Esa noche, acompañados de vino, cantamos boleros con unos músicos de cuerdas disonantes y guitarras desvencijadas. Milciades concitaba la atención por ser el invitado estelar del evento. Él, locuaz y cálido, y yo, timorato y balbuciente, dialogamos acompañados de una luna cómplice que barnizaba nuestros rostros, en medio de la penumbra que extraviaba nuestros gimoteos de pésimos cantantes.
Nadie medió; no hubo padrino. Entre él y yo floreció, como semilla sembrada en la más fértil de las tierras, una amistad que se ha conservado incólume, vigorosa y proverbial. Amistar con Milciades, equivalía a trenzar un lazo afectivo con una figura legendaria de la literatura colombiana: el visionario editor que develó al montaraz Raúl Gómez Jattin; el mítico director de la revista Puesto de Combate en la que tantos han recibido su bautismo literario; el intrépido novelista creador de criaturas sedientas de vida y riesgo; el genial cuentista, el curtido marinero, el creativo dramaturgo y el cazador de instantes con su lente.
Ahora, después de 14 años, debo responsabilizar a Milciades por haber secundado al díscolo aprendiz fiel al brebaje que con generosidad él entrega: La poesía. Propalando, difundiendo, pregonando, publicando, recitando y cultivando poesía conocí a Milciades Arévalo, y, siempre que me topó con él, soy testigo de la eficacia en el cumplimiento de la que es su misión consustancial : forjar escritores y promover la literatura.
Bien sea como el generoso padrino que descubre los primeros poemas de imberbes vates de provincia; como el dadivoso consejero de incipientes narradores que buscan con apremio un editor; o como insaciable lector y descubridor de literaturas que promueve nombres y sugiere libros, Milciades, en tiempos de arribismo literario y búsquedas inauténticas, se yergue como un aquilatado maestro de la inclusión y el diálogo. El magisterio abierto y ejemplar que aprendió de Eduardo Mendoza y Jaime Jaramillo Escobar, de Germán Vargas y Héctor Rojas Herazo.
Hemos de celebrar, con desmedido alborozo, al progenitor de seres que ya hacen parte del museo íntimo de la memoria literaria de quienes integramos la cofradía alegre de sus lectores: Irlena, Haroldo, Lavinia, Ana Magdalena, Dinara, Ulises y muchos más, son seres ya transmutados en presencias reales en el fabulario de su obra; personajes concebidos por un mago de la memoria y el tiempo, y deudores de George Orwell, Lawrence Durrell, Italo Calvino, Ray Bradbury, Henry Miller, César Vallejo y tantos otros faros que han iluminado la senda creadora de Milciades Arévalo.
Para que el marinero siga sorteando el bravío oleaje, y oteando desde la proa los islotes en los que germina la poesía, invito a que nos armemos de valor y seamos por el resto del viaje los obedientes grumetes de Milciades. Buena Mar.
Marcos Fabián Herrera Muñoz
Colombia, 1984. Poeta y periodista cultural. Integra el comité editorial de la revista Puesto de Combate y del periódico virtual Con - Fabulación. Sus diálogos con escritores y artistas para la prensa cultural hispanoamericana le han reportado unánimes elogios y lo han ubicado como uno de los cultores más versátiles, documentados y agudos de la conversación literaria. Autor del libro El Coloquio Insolente - Conversaciones con Escritores y artistas Colombianos (dos ediciones) y del poemario Silabario de Magia. Incluido en antologias de cuento, poesía y periodismo literario.
Material enviado a Aurora Boreal® por Marcos Fabián Herrera. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Marcos Fabián Herrera. Fotos Milciades Arévalo © Milciades Arévalo. Foto Marcos Fabián Herrera © Carlos Andrés Beltrán.