Literatura y exilio, un “buen salvaje” escribiendo en París

eduardo_caballero_calderon_001Al llegar a cada ciudad nueva el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la extrañeza de lo que ya no eres o ya no posees más te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.
Italo Calvino, La ciudades invisibles

"Resueltos temporalmente mis problemas económicos con los cien francos nuevos -diez mil antiguos es más estimulante- que me prestaron en el Consulado, tengo por lo menos diez días tranquilos para comenzar mi novela. Estoy resuelto a escribirla".

Así empieza El buen salvaje del colombiano Eduardo Caballero Calderón (1910-1993), novela cuya lectura nos sugiere mucho más de lo que anotó la crítica especializada en el momento de su aparición, en 1965, cuando, al ganar el prestigioso Premio Nadal, la literatura colombiana alcanzaba una buena posición internacional (1).  Manuel Mejía Vallejo (1923-1998), había obtenido el mismo premio en 1964 con El día señalado. Y es muy curioso que muchas de las preocupaciones planteadas por Caballero Calderón, en torno a lo que podría ser "la novela latinoamericana", confrontaran dos realidades paradigmáticas, precisamente las que le preocupan al protagonista de su novela, cuando éste se pregunta dónde debería situar el lugar de la ficción: en el espacio rural o en el urbano, en la provincia o la ciudad, dos campos conceptuales, desglosados exhaustivamente en la ensayística latinoamericana, que le inspiran un proyecto de novela. A partir del mito de los hermanos enfrentados: Caín, el agricultor y Abel, el traidor, el protagonista de El buen salvaje especula sobre el desarrollo del tema. "Necesito ganar un poco de dinero para vivir y escribir mi novela sobre Caín y Abel, el campesino y el ciudadano" (2).
Si El día señalado de Mejía Vallejo se inscribe en las zonas rurales, devastadas por la violencia de los años años cincuenta en Colombia, con los odios y los enfrentamientos brutales por razones políticas; El buen salvaje nos sitúa en el lado opuesto, el París de principios de los sesenta del siglo XX donde un estudiante latinoamericano de origen humilde ha podido desplazarse, gracias a una beca. Huérfano de padre y madre, éste acaba la carrera de Derecho y abandona el país, para continuar su formación. Sin embargo, se desvía de ese proyecto porque quiere ser escritor. Como muchos intelectuales de la clase media en nuestros países, el personaje pudo alcanzar el sueño europeo, que en el pasado era exclusivo de la élite.

Entre José Fernández, el protagonista de De sobremesa, y El buen salvaje no sólo hay sesenta años de distancia, sino infranqueables barreras sociales, pues en la Colombia rural de Silva, salvo casos excepcionales, los estratos más modestos con alguna educación, no podían permitírselo, si no era apoyado por los poderosos caudillos que les concedían un cargo diplomático, como premio a los servicios prestados (loas, discursos, informes, etc.).

Consuelo Triviño es doctora en filología románica por la Universidad Complutense de Madrid. Reside en España, donde ha sido profesora de literatura hispanoamericana. Está vinculada al Instituto Cervantes. Colabora con la crítica de libros del suplemento cultural «ABCD las Artes y de las Letras», del diario ABC. Obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Libro de Cuentos de la Universidad del Tolima con Cuantos cuentos cuento (1977) y fue finalista del Premio Nacional de Novela Eduardo Caballero Calderón (1997). Ha publicado Siete relatos (cuentos), El ojo en la aguja (cuentos), Prohibido salir a la calle (novela) y La casa imposible (cuentos), Una isla en la luna (novela) además de libros de ensayo sobre autores como José María Vargas Vila, Germán Arciniegas, Pompeyo Gener y José Martí, entre otros.

consuelo_trivio_010El padre del protagonista de El buen salvaje, un oficinista que logra "sacar adelante a los hijos", responde al esquema. Sin concluir los estudios secundarios, es un triunfo que el hijo se convierta en profesional, aunque la hermana trabaje como secretaria para contribuir al sustento del hogar, tarea en la que ella deberá reemplazar a los padres al quedar huérfanos. Es el modelo familiar más corriente entre las clases modestas en Latinoamérica, que intentan superar la marginalidad a través de la educación. Pero los sueños de progreso, desde la lógica eurocentrista que se impone en la novela, se frustran cuando París se atraviesa en el horizonte del joven desclasado que intenta construirse otro personaje bajo la máscara del intelectual.

¿Por qué París? La historia latinoamericana, como sabemos, ofrece una abundante mitología que ha alimentado el sueño de una ciudad en la que se dan cita artistas, bohemios, hombres de ciencia, personajes excéntricos, procedentes de distintos lugares del mundo y donde es posible vivir en cómodo anonimato, mientras se disfruta de cuanto puede ofrecernos. Más allá de esa aspiración, los que desean vivir esta experiencia, en realidad, buscan una legitimidad social, pues no ser "nadie" en París, es ser "alguien" en el país de origen, incluso si se cae en la miseria, porque la caída viene acompañada de una leyenda, la del artista bohemio (Verlaine, Rimbaud, Garcín) que sacrifica su vida por el arte. Pero, además, el viaje a Europa le permite al intelectual latinoamericano matar la nostalgia de lo no vivido, convertir su cultura libresca en una experiencia que puede incorporar a su biografía y acaso regresar con un anecdotario que, a la vez, alimentará la ilusión de quienes también desean realizar ese sueño.

Este diálogo de la novela es muy claro al respecto:

"Se escandalizó cuando le dije que sentía una nostalgia al revés y de lugares que todavía no conocía: de las ruinas del Partenón sobre una colina calcinada por el sol [...] de Nápoles que rueda de los hombros del Vesubio...
-¿Has viajado por esos lugares?
-¡Nunca! Mi nostalgia es un producto de las tarjetas postales y los carteles de las agencias de turismo."

De esta aspiración "cosmopolita" se alimentó una buena parte de la literatura latinoamericana a lo largo de los siglos XIX y XX. Al joven de El buen Salvaje, que ya tiene veintisiete años, le atrae el espejismo de la ciudad letrada, con "...los cien libros que se publican por semana, las diez comedias que se estrenan por mes, las mil exposiciones de pintura, los conciertos, las conferencias, la Sorbona, el Instituto, los anticuarios, las librerías, etc.", y así lo manifiesta en la conversación que mantiene con dos latinoamericanos, uno habituado a la vida parisina, pero desde los márgenes y que nos da su punto de vista: "Vivir en París mal, cualquiera lo puede hacer y eso es lo que yo practico desde hace cuarenta años". Este personaje ya es consciente de que existe un París inaccesible, el de los restaurantes caros, las excursiones los fines de semana, las vacaciones en la montaña o en el mar. A este se suma el que responde al estereotipo del turista latinoamericano rico que gasta su fortuna en Europa y que ofrece su visión: "Yo trabajo como un negro para poder, cada cuatro o cinco años, venir a divertirme a París", afirma.

En resumen, la ciudad ofrece placeres a los turistas con dinero y consuelo a los pobres que se alimentan del mito. Pero cada uno tiene su propia experiencia de la ciudad, porque también existe un París duro e inhumano, que puede llevar a sus víctimas al suicidio, como advierte el protagonista, cuando trae a la conversación la anécdota del estudiante que se suicida. El caso del propio autor, funcionario de la UNESCO en París, durante el tiempo en que escribió su novela y tras haber pasado una temporada en España, presenta un matiz importante. Ajeno a los afanes de su personaje, Caballero Calderón, mira con distancia y no sin humor, la situación de un joven intelectual latinoamericano en París.

Hijo de una familia acomodada, propietaria de latifundios, el autor conoce distintas caras de la realidad colombiana: la rural (3) y la urbana, pero también los distintos estratos sociales. Su punto de vista es distanciado, aunque no ajeno a la perspectiva eurocentrista. De hecho, la elección del mito del "buen salvaje", producto de la mentalidad europea, le permite darle una vuelta de tuerca al mito de París. A los ojos de un europeo, el joven escritor que no es capaz de cumplir con las normas de la sociedad francesa, es una especie de salvaje, un ser marginal, casi infantil, dado a la fantasía y con una torpeza suicida contra la que se estrella.

Podría decirse que la novela de Sarmiento tiene su correlato en París. Un siglo después de la publicación de Civilización el barbarie, el salvaje no es el gaucho de la Pampa, sino el intelectual. De este modo, Caballero Calderón muestra la relación dialéctica entre los conceptos de bárbaro y civilizado.

Y es que ante las razones de sus protectores: el cónsul de su país que le presta dinero, el cura que le busca alojamiento y le ofrece trabajo, el agitador político que le consigue algunas traducciones y lo invita a alinearse a la izquierda, este personaje resulta de una irracionalidad invencible. Por ese motivo pretenden expulsarlo de Francia, enviado en un avión de regreso a su ciudad natal, donde se cree que podría escribir en mejores condiciones "esa novela" y, a la vez, "ayudar" a la familia que tiene puestas su esperanzas en él. Pero el protagonista no quiere regresar: "Allá no voy a encontrar sino realidades opacas y deprimentes: una ciudad fea, un barrio lúgubre por cuyas calles sucias vagan de noche los perros hambrientos y los fantasmas de los empleados públicos; una casa destartalada desde cuyas ventanas no se ve la torre de Saint Germain des Prés" (El buen salvaje, Barcelona, Ediciones Destino, 1966, pág.160).

Justamente, el joven escritor huye de su modesta condición, del atraso y de las presiones sociales, de la obligación de sacar de la miseria a su familia. No obstante, sacrifica su vida en ese intento, soportando la marginalidad, en un París de prostitutas, chulos y traficantes que viven en la clandestinidad. Pero allí también hay personas que se interesan por él y reúnen dinero para comprarle el billete de vuelta. De hecho, quienes se compadecen de su enfermedad y porfía lo rescatan de su destino de clochard.

Sin embargo, este París solidario, que refiere Caballero Calderón, no puede tolerar una irracionalidad semejante. Pero la "campaña" de regeneración del joven es fallida porque es un "salvaje americano", que incapaz de seguir unas normas, rompe los acuerdos convenidos. Su sistema de vida es solicitar préstamos que no puede asumir, pero que le solucionan la vida por un breve periodo. Esta dinámica agudiza sus conflictos y lo lleva hasta los extremos: la indigencia, la enfermedad y el delirio.

Sin duda, la condición "salvaje", caótica, fuera de todo orden, conspira contra el proyecto de escritura de este joven. Por un lado, lo distraen los problemas económicos; por otro, su ilimitada capacidad de fantasear, de negar la evidencia de los hechos. La trampa en la que cae es mayor cuando opta por mentir construyéndose otra biografía para conquistar a la mujer amada, una rica chilena con quien espera resolver la apremiante situación económica.

buen_salvaje_001Tenemos estos componentes en la novela: un país de origen, un lugar de destino, un aprendiz de escritor y una obra en gestación. Cuatro elementos en tensión, fuerzas destructivas y potencia creadora que luchan por imponerse y dar a luz una criatura híbrida, mezcla de europea y americana, es decir, mestiza, una novela cuyo lugar de nacimiento se discute, una novela sin nombre: "La creación es una nomenclatura. Qué nombre le pondré a mi novela?, se pregunta.

En nuestro imaginario, el padre se sitúa en Europa y la madre en la América indígena y es en busca del lugar del padre a donde se encamina el joven, huérfano, además. Éste quiere dar vida, engendrar, pero en el lugar de donde procede el padre. Esa tortuosa gestación es difícil por su condición híbrida y contradictoria: se es de un lugar donde no se quiere estar, se está en un lugar donde no se puede ser. ¿Cómo resolver esa contradicción? El potencial escritor aún no tiene claro el cómo, sólo sabe que esto es posible desde la ficción. Pero entonces surgen otros dilemas.

¿Dónde debe situarse la ficción novelesca? ¿Desde dónde debe ser escrita la novela? Y a estas preguntas responde mientras intenta esbozos de novelas: "Un escritor como yo, que no es un campesino, sino un modesto habitante de un barrio de empleados públicos que confina con los barrios obreros, no puede describir unos campesinos sudamericanos desde París". Por eso no sale adelante con el proyecto de novela sobre Caín y Abel: "Le relaté al Padre, a grandes rasgos, el proyecto de mi novela. Abel se va a la ciudad alistado en el servicio militar, se desarraiga, se convierte en ciudadano y en chofer, que es la más abominable de las acepciones que pueda tener el hombre mecanizado de la ciudad." (pág. 135)

Otra de las preguntas que surgen es ¿a quién va dirigida la obra? "...tu novela no se puede escribir lo mismo aquí que allá, y eso tienes que comprenderlo. ¿Qué intereses tendrían los franceses en leerla, si la publicas en español?" (pág.161), le dice la joven y rica chilena.

Los interrogantes abruman al personaje y le impiden "arrancar" con la novela. ¿Qué carácter debe tener su obra, desde el punto de vista de los procedimientos? ¿Dialogada, descriptiva, policíaca, histórica, sociológica? ¿Cómo debe abordar el tema? "Para escribir esa novela necesitaría estudiar el terreno y enterarme de las costumbres de esas gentes y de su manera de hablar" y en el caso de la novela inspirada en el mito bíblico, el joven se plantea: "Dónde pondré a vivir a Caín y Abel? ¿En un país del norte de Sudamérica? ¿En un país del sur? ¿En el páramo de los Andes? ¿En una ardiente playa del Caribe con palmeras al fondo? Pensar en todas esas cosas; no escribir nada sin pensarlas muy bien" , anota en su cuaderno.

Además, debe definir el tema de la lengua. ¿En qué idioma deber ser escrita? En la lengua arcaica de los campesinos, en el argot de la ciudad. Y si se inscribe en una zona rural, por ejemplo: "¿Podría yo designar exactamente los nombres que le dan a los colores de sus animales? Un caballo rucio, zaino, bayo; una vaca barcina, un toro barroso, una gallina zaraviada" (pág. 157)

El joven reflexiona sobre los resortes de la escritura que tienen que ver con la cultura a la que pertenece el autor. Pensando en el mundo de Proust, al que hace referencia a menudo, aclara: "Yo escribo más con la imaginación que con la memoria...." La memoria implicaría para él proyectarse en el pasado donde se sitúa el mundo que quiere dejar y que repudia. Por eso prefiere interrogarse desde su incierto presente y observar el mundo circundante, tomando notas desde la terraza de un café. En su inestable situación en París no le queda otra salida que la fantasía, porque, sin duda, se sabe desplazado de ese futuro de éxito del que sus hábitos lo alejan. Y es que desde la mirada eurocentrista, cualquier intento de redención de este joven falla ante su incapacidad de aceptar las imposiciones sociales, el compromiso consigo mismo y con otros seres que dependen de él. En definitiva, lo pierden su falta de madurez, su fatal puerilidad, que aunque libre de maldad, corresponde a la de "un salvaje", que es como los franceses miran a los americanos.


Precisamente, la grandeza de esta obra esta en la parodia del escritor y de una escritura que pugna por salir, pese al propio autor: esa fuerza creadora que se impone y de la que nos llegan ráfagas de lucidez, en los catorce cuadernos, o borradores, donde el escritor va dejando los trazos de seis novelas como si en esos esquemas se anticipara al desarrollo que ha vivido género en América latina, tras la crisis del concepto de "novela latinoamericana". En estas reflexiones alcanza momentos fulgurantes, entre las horas muertas, o relativamente muertas, en las que se sienta en una terraza a observar a los transeúntes, "perdiendo el tiempo", como Proust, a la espera de la criatura que podría convertirse en un personaje.

Literatura sobre la literatura, Caballero Calderón escribe la novela por los años en los que ya se habían publicado La muerte de Artemio Cruz, La ciudad y los perros y Rayuela, en un atmósfera en la que la experimentación se imponía con las propuestas del "nouveau roman" y en la que el mundo dividido en dos bloques, dividía también las consciencias hacia la derecha y la izquierda, imponiendo la figura del intelectual comprometido. Para Germán Carrillo El buen salvaje sería "la novela, anti-novela, novela que se hace a base de deshacerse, ruina que se construye de lo que se mantiene en pie sin que deje de ser ruina y manta que se teje por un lado y se desteje por el otro" (4), una obra de crítica y teoría del género en la que además ridiculiza y parodia las posturas de cierta crítica normativa que dicta ex cátedra sobre el "deber ser" de la novela.

En efecto, la novela se va escribiendo sola y es acaso esta la razón de que el joven escritor se empeñe en vivir en París donde, alejado de sus raíces, huye hacia la ficción: "Pensé en que tal vez estaba imaginando más que viviendo una novela". Sometido a ese deseo, entrega su destino a la escritura, sin fuerza de voluntad para torcerlo, pero con la tenacidad que le exige el acto de escritura: "No tenía la impresión de escribirla, sino de que se escribía sola". Este proceso no tiene que ver con un plan previamente trazado, ni con unas condiciones impuestas, es un hecho que no sigue un guión, ni un orden lógico y que tampoco se puede abordar desde la simplicidad lógica.

El crítico colombiano Germán Carrillo subrayó el aporte de esta novela que recurre a los procedimientos de la literatura sobre la literatura retomados por la posmodernidad años más tarde. Para él, Caballero Calderón explota sutilmente, en un primer nivel de la narración, no las acciones del personaje, al margen de la sociedad, sino su discurso, desde donde hace la crítica social: "Fuera del pretexto de 'quedarse' en vez de ser 'repatriado', el protagonista es un ser agónico, existencialista, sin patria, sin religión, sin principios, sin nacionalidad, etc., es decir, todo lo que critica en sus Notas sobre el arte y la novela moderna. Por ello resulta irónico que Eduardo Caballero Calderón sagazmente haya hecho, en realidad, a su protagonista de los mismos materiales que emplea el novelista moderno, tan duramente censurado por intermedio de las Notas. Y aquí justamente está la exageración del anti-héroe, la caricatura de la novela moderna, la parodia del 'estudiante en París' y todo lo que Eduardo Caballero Calderón quería decir sobre las tendencias modernas." (5)

¿Qué sentido tiene esta obsesión por escribir? ¿Para qué escribe este joven, arriesgando su bienestar, la comodidad burguesa que le espera con una carrera de Derecho y un viaje a París del que podría sacar partido, con los contactos y las amistades que lo ayudarían en su ascenso? Este es el único interrogante que no se plantea porque su determinación sin fisuras no permite a dudas de esta índole. Sin embargo, la obra nos da las razones del sentido de la escritura que García Márquez expresa de manera simple cuando dice que escribe para que los amigos lo quieran. Sabemos que sus palabras van más allá, que expresan una necesidad vital de aceptación, de ser no tanto reconocido, como acogido por los otros. En El buen salvaje se percibe cierto resentimiento: "...escribiré esta novela para restregársela algún día en el hocico a esos genios desconocidos". Se refiere a los artistas, los colegas que viven una situación como la suya "escritores que no han visto su nombre en las carátulas de los libros..." Todos esos artistas y escritores fracasados..."

Más allá de ese resentimiento, el joven desea salir del anonimato, ver la luz: "Necesito algo que me permita resolver el gran problema del momento: salir de golpe de la oscuridad mediante un acto literario -mi manera de actuar es escribir-..." Con ello pretende hacerse perdonar los errores y ganarse el corazón de la mujer que ama. Igual que García Márquez, el personaje de esta novela escribe para que lo quieran, pero no sólo por eso, sino para ser alguien: es una necesidad que se le impone. En realidad, quiere superar los obstáculos de una sociedad excluyente donde las clases hegemónicas se arman contra los elementos pujantes de abajo "ninguneándolos", es decir, negándoles el derecho a un reconocimiento.

"Si necesito triunfar rápidamente, mi error está en escribir una obra maestra. Eso lo dejaré para después. La obra maestra no es forzosamente monumental como una catedral, y puede reducirse como en los Libros de Horas, a las menguadas dimensiones de una mayúscula de códice o de una miniatura (6). Lo que necesito es escribir una obra de triunfo fulminante..."

En definitiva, la solución a muchos de sus dilemas es escribir: "...una obra actual, contemporánea, que podría interesar lo mismo a un lector hispanoamericano que a un lector de París." Pero no deja de pensar en lo que sería escribir una novela latinoamericana, o de tema latinoamericano en París y ensaya seis proyectos de los que deja constancia en catorce cuadernos. En ellos no sólo toma distancia de su lugar de origen, sino que a través de la escritura también escapa de la marginalidad a la que lo condena una sociedad en la que no tiene cabida.

El joven escritor quiere ser célebre, obtener un reconocimiento en Europa, incluso recurriendo al seudónimo, para despistar. Pero la falta de medios, y sobre todo, de disciplina, de fuerza de voluntad y de sentido de responsabilidad, se lo impiden. Eso es lo que nos muestra la visión eurocentrista para la que su ser americano es "salvaje". En cambio, sus palabras nos dicen algo más, ponen en evidencia su baja autoestima, lo que le impide llevar a la práctica las audacias que concibe, cuando se deja llevar por la fantasía: "Me paraliza la timidez. Es un sentimiento absurdo, pues en París puede uno hacer lo que quiera sin que a nadie le importe nada."

Si en París busca la celebridad, allí también padece la anulación del ser, el anonimato, ¿por qué empeñarse en permanecer allí?, ¿por qué quiere huir del mundo propio, vivir las existencias que ha soñado, fuera de los límites del solar nativo? Acaso para dar libertad a la imaginación y desarrollar su potencia creadora en un medio que considera propicio.

Hace 100 años, el 6 de marzo de 1910, nació en Bogotá uno de los periodistas y escritores con más extensa obra en la cultura colombiana: Eduardo Caballero Calderón. Hijo de un general liberal de la Guerra de los Mil Días, Lucas Caballero Barrera, a sus 16 años ya se iniciaba en el oficio de las letras, debutando en las páginas del periódico El Espectador. Dos años después pasó al periódico El Tiempo, donde por muchos años, además de incontables artículos y ensayos, con el seudónimo Swann, publicó una columna que con férrea disciplina lo convirtió en un referente de opinión y análisis durante varios gobiernos y décadas en su país. Fuente El Espectador
Bibliografía de Caballero Calderón: Novelas: Siervo sin Tierra (Ediciones del Alcázar, 1954), El Cristo de espaldas (Losada, 1952), La Penúltima Hora (Guadarrama, 1955). El Buen Salvaje (Destino, 1966-Premio Eugenio Nadal)
Memorias Infantiles (Bedout, 1968). Ensayos:Suramérica tierra del hombre (1944), Latinoamérica un mundo por hacer (1944), Breviario de Don Quijote (1947), Ancha es Castilla (1950), Historia privada de los colombianos (1960).

Huida y búsqueda, lo que se inicia con el viaje a París del estudiante colombiano, no es sólo una vida distinta en otra parte, sino la errancia de una escritura que pugna desesperada por ver la luz y que se impone a pesar del autor. El viaje, como salto al abismo, no como destino turístico, es el principio y el final de una vida: muerte y resurrección, como sugiere Fernando Aínsa en Travesías, juegos a la distancia: "Debería confesarse abiertamente: algunos tienen necesidad de mantener una distancia con el allá nativo y el aquí de su vida actual, aunque se inventen nostalgias y desarraigos. Esa distancia les permite respirar con libertad porque el contexto de los orígenes oprime y deprime" (7). Ser nadie en París es, a la vez, un intento de ser alguien allá, ese allá del que sólo le llegan malos recuerdos.

Hoy quizás estos paradigmas no sirvan para la misma reflexión, si pensamos en los desplazamientos ocasionados por la globalización, o en los muros que se levantan contra el derecho de los seres humanos a circular por las fronteras. La actual situación introduce nuevos elementos y otro tipo de personajes en el esquema del viaje de ida y vuelta del intelectual latinoamericano, bien distintos de los que nos presentó Caballero Calderón en El buen Salvaje.

Sin duda, el escritor latinoamericano sigue mirando a Europa, y en especial a España, como la posibilidad de derribar los muros que impiden la circulación de sus libros. En muchos casos, ya no se trata de aterrizar en Madrid y Barcelona, como de que sus libros se publiquen en los centros de poder que los llevan de feria en feria y que visibilizan su obra en las franquicias y en los aeropuertos, a la vista de un público, más que "cosmopolita", viajero, que quiere matar las horas en las salas de espera, con una literatura "amena", ágil, de lectura rápida. Son las reglas del mercado y quien aspire a ser Joyce o Proust, sabe que ese camino no conduce al fulminante éxito de los bestsellers, algo que tiene muy claro "el buen salvaje".

Desde la marginalidad del buen salvaje, ¿el arte y la literatura podrían tener una salida? Sin duda, entre los márgenes y el centro hay más de un trayecto con múltiples ramificaciones a las que se pueden aferrar quienes como "el buen salvaje" persisten en su deseo suicida de escribir. Fuera de los circuitos del mercado, se ensayan alternativas, ediciones reducidas en editoriales pequeñas, redes de solidaridad que convocan afinidades, cercanías, corrientes y atmósferas para digerir a gusto lo que puede ofrecer un artista. Una "carrera literaria" no es igual a una carrera de coches. La escritura se hace, permitiéndonos ser e ir mucho más allá de los escaparates y las pasarelas, pero depende de lo que cada quien se proponga.

¿Desde dónde escribimos los nómadas, como nos llama el crítico uruguayo Fernando Aínsa, en este exilio que ya no puede designase con esa palabra, en este destierro que ya no es destierro? ¿Se puede hablar de una desterritorialización de la escritura? ¿Para quién escribimos lejos de la patria?, ¿sobre qué escribir?, ¿la escritura define nuestra identidad?, ¿cuántas identidades acoge esta aldea global de minorías étnicas, de género, regionales, raciales?, ¿en qué medida nos afecta la realidad de nuestros países de origen, genocidios, desplazamientos forzosos, violencia?, ¿qué tanto arriesgamos en nuestras indagaciones estéticas?, ¿qué tanto nos afecta el fenómeno de la emigración, la situación de nuestros compatriotas en esta otra orilla?, ¿escribimos al margen de estas realidades?, ¿escribimos con la intención de colarnos en la maquinaria mediática de los éxitos editoriales, para después, una vez "alcanzada la fama", como propone el "buen salvaje", dedicarnos a escribir la "verdadera literatura"? Son preguntan que me asaltan en esta otra orilla y no sabría decir si me hubiera planteado las mismas, de haber permanecido en el solar nativo. En todo caso, en mis primeras incursiones en la literatura en mi ciudad natal, no sé si por juventud, no me hice ninguna de estas preguntas. Escribía por necesidad. Hoy tampoco me hago esas preguntas aunque de hecho a algunas de ellas se responde desde la propia obra, como "el buen salvaje", sólo nos queda la literatura.

Lo que sí surge al escribir es el tema del idioma. ¿En que lengua escribo?, ¿en el argot de mis veinte años?, ¿en la lengua híbrida y corrupta que utilizo a diario?,o en la lengua que habita en el fondo de mi ser y me llega del recuerdo? Barthes dice "en toda forma literaria existe la elección general de un tono y de un ethos, si se quiere y es aquí donde el escritor se individualiza, porque es donde se compromete". Y es que las palabras tienen una memoria segunda que se prolonga misteriosamente en medio de las significaciones nuevas.

Por tanto, fuera de tan complejos y laberínticos circuitos, me encuentro más cerca del "buen salvaje", buceando en las profundidades del idioma, rescatando palabras de la memoria y de la historia, esbozando esa novela que ya no sabemos si es latinoamericana, porque el concepto mismo de Latinoamérica es como un fugitivo que se desplaza sin un horizonte muy claro.


Notas

(1) El artículo del crítico Antonio Iglesias Lagunas, publicado en la Estafeta Literaria, en España, la relacionaba con la tradición picaresca; mientras que la colombina Helena Araújo subrayaba en la revista Eco, lo que para el autor representaba saltar de su mundo novelesco rural (Tipacoque), al cosmopolita de la ciudad de París, de los personajes ligados a la tierra, a los ciudadanos de la urbe anónimos y desarraigados.
(2) De hecho, tres años más tarde el propio Caballero Calderón publicaría una novela con el título de Caín y Abel, en el contexto de los enfrentamientos políticos entre liberales y conservadores.
(3) En la que se inscriben sus novelas más conocidas, El Cristo de espalda y Siervo sin tierra, textos de obligada lectura en el bachillerato),
(4)Germán Carrillo, "El buen Salvaje de Caballero Calderón, Thesaurus, vol. XXVIII, 1973.
(5)Ibid.,
(6) Clara referencia a Proust cuando anota en la conversación con Mme de Guermantes la presencia de la "h en el nombre de Jean", letra muda e inútil, pero impresa con una finalidad artística, propia de un Libro de Horas....)
(7) Aínsa, Fernando. Travesías. Juegos a la distancia, Málaga, Ediciones Litoral, 2000, pág. 14

Artículo enviado a Aurora Boreal® por cortesía de la escritora Consuelo Triviño Anzola. Para leer más sobre la escritora Consuelo Triviño Anzola pulse aquí.

 

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