La sombra de Antígona

helena irirarte 250Pasados veinticinco siglos, la heroína trágica de Sófocles ha permanecido como un arquetipo moral y su sombra sigue cubriendo a cuantos seres han vivido guiados por un ideal y han muerto por él. Era una joven, casi una niña, que hizo de la libertad su destino y por cumplir un deber piadoso fue condenada a ser enterrada viva. Sin embargo, no hay poder ni violencia más fuerte que el valor. Y Antígona, encerrada en la oscuridad de la caverna que habría de ser su sepultura, según la orden de Creonte, decidió libremente que no sería la víctima del tirano que la había condenado a morir de esa manera atroz; si hubiera permitido ser castigada por el acto de piedad de cubrir el cadáver de su hermano, ¿dónde y de qué manera podría haber justicia?

Separada de Antígona por miles de años, vivió otra joven cuyas circunstancias históricas y personales eran del todo diferentes a las de la heroína clásica; pero como diría Borges, “Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”. Así, en otro lado del mundo, en la ciudad de Buenos Aires en 1976, María Victoria Walsh se dio muerte frente al escuadrón que iba por ella para castigar su lucha contra la dictadura. Las diferencias no importan, esencialmente el hecho es el mismo y haciendo una paráfrasis de Borges, en la muerte de la joven argentina, como en la que ocurre en el teatro ateniense del siglo V a.C. “…de teatro hizo también la entera ciudad, y los actores fueron legión, y el drama coronado por su muerte abarcó muchos días y muchas noches”.

Antígona ha sido recreada en tragedias y dramas, en cine, ballet y pintura, tanto en vasos y cráteras en la Antigüedad, como en obras pictóricas de todos los tiempos y hay tantos ensayos sobre esta heroína, tal vez el personaje más logrado de la tragedia griega, que sería imposible citarlos. Sin embargo, quiero mencionar sólo algunos de los que se han escrito sobre ella y sobre el conflicto planteado en la obra de Sófocles.

Acerquémonos a la figura emblemática de Antígona, que en contra de la orden del tirano, tomó la decisión heroica de enterrar a su hermano y morir después de haber cumplido ese deber sagrado. Siglos después su sombra se proyecta en una joven cuya muerte fue, ante todo, un acto moral en medio de los desastres de la época. Los hechos, de todos conocidos, ocurren en el tiempo más doloroso que vivió Argentina: la dictadura militar que, entre 1976 y 1983 dejó 30.000 muertos y desparecidos.

En esos años de represión se enfrentaron al poder militar cientos de hombres y mujeres que desaparecieron, sufrieron la tortura, la muerte y la ocultación definitiva de sus cadáveres; los que lograron salvarse tuvieron que optar por el exilio, otra forma de morir; niños secuestrados, arrebatados de los brazos de sus madres a las que asesinaron, luego fueron entregados en adopción a los militares. En ese escenario se desenvuelve la vida de María Victoria Walsh cuyo sacrificio, símbolo de dignidad y de valor, la llevó al lugar de la memoria que, bajo la sombra de Antígona, comparte con los miles de héroes desconocidos que han luchado por un mundo mejor.

El escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh combatió la dictadura militar y denunció sus crímenes; fue perseguido, acorralado y el 25 de marzo de 1977, murió a manos de los sicarios del régimen; su cadáver tal vez desapareció en el río. Poco antes de ser detenido escribió una serie de cartas; entre ellas “Carta a mis amigos”, que es un testimonio conmovedor, iluminado por el relato de la muerte de María Victoria Walsh:

“Mi hija estaba dispuesta a no entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros […]
A las siete del 29 (septiembre de 1976) la despertaron los altavoces del ejército, los primeros tiros […] A los camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza, contenido por el fuego.
De pronto ―dice el soldado― hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta,
se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. …Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. Pero recuerdo la última frase, en realidad no me deja dormir. «Ustedes no nos matan ―dijo, nosotros elegimos morir». Entonces ella y el hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros”.

[…] En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella”.

La muerte que eligió antes de que se la llevaran viva a la tortura y a morir a manos de los militares, nos recuerda el final de Antígona. A través de la historia de la dictadura argentina y de todas las que ha padecido América, tenemos la certeza de que aun en los momentos más terribles, brillan el heroísmo, la nobleza y la fe; que no todo está perdido, que aún podemos creer que llegarán tiempos mejores, cuando la justicia conduzca a la libertad y sea un derecho vivir y morir con dignidad.

Más allá de las diferentes circunstancias que rodearon la decisión de estas dos jóvenes, la esencia del acto es la misma y seguirá repitiéndose mientras haya seres que le dan sentido a la vida y a su muerte marcada por la generosidad y el sacrificio.

Para los tiranos esos valores no existen: “El enemigo nunca es amigo, ni cuando muera”, son las palabras de Creonte que dejan ver la crueldad que anida en el corazón de los que abusando del poder, se ensañan en la víctima y descargan en ella el odio que sienten contra el que se oponga a su ley. A lo dicho por Creonte, responde Antígona: “Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor”.

La obra de Sófocles se inicia con el diálogo entre Antígona y su hermana Ismene; las dos van a tomar decisiones contrarias, a raíz del edicto de Creonte, según el cual se prohíbe a cualquier ciudadano de Tebas, dar sepultura al cadáver de Polinices, considerado traidor porque intentó tomar la ciudad para salvarla de la tiranía. A partir de ese momento se van a delinear y a separar irremediablemente, no sólo las personalidades de las dos hermanas, sino el futuro de cada una de ellas. ante la disyuntiva de enterrar o no al hermano muerto y en caso de hacerlo sufrir el castigo por desobedecer la prohibición de Creonte, Antígona le dice a Ismene: “… podrás mostrar pronto si eres por naturaleza bien nacida, o si, aunque de noble linaje, eres cobarde”.

A partir de este momento se separan el miedo de Ismene ante la amenaza y el poder de Creonte y el coraje de Antígona que defiende su obligación moral, a pesar de que es consciente de lo que esa decisión significa. Su valor la defiende de sentir lástima por sí misma y cuando Ismene le dice que teme por ella, le responde: “No padezcas por mí y endereza tu propio destino”.

Abandonada por el pueblo, por los dioses y por las sombras de sus muertos, Antígona, fiel al deber sagrado de cubrir el cadáver de Polinices, sin dudar ni arredrarse ante la amenaza del tirano, comienza a hacer el duro camino que ha elegido, el camino del héroe.

Muchos siglos después, la muchacha argentina también está sola; otros jóvenes que están con ella tomarán la misma decisión; sin embargo, el instante en que decide morir, es de absoluta soledad; está frente al rostro ineludible del destino que eligió libremente.

recuerdas Juana 300Para Antígona no hay duda ni temor: “Sabía que iba a morir, ¿cómo no? … Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia. Porque quien, como yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener provecho al morir?” Así, a mí no me supone pesar alcanzar este destino”. Y al ir hacia la tumba que le está destinada, en un desgarrador monólogo dice: Vedme, ¡oh ciudadanos de la tierra patria!, recorrer el postrer camino y dirigir la última mirada a la claridad del sol. Nunca habrá otra vez”. Y se dirige a la gruta que será sellada con una piedra inmensa para que allí muera; “desciendes al Hades viva y por tu propia voluntad”.

Siglos después, en la terraza de una edificación cercada por los militares, las palabras de la joven argentina tendrán un sentido semejante y la decisión será la misma que tomó Antígona cuando murió “suspendida con un lazo hecho del hilo de su velo”. Fue su victoria.

“Nadie puede matarme, yo elegí morir”, es el grito que, como el acto de la heroína trágica, vivirá en la conciencia de los seres libres; es la última expresión de valor ante la cual nada puede la fuerza del tirano, que al final se derrumba como un montón de arena.

Y al entrar en la caverna de las afueras de Tebas, Hemón se da muerte abrazado al cuerpo de Antígona. “Él en persona, por sí mismo, como reproche a su padre por el asesinato”, anuncia el mensajero. Muere también la reina y sólo Creonte queda vivo, impotente ante las desdichas que él mismo ocasionó, enceguecido por la soberbia de su poder desmesurado. Es el final y el círculo se cierra con las palabras que hacen aún más honda su derrota: “llevadme lejos, a mí que no soy nadie”, palabras que seguirán sonando como una advertencia para aquellos que siembren la injusticia y el dolor en cualquier rincón de la tierra. Pasados los años, los déspotas que han sembrado desolación y muerte, son aún menos que nadie y sepultados por el desprecio, al final los cubrirá el olvido.

Bibliografía

Sófocles. Antígona. Traducción, Assela Alamillo. Madrid: Planeta DeAgostini, 1997.
Walsh, Rodolfo. Carta a mis amigos en Rodolfo Walsh La palabra no se rinde María Seoane, Buenos Aires: Caras y caretas. 2007

 

 

helena irirarte 250Helena Iriarte
Colombia, 1937. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes y se especializó en Literatura Hispanoamericana en el seminario Andrés Bello del Instituto Caro y Cuervo en Bogotá. Durante cincuenta años ha sido profesora de literatura, Griega, Española e Hispanoamericana y ha dictado seminarios de temas específicos, en diversas universidades. En 1989 Carlos Valencia Editores publicó su primera novela, ¿Recuerdas Juana?, en el 2004 Sic Editorial publicó La huella de una espera. Santiago Montes, en su editorial I/M Editores con la cual trabaja hace 25 años como correctora de estilo, publicó Llegar hasta tu olvido y Frente al mar que no te alcanza. María Osorio hizo la 2ª edición de ¿Recuerdas Juana? y ha publicado además El llamado del silencio, Bajo una luz más clara y Cuando te vayas abuelo. Próximamente Editorial Babel Libros publicará Y fue entonces, su más reciente novela. Ha publicado ensayos sobre diversos temas literarios, en revistas especializadas. En octubre de 2013 fue homenajeada por el Idartes, de la Secretaría de Cultura de Bogotá, por su aporte y legado en el área de literatura a la ciudad.

 

Material enviado a Aurora Boreal® por Carlota Ortíz y Helena Iriarte. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Helena Iriarte. Fotografía Helena Iririarte © tomada de internet. Carátula de ¿Recuerdas Juana? tomada de internet.

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