Poemas de Roxana Elvridge - Thomas

roxana_001ROXANA ELVRIDGE-THOMAS (Ciudad de México, 1964). Estudió la Licenciatura en Ciencias Humanas en la Universidad del Claustro de Sor Juana y la Maestría en Literatura Mexicana en la UNAM. En 1990 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven "Elías Nandino"; en 1993 el Premio Nacional de Periodismo Juvenil "Elena Poniatowska", en el área de Entrevista; en 1998 el Premio Nacional de Ensayo "El Privilegio de la Palabra (Instituto de Cultura de Yucatán), en 1999 el Premio Nacional de Poesía "Enriqueta Ochoa" y en 2010 los Juegos Florales Nacionales "San Marcos Tuxtla 2010", Premio de Poesía "Daniel Robles Sasso". Ha obtenido las becas del Centro Eurolatinoamericano para la Juventud (CEULAJ), de España, en 1993 y la de Jóvenes Creadores, del FONCA, en el periodo 1997-1998, ambas en el área de poesía. Ha publicado Memorias del aire, dentro del libro colectivo Labrar en la tinta (UNAM, 1988, poesía), El segundo laberinto (UNAM, Colección El ala del tigre, 1991, poesía), La fontana (UAM, Colección Margen de poesía, 1995, poesía), Imágenes para una anunciación (Casa Juan Pablos, 2000, poesía), La turba silenciosa de las aguas (UAEM/La tinta del alcatraz, 2001, poesía), Fuego (Lunarena, Col. Poetasdeunasolapalabra, 2003, poesía), Xavier Villaurrutia ...y mi voz que madura (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2003, ensayo), Gilberto Owen. Con una voz distinta en cada puerto (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2004, ensayo) y Umbral a la indolencia (Orizaba, Letras de Pasto Verde, Colección El Celta Miserable, número 3, 2009. Poesía). Poesía y ensayos suyos han sido recogidos en numerosas antologías en México, España, Canadá y Francia. Poemas, ensayos, artículos, y entrevistas suyos han sido publicados en revistas y suplementos culturales del país y del extranjero. Asimismo, ha dirigido numerosos espectáculos teatrales en diversos teatros y espacios culturales de la República Mexicana. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2004. Actualmente se desempeña como profesora-investigadora de Tiempo Completo en la Universidad del Claustro de Sor Juana y como docente en la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA.

 

I

Si logras que un gato te mire a los ojos
y miras muy fijo en los suyos
y sientes que el oscuro ronroneo
pasa a tu cuerpo
y vibra cuando respiras
y ves que no es confuso,
sino parte de tu piel y tu mirada.
Y ves más fijamente
y los colores de su iris van cambiando
y brillan. Pero en el centro
la pupila, alargada, crece
y se entreabre
y te muestra
sus jardines, los rumores que lo inundan,
los pliegues pequeñitos de las cosas
que son grandes y flexibles y misteriosos
y te llevan a otros mundos, con colores y sonidos
y sensaciones que no sabías que existían.
Pero si te asustas
y cierras los ojos,
pierdes el mirar fijo y el ronroneo.
Y él parpadea
y se cierra esa puerta
hasta que vuelvas a lograr
que un gato te mire a los ojos
y mires muy fijo en los suyos.
(Para Sergio Laignelet)

 

 

XI

Tirado de barriga
frente al gato tirado de barriga.
Mi cara en su cara
sus ojos en mis ojos
y las dos narices juntas.
Como espejos.
Como sombras.
Porque el gato es negro y es como mi sombra
pero sus ojos brillan y dicen cosas.
Dicen que la luna no es un foco ni un conejo
pero sí un ojo de gato que reluce
y que a veces, como él, se duerme.
Y todos los gatos se llaman como el gato,
con su nombre secreto
que me dice suavecito
en su lengua
para no olvidarlo.

 

 

 

XII

Un gato luminoso deslizó sus huellas por mi sueño,
rondó el espacio en el que habito,
encendió con rumores las bujías
que pensaba fundidas para siempre.
Trajo en las pupilas el remedio
que ayuda a atravesar todo abismo.
Entre el pelo de su lomo
vivía una legión de seres asombrosos
siempre listos para el tósigo, las alas
y el balance sempiterno de las lunas.
Su luz alimentó los pliegues de estos muros,
hizo cóncava la almendra en que reposo,
bordó mil manantiales al contacto de sus patas.
Ahora, que emprendo nuevamente la marcha,
vuelvo el rostro hacia el lugar donde solía morar
y veo al gato iluminando la ventana.
Cierra los ojos.
Comprendo que se ha ido.

 

 

 

VERANO

Se esparcen mieles densas por su cuerpo.
Derrama adormecidas infusiones,
espesa la sangre lentamente para luego aletargar a los mortales.
Pasta en los sudores que alienta,
bebe de la sed que explora pieles,
deambula por cordura enardecida.
Es sabio y cruel.
Goza el descaro, la impaciencia, el terror.
Ceba ira

seducciones

luego engulle a los caídos en sus garras.
Es ánfora de aceite donde escalda a los endebles,
Lengua que pasea su sequedad entre los pliegues,
golpe de vapor insospechado,
clamor que graba el aire de candelas al marcharse.
Al cabo de los ciclos volverá.


 

 

MUJER QUE GOZA AL PENETRAR EL HUMO

Vierte al fuego las resinas.
Inunda el claro con vapores de maderos, secreciones, asaduras.
Se pierde en ese pliegue que se horada en la montaña al elegir los animales,
las breas, flores, juncos, pulpas, raíces olorosas.
Danza jubilosa entre el humo.
Aspira.
Impregna los muslos, los pezones.
Siente penetrar por sus resquicios ese aroma que satura su delirio.
Regresa a la aldea cuando se ha extinguido la emulsión.
Pasa al lado de ese hombre que la embriaga aún más que sus mezclas vaporosas
y él se prenda del aliento que la envuelve.
Se entrega, rendido, a ese cuerpo ahumado, perfumado

 

 

 

DOLOR

Si ves el ciervo herido
que baja del monte, acelerado,
buscando, dolorido,
alivio al mal en un arroyo helado
y sediento al piderm se precipita,
no en el alivio, en el dolor me imita.
Juana Inés de la Cru
z

 

Indigno romper de columnas desata su acero sediento y vierte calderas de hiel por aletargados, anatómicos surcos.
Rata enorme, enloquecida, clava colmillos certeros en pez por demás vulnerable.
Ciego látigo.
Perfora con furia resquicios, invierte el código errante, corroe los huecos.
Deslumbra, certero.
Indómito ser inasible, horada la fuerza, tuerce el sentido, aspira el aliento, desarma y se va.

 

 

 

J. BEUYS SE INTERNA EN LA HOGUERA DEL HORIZONTE

La ceniza da cuenta del incendio.
Soy ceniza y soy miel y tres vasijas
que encaminan al ocaso sus señales.
Y soy yo entrando ahora a otra hoguera donde un libro me dicta proteger la flama
y me pregunto cómo cuido aquello que me abrasa.
Y soy yo en el avión envuelto en llamas cayendo por jirones de aire,
después envuelto en grasa y fieltro.
Oruga, invertebrado.
Como el ave que calcina sus emblemas y renace en turbia larva lubricada.
Y soy yo encendido por ese pensamiento que es destreza y es creación,
que inflama mis sentidos y mis obras, y mis manos.
Y soy las tres vasijas donde viajo entre mieles a fundirme, al fin, ceniza con la flama.

 

 

 

TIGRE

Porque lo bello no es nada más que el
comienzo de lo terrible, justo lo que
nosotros todavía podemos soportar.

Rainer María Rilke

 

Cólera dormida, retráctil alfabeto en llamas.
Peso, brillo, áurea talla.
Amamanta con luz a sus cachorros.
(Vivas llamas en quinqué,
inquietos resplandores custodiados por cristales).
Indómito ángel, cuerpo que es silbido, que es antorcha al penetrar la selva gangrenada, al erigir clamores que calcinan, arrasan, transforman todo cuanto arde con su paso.
Empaña el mercurio con furor de miradas. Iracunda adolescencia -adolece
de sangre.


Su belleza paraliza.
Luego el nombre que encarna en la carrera, en los músculos que abrasan.
Dentellada, como flecha, en la garganta.
Cuando duerme huele a sangre.
(Aunque uno de su raza dijo que el olor era de sexo y carne macerada).
Se escucha el crepitar de sus pulmones, el aire se enrarece de la esencia macilenta de la presa.
Cruel kratofanía.
Gorgona.


Es cautivo por su imagen cuando astuto encantador ofrece a sus ascuas un espejo bañado de alcanfores que invierte el papel del exterminio.
La bestia es seducida.
Su hermosura la destruye en el reflejo.


 

 

CIERVO

Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando y eras ido.
San Juan de la Cruz

 

Ráfaga de fuego
hiere la memoria.
Arrobo que roba la paz al que atisba esa fuga de bestia que es árbol en llamas, que es río palpitante de anhelos.
Consume el veneno a quien mira, al lejano aliento deseado.
Enfermo, llagado, el pozo que añora ese oscuro bramido, calcina en su flama la ausencia.
Adolece.
Lo turba el paso intuido, la búsqueda atroz del vaso que arde.

- Te anhelo como tú a las fuentes, esquiva melodía que es tan dulce por estar al otro extremo.
Bello, inalcanzable, efímero clamor que surca mi dolencia.
Tu pliegue desgarra el tajo tan cruel del ensalmo.
Preña con tu vista mi impaciencia, sáciate bebiendo este delirio que tú mismo inoculaste tras la marcha.
Quiero poseerte hasta los huesos, doblegar la cólera encendida de esa cuerna, abatir el lenguaje de tus belfos, ser la letra de ponzoña que en tu lengua sobrevive.
Rasgo mis yemas al tocar tu argolla en llamas. Ansío tu imposible regreso, tu aliento que sacie en mi sed el alma calcinada.
Soy la fuente y el veneno. Eres hiel y manantial.
Acaba ya, dulce, perdido, y llévate mi ser en tu carrera.

 

 

 

BACTERIA

Para hacer que te enamores
de mí con pasión tan fuerte,
que te consumas buscándome
sin que jamás ya me encuentres.
Federico García Lorca

 

Son tus marcas las que surcan mi epidermis.
Son señales de mi ausencia de este mundo.
Del poseso que se enfrenta a la cicuta de tu ausencia,
de ese hueco que no alcanza a descifrar cómo sales de la almendra que te tallo.


Deseo con avidez tus pliegues que contengan mis anhelos,
devorar uno a uno tus respiros,
arrojarme a tus pisadas y colar mi esencia por tus dedos,
hallar algún resquicio y penetrar, como bacteria, en tu interior.
Colarme por tus venas, por tus ritmos.
Infectar con mi presencia tus funciones.


Estar presente cuando comes, cuando bebes, cuando sueñas.
Ser parásito intangible, certero en mis afanes, logrando que respires mi memoria,
que en tu bilis se esculpan mis facciones,
que en tus nervios transiten mis sentencias.


Y que sean mis marcas las que surquen tu epidermis,
señales de que vives en mi mundo
y seas posesa que se enfrenta a la cicuta de mi ausencia.

 

 

 

JABALIES

Son legión y son la muerte.
La tierra se acongoja con su paso.
Trote ungulado, huellas que son cráteres exhaustos. Nada crecerá tras de su avance.
Siete veces siete ciclos han corrido. Fieras bajas, piara agreste con eréctiles pelajes.
Qué potencia dio el Porquero a esas patas.
Qué consigna de yermar y expeler entre colmillos los vapores.
Corren, queman. La furia de los dueños se perpetra, la sangre de los prados se calcina.
Quien coma hierba o fruto circundante, ve explotar sus vísceras, expira entre vómitos y espasmos.
Toda agua agitada por un golpe de pezuña envenena con gases al que pasa.
Corren, bufan, arremeten, siete veces, siete ciclos.
Se acercan sus llamas.

 

 

 

NOCTURNA PERSUASIÓN

Nocturna ocupación de los sentidos, que enciende de rumores la epidermis.
Despliega la elocuencia de un aroma y pliega en los alvéolos mil sabores presentidos, mil tormentas anunciadas en asomos de abordaje.
Un sigilo de entretela se cierne sobre ávidos tizones.
Ser adictos al aroma de pantera que emana de los cuerpos, al vértigo que embriaga todo tacto incapaz -aún- de bogar a libre arbitrio entre alforzas.
Arte exacto que involucra lluvia y yemas, el cómplice latido del contrario.

 

Nocturna ocupación de los alientos, entrelaza sin tregua ambos furores.
Abrevan en el fuego que se escinde cuando espiran.
Inundan de profanas oraciones cada poro que se cruza, cada trozo que se funde por los vahos.
Mansa ponzoña, arranca voluntades.
Suave acero, marca miembros transitados, paraliza al contrincante en esteros de amapola que surgen de entre labios.

 

Nocturna ocupación de las entrañas, presiente al otro cuerpo en los resquicios.
Ansían las células su soplo, ritmo interno se preludia, se acompasa, vierte a un tiempo sus fluidos y el coso se atempera en herrajes que acrisolan.
Palpitan los rumores soterrados.

 

Nocturna ocupación que nos seduce e inclina los baluartes al arroyo.
Enciende recovecos aturdidos, incita a la piel, a sus ranuras. Ofrece de sabores un retablo, de pétalos los párpados se embriagan.

 

Nocturna ocupación es la palabra. Invade cada pliegue de sentido, templa todo vello, todo artejo, cada huella inasible.
Envuelve a quien la alienta en las vísceras de un higo, en sutiles espirales que desprenden los rescoldos del silencio.

 

 

Selección de poemas de Roxana Elvridge-Thomas por Sergio Laignelet. Material enviado a Aurora Boreal® por Roxana Elvridge-Thomas y Sergio Laignelet. Foto Roxana Elvridge-Thomas©Roxana Elvridge-Thomas

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