CARTA DE ALEMANIA (14)

Aún hay jueces en Berlín

Si al corresponsal le gustase hacer frases escribiría algo así como: El corazón de los alemanes es una caja fuerte, y cuando consigues abrirla encuentras una póliza de seguros. El corresponsal también podría escorarse del lado de la filología y asegurar, con bastante más aproximación a la verdad (o al menos con no tanto sarcasmo como en el caso anterior), que la palabra clave del idioma alemán es la palabra seguridad, precediendo en el ranking al también sustantivo póliza, esto es: una seguridad asegurada por una compañía de seguros.

Semejante conocimiento no se adquiere de inmediato. Hace falta vivir algún tiempo en el país para darse cuenta de cuál es la clave del alma alemana. Más fácil es descubrir otra característica suya, por lo externo de sus manifestaciones: la queja, el lamento, el andar renegando. El alemán que no se queja ni se lamenta ni reniega, ha dado un gran paso adelante hacia la pérdida de sus señas de identidad nacionales. El alemán es un jeremías innato, que por lo demás siempre está dispuesto a llevar sus quejas hasta el juzgado. No creo que exista ningún país en el mundo con un mayor coeficiente de procesos judiciales por ciudadano.

Ojo: lo de quejarse no es una nota distintiva exclusiva de los alemanes. Los españoles son así mismo bastante quejicosos, pero a uno le da siempre la impresión de que se lamentan de vicio, y no sólo eso, sino que incluso están en condiciones de sublimar artísticamente su queja: basta oír un recital de cante flamenco. Recuerdo al respecto, de mis primeros años en Alemania, entre 1963 y 1975, que cada segundo domingo llamaba por teléfono a Huelva, a saludar a la familia y saber cómo seguían, y lo que no se me olvidará nunca es que a mi segunda o tercera pregunta ("¿Cómo andan las cosas?") mi padre siempre respondía, invariablemente: "Cada vez peor". Con lo cual quedaba demostrado, sin que él se diese cuenta, que no hay límites para lo peor, ni siquiera lo pésimo. Pero volvamos a los alemanes.

Cuando se aborda este tema de la intensa relación de los alemanes con la Justicia, de manera inevitable aparece la leyenda del molinero de Sans Souci.

A fin de que me entiendan, y por si no conocen los hechos, la leyenda es la siguiente: Dícese que cuando Federico II, llamado el Grande, rey de Prusia, construyó su palacio de Potsdam, Sans Souci, estaba malhumorado porque en las cercanías del mismo había un molino, el rotar de cuyas astas perturbaba el áureo silencio de su mansión. Y ordenó que fuera demolido. Pero el molinero se opuso, y le arguyó con una de las frases más acendradas del imaginario alemán: "Sire, es gibt noch Richter in Berlin! (¡Majestad, aún hay jueces en Berlín!)" Los cuales jueces, siempre según la leyenda, fallaron en favor del molinero. Y el buen Federico, amigo, discípulo y protector de Voltaire, tuvo que acatar la sentencia. Aunque, después de todo, ¿no fue él quien resolvió la cuestión de la libertad de cultos de la manera más civilizada que se conoce, decretando que cada uno de sus súbditos debía ser feliz "a sa façon", es decir, como más le pugliese?

La leyenda está tan acendrada que hasta la encontramos en la primera novela del gran Theodor Fontane, en Vor dem Sturm [Antes de la tormenta], cuyo trasfondo histórico es la campaña de Napoleón en Rusia, a la que había precedido la derrota de Prusia por el Corso. En una reunión en casa de la señora Hulen, la anfitriona cuenta el caso del viejo Sängebusch, que al morir pidió ser enterrado en un ataúd verde, como símbolo de que su querida Prusia iba a renacer un día. Y ello provoca el siguiente comentario del personaje Schimmelpenning: «Equivocarse es humano, pero ese viejo Sängebusch no se equivocó... Ataúdes verdes o no, le suplico que no me malentienda, yo soy protestante y desprecio toda superstición. Esos ataúdes verdes son una chiquillada. Pero tenemos que renacer... ¿y por qué? Porque tenemos una Justicia. Ese es el busilis. Justitia fundamentum imperii. Muéstreme en toda la historia antigua o moderna algo parecido a lo del molinero de Sans Souci. [...] El tribunal imperial, señores míos. Y lo de "Aún hay jueces en Berlín" es algo que hasta nuestros enemigos nos lo han reconocido. No quiero decir nada en contra de los franceses, pero hay algo que debo decir: carecen de Justicia. Y donde no hay Justicia no hay medida, y donde no hay medida no hay victoria. Y si hubo una victoria, no es duradera y se convierte en una derrota».

Pero, a pesar de la patriótica parrafada de Schimmelpenning, lo del molinero de Sans Souci no pasa de ser molino 360una leyenda. De hecho, está documentado que al gran Federico le encantaba la vista bucólica del molino desde las ventanas de su palacio. Con lo que a continuación se vuelve a plantear de la manera más seria del mundo si fue primero el huevo o la gallina. ¿Serán los alemanes tan pleitistas porque el molinero de Sans Souci, de acuerdo con la leyenda, le ganó el juicio al rey de Prusia?... ¿o es al revés, que el molinero de Sans Souci se metió en pleitos con el rey de Prusia porque meterse en pleitos es una componente sui géneris del gen teutónico?

Una aproximación personal a la problemática se me ofreció a punto de iniciarse el último otoño del siglo y el milenio pasados.

En septiembre del 2000 tuvo lugar en Colonia, en la sede de los Juzgados Regionales, una exposición dedicada al Premio Nobel de Literatura 1972, Heinrich Böll, y sus relaciones con la Justicia, que es un tema per se. No extraña pues que a alguien se le ocurriera la idea de hacer una exposición sobre él, y además se da la circunstancia de que Don Enrique (como siempre lo llamé) era coloniense y vivió largos años a la vuelta de la esquina del imponente edificio de los dichos Juzgados. Él mismo lo cuenta en un texto localmente famoso:

«Domina el barrio el gran palacio con la extensa fachada: atrae a muchos visitantes porque en él reside la gran dama de los ojos vendados. [...] Sería injusto decir que la dama en su palacio sea improductiva, es completamente seguro que hay algo que se produce en sus dominios: polvo, ese polvo especial que se acumula sobre los legajos».

Como si tuvieran presente la frase, los responsables de la exposición decidieron soplar el polvo acumulado sobre varios legajos. Y por ello nos pudimos enterar (o pudimos recordar) que Böll fue reportero de juzgados en el 55, en el juicio seguido en Kaiserslautern contra el presunto uxoricida Dr. Müller: así lo documentaban sus crónicas, los recortes de cuyos originales, del 5 al 9 de diciembre de aquél año, se exponían en una vitrina. Y así volvimos a recordar, quienes ya los conocíamos, pero nunca está mal que nos refresquen la memoria, el papel que jugaron los informes periciales de Heinrich Böll en la exoneración judicial del gran poeta austríaco Erich Fried y del escritor alemán Günter Wallraff, el autor de Cabeza de turco, especializado en reportajes intravenosos, por llamarlos de alguna manera.

[Wallraff se infiltra con una falsa personalidad en las fortalezas de las compañías de seguros, de los bancos, de los consorcios alemanes, ¡hasta del más amarillista de los periódicos del país!, para estudiar, descubrir y hacer públicos sus métodos, a veces muy cercanos a los de la Mafia. Entretanto, y partiendo del apellido del escritor, en varios idiomas –entre ellos el sueco– existe ya el verbo wallraffear, que designa ese método de periodismo investigativo].

heinrich boll 350Pues bien, ambos informes solicitados a Böll por la justicia alemana, para que dictaminase desde un punto de vista lingüístico si en los textos del poeta y del reportero había material susceptible de ser relevado jurídicamente contra los autores, figuraban también en la muestra.

Como así mismo la documentación que se refiere al juicio mantenido por Böll contra un comentarista de la TV alemana que lo acusó pérfidamente de ser un incitador al terrorismo de izquierda, la luego famosa banda Baader–Meinhof. Este fue el capítulo quizás más importante de la exposición, y es bueno que ella se celebrase nada menos que en la sede de los Juzgados Regionales. Porque pocas veces ha habido en la historia de la literatura autor más calumniado y perseguido que Heinrich Böll: su casa y las de sus hijos fueron una y otra vez blanco de la violación policíaca (no policial), a veces anunciada por el tal periódico amarillista incluso antes de que hubiese tenido lugar... lo que no habla precisamente en favor de la imparcialidad de la policía, frente al presunto inculpado, en un Estado dizque de Derecho: la prensa, cierta prensa, estaba informada de antemano.

honor oerdido 350Se me puede tachar de cínico por lo que concluiré ahora, pero en el fondo estoy contento de que así sucediera: ello nos valió una obra maestra como es la narración titulada El honor perdido de Katharina Blum, en la que Böll desenmascaró de manera magistral los métodos criminales de dicha prensa. Dicho sea de paso, se me ocurre que sería bueno que la estatua de la Diosa Justicia, en el palacio de los Juzgados Regionales de Colonia, ostentase el rostro de Katharina Blum (esto es, de la gran actriz Angela Winkler), y que detrás de su proverbial venda nos mirasen invisibles los ojos "claros, serenos" de la heroína de ese relato.

Recuerdo que cuando salí de aquella exposición lo hice reflexionando que al fin y a la postre ella demostraba lo muy distinto alemán que había sido Heinrich Böll, y de qué manera tan sutil quedaba demostrado por su relación con los juzgados. Es cierto que fue más intensa de lo que se sospecha en un escritor de fama mundial, y que fue casi (casi) tan intensiva como la del litigante alemán prototipo: pero esa relación vino marcada por su condición de reportero, de experto en lingüística y de calumniado que se defendía legítimamente. Es decir, resumí: no fue la del alemán medio, que en todo y por todo resulta ser una reencarnación de aquella princesa que no logró dormir a causa de la arveja debajo de los veinte colchones de su cama, y que inmediatamente recurre al abogado apenas escarba la arveja con la mano, reclamando daños y perjuicios. Porque... claro, porque aún hay jueces en Berlín.

Ricardo Bada
España, 1939. Escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Con una obra extensa: autor de La generación del 39 (cuentos, 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, 1994), Amos y perros (cuento, 1997), Me queda la palabra (ensayos, 1998) y Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, 2000). Editor en Alemania, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea (Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua]), y en solitario, de la obra periodística de Gabriel García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, 1991), y en Bolivia de la única antología integral de Heinrich Böll (Don Enrique, 1995) en castellano.

 

 

 

 

Carta de Alemania (14). Aún hay jueces en Berlín enviada a Aurora Boreal® por Ricardo Bada. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Ricardo Bada. Foto Ricardo Bada © Ricardo Bada. Foto molino de Sans Souci dentro del parque del Castillo de Postdam tomada de internet. Foto de Heinrich Böll tomada de internet.

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