Alejandra Pizarnik en su jardín

alejandra_pizarnik_001Alejandra Pizarnik nació en Avellaneda, localidad cercana a Buenos Aires, el 29 de abril de 1936 y murió en 1972 a causa de una sobredosis de barbitúricos. Judíos rusos, sus padres emigraron a la Argentina en 1934 huyendo de Stalin y del nazismo. Procedían de la ciudad de Rovne que durante la segunda guerra mundial fue ocupada por los nazis y al final de la

contienda sería anexada a Polonia.

A Avellaneda también había emigrado una hermana de la madre que debió motivar la decisión familiar de viajar a la Argentina. El padre se llamaba Elías Pozharnik (pero el apellido fue cambiado por los funcionarios de emigración, algo muy corriente entonces). El nombre de la madre era Rejzla Bromiker (que pasaría a llamarse Rosa). Ninguno de los dos hablaba una sola palabra de castellano (pero hablaban ruso, polaco y yiddish). Rosa llegó embarazada de cuatro meses de la hija mayor, y única hermana de Alejandra, Myriam. Veinte meses después nació Alejandra, llamada primero Flora (para sus padres "Buma" que significa "flor" en yiddish, palabra similar a la alemana "Blume" que significa "flor"). El padre se dedicó a vender artículos de joyería con lo que consiguió salir adelante. Todo indica que se integró en un país donde la condición de extranjero no era ninguna anomalía. Los esposos hablaban yiddish en el hogar, pero las hijas no lo aprendieron. César Aira sugiere que esa circunstancia influyó en la curiosa forma de hablar de Alejandra, con cierta tendencia a tartamudear.

 

 

 

Consuelo Triviño es doctora en filología románica por la Universidad Complutense de Madrid. Reside en España, donde ha sido profesora de literatura hispanoamericana. Está vinculada al Instituto Cervantes. Colabora con la crítica de libros del suplemento Lunes de El Imparcial. Ha colaborado con la crítica de libros del suplemento cultural «ABCD las Artes y de las Letras», del diario ABC. Obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Libro de Cuentos de la Universidad del Tolima con Cuantos cuentos cuento (1977) y fue finalista del Premio Nacional de Novela Eduardo Caballero Calderón (1997). Ha publicado Siete relatos (cuentos), El ojo en la aguja (cuentos), Prohibido salir a la calle (novela) y La casa imposible (cuentos), La semilla de la ira (novela), Una isla en la luna (novela) además de libros de ensayo sobre autores como José María Vargas Vila, Germán Arciniegas, Pompeyo Gener y José Martí, entre otros.

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Todos los parientes perecieron en el holocausto, salvo un hermano que se quedó en París. Pese al impacto de la experiencia vivida por la familia, el origen judío de Alejandra no se hace explícito en su obra. Pero es evidente que la condición de exiliada marcó su carácter, tanto como el pasado familiar, con una larga tradición de destierros y de persecuciones, también en la Rusia de los zares donde los judíos eran perseguidos por sus ejércitos, como una forma hacerse con una paga, ante la precaria condición económica de los soldados en aquellos tiempos. La vida y la obra de Alejandra nos indican que padeció la sensación de no encontrar un lugar en este mundo, para ella difícil, y del que se evadía hacia otras realidades. Se percibe en sus escritos un sentimiento de ajenidad respecto a ese pasado, como indica este fragmento referido a los recuerdos de la infancia: «Mamá nos hablaba del blanco bosque de Rusia: "... hacíamos hombrecitos de nieve y les poníamos sombreros que robábamos al bisabuelo". Yo la miraba con desconfianza. ¿Qué era la nieve? Para qué hacían hombrecitos? Y ante todo ¿qué significa un bisabuelo?»

Alejandra tampoco hace referencia a la convulsa situación social y política argentina que vivió el ascenso y la caída de Perón entre 1945 - 1955, con huelgas, manifestaciones y golpes de estado. Las realidades sociales y prácticas no constituían para ella la materia poética. Sin duda, ese distanciamiento de la "realidad" es deliberado en ella, férreamente encerrada en sí misma. Durante su etapa universitaria la vemos más interesada en ampliar sus lecturas y conectarse con personas que la vinculen a la vida intelectual. No le afecta, o al menos no lo manifiesta, la actividad política en la universidad, ni el impacto de las acciones guerrilleras y contraguerrilleras que sembraron el terror a finales de los sesenta y principios de los setenta. Y es que ella repudiaba la política acaso por proceder de una familia exterminada por el nazismo y el estalinismo, lo cual le impedía situarse en cualquiera de los extremos enfrentados. También es verdad que no le correspondió vivir la época más radicalizada en Argentina. "Nunca pensé en mis circunstancias personales: familia, estudios, relaciones, amigos. Me limité a sufrirlos como a testimonios opuestos al clima de magia y ensueño de mi memoria", escribe en sus Diarios.

De niña diferente a poeta precoz

Sus biógrafos nos dicen que asistió paralelamente a una escuela pública y a una judía, sin hincapié en la religión. Al terminar la secundaria en 1954, Alejandra se matriculó en Filosofía y Letras y en Periodismo, carreras que no concluyó. Por entonces ya tenía decidido su destino de poeta. Los estudios son una disculpa para relacionarse con espíritus afines y para leer (que es a lo que se dedica entre los 18 y los 24 años). En esos años conoce a su maestro y amigo Juan Jacobo Bajarlía que la introduce en el ambiente intelectual del Buenos Aires de mediados de los años cincuenta. También al pintor Battle Planas con quien descubre la pintura surrealista de Miró y Arp, así como la pintura naïf que estaba en auge en Argentina. En 1955 publica su primer libro La tierra más ajena que firma como Flora Alejandra. Un año después sale La última inocencia, este sí firmado como Alejandra Pizarnik.

La última inocencia incluye este emblemático poema que define su estética: "Alejandra Alejandra / debajo estoy yo/ Alejandra". Se titula "Sólo un nombre" y en él recurre a lo que serán dos de los procedimientos característicos de su poesía: la brevedad y la dislocación del sujeto. Esta "dislocación" es una forma de expresar la ajenidad respecto a sí misma. Tal procedimiento le permite explorar distintas posibilidades del ser. Ella es una y muchas, dentro y fuera, vivas, y a la vez, muriendo. En sus Diarios demuestra ser consciente de ello: "La vida perdida para la literatura por culpa de la literatura. Por hacer de mí un personaje literario en la vida real fracaso en mi intento de hacer literatura con mi vida real, pues esta no existe: es literatura".

alejandra_pizarnik_004Mediante la dislocación del sujeto el ser del poeta puede desdoblarse, recurrir a las máscaras y despojarse de ellas. Pero lo que Alejandra busca es la luz en esa oscuridad en la que se hunde. "Me gustaría escribir en forma muy simple y clara", manifiesta en sus Diarios donde deja constancia de su esfuerzo por "escribir bien" por no traicionarse. Para ello estudia a los poetas que encajan con sus búsquedas y preocupaciones: Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Lautrémont, etc. Con un plan de lecturas, se propone una metodología, como copiar y aprenderse poemas, corregir sus escritos, descartar lo que no sirve, para lograr un tono y un lenguaje "punzante y acerado como un cuchillo".

La existencia de Alejandra se limita el proceso creador que vive, al no encontrar un lugar en este mundo que llamamos "real" y "cotidiano", porque ella no procede como se espera de una joven de su edad y de su medio: no busca empleo ni se prepara para ello, opta por depender de los padres. Vive con su familia hasta los treinta años, aunque en sus Diarios se muestra entusiasmada por la obtención de una beca que le permitirá cierto desahogo económico y, además, se maravilla de que la recompensa económica le llegue gracias a la poesía.

Alejandra era, a todas luces, un ser diferente, el polo opuesto de su hermana. Ésta, dicen, guapa, esbelta, parecía más preparada para cumplir con lo que se esperaba de una mujer en un mundo convencional. En cambio Alejandra se nos presenta como una criatura andrógina, frágil, de aspecto aniñado. Quienes la conocieron recuerdan su descuidada indumentaria, su forma de hablar, deteniéndose en una palabra, sus peculiares costumbres, su refugio en la penumbra de un mundo evocador de la infancia, poblado de miniaturas y fetiches, de dibujos realizados por ella. Pese a su timidez, solía escribir cartas, a veces de amor, con una caligrafía pequeña y de líneas caprichosas. De estatura media, cabellos cortos, resultaba al mismo tiempo misteriosa e inquietante. Sus biógrafos nos dicen que era una joven acomplejada por el acné, la gordura, el asma y la tartamudez; que empezó tomando anfetaminas para adelgazar. Posteriormente recurriría a somníferos para combatir el insomnio, a calmantes para aliviar los dolores y a tranquilizantes para controlar sus nervios. La familia la protege hasta el punto de que el padre, costea las clases de pintura, el psicoanálisis y la estancia en Europa (de cuatro años, entre 1960 y 1964), además de pagar la edición de sus primeros libros.

Por su sorprendente inteligencia y precocidad, la joven llamó la atención de las figuras más destacadas de la literatura en la Buenos Aires de los cincuenta, entre la que se contaban poetas de la dimensión de Olga Orozco y Enrique Molina, ya consagrados en los cuarenta. El maestro era el vanguardista Oliverio Girondo que junto con su esposa, Nohra Lange constituían una pareja bohemia muy bien avenida, en torno a la cual giraba lo más selecto de la intelectualidad.

aleja16Bajo el influjo de las vanguardias estos poetas se mantenían abiertos a las novedades y a la experimentación. Alejandra logra ser acogida por un círculo que la mima, no sólo por la diferencia generacional -ya que muchos de ellos le doblan la edad-, sino por su sorprendente talento. Pese a su juventud, entre 1955 y 1960 ya adquiere cierto renombre con sólo tres libros (Las aventuras perdidas, 1958, es su tercer libro). En aquella época se debatía entre los dos grupos dominantes, aquel que aspiraba a la "poesía pura", una poesía que trataba de la poesía y que giro en torno a la revista Poesía Buenos Aires fundada por Raúl Gustavo Aguirre. Otro grupo era el surrealista liderado por Aldo Pellegrini quien difunde el surrealismo en Argentina.

Alejandra necesitaba ser "original" y padecía la angustia de encontrarse en un mundo de palabras gastadas donde todo estaba ya dicho. Arrancar nuevos significado era un reto, una tarea fatigante, dolorosa. Pero su poesía es muy diferente de la de Molina y Orozco. César Aira señala que la figura más influyente en ella es Antonio Porchia (1886-1968) un poeta menor, autor de un solo libro, Voces, muy elogiado por Breton cuya característica es su brevedad e intensidad, lo que pudo despertar el entusiasmo de Alejandra.

Vida y Obra dos realidades que se funden

Alejandra Pizarnik pertenece la estirpe de poetas que intentaron una fusión entre la vida y la obra. Escribe bajo el influjo del surrealismo que retoma el sueño romántico del poeta que sacrifica su vida por un verso. Su meta es ir al origen del lenguaje, viajar hasta el fondo del idioma, restituirle a la palabra su carácter mágico, buscar esa piedra preciosa, de medida exacta, capaz de abrir la puerta de acceso al misterio, a ese otro lado del espejo. Pero el poeta ha de estar libre de prejuicios y de condicionamientos, despojarse de lo ya sabido para alcanzar la "pureza" original. La crítica señala en ella su apropiación de los recursos del surrealismo, como la escritura automática y el encuentro de lo maravilloso, pero no deja de advertir que su escritura exigía también un rigor supremo que obligaba a reelaborar esos hallazgos mediante un trabajo constante y disciplinado.

alejandra_pizarnik_003Alejandra se sumerge en lo fantástico, busca con obsesión el mundo encantado de la infancia, ese inquietante jardín donde lo insólito transcurre de manera fluida. Como los niños, huye de la rigidez de los preceptos que impone el mundo adulto. De hecho se inspira en Alicia en el país de las maravillas, y en Alicia a través del espejo. Su obsesión por esa niña extraviada en el jardín, víctima de la reina loca, es evidente a lo largo de su obra. En su jardín tropiezas con criaturas perdidas o abandonadas, con una fauna y una atmósfera que nos sitúa en las fronteras entre la vida y la muerte y donde toda emoción parece tropezar con un freno, una especie de cristal que bloquea el acceso a ese otro lado donde encontramos pájaros muertos, o petrificados, espejos, niñas muertas, princesas encerradas, o ciegas, flores como las lilas, las azucenas, damas vestidas de rojo o negro: "La pequeña viajera/ morirá explicando su muerte / sabios animales nostálgicos/ visitaban su cuerpo caliente", nos dice en Árbol de Diana (1962).

En su travesía, Alejandra elige como modelos a los poetas nocturnos, malditos o suicidas. Ella comparte esa fascinación por la oscuridad y la muerte, que la mantiene e permanente vigilia. Sin embargo, la leyenda en torno suyo interfiere a la hora de señalar los aportes de su poética. El mito de la poeta suicida es un obstáculo. Estereotipos como la "pequeña náufraga", la "niña extraviada", o la "estatua deshabitada", avasallan a aquella persona que tan en serio se tomó su trabajo. Sus Diarios prueban esos afanes y desvelos. En sus indagaciones inventa varios personajes, que son múltiples versiones de sí misma, que la explican y niegan: "He mirado. He visto. Y no encontré a esa persona que me dirige desde su cueva" (1960), nos dice.

La suya es una estética de la locura que le permitió acercarse desde otra óptica a temas universales. Su escritura fragmentaria y discontinua, aporta ráfagas de luz y abre silencios. Sus poemas, dice la crítica, son pequeñas islas de sentido separadas por el silencio, ese silencio al que ella aspiraba: "La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante", plantea en Extracción de la piedra de la locura, 1968. Asimismo la crueldad que refiere cuando glosa la historia de Erzebet Báthory en La condesa sangrienta, 1971, aborda diversas temáticas: el erotismo como ratificación de la muerte, la significación del mal, la insaciable violencia del deseo y el vacío que precede a la consecución del placer. Sus lecturas de Bataille y de Bachelard incitan sus búsquedas nocturnas, sus indagaciones en torno al deseo y los sueños, los intentos de decir la palabra inocente, pura, original.

La patria de Alejandra

alejandra_pazarn_002ikSin recuerdos comunes, sin un pasado compartido, a Alejandra le faltan las sensaciones que permiten sintonizar con el entorno social, salvo cuando se trata de afinidades estéticas y afectos (Paz y Cortázar también fueron amigos y protectores en París). Ajena a una tradición, con una identidad múltiple y sin arraigo en un país determinado, también lo es respecto a sí misma, hasta el punto de dudar de su existencia: "Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte?", se pregunta en El infierno musical, 1971. Se refiere a la música que busca en el poema que va escribiendo. Lo cierto es que su verdadera patria fue el lenguaje y allí excavó con tenacidad, arrancándole significados ocultos en las palabras.

Exiliada de este mundo, de los condicionamientos sociales, políticos y económicos, Alejandra buscó arraigo en el lenguaje: "Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo quería rozar, como una araña el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria" ("Piedra fundamental", El infierno musical, 1971).

Pero ¿dónde radica esa fuerza trascendente que le imprime a su poesía? La crítica señala su cercanía con el surrealismo, como procedimiento, el predominio de las imágenes oníricas, la dislocación del sujeto, que constituye una vuelta de tuerca al mito del poeta romántico. Su alimento es la materia vivida: trances nocturnos angustiados, impresiones que le dejan ciertas lecturas, imágenes que atrapa, así como una tensa relación entre el significante y el significado. El resultado es una concentración y sobrecarga de sentido. Ella encarna un personaje que puede ser una muchacha, unas veces vestida de vieja y otras de niña: "Se fuga la isla/ y la muchacha vuelve a escalar el viento. La isla, la fuga, la muchacha, el viento". Y logra la brevedad a fuerza de eliminar las sucias adherencias ideológicas, sociales, los condicionamientos, para entregarnos las palabras esenciales. Pero su búsqueda de un lenguaje "puro" la mantiene en una lucha consigo misma. Así, el 15 de noviembre de 1964 escribe en sus Diarios, "Al menos me estoy matando. Y ese sueño con la asesina y la víctima. Yo era las dos. Si salvas a la víctima tendrás que matar a la asesina".

alejandra_pazarnik_004Enfrentar la muerte como un juego de niños, adentrarse en el misterio de lo prohibido, romper tabúes, poner del revés las mitologías, parece ser el camino que se traza. La muerte, la niña y la muñeca, se sientan a tomar el te y como en los cuentos de terror, la muñeca abre los ojos. El erotismo es a la vez ritual de muerte como "Violario" donde se establece un juego de significados entre las palabras violación, violeta, vieja, velorio, en un funeral, donde una vieja abraza estrechamente a una muchacha, haciéndola temblar de risa y terror.

Todo ello no es sólo el resultado de sus tortuosas experiencias, sino también de una conciencia de los límites del lenguaje, y de un vasto horizonte de lecturas, de su conocimiento de ciertos autores (Alfred Jarry, Ionesco, Cortázar, Michaux, H.A. Murena, etc.). Alejandra no sólo leía y disfrutaba a los autores comentados sino que además los estudiaba con el ánimo de encontrar las claves que le permitieran resolver los dilemas respecto a la creación. En "Fragmentos para dominar el silencio" se representa así: "Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos", palabras que anticipan el final, ese silencio que todo lo dice y que radicalmente la condena a ser no siendo.

 

 

Alejandra Pizarnik en su jardín ... enviado a Aurora Boreal® por cortesía de la escritora Consuelo Triviño Anzola.  Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Consuelo Triviño Anzola. Foto Consuelo Triviño Anzola © Consuelo Triviño Anzola.  Para leer más sobre la escritora Consuelo Triviño Anzola pulse aquí.

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