventana para no regresar.

Llevo horas espiando esta normalidad
de domingo roto.
Tengo que escaparme de aquí, voy a escaparme de aquí,
voy a regresar de la costumbre.

Mi vecino, acaba de arrancarse los restos de la última mitad.
Cierro la ventana y vuelvo a la tarea de revolver mis alegrías con una cucharita de té.

-Revólver en mano-. Fin de Fiesta.

 

 

De casa al trabajo y del trabajo a casa

 

Es sencillo,
te levantas a la hora que sea,
en cualquier escondite del mundo,
habitual, casi concreto.

Te lavas los dientes para quitarte cualquier
grieta del beso que no has dado.

Meas, pones el café,
te arreglas el pelo,
la calva...
"El interior no te lo arreglas",
para qué,
habrá que pensar qué ponerse,
hace frío -y esas cosas-.

Las legañas, en cambio,
son la prueba de un sueño defectuoso
del que no recuerdas haber trazado su final.

Y, de repente,
¡Le partes la cara a la vida! -otra vez-.
Sales,
a la ciudad,
al campo, al amor,
al manicomio,
a lo que sea.

Un día nuevo,
nada que arreglar,
al menos eso crees,
todo normal,
al menos eso crees.
-La noticia es que durante la tarde lloverá,
que han detenido a cuatro terroristas-.

Página 43 del diario que lees rumbo a cualquier desguace.

El mismo café,
la misma repetición de ratos y lugares.
El sueño sigue sin aparecer,
las legañas se desprenden como final del día en las persianas de la amargura.
-Han detenido a cuatro terroristas-.
Página 57, vuelta a casa.
Te arreglas las solapas heridas de una tragedia
que el final te ha metido en el traje,
afuera ya no hay calles,
te han quitado las noches con algodones secos,
te desmaquillas la mujer que no paró de sonreírte
un hábitat entero de peces tropicales.

Pero todo parece normal,
la misma cena a la misma hora,
una charla con cualquiera de siempre, siempre en el mismo lugar.

¿Has leído las noticias?

Meas, te lavas los dientes,
sigues sin arreglarte el interior,
hace frío de hogar y esas cosas,
te frecuentas de memoria,
repetido,
tu abrigo sonríe
con restos de viento en los bolsillos.

Yo te espero para una próxima costumbre,
-créeme-,
mañana volveré a leer el diario,
quizá no,
a quién le importa.

 

 

Las ventajas del amor

 

Enamórate todos los días y sentirás:
Ganas de ir al baño cada dos segundos,
náuseas, escozor.
Notarás sarpullido,
taquicardias en las uñas de los pies,
te creerás el padre de Virgilio,
el hombre o la mujer que descubrió el centro del jadeo.

Quiéreme todos los días y sentirás:
Esa cosa en el pecho,
el asesinato en los segundos,
la coma mal puesta y el punto en cualquier parte.

Enamórate todos los días y sentirás:
Un hipódromo en la garganta,
la rebelión del campesinado ruso en los genitales,
un coro de parques en los tímpanos y su voz
fraseando hasta en el pan duro de hoy.

Quiéreme todos los días y sentirás:
Que todo esto tiene un final,
que el final es lo mejor
si te has enamorado todos los días,
si me has querido todos los días,
si has sentido todos los putos días,
y si todas las burradas estas que te nombré
te sacuden,
de pro,
de contra.

Enamórate, qué cansancio.

 

 

Redes sociales

 

Quiero que sepas algo,
con el amor,
no alcanza.
Tampoco con los ansiolíticos,
ni con un sueldo estable.
En realidad nunca es suficiente,
estamos al límite del desastre
o del universo que intenta metérsenos como una pegatina guay en la ventana.

Si no hay fronteras en el amor,
algún país se inventa un muro
donde occidente y oriente
se disputan poco menos que un punto cardinal que atrasa, una red social que tiende sus trampas e inscribe su protesta
frívola y vouyeur.

¡Protestones del mundo, uníos a este grupo que saca a tender la nada cuando sólo está nublado!

Así está la cosa,
cientos de millones de amantes planean
romperse la mirada contra el asfalto, esperar a que la humanidad tenga dos dedos de frente y un perfil bonito, ya que con ir de frente, no alcanza.

Ya no tengo nadie que me llame,
con quien salir,
con quien quejarme de este poema malo,
de esta inquietud por lo inexistente, de este premio consuelo llamado, poesía, caramelo de limón o cisterna.

Una mujer me ha mirado hoy,
no nos atrevimos a limarnos
el deseo, ni a detonarnos las células
en la cama, sólo se limitó a tirarme sus
ojos contra los míos,
pero yo me di la vuelta,
y su mirada se fue esfumando junto con mi miedo.

Quiero que sepas algo,
con el amor nunca es suficiente,
ni con un sueldo estable,
ni con la terrible sensación
de querer estar rajando el cielo.

 

Redes Sociales 2. Deshojar la margarita.

 

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Hace unos instantes. Hace aproximadamente un minuto...

estaba pensando en ella, también en él,
y honestamente quiero compartirlo.
partirlo en diez mil pedazos,
caminar relatando pájaros celestes,
practicar una cesárea en una bocacalle
y alumbrar de cascabeles esta
infamia de las siete mil de la tarde,
de esta ciudad cosida con S y con C de
sonido de pato cojo, C de Hogar, H de
horror ortográfico.
Esta ciudad cualquiera tapada de típex
y esquinas de lápices mordidos,
y gatos con barba de 3 días,
y aliento de jefes mal planchados,
de belleza camión de la basura y saldos
de color del arcoíris ligándose a los bancos
de sólo una plaza.
Ciudad que se corta la oreja para que la soledad
le diga cerdadas cuando enero aprieta
el cuello de los árboles.

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Esto de repartir barajas que sellan la espera del invierno en los buzones, barajas que despegan sin remites en los omóplatos,
carteros tosiendo los caminos, carteras vacías que no acaban de traer esa noticia que habla de amor y pared frita.

Compartir y partir poemas como panes, hostias como peces tropicales,
de creer que un milagro es posible treinta y siete minutos después de practicar sexo con un escuadrón de hipocampos de goma.
Coger el metro un instante antes de tener hipo en el abrigo,
follar el follaje que lleva una guiri en su falda,
ahorcarse con las alcantarillas y gritar

¡Vivan los Novios!

en el velorio de un caballo.

Fumar en cada espera sin que aparezca un solo autobús,
pronunciar correctamente Massachusetts con enjuague bucal en los ojos.

¿Te sigue gustando?

El engaño pinta en bastos y locutorio rima con la distancia del polen y las hojas.
Aterrizar con la imaginación en esta ciudad cualquiera,
volar con la rutina en este pueblo de rascacielos y cosquillas,
meterle un termómetro en la boca a un sapo y simplemente decir:

te quiero.

No hay huevos. No te hagas el gallito. Gallina.

¿A quién le llamas gallina?

Cobardía, nata,
cuchara china, ciudad, bilis, farola, trombón de nube.

 

 

Ya no te gusta.

Pues sí, pues sí...

PUESÍA.

 

 

Tener tu ropa limpia y protegida a la vez que cuidas del medioambiente, ahora es posible.

 

He tenido un arrebato de momento poético
al lavar la ropa,
no olfateé tu ropa interior, -en serio-,
ni confundí la espuma del mar
con el detergente barato del supermercado,
simplemente descubrí que la circularidad
del ultra fino y táctil electrodoméstico se debía a un vínculo
simétrico con el sol de finales de abril y algún intento
de pubertad en tus senos,
y que además, existía
una relación con el camarote del Capitán Nemo que por fin decidí ahogar con mi
primer dolor de estómago,
con mi primer inocencia a caballito.

Tampoco me asombré con el leve desteñir de tus
medias lilas, ni muchísimo menos
atiné a pensar que podía ser una metáfora de los arrecifes de coral de Queensland, -Australia-.

Nada,
sólo reflexioné sobre el centrifugado
y mis ganas de volver a verte, cosas sencillas,
más rápidas, más de acá.
-poca relación entre ambas-.

Pero así sucedió, mi capacidad no soporta seis kilos de humedad violenta,
ni está basada en la tecnología eficiente para
proteger las prendas más delicadas,
mi capacidad es infinitamente inferior,
es un tambor horizontal con agujeros
por donde te escurres.

No dejes que la ropa sucia pueda contigo, no te programes,
tu carga frontal te hace ser más libre
en su interior, y por supuesto,
sacarás sin arrugas cualquier
resto que hayas sido.

 

 

Zapping

 

Si estás tumbada en la cama en ropa interior y yo escribiendo
poemas inútiles,
cómo explico al lector que nada de lo que hago
tiene sentido ante semejante acto
de imprudencia por tu parte.

Al mismo tiempo, en la tele, una ex actriz porno explica su pasado
ante un novio curiosamente célebre por haber sobrevivido en una isla caribeña.

Me animo.
Empiezo a notar que este verso
cobra algún sentido ante semejante contrapunto lírico.
El presentador del programa de televisión donde aparece la ex actriz porno, habla de la vida mientras intenta vender las propiedades de las babas de caracol para las arrugas.
Tú, en cambio, sigues ahí, apuntando con tu culo a la pantalla del ordenador, distrayendo ese poema que tenía preparado para hoy.

-Creo que iba de dos locos que se montaban un trío con una empleada
de una perfumería de barrio-.

-Ella seguramente se asustaría ante el tamaño del miembro de uno de los locos. Ellos quizá lo hubiesen grabado todo con sus teléfonos de última generación.

-La historia iba a ser mucho más poética pero es que la ropa interior no me deja pensar, me distrae-.

En la tele, ahora, la ex actriz porno llora desconsoladamente porque no habla con su madre desde hace tiempo,
las babas del caracol valen menos si llamas ya,
el mundo entero está en promoción y tú no te has enterado,
cambias de programa,
me arruinas la historia del trío con la empleada de la perfumería de barrio.
Es inútil,
los versos nada tienen que hacer ante el despliegue de una mujer y
un hombre semidesnudos,
cortan la inspiración de todos los escritores inútiles que nada tienen que aportar a la historia de la humanidad.
Seguramente, esto no será un poema para muchos,
es más,
para todos no será un alejandrino perfecto por razones más que obvias.

Pero qué carajo hacer ante un culo,
una ex actriz porno,
y unas babas de caracol que prometen la eterna suavidad.

 

Selección de poemas de Sebastián Fiorilli para Aurora Boreal® realizada por Sebastián Fiorilli. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Sebastián Fiorilli. Foto Sebastián Fiorilli©Sebastián Fiorilli.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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