Fernando Cruz Kronfly - 'Allende el mar: lo conmovedor'

Aguda reflexión sobre el libro Allende el mar de Óscar Osorio

 

Allende el mar
Óscar Osorio
Crónica
TusQuets, Colección Andanzas, Colombia
Páginas: 216
2023

 

1-. Se ha escrito, con razón, que los textos que componen el libro “Allende el mar”, del escritor Óscar Osorio, son conmovedores. Es así.

¿Pero, dónde habita en estos textos lo conmovedor o, si no habita directamente allí, qué lo permite?

2-. No hace mucho, durante mi recorrido por una carretera de tierra a la vista rumbo a mi estación de trabajo en la cordillera, de repente en una vuelta alcancé a ver un gentío de diversos tamaños y colores.

El gentío colgaba de una alambrada extendida al viento y al sol.

Detuve la marcha. Estaba en presencia de lo conmovedor. Sin embargo, sé bien que lo conmovedor jamás está hecho de una sustancia que se pueda ver. Tampoco es algo que se pueda oír ni tocar. Lo conmovedor no es algo de competencia de ninguno de los sentidos.

Bajé de la camioneta, Me dediqué a observar. Había una casita próxima a la alambrada donde el gentío de muchos colores colgaba al viento y al sol.

A la sombra de ese gentío una mujer cantaba una tonada extraña.

¡Hola!
Una mujer asomó por la hendija que se abrió entre un pantalón azul descolorido y una falda alba.

Saludó. Le dije quién era.
No es necesario que me explique nada, señor, desde hace años lo distingo a usted.
¿Y, a qué se debe esa canción tan dura que la escucho cantar?
La cantaron mis padres el día que huían. Murieron en la cordillera del otro lado que usted desde aquí, si se empina, tal vez podrá ver.
¿Murieron?
Usted lo ha dicho bien. Pero salimos huyendo un montón de hijos y yo con los años vine a parar aquí, en esto que parece un nuevo destierro un tanto mejor.
Hay que ser agradecidos.
Sí, señor.
¿Y, este gentío en la alambrada, qué?
El gentío anda trabajando y a los niños que cuelgan los supongo en la escuela.
Es mucha la ropa.
Lavo integras las mechas de esta vereda llamada “El Jardín!”. Con eso completamos lo de vivir.

3. El gentío de diversos tamaños y colores que colgaba en la alambrada era un enorme arrume de ropa recién lavada de un montón de gente que no se veía. Sin embargo, de esa ropa brotaba lo conmovedor. Sin embargo, lo conmovedor no estaba allí.

Trepé a la camioneta y por la carretera me vine diciendo:

¿En qué consiste eso que hay en ese montón de ropa que me dijo tantas cosas?, ¿dónde habita eso que me hizo detener el viaje, salvo en lo indecible? Y, si es así, ¿dónde está, en esa ropa lavada que se balancea al viento y al sol, lo conmovedor?

Traía en mi valija de viaje “Allende el mar”, libro concebido y escrito por Óscar Osorio a partir de diez historias de vida como fundamento. Al leer estas historias se había producido en mí como lector, también, lo conmovedor. Igual que ante la ropa al viento y al sol.

Mientras avanzaba, me dije, además: tal vez en la historia a espaldas de aquella ropa de colores debe estar, el secreto, de lo conmovedor: la historia de los jornaleros del campo. Esa historia no se ve, pero se puede recordar, reconocer, reconstruir, conocer.

4. Siempre me ha conmovido esa gente que uno de viajero va viendo por la carretera, pero que nunca más en la vida vuelve a ver. Presencias que van apareciendo y desapareciendo en forma de casi cosas pasajeras. Su manera más sólida de brotar en las orillas de las carreteras consiste en aparecer y desaparecer. Y, ya no más. Van configurando un paisaje que no debe permanecer.

Pero eso, tan rápido y en extremo evanescente y pasajero, produce un cierto dolor a quien se pregunta por aquellos destinos, por saber quiénes son y a hacia dónde van. Y, en el acto, por hacerse este tipo de preguntas, el viajero siente que se ha puesto en su lugar.

Los destinos que aparecen y desaparecen son aquello a lo que el lector común y corriente de “Allende el mar” puede acceder en forma de retazos de ciertas vidas. Retazos por sí mismos suficientes para dar a conocer por entero la casi totalidad. Y aquí, entonces, cada relato en el libro se convierte en la carretera donde irrumpe de pronto, para un lector corriente, una vida desconocida que entra en desaparición y se esfuma en el punto de cierre. Y, nada más.

Sin embargo, hay lectores que en este punto de cierre se quedan pensando: ¿qué será de esas vidas de hoy en adelante, luego de haberlas leído? ¿Será su destino poder regresar algún día o se disolverán en la gran marea de la vida llevadera que no deja de pensar en el advenimiento de una nueva oportunidad?

Puesto que, en el lector que acostumbra colocarse en el lugar de los otros, sin ser esos otros, cada relato no termina en su punto de cierre. Por cuanto sigue ocurriendo en los ecos que deja el relato en forma de preguntas que son, precisamente, donde ocurre para el lector el aparecimiento de lo conmovedor.

Se trata de la pregunta por los destinos de esas presencias humanas desconocidas, que partieron un día del país y que, como quienes brotan de una escritura en forma de carretera asoman de pronto, hablan y desaparecen una vez finaliza la lectura de sus historias en forma de golpe de sinceridad.

Entonces, el lector ya no vuelve a saber nada más de aquellas vidas que se desvanecieron, pero aun así se sigue preguntando por ellas. Esta preocupación sucede en el lector que ha quedado conmovido y se hace las preguntas por la humanidad.

Lo conmovedor no acaece en cualquier tipo de lector. Se sabe de profesores muy informados que ofrecen seminarios de literatura, sin haberse conmovido jamás.

5. En esas imágenes que van ofreciéndose en forma de apariciones visuales a veces de gente, en otras ocasiones en forma de animales o cosas por las carreteras, ocurre una especie de “aletheia” a la griega. Son nada más presencias, intempestivos aparecimientos, desvelamientos delante de los ojos de un desprevenido motorista que, aferrado al timón, va sufriendo los golpes de la sinceridad de los aparecimientos despojados de cualquier historia conocida detrás.

Pero, otros viajeros podrán preguntarse:

¿Qué será de la vida de esos seres humanos que van brotando y enseguida borrándose por la carretera? ¿En qué consistirán sus ilusiones y existencias? ¿Y, por qué razón avanzan cabizbajos y pensativos entre los pastizales? ¿Y, por qué motivo patean las piedras, en soledad, con tanto ahínco?

Y, entonces, para quienes van por la noche del mundo en extrañas condiciones de observación, se puede producir el duro brotar de lo conmovedor. Es como si la carretera tomara la forma de una escritura, de un texto, de una textura de seres humanos y cosas dicientes. El poeta Novalis escribió un día: “entre todas las cosas del mundo me siento en casa”.

Entre todas las cosas del mundo, el motorista que avanza por la carretera y se conmueve se siente en casa.

Va quedando claro que lo conmovedor dice relación con la capacidad que aflige a ciertos seres humanos de ponerse en el lugar del otro sin ser él, sin confundirse con él y sin siquiera conocerlo ni saber su nombre. Es como un ponerse el lector del mundo a toda hora en el lugar de lo que no es él.

6. Se ha escrito, con razón y se reitera, que las historias de vida reunidas en “Allende el mar”, del escritor Óscar Osorio, son conmovedoras. Y, es así.

A medida que, a lo largo de una tarde todavía no tan lejana, iba leyendo estas historias de vida sentí que, ante mí como lector, luego de cada parrafada se levantaba lo conmovedor. Sin embargo, allí en esas diez historias de vida no veía alambradas de gente al viento y al sol, ni apariciones de seres humanos por los pastizales laterales a las carreteras. Sólo podía ver la escritura impresa en aquellas hojas de papel. Y sabía, además, de la absoluta soledad de esa escritura delante de mí.

Y sentí que en razón de esa escritura que leía se iba formando y condensando en mí, y de qué manera, lo conmovedor. Y que esa condensación era duradera y casi se convertía en una especie de éxodo nacional.

No veía, no escuchaba yo las mujeres ni los hombres ni los diversos sexuales que iban tomando la palabra y entrando a confesar sus vidas en aquellas páginas. Pero, estaba conmigo la escritura, por donde iban entrando, desplegándose y desapareciendo aquellas vidas a medida que tomaba la palabra otra voz. Y supe que, en forma de ausencia, desde esas historias lejanas podían hablar de sí mismas, a los lectores, aquellas presencias anónimas. Supe, también, que a medida que esto sucedía me iba colocando de lleno en el lugar de esas vidas y sus historias de sobrevivencia. Y que debía tomarme ciertas pausas para hacerme constantes preguntas sobre sus destinos, sus desgarramientos, sus despedidas. Y sentí que, precisamente a lo largo de estas pausas y de este tipo de preguntas brotaba en mí lo conmovedor. Y, como soporte de todo esto, en todo momento y sin falta, el eficaz lenguaje del escritor, al que todo se estaba debiendo.

Entonces me dije: para un lector sensible que sabe situarse en el lugar de los demás, lo conmovedor habita de manera esencial en la escritura que lo merece. Es que la escritura debe merecer.

Al observar la ropa colgada al viento y al sol en aquella alambrada, pude ver una historia detrás. Pero, esto no es exactamente cierto: la historia detrás jamás es cosa que se pueda ver. Quizás sea algo propio del conocer, del suponer, del recordar, del imaginar. Así que al leer las historias de vida en “Allende el mar”, me ocurrió algo igual: detrás de esos retazos de vida al viento y al sol, había unas presencias humanas cuyas vidas aparecían en aquellos pedazos en forma de totalidad. Incluso, aparecía la zozobra en que vive este país.

7. Desde niño conocí la historia de la gente que trabaja duro y vive inmersa en la precariedad la vida entera. Gente que suda, que rompe contra la tierra esa clase de ropa provista de colores tan contradictorios como las pinturas caóticas con que enlucen sus casas en forma tan diciente, contundente y bella. Gente desde la mañana hasta el anochecer carente de novedades y experiencias. Lo único nuevo es ver amanecer y oscurecer, como cosas del día tras día nunca antes vividas. Pero que, a cambio de este vacío de novedades, es gente llena de esencias. Y uno, me decía, tan atiborrado de lo inesencial.

Para darse cuenta de esto, no es sino escupir y ver cómo el chicle, ya arruinado su misterio, cae a la hierba.

Por estos motivos que preceden, muy seguramente, me fueron tan conmovedores aquellos dos renglones leídos un día y escritos por George Steiner en “El castillo de Barbazul”:

“La mayoría de la gente vive sus vidas como un tránsito gris entre el espasmo doméstico y el olvido”.

Al leer estos dos renglones supe que muy seguramente estaba en el vórtice de esa gente que por mayoría vive sus vidas como un tránsito gris entre el espasmo doméstico y el olvido. Por cuanto, en esas vidas sin novedades ni sorpresas, suele habitar una tormenta, una erupción en silencio.

Supe, igualmente, que a esa gente de la que habla Steiner ni siquiera la conocía, pero bien sabía también que existía y que vivía en la cuadra donde yo mismo lo hacía. Gente que, incluso, salía a exhibir su tránsito en los balcones.

Aun así, al leer ese par de renglones de Steiner quedé pensativo y en el acto me puse en el lugar de esa gente que ni siquiera sabía la forma en que vivía ni lo que le estaba pasando. Y que yo no podía remediar nada ni debía inmiscuirme en este destino. Supe, igualmente, que jamás esa gente se conmovería ante su propia situación. Mientras que yo, en cuanto lector de Steiner, casi temblaba en el nombre de esa gente y no menos en el nombre de ese modo suyo de caminar por las avenidas, los supermercados y los parques rumbo al olvido.

¿Qué tiene el acto de leer, qué tiene de extraño el lector, qué debe sucederle para que en él se produzca, con sólo leer, aquello que lo deja conmovido?

8. Y me vine despacio por la carretera pensando en la historia de esa ropa que hablaba a gritos de esa gente anónima cuya vida expuesta en forma de tantos colores colgaba en la alambrada al viento y al sol. Conocía de cerca la historia de ese tipo de ropa sin necesidad de haberla vestido algún día; sin haberla sudado allí metido a la manera de un incómodo y falso inquilino. Sin necesidad, incluso, de haberla vivido al menos por un rato.

Pero, en esa ropa en la alambrada que delante de mí hizo su desvelamiento y “aletheia”, pude reconocer y volver a ver la absoluta sinceridad.

Lo conmovedor parecía brotar de la historia de esas vidas enfundadas en aquellas ropas tan sinceras. Al leer “Allende el mar”, pude igualmente sentir el temblor de esas vidas desgarradas tratando de sobrevivir en otras tierras y, en el acto, me puse en su lugar. Gente que no sólo trataba de sobrevivir, sino que debía por fuerza construir para sí una nueva moral:

la moral de la supervivencia, engastada y sobrepuesta a la moral que se llevaron consigo el día que partieron.

9. Todos sabemos que hay una fila india, interminable, que se pierde en el horizonte. Que va hasta Chile y la Patagonia y por el otro lado sube a Venezuela. Gente tratando de salir rumbo al Norte en busca tan sólo de una oportunidad, apenas imaginada. Se va para siempre esa gente, aunque sin irse espiritualmente del todo y queriendo volver. Pero, muchos al final desaparecen. Esto se ha contado y de esto se ha escrito en términos anecdóticos y hay, incluso, algunas estadísticas oficiales como pedazos inhumanos de hielo.

Pero la escritura de este desgarramiento no acostumbra detenerse en aquello que a la vida de los inmigrantes sucede ni en lo que, en desarrollo de este acaecer, ha sido de sus vidas. Y, esto, no siempre contado por los inmigrantes mismos mediante la metodología etnográfica de las historias de vida.

Pero, muy diciente y nunca antes visto, como en “Allende el mar”, ese tipo de nueva moral de acomodo que han debido elaborar estos inmigrantes para sobrevivir. Esta moral de supervivencia, sobrepuesta a la moral que se llevaron al partir, incluye, allá, casi siempre el cuerpo de las mujeres. Porque acá, en medio de la miseria y la pobreza, también.

Camisas, pantalones, blusas, faldas calcetines al viento y al sol. Ropa carente de moda, de marca, de diseño, de vergüenza, de ostentación. Ropa nada más, ropa a secas investida de la más absoluta sinceridad. Relatos de vida allende el mar, habitados también de la más conmovedora sinceridad. Y la escritura, en todo momento garantizando la sinceridad.

10. Es un enigma descifrar cómo al ser humano le es posible ponerse en el lugar de los demás, bien sea para vivir con ellos su aflicción, su reír, su gozar. Bien será para vivir con ellos su dolor.

Ponerse en el lugar del otro ocurre a cada rato, pero no por esto deja de ser un enigma exclusivo de la especie animal humana. Se ha investigado que mucho de esto se debe a una hormona que abunda en esta especie primate: la oxitocina. Sea como sea, y sin ahondar más de lo debido en la química orgánica humana, esto que debería dejarse cómodo en su enigma como en su salsa, ofrece a la especie humana la posibilidad de vivir la noble experiencia y sentimiento de la solidaridad, susceptibles de ser llevados a la conciencia, así como de experimentar, precisamente, lo conmovedor. Y entre toda esa masa de conmociones, lo conmovedor literario.

11. Una vez llegué a mi estación de trabajo en la cordillera me hice un té negro y fui a la biblioteca. Estaba en poder de un recuerdo bibliográfico: el libro escrito por el filósofo Max Scheler hace décadas: “Esencia y formas de la simpatía”. La simpatía de la que habla Scheler no es la de los habladores que van dando los buenos días por todas partes y hasta levantando piedras para saludar los sapos.

Traje conmigo aquel libro a la mesa de trabajo junto con la taza de té negro amargo y “Allende el mar”. Busqué los subrayados que tracé en aquellas páginas del libro de Scheler hace poco más de sesenta años, y esto puede dar algo de vergüenza. Pero, de repente sentí que volvía a entrar en las luces y las sombras de aquellos días universitarios. Incluso escuché, entre las ramas de los árboles que me cuidan, la voz de Aznavour y el trino de la frágil pajarita Edith Piaf, También Sur, del ronco Goyeneche y el trémolo de Corsini. Y luego me dije:

las lecturas y las músicas afines configuran generaciones. Conozco generaciones Ceratti.

Y volví a leer en aquellas páginas ya casi deshechas, aunque aún habitadas por Max Scheler, la esencial diferencia que existe entre la unificación afectiva y el sentir con el otro lo vivido por él. Y, entonces me dije: “¡fuera de aquí de esta estación de trabajo, por el momento, la tal oxitocina!”.

12. Fuera de aquí, por cuanto ante la obra de arte de propósito estético, puede brotar también, en cierto tipo de lectores, lo conmovedor.

Sin embargo, en el arte, lo conmovedor proviene de algo más que del simple ponerse en el lugar del otro. En el arte se requiere, además, el distanciamiento, que no se debe a la oxitocina.

En “Allende el mar”, que no es propiamente un libro literario de ficción, lo conmovedor proviene de dos fuentes: en primer lugar, de las mismas diez historias de vida descarnada que el libro contiene; y, en segundo lugar y de manera esencial, del tipo de escritura directa, pulcra, dura y limpia que Óscar Osorio utilizó para presentar al lector estas desgarradoras historias de vida.

Escritura absolutamente desprovista de valoraciones, sensiblerías y adjetivos, recursos que cierta escritura utiliza con frecuencia para producir el efecto de lo conmovedor.

En el caso de la literatura de ficción, el lector toma distancia suficiente para saber que lo narrado que lo conmueve no es lo vivido realmente por los personajes, sino el modo como esto vivido ha sido escrito.

En la ficción literaria, lo conmovedor está mediado por la fuerza estética que irradia la escritura misma. Y, por más que la ficción recoja retazos de vidas reales, la fortaleza estética de la escritura se impone por sí misma.

Quien no entabla con el arte o la ficción literaria de propósito estético esta distancia, se irá de este mundo sin haber vivido la experiencia y el tesoro que significa lo conmovedor estético.

Para esta experiencia estética se requiere, en principio, el distanciamiento. Sin este distanciamiento, el lector llega a creer que lo que está leyendo, o viendo en la obra teatral o cinematográfica, es lo que realmente le está sucediendo a los personajes. Y llora o ríe con ellos, mediante un fenómeno de identificación afectiva primaria. Pero, no exactamente porque se esté poniendo en el lugar del otro, sino porque se funde con el todo y no puede diferenciar aquello que está viendo o leyendo, de lo real.

Alguien que lea una obra de ficción literaria sin distanciarse, que vea una telenovela y llore o ría a las carcajadas con lo que está sucediendo, no se coloca en el terreno de la ficción, sino en el de la unificación afectiva con lo que está sucediendo, como si lo que ocurre en la ficción o en la telenovela estuviese ocurriendo realmente a cada quien.

El distanciamiento es lo que permite que lo anecdótico que habita regularmente la ficción narrativa, deje libre y a su aire el brotar del lenguaje, lo simbólico, lo metafórico y lo cognitivo como protagonistas principales de la obra literaria. Allí, entonces, el lector puede observar cómo el lenguaje literario, para serlo, debe entrar en la contemplación de sí mismo, en los términos de Giorgio Agamben en su libro, “El fuego y el relato”.

La relación con el mundo, del tipo unificación afectiva, es primaria y arcaica. Independientemente de que esta unificación afectiva sea el germen y hasta el fundamento de ese otro tipo de relación diferente y más compleja: el distanciamiento. Que permite darse cuenta de que lo que está sucediendo en la pantalla del cinematógrafo, de la televisión, o en la representación teatral, no es real ni está sucediendo de hecho, puesto que se trata de una ficción en poder del “como si fuese”.

Sin necesidad de entrar en más elaboraciones, ha de decirse que el paso de la unificación afectiva al sentir con el otro de la “simpatesis” o incluso al distanciamiento estético, si bien indica grados de maduración psíquica más compleja, no significa el desaparecimiento en los seres humanos de la relación de unificación afectiva con el mundo. Ocurre, así, una especie de acumulación sin eliminaciones, ya que, en la animalidad humana, base corpórea de la unificación afectiva, se puede producir también el brotar de la capacidad de diferenciación y distanciamiento.

El bisonte herido dibujado en el muro neandertal, no se come. Pero es “como si fuese” el bisonte real.

Y me dije de pronto: no soy judío ni gitano, y apenas había nacido por los tiempos de Auschwitz. Pero me he conmovido por lo que les sucedió a judíos, gitanos e “inservibles” al leer los textos que narran aquellas historias. Incluso al ver las escenas cinematográficas que reproducen aquellos hechos. Siempre bajo el supuesto de que lo que estoy leyendo o viendo en imágenes, no está sucediendo realmente allí, en tiempo real.

Esto lo escribo porque he leído una reseña acerca del libro “Allende el mar”, de Óscar Osorio. Reseña donde se dice que esa decena de relatos que componen el libro son conmovedores. Punto de vista que comparto, absolutamente. Pero, además de esto, he querido saber por qué razón se produjo en mí, como lector y ante estos textos, lo conmovedor.

13. Leyendo hace décadas al viejo Marx, a quien tanto debemos más allá de todos los derrumbes y replanteamientos que la historia ha obligado, me pregunté: ¿dónde y por qué razón pudo tener comienzo este Marx que en un tiempo leímos?

Me fui hasta los tiempos de la Gaceta del Rin. Aquel periódico que él mismo fundó con Bruno Bauer y que tan solo duró dos años, porque la censura dispuso que no debía existir más. La razón de este esfuerzo de Marx fue que él tuvo noticia de los atropellos que estaban sufriendo los campesinos de la región del Mosela. Se puso en su lugar, se solidarizó con lo campesinos y denunció el motivo de sus sufrimientos.

Este ponerse en el lugar del otro es lo que permite que las diez historias de vida que componen “Allende el mar”, sean tan conmovedoras. Sí, está bien, esas historias de vida, en sí mismas, son conmovedoras.

Pero, lo que sigue es lo más significativo: esas historias de vida existen y se hicieron posibles en una escritura. En esa escritura de Óscar Osorio estas historias de vida tienen lugar. Y es allí, en ese lenguaje donde se produce la estética situacional tanto como la estética literaria del relato mismo. Las situaciones narradas por el escritor son conmovedoras, para quien se pone en el lugar de los emigrantes que hablan. Pero, esa estética situacional se potencia hasta alcanzar supremos niveles estéticos, debido precisamente al lenguaje directo, a veces duro y sin contemplaciones, elegido, depurado y puesto en marcha por el escritor. Que es quien comanda la edición de cada una de las entrevistas recogidas en forma de historia de vida. Para un estudioso, sería un tesoro comparar la entrevista grabada y transcrita, si fue así como ocurrió, con la edición final que después el escritor hizo de ella, sin falsearla.

14. Años antes de aquel día en que, de viaje por la carretera de vereda rumbo a mi estación de trabajo en la cordillera, tuve ocasión de estar al frente de un trabajo de sociología en un seminario ofrecido para estudiantes de derecho. Este trabajo académico tuvo por metodología etnográfica, el recaudo de información mediante entrevistas en profundidad practicadas a un grupo de obreras que laboraban en una fábrica.

En una de aquellas entrevistas, que estuvo a mi cargo, una obrera próxima a la jubilación narró que había llegado a Cali, muy niña, junto con sus padres y siete hermanos, huyendo de la violencia desatada en la cordillera por los años 50 del Siglo XX. Llevaba ya cerca de treinta años trabajando en la factoría y no había ido nunca a ver cine en una sala, provista de rositas de maíz pira y todo lo demás.

Sin falta, los domingos, día de descanso, ella lavaba la ropa de la semana de toda familia, en un lavadero de cemento que había en un patio. Llevaba treinta años con sus domingos lavando ropa. “Era un montón de trapos que llegaba al cielo”, me dijo y miró el piso cementado. Entonces pregunté: ¿y qué sentía usted delante de ese montón de trapos? La obrera respondió: “Siempre quise hacer una hoguera”. Dijo, y sintió vergüenza. Volvió a mirar el piso. Yo también.

Quedé conmovido por la situación y, también, de alguna manera por lo simbólico: una hoguera. En “Allende el mar”, el lector no puede ver el rostro de quien cuenta su historia de vida, tampoco puede escuchar su voz. El lector sólo está, a solas, delante del texto que lee.

Varias noches imaginé aquella hoguera con la ropa en cenizas de quienes la obrera más amaba.

Lo conmovedor no estuvo en el escuchar mismo de ese fragmento en la historia de vida de la obrera. A esa porción de vida narrada debía hacérsele una hermenéutica: allí había una amargura oculta. Lo conmovedor brotó de poder advertir esa amargura y su razón de ser. Esta razón escondida se dejó ver ensombrecida por lo dicho, en el contexto de ese “tránsito gris entre el espasmo doméstico y el olvido”.

Treinta años trabajando día tras día sin haber ido al cine en un teatro: otro símbolo de inclusión y exclusión; treinta años lavando ropa familiar los domingos de descanso; treinta años junto a un hombre que debía laborar incluso los domingos para ganar un poco más; treinta años criando hijos que no se marchaban de la casa porque las hijas estudiaban y los hijos varones vendían cachivaches en las esquinas para ayudar, y porque no tenían más dónde ir. Para sobrevivir, era necesaria una estrategia familiar consistente en una sumatoria de aportes.

Allí estaba el principio de lo conmovedor.

Supe aquel día que me estaba poniendo en el lugar de la obrera a partir de lo ella no había dicho expresamente y que yo había escuchado. Pero, en eso que había escuchado, había un mundo desgarrador que no era cosa de ver. Pude colegir la amargura callada que la obrera sentía al decirme que deseaba hacer una hoguera con la ropa sucia de quienes más amaba y que era lo único que tenía. Lo supe en la manera como, enseguida de esta confesión, hundió su mirada en el piso cementado. Mirada detrás de la cual yo me fui hasta tocar fondo en el piso cementado.

Lo conmovedor estaba en el haberme puesto en el lugar de la obrera, en haber comprendido su mundo y haberme solidarizado con ese destino.

Esto es, exactamente, lo que permiten las historias de vida reunidas en “Allende el mar”. Es inevitable, para un lector que sabe colocarse en el lugar de los demás, experimentar, ante estos textos, la generosidad de la conmoción.

15. Según cifras oficiales, entre 2005 y 2020 emigraron de Colombia hacia otros países 4 600 000 hombres y 5 500 000 mujeres. Esto arroja 1825 seres humanos emigrantes por día.

Y, entre 1985 y 2021, se produjo un desplazamiento interno
de 8 200 000 seres humanos. Esto arroja 624.046 seres humanos desplazados internos al día.

Sumadas ambas cifras, es como si estuviese ocurriendo una hecatombe social. Que, ciertamente lo ha sido. La causa primera de esta desgracia nacional es la violencia y la otra, en absoluta relación, la miseria moral, el desarraigo, la impotencia, el absurdo, la desolación consecuencial y la denominada falta de oportunidades en los centros urbanos, que ya no dan más.

Pero estas cifras son frías, cifras nada más. No dan cuenta de aquello que sucede en “el alma” de los inmigrantes a otros países. Tampoco de lo que le sucede “al alma” de los desplazados internos negros, indígenas y campesinos.

¿Qué sucede “en el alma” de esas vidas desplazadas, de esas vidas emigrantes?

Podría ser cosa de imaginar, de suponer.

Pero, leer estas historias de vida escritas en este lenguaje que habita la decena de historias de vida de seres humanos reales y concretos en “Allende el mar”, produce en aquellos lectores en condiciones de ponerse en el lugar de los sufrientes de esta desgracia nacional, un efecto demoledor. Qué desequilibrio y puesta fuera de sus quicios habituales ocurre en estos seres humanos que se fueron en busca de encontrar otras vidas, como si las que tenían debieran ser abandonadas o redefinidas.

Este desequilibrio incluye la redefinición moral, que toma casi siempre las formas del cinismo necesario a la supervivencia. Y, allí, entonces, encontramos el cuerpo de las mujeres acomodándose a la supervivencia. Aquí, mediante el leer, ocurre algo absolutamente diferente a lo que sucede en el ver, en el escuchar. Y esto se debe al trabajo maestro y cuidadoso del escritor, en cuanto editor de las historias de vida.

Insisto en este punto: las historias de vida presentadas por el escritor Óscar Osorio, contienen escenas de elevado poder estético situacional. Estas situaciones son conmovedoras y bellas en términos humanos. Pero, esta estética situacional, adquiere muy elevados niveles estéticos debido al lenguaje utilizado por el escritor, y a su cuidadoso trabajo de edición.

16. Es inimaginable, es imposible ir al detalle de lo que sucede en cada una de esas vidas que figuran en las estadísticas de emigrantes y desplazados internos. Pero, el trabajo etnográfico sobre esta decena de historias de vida llevado a cabo por Óscar Osorio en “Allende el mar”, permite, además, como sucede con los estudios de caso, hacer extrapolaciones. Cada vida humana es única. Pero, a partir de esa unicidad, es posible dirigirse hacia todas esas otras vidas que han emigrado. Diez historias de vida, diferentes y únicas tienen, sin embargo, algo esencial en común. A mi modo de ver: la redefinición moral de esas existencias migrantes en términos de adecuación a la supervivencia. Y, esto, en sí mismo, es conmovedor.

El lector, en cuanto tal, no puede ver ni presenciar lo sucedido a cada quien; no puede escuchar, en este libro, el relato de cada quien a viva voz. No puede ver el rostro ni los gestos del entrevistado. Sólo puede leer.

Al ver el gentío de todos los tamaños y variados colores colgar de la alambrada, ese ver permitió colegir lo que había detrás de esa ropa que hacía de fetiche. Pero, ante “Allende el mar”, sólo se puede leer.

Al escuchar a la obrera decir que delante de aquel arrume de ropa sucia familiar que llegaba hasta el cielo, ella sentía deseos de hacer una hoguera con lo que más amaba, el entrevistador, en condiciones de situarse en el lugar del otro, siente que brota en el dispositivo de sus sentimientos lo conmovedor.

Al leer la decena de historias de vida en “Allende el mar”, el lector queda sólo en manos del texto escrito y del narrador, que no está allí, pero se hace presente en sus formas de narrar. Y, esto, es esencial.

La cordillera, estación de trabajo.
Noviembre 20 de 2023

 

Fernando Cruz Kronfly 
Colombia, 1943. Doctor Honoris Causa en Literatura. Profesor Emérito de la Universidad del Valle, Cali Colombia. Investigador Emérito Vitalicio de Colciencias, Colombia. Como escritor ha publicado ocho novelas, dos libros de cuentos, sies libros de ensayos y uno de poesía.

 

Óscar Osorio
La Tulia, Valle, Colombia. Profesor Titular de la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle. Doctor en Literaturas Hispánicas y Luso-Brasileras de la Universidad de la Ciudad de New York (CUNY). Ha publicado los libros: poesía: La balada del sicario y otros infaustos (2002) y Poliafonía (2004); crónica: La mirada de los condenados: la masacre de Diners Club (2003, en coautoría con James Valderrama) y Un largo invierno sin promesas (2016); cuento: Hechicerías (2008), Una porfía forzosa (2012) y La casa anegada (2018); novela: El cronista y el espejo (XXXII Premio Cáceres de Novela Corta, España 2007). Crítica literaria: Historia de una pájara sin alas (2003), Violencia y marginalidad en la literatura hispanoamericana (2005), El narcotráfico en la novela colombiana (2014), El sicario en la novela colombiana (Premio de Ensayo Autores Vallecaucanos Jorge Isaacs, Cali 2015), Las ruinas del Paraíso (2020). Ha publicado textos narrativos en diversos periódicos y revistas literarias, y una veintena de artículos académicos en revistas de Colombia, Chile, Estados Unidos, Canadá, España y Dinamarca. Fue distinguido con la beca Colfuturo para estudios doctorales y con la beca Fulbright Investigador Visitante Colombiano para escribir crónicas de inmigrantes colombianos en Estados Unidos.

 

Material enviado a Aurora Boreal® por Óscar Osorio y Fernando Cruz Kronfly. Publicado en Aurora Boreal© con autorización de Fernando Cruz Kronfly. Carátula  de Allende el mar  © cortesía Colección Andanzas de TusQuets.

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