Gerardo Deniz - Domingos de poesía

Gerardo Deniz, seudónimo literario de Juan Almela (Madrid,1934-ciudad de México, 2014). Poeta, prosista y traductor mexicano. Ganó el Premio Xavier Villarrutia en 1992, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por el conjunto de su obra en 2008 y la Medalla Bellas Artes en 2014. La poesía deniciana es compleja y no tiene par, en ella abundan los giros sintácticos, morfológicos y humorísticos. En sus libros entremezcla el lenguaje culto y argótico —por su profesión de químico, el científico— con el coloquial, ampliando el vocabulario poético. Numerosos referentes culturales pueblan sus textos así como frases multilingües. A lo largo de su cuantioso corpus poético el autor juega con el lenguaje y regenera la lengua.

 

Foto Gerardo Deniz

 

MERLÍN

Diremos hoy del amor cosas verdades
como la orilla al mar hasta volverse arena.
Los pasos sobre hojas mojadas que no crujen; torna el pensamiento
              con saliva ajena, oh brujo céltico que hallaste hace dos lunas
una joven lavándose temprano en la fuente. Esta tarde de nuevo
has mordido sus piernas —desgano: así hasta tres veces.
Hay en el bosque corros de hongos —y quién los pone,
              di (o enloquecer como el sabio malabar
ante la sensitiva), y quién pone el salitre en la bóveda
              donde la antorcha traza enigmas de hollín.
Mirabas a la ventana de vejiga tendida; esperabas la hora,
              oh brujo enteramente medieval,
cómo odiaste la paja donde hundías codos y rodillas
              pensando en hongos, en salitre
(así otros días cuando quieres que dure y repasas el elenco de estirpes
              de Erín desentendiéndote un poco).
Traes briznas en los faldones y en ese cucurucho salpicado
              de estrellas, lúnulas y saturnos prematuros que llevas
frío en los pies y prisa; sí, oh brujo atormentado por la enuresis;
anhelas el infolio de astrología judiciaria que el aprendiz desempolva
              con mano trémula, creyéndote en hechicerías altas.
Tardarás en dormirte aunque es noche de viento y el hombre
              del norte no pisará las costas.
No, no eres lunático.

 

LÁMPARA MARAVILLOSA

El alifrit está frito, nadie frota.
Por el ojo de la lámpara, bajo una marina peor,
atisba
y ve que éste va a ser otro hogar como es debido.
El señor corre al centro del departamento, se llena la boca de arena
              y la escupe por la ventana,
corre al centro del departamento, se llena la boca de arena
              y la escupe por la ventana.
Es que está construyendo el nido.
El alifrit quisiera poner un toque de iniciativa —un mordente,
              digamos— en esta cadena siniestra de actos automáticos
              (dos tonos, un semitono, tres tonos, otro semitono);
un grano de pimienta —digamos— en el lecho ázimo.
Pero es inútil: nadie frota.

              (Adrede, 1970)

 

 

ARCA

Se escapan indefectiblemente. Voy,
matamoscas en mano, por las crujías, aniquilando de un golpe
              géneros enteros,
órdenes, clases. Maldefiendo mi vida (barren el casco, pían,
              himplan, ponen): para mí la culpa.
Ocasiono pérdidas que me echará en cara Filogenia;
así exterminé aquel hemíptero azul con un comino al hombro
—no molestaba, pero era prófugo y ayer yo andaba bíblico
en demasía. Sobrevive su pareja, condenada al onanismo
o a la bestialidad.
                                  Noé, hijo de no recuerdo quien,
qué malo saberlo todo. Qué pésimo ejercer.

              (Gatuperio, 1978)

 

 

PLANTA

Descienden las hojas
abrasadas en el aceite pelirrojo del otoño,
cubren el suelo de monstruos raquíticos y tensos
que los pies desmenuzan
como a una especia nada más para el oído.
Desvían, distraen;
a veces engañan.
No dejan pensar. Callamos.

Da largo el paso para pisar aquélla.

 

 

PENSARLO SIN ALMOHADA

A estas horas circulan los últimos metros.
Habrá quien llegue apresurado a la estación y halle la reja;
quien ya ni vaya, y habría llegado.
Nunca se sabe.
No se puede saber.
Es como todo.

 

 

PAVANA PARA UNA VÍBORA LÚBRICA

              Al burgomaestre de Příbor

Abrí un día el cajón de mi padre y escogí la mejor larva.
A escondidas le daba sobras selectas de los cumpleaños.
Así creció hasta una hermosa serpiente de cuadrícula dorada y ojos
              de zafiro.
Supe sus preferencias, le abría la ventana por las noches.
Antes del amanecer golpeaba con cuidado los vidrios como Kaa
              tanteando el mármol.
Entraba perlada de flit y se iba a enroscar bajo mis libros
              de aventuras y de animales admirables como ella.
Empecé a llevarla a la escuela en vez de cilicio.
Me restregaba las costillas para facilitar su muda de piel y que yo no
              llegara a clases
Suelta, merodeaba por el bosque la mañana entera.
Luego enmudeció, ya no quiso separarse y me bañé con ella puesta.
A mis amistades les contaba todo menos aquello, pues era demasiado
              trivial.
Muy lento además, pero con el tiempo debí buscar un buen trabajo
              fijo.
En tardes de Mixcoac contaba Silvia con la uña las escamas aún
              visibles en mi torso.
Anunció de pronto que ya nada se notaba.
Años después, la gran boa profetizó un poco por dentro mientras yo
              miraba, cruzando el puente, hacia Acoconetla.
Al reconocer el silbido, casi se me cayó de la mano la bolsa del pan.
Tragué saliva y le eché en cara su carácter simbólico socorrido
              y demodé.
Por si acaso, he cumplido múltiples veces la profecía, con resultados
              variables, pero al parecer esto va a ser todo.

 

 

I CU

              A Pablo Mora

Puesto el fa, pasar al punto 8.
                                                        Ahora bien,
si mientras resuelves el test se pasea por la tabula rasa una araña
              descomunal
atada de una pata a la lámpara,
si te besa la mano y juguetea como un gatito con la pluma
              que escribe
o mira de frente y hace como que toma impulso para saltarte
              a la cara,
la calificación desciende,
pues hay que marcar con una paloma todo lo que convenga,
que tachar lo que no convenga.
Cuando no miras la oyes, hace como la uña en el peine;
aunque te absorbas en la performancia, se sube al cenicero,
alza una colilla fría, la desmenuza
y sopla sobre los restos para que pierdas la ilación de nuevo.
Si la amenazas de mala manera, brinca atrás, se protege el rostro
              con el antebrazo;
durante ocho segundos angustiosos
suena un gorgoteo de quimos revueltos en su barriga velluda
grande como un huevo grande.
Hay que descubrir cuáles dos de los seis dibujos son iguales
              (tiempo: 2 minutos),
que identificar los siete errores en el dibujo grande
              (tiempo: 3 minutos)
aunque trepe por el brazo, y es peor; escarba en tu oreja
              más preciada,
estornuda, se queda quieta,
dan ganas de firmar, poner el número del Registro Federal
              de Causantes y esperar que vuelvan,
porque el cordón tirante estorba la visión y distrae,
pero no se puede, no se puede.
Ya baja, curiosea, canturrea,
mientras buscas parejas de palabras relacionadas como pétalo-frenesí

              lentejuela               Eurico               galón                   árbitro
              cáfila                      xileno                carcaj                   parapeto—

se tira panza arriba y encoge trágicamente todo,
pero si te levantaras, con el arrastre de la silla estaría en pie.
Además, no ha cerrado los ojos.

 

 

BRUJA

Lleno de respeto hacia las probabilidades,
considero a María Gaetana Agnesi como fea;
no obstante,
procederé como si fuera hermosa.

Fanciulla pedante trilingüe
—a cada palabra te arranco otro trapo—,
sabihonda sabrosa, presiento
por ciertas instituciones analíticas
que en materia de senos puedes todo.
Abajo tu hermana toca y canta a gritos
—Oh! Sophonisba, Sophonisba, Oh!—
mientras nos perseguimos voraces
caterwauling
por los tejados sublimes de Bolonia.

Pero has puesto el coseno bajo el seno,
por la tangente escapas. ¡Qué transvección, versiera!
Ya en la escoba eres un punto que dibuja
una onda frente a la luna.

 

 

AUTOPSIA DE BEETHOVEN

Cuentan que sin tener aún hijos aullantes
ayudó usted, Rokitansky, a disecar al sordo
en el nombre del Senior, del Junior y del Paracleto
—y encontraron un buey sobre su oído,
un hígado más tieso que la nuez de Krakatuk
de que hablaba el otro karaliauchiusano ilustre
(pues el mago del Norte no es pa tanto).
Les essaims de moineaux se disputant des lambeaux de poumons,
Hosenknopf sentado en el suelo, inflando la vejiga,
Flora mericista sacándose enredaderas de la boca—

Sobre un azulejo talaverano aus dem Schwarzspanierhause
iban poniendo lo que salía de notable
—claves, silencios, alteraciones
semejantes a dijes, bagatelas, espinas diversas
del pescado que tanto le gustaba,
cuando apareció una pieza de lo más rara,
índice en alto, mandón, cual sovvenire apenas cartográfico
de una córcega. Pero al ir a envolverla para la colección hunteriana
se deshizo entre el revuelo del público,
pues una condesa maltrecha sucumbió a la emoción,
usted le acercó a las naricillas espíritu de cuerno de ciervo
(el ruido de un avión cubre el final).

              (Enroque 1986)

 

 

MITO

              A n-us muir glan
              don náoi broindig a tá Bran,
              is Mag Meall co n-iumat scoth
              damsa a carput dá roth.

Muchas estelas cortó Rúnika, muchas,
al surcar en bicicleta el Atlántico norte
describiendo vastas curvas
ante atardeceres interminables,
alejándose hasta ser una efervescencia imprecisa;
estelas dejadas por barcas de piedra navegantes
en las que ascetas ceñudos de Irlanda
buscaban riberas remotas, legendarias o no,
donde consumar austeridades inauditas
o cristianar geirfuglar y, en fin, ganar el cielo.

Pedaleaba Rúnika furiosa entre las aguas del kraken;
le salpicaban la espalda espumarajos dichosos, la nuca le salaban.
Entre el bullicio de su avance se le oía resoplar, escupir con ruido
el agua verde que le entraba en las narices,
renegar contra el frío, el oleaje, el manubrio,
contra el dios Njördhr, en quien creía apenas.
Contra todo. Una sombra corvina en el cielo la distrajo
y, estando en trance de ahogarse,
aquel mar obstinado se puso en pie y en seco
de un soplido gigante la aplacó sobre el muro.

 

 

PRELIMINAR

El sueño de la razón produce monstruos.
Sin duda.
                  Pero será esclarecedor
tener presentes ciertos datos iniciales
Por ejemplo:
la razón del imbécil despierto
ya produce más monstruos, y más,
antes de que otros nos hayamos dormido.
¿Estamos?

 

 

PERTURBACIÓN ECOLÓGICA

El decano de los buitres
murió sin que nos fijáramos
—tan clásico era—
                                    y desde entonces
el hígado de Prometeo, al crecer como siempre,
lo infecta todo,
lo amarga todo,
se cuela por debajo de los muebles.
Es un asco.

 

 

NAVIDADES

Oí pisadas presurosas,
exclamaciones, revoloteos. Me acerqué a la puerta y atendí un rato
con los ojos muy abiertos. Un santiclós se ha trabado de mal modo
              en la chimenea
entre el tercer y el cuarto piso, desde esta madrugada,
o por ventura entre el segundo y el tercero.
Sus gritos ahogados llegan hasta la azotea.
Le bajaron un poco de pavo frío con un hilo
para que espere mejor el rescate; mas la apretazón no le deja tragar bien
y regurgita sin cesar: la casa se estremece. Ahora es cuestión
de cómo darle el relleno y sobre todo
algo de beber, una cuba siquiera.
El vecino del tercero, bienaventurado,
metiendo tubo arriba el brazo con las pinzas doradas, a ciegas entre
              el hollín,
cuenta que le pellizcó el escroto y tiró de él otro palmo hacia abajo,
dejándolo quizá peor. Hacen descender la cuerda
sin propósito preciso; vuelve con un juguete:
¿intento de soborno, tal vez?
Me asomo a la ventana. Son tantos en la calle quienes miran hacia acá
(y con tales caras de fastidio)
que retrocedo, a disgusto.
A lo alto la voz llega menos y sólo repite cosas ya muy dichas:
«amuá», por ejemplo, pues es un papanoel, asegura el periódico.
De nuevo vibran pasos fuertes sobre mi techo.
No tengo chimenea, por fortuna, mas detrás de la pared
escucho cómo bajan ahora un pulpo vivo.
Vuelve con el rojo gorro adherido a las ventosas.—
Al otro día lo contaba yo con susto en la editorial:
al parecer era imposible extraer el cadáver
y en los pisos inferiores no sabían por dónde comenzar,
pues se les llenaría la casa de humo si encendieran
para amojamarlo
—y al mes siguiente hace, aquí en México, gran frío.
Cómo explicarles, además, a los pequeños.

              (Grosso modo, 1988)

 

 

EN BLANC ET NOIR

La cebra va vestida
de dos teclados de piano estirados con audacia
transversalmente,
juntos por el espinazo y por el vientre blanco y diatónico
(las patas se las forran con celestas).
La crin, erguida como un peine, sencillamente es pintada a mano.
Pues bien, este animal tan bien hecho trota
siempre sobre un xilófono —pero fosilizado,
vuelta xilópalo la madera.
Escúchese cuando pase una cebra: inequívoco
lo peculiar del ruido, ¿no es verdad?

              (Mundos nuevos, 1991)

 

 

SANBERNARDO

              A Fernando Rodríguez Guerra

Escalaba yo sin tanque de oxígeno los helados ventisqueros,
respiraba, o ya pronto, el aire de otros planetas.
Me había perdido, pero de ello se trataba, selbstverständlich;
ante mí subía el camino sin ambages hacia la inmortalidad.
Creí oír que acezaban, y así era:
un perro colosal, afectuoso y deciso, repulsivo,
con ojos de sangre cuajada y su barrilito al cuello.
Según él, me estaba prestando un servicio incalculable.
¿Qué hacer?
¿Cómo explicarle que mi proyecto, aunque descabellado,
era sublime? ¿Cómo quitármelo de encima?
Me contemplaba satisfechísimo, exhalando tufaradas de vaho,
babeando estalactita.
Suspiré
con una larga mirada a la cima todavía distante
y acompañé a mi salvador, conteniendo las ganas de despeñarlo
(pues ¿y si vuelve?),
hasta donde los frailes —quienes para remate me trataron con dureza.

 

 

PREPOTENCIA

              Salían de sus cuevas los objetos horribles

A las tres de la madrugada,
mientras leía yo a Humboldt, su Ensayo político
—toc— sonó a mi lado la madera reseca
de una vieja silla, ruidosamente.
—Toc— le repliqué al instante en igual tono,
mirándola a los ojos
sin sonreir.
—Tic —añadió apenas audible
—tic—volví a vociferar
y así han quedado las cosas.
Lo anoto y prosigo mi lectura.

              (Op. Cit., 1992)

 

 

ENTOMOLÓGICAS

              MÍMESIS

Soy de esas moscas que semejan abejas
y haraganeamos en las colmenas, no sin valentía.
Esto lo escribo en las tientas de la noche
mientras zumba el panal rumoroso porque ellas
ponen a vibrar sus alitas para generar calor
sintiéndose mínimos pegasos de Joule (James Prescott).
Yo en seguida me fatigo, pero a oscuras nadie se fija
y si encienden la luz lo haré muy bien —aunque de pánico.

              FAMA

Soy la cigarra de la fábula. Hoy (por hoy)
todo mundo me aprueba, me aplaude y da la razón. Vaya lata.
Lo peor que pudo hacer esa maldita hormiga
fue exagerar, en aquel diálogo nuestro que dio a la prensa,
mis innegables aprietos invernales. Pendeja ella
—y más quienes me preguntan (pues que resulté «artista»)
si quiero ser escólex de mesas redondas, rómbicas
o hasta de cinco puntas. Yo sé mi cuento; es otro.

 

 

FAGOTES

              The Wedding-Guest here beat his breast
              For he heard the loud bassoon.

              PRIMERO

Cuánto petulas, fraterno bajón. Por mucho que recalques,
ya nos leyó esa cartilla la orquesta previa. Me gusta tanto que,
sabiéndolo,
empieces como si nadie estuviese al tanto
(hablo, evidentemente, del concierto de Mozart).

Es deleitoso seguirte la pista,
pues gozas de infinitas ocasiones memorables
—al final de la cuarta betancurta,
durante una consagración casera op. 124
(en espera de la vernal, por supuesto),
o encareciendo al cielo la impulsividad del ginecóctono
(simple episodio en la vida de un artista)
—¿y si en puesto del comienzo patético preferimos a Manfredo
o aun el Boris?

Eres grande, fagot, eres grande;
sabes perfectamente que con flauta, clarinete, oboes solos
rara obra comienza de 40 minutos. Tú, en contraste
—claro, tú—, extraes conclusiones, justificadas
aunque, con cierta frecuencia
                                 (no serías quien eres),
                      asaz perdonavidas.

              OTRO

¿Fagot? Siempre va en piyama,
siempre con humor parejo, aunque semeje sulfurarse,
lo cual le permite emprender sarcasmos muy bajos
junto a tragedias terribles
en un terreno lúcido y pastoral y
gruñe: ¿no lo escuchan desde ahí, acaso?

Diera, bajón, racimo y medio por tu soltura,
setenta y ocho por tu timbre —exprimidos, fermentados,
vie sans air!,
                       destilados,
deglutidos con vergüenza ajena,
sin decidirme a tirar el grial al vergel
por no contaminar a la vez litósfera y noósfera.

Bien lo olfateo, fagot, aspiras a que ella,
subitánea,
te siente en sus rodillas madrigadas,
te estreche contra axila valeriánica
y suspire con móviles ojos de embeleso:
—Lopeluzio, Lopeluzio…

              CONTRAPIPORRO

Instrumento de treinta y dos mil pies,
¿qué Ubú ni qué Ubradú te arrancarían lágrimas?
Cisne monstruoso con cuello imposible,
sobresales del pepinar de la orquesta
como un espantapájaros maniacodepresivo.
Pues lo que se dice malo, no lo eres.

Instrumento imprescindible, comoquiera,
con uñas de topo pulsas líneas adicionales profundas.
En caos indigesto pones todo el color local
si comienza el concierto para la mano gaucha;
entonces el universo se incorpora, zarrapastroso,
y salpica plantígrado tu alquitrán confiable.
Ojalá emitieses humo caco al sonar.

Instrumento para mofas y befas,
más que tuyas, a tu costa
—y he aquí lo que es savoir vivre: ni tú te inmutas
ni callas. Comprendes, varón de deseos
conoces el abigarramiento, y a sus diablos
les palmoteas el hombro —y te temen.

 

 

OF RATS AND MEN

No está nada mal nuestro templo.
La escalinata desciende hasta enopla y anopla,
los peldaños últimos ondulan en el agua.
Inclinada y todo, la torre es bella, es habitable
y, comoquier se juzgue, lleva muchas décadas
aunque haya sido remozada repetidamente; nada más legal.
Espada de mercurio, lago de azufre, la sal (y la mesera regordeta)
—fusión de bisutería en casquete craneano de un alquimista
              higiénico:
todo un modo de hacer, un modo de capar, y un pobre simbolismo.
Lo único intolerable son las ratas.

De día salen menos (pues la gran agua las asusta),
pero en la noche corren, estropean, roen los birretes de grandes
              maestros
y tienen el descaro de repartir pasquines —zon zátira, zeño—
donde se designan reinas de la playa, se retratan junto a un pez vela
que nunca pescaron, escarnecen la docta ignorancia
reflejada en la alteridad de nuestras hipótesis,
se cagan entre el pincho del violonchelo y los pies del ejecutante
y, habiendo queso, devoran cirios, a lo cual llaman «transgresión».
Nos negamos a examinar su adán y eva en un cumulonimbo prúsico
argumentando noramala derechos a la vida y otras vaguedades
de que se burlan luego de emplearlas para tomar el pelo.
Alcemos los pies quienes no frotamos instrumentos de gamba
mientras pasan veloces hacia su Feria del Libro.
Estoy hasta el copete de aguantarles verbos en mi.
Donde dejé el canotier. Adiós. Volveré tarde.
Voy como un dux veneciano a desposarme con la mar.

              (Ton y son, 1996)

 

 

CONGÉNERES

Anhelaba salir, sin decírmelo. Tanto,
que la alcé en vilo
y desde el balcón tras la cocina
nos asomamos a la medianoche
entre escobas, dos lazos de tender
y un quemador de gas.

Abrazada a mi cuello, erguía la cabeza
para otear lo oscuro, respirar el frescor
oloroso a fantasmas recién planchados.
Abría grandes ojos pulidos en berilo
con pasmo cómplice. Yo sólo le besaba la frente.
Me rozaba con orejas cónicas y yertas,
pero nada decíamos —hasta que no resistí
sin susurrar sus dos sílabas, tres,
y al acariciarle la garganta con los dedos
sentí vibrar el torno de su dicha. Media hora.

Retorné adentro con ella, cerré el balcón sin ruido.
Se posó dulcemente, restregó mis tobillos, cola enhiesta,
antes de marchar majestuosa hacia nuestra alcoba.

—No es común tal riqueza, opulencia sedosa,
después de catorce años amándonos,
gata mía.

              (Cuatronarices: Bothrops asper, 2005)

 

Y LLEGARON*

Los gatos de orejas cónicas,
cucuruchescas, para escuchar sonidos agudísimos.

Como oyeron todo, se han vuelto escépticos
y por ello son odiados o amados, sin términos medios.

Gatos. De casi cualquier color. Casi, pues los hay matizados
de azul o lila, mas verde no, salvo uno que soñé hace mucho.
Las multicolores son gatas siempre. Ellos son bellos, aunque
puede ser preciso entender su faz. Ellas son más transitivas
a la hermosura .

El gato circula por la fabulosa lucidez de las cuatro de la madrugada,
cargado, con desdén, de refranes infecciosos. Se sienta un rato, a respirar la hora.

Sentado, cada una de sus manos descansa en el suelo
como una tau hebrea.

Convierte en felinina hedionda la vileza del cuerpo y la reboza,
arqueológico, en arena, o bien la derrama donde nos escandalice.
Más o menos lo que aspiramos a hacer, en secreto, con vagas literaturas.

Su frente es lisa en ocasiones; otras, luce fronteras entre colores;
otras más, ostenta un ideograma impronunciable. Pero siempre —siempre—
sobre cada ojo el pelo se vuelve algo ralo. Bien sabe el gato para qué, mientras
nosotros sólo creemos sospecharlo.

Al principio de los tiempos (todavía existían gigantes en la tierra)
se reunió una asamblea de gatos primigenios para decidir cómo expresarían
sus emociones. A fin de engatusar, por supuesto, fueron prometidos premios
a las ideas más originales. De ahí ocurrencias tan únicas como el bufido,
el ronroneo, el amasamiento, etc.

No podrán ir bien las cosas en tanto haya individuos, y hasta numerosos veterinarios,
persuadidos de que el gato tiene veinte uñas.
(N. B.: son dieciocho.)

En cuanto a la voz, Bodeler escribió una aceptable introducción al tema.
Pero en realidad se trata de una clina lingüística, como en las hablas francoprovenzales
por ejemplo. El miau es la koiné, y aun el mau. Sin embargo, el ñau ya es otro cantar,
y ¿qué decir del nga (con nasal velar) de mi gata Leda?
Indudablemente significa “yo”, si bien en tibetano, como podría esperarse.

Sobre la nariz, con buena luz se ve una cruz de San Andrés con un punto ideal
en medio. Acuartelado en sotuer, el terciopelo miniheráldico se inclina contrariamente,
en dos pares opuestos por el vértice.

¿Delante? Caucho al descubierto, de grano ultrafino, húmedo a menudo, rosa,
naranja rojizo, caprichosamente moteado, negro...

Nadie contemple sin reverencia esos puntos, de los cuales nacen sendos bigotes
—nadie, pues, sin rebasar en geometría el que j’aime à faire apprendre ce nombre
utile aux sages. La cara del gato es una de las dos cosas más perfectas.
Las quisiera labradas en mi tumba, como Arquímedes quiso esfera y cilindro:
algo había descubierto, y yo también.

Ante la mirada de un gato, la superficie del agua tranquila
se hace cóncava, en grado escaso pero mesurable.

Detrás del antebrazo, dos, tres, cuatro pelos largos —vibrisas—
como breves cejas, dan fe de lo incomprensible.

 

                                  *(Versión original del poema publicado en Juan Soriano 80, en 2000, y en Erdera, en 2005; incluido en Gatimonio: poemas de gatos de autores
hispanoamericanos. Sergio Laignelet [ed.]. Madrid: Lebas, 2013)

 

 

MOSCA

Lo soy y mi abdomen
es de metal azul,
ningún insecto díptero me es ajeno. ¿Quedó claro?
Mi larva medró en un policía muerto
al sur de esta capital. Correcto.

Mi alma máter fue la que tenía que ser.
Allí, posada en tubos fluorescentes,
atendí a todas las clases, en las conferencias magistrales
me enteré de que todos los cretenses mienten.
Presencié cómo un tal viejo cachondo, Einstein creo,
era arrastrado sobre corcholatas y colillas (bachichas, puchas),
atados los pelos blancos al carro triunfal del antimonio Birkhof,
y tantísimas cosas más.

Llegado el período de los amoríodos,
sucumbí a las feromonas
y en el cuarto de baño rectoral consumamos nuestras nupcias
sobre baldosín, jabón y caca sabia.
Por el ventalle de cedros huimos a la atmósfera
sin desengancharnos,
impelidos por el bufar del viento
como Paolo y Francesca o Lamberto y Mamerta.
Abandoné a mi pareja cuando se luxó dos patas al hacer tierra;
le dejé un huevo ovalado de recuerdo
y volé a poner los demás en las legañas de un basarisco desahuciado.

Hube de buscar un tema para mi tesis de doctorado.
Opté por hacer un estudio sobre los perjuicios y estragos del neoliberalismo
sobre las moscas del pedregal adyacente.
Ayer empecé, pero hay que volar mucho y ya me siento cansada.
Afortunadamente mañana es domingo.
Atardece.
A duras penas logro distinguir a los lobos de los canes.
Aún distingo con facilidad las nervaduras blancas de las negras en mis alas,
pero esto no me da ni frío ni calor pues me emancipé del ramadán hace tiempo.
Ascenderé cuanto pueda, aun cuando me falla la respiración
y me aterra pensar que el mal del hongo ha hecho presa en mí.

Todo nos amenaza y quizás el tiempo no sea para tanto:
la noche promete ser larga y llena sucesos.
No: en el aire lo más temible son los murciélagos
que surgen de la noche con rectas zigzagueantes
o asintóticamente sobre el suelo
con bocas descoyuntadas, de tragaldabas rápidas,
entre la maleza que por ultrasonora
no trastorna la poética quietud
del castillo de grandes naipes sombríos.

Acaso sea peor a flor de piedra
pues está cubierta de telarañas pringosas
a más de grietas donde es posible cualquier cosa:
se habla de sistemas de túneles y galerías
donde se escuchan gritos y carcajadas lejanas,
todo un salvaje burdel gratuito que despierta entre pruritos.
Allí hay coleópteras panzarriba, desplegados los élitros,
ofreciendo vientres pataleantes
a odonatos infames e injustos,
mientras en los rincones efemerópteros raquíticos
exhalan penúltimos suspiros
masturbándose sin prisa.
Allí enormes grillotalpas pasean por pasillos estrechos su pavorosa mecánica
armada de serruchos;
allí humean sobre estufas las estofas de las estafas
de la trata de blancas, de negras o de verdes,
presas en ergástulas sucias.
A esta hora en que se exalta la fiesta en el pedregal extinto—
¡Xitle! En las crestas de pómez posa Tlazotéotl los talones amarillos
y la única mosca aún activa decide,
antes que nada, reconocer las luces.

Allá, al norte, arriba, en el piso catorce
(téngase presente que todo esto que narro aconteció hace largos años,
en tiempo de las apsaras),
yace en una cápsula un nuevo sesquiterpeno a medio desnudar
en este laboratorio de Canidia
y al cual lo abrasaron con tetróxido de osmio (pues se confesó glicol)
y ahora quieren capturar el fruto del estropicio
como dinitrofenilhidrazona,
cristalizada en mezcal de Oaxaca.
Tras encristalados distantes al oeste,
hominicacos amargados ordenan a sus jorgolines
encender todas las luces de las arañas opulentas.
Llega la mosca exhausta, otea y continúa.
Se eleva para contemplar el inmenso jardín bello y rocoso
desde las estribaciones más allá de donde el hombre llega.
Los cien mil ojos pueden ver, no parpadear. Ve, pues.

Es el jardín de Kachey
sin pájaros y sin fuegos.
Tierra adentro, piedra afuera,
la música está dada a la distancia
y no se oye sino el pitpat de un coyote herido
trotando por un apenas sendero,
sin dejar de dejar huellas con sangre.
Las luces se fueron apagando, ahora la luna
empieza a descender sobre el templo que nunca fue del todo.
Tose la mosca con su cuerpo entero
domeñado por la empusa.
Sólo aspira alcanzar la única luz amarillenta
que desafía a la lunar penumbra
y desafía a una pareja nueva
caída sobre surcos muy frecuentes.
Nobles cópulas les abrieron el camino, pero ahora
han pasado bajo el arco triunfal que conduce sin aduanas
al reino encantado de las parafilias químicamente puras (para análisis)
que los absorben horas enteras, hasta dormirse a media postura,
sin haber siquiera apagado la luz.
Afuera las oreadas mulatas circundantes sin chistar
preparaban con papel y carrizo un amanecer glorioso
digno del día tan festivo aún frío en la olla.
Cuando ellos despertaron tuvieron la primera riña, a propósito de quién iría a
mear primero.
Bien meados, y reconciliados, él se fijó en la mosca pegada al vidrio:

Él: —Ve, fíjate:
a esta pinche mosca le cayó la empusa.
—¿Qué es eso? —Una vil mucoral de las que tú sabes:
la mosca aspira por las tráqueas y se ahoga.
Dirían en mi tierra: se la chupó la bruja.
Qué bueno que no seas mosco: ni tú oruga.
—¿Tú qué sabes? —Sólo me veo a luz más cierta
frente a hongo, pelusa y mosca muerta.

              (Inédito en libro, publicado en Este País, 2014)

 

UN SONETO DE GERARDO DENIZ

Un poeta vecino del Parnaso
tiene a la salamandra cierta inquina;
ya puede ser caucásica o alpina,
él la llama lagarto a cada paso.

Lo mejor por hacer en este caso
es servirle unas cuantas en cecina,
a ver si con tamaña medicina
concede a los anfibios un repaso.

También quisiera hablar del ajolote
y de su singular mitología,
pero me está prohibido el estrambote,

así que gastaré mi corto espacio
dando gracias al cielo que me envía
el conflicto de un vate y un batracio.

              (Publicado en Cuadernos del Armadillo, 2019)

 

Gerardo Deniz (Foto de Elsa Almeda) 375Gerardo Deniz
Seudónimo literario de Juan Almela (Madrid,1934-ciudad de México, 2014). Poeta, prosista y traductor mexicano. Ganó el Premio Xavier Villarrutia en 1992, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por el conjunto de su obra en 2008 y la Medalla Bellas Artes en 2014. La poesía deniciana es compleja y no tiene par, en ella abundan los giros sintácticos, morfológicos y humorísticos. En sus libros entremezcla el lenguaje culto y argótico —por su profesión de químico, el científico— con el coloquial, ampliando el vocabulario poético. Numerosos referentes culturales pueblan sus textos así como frases multilingües. A lo largo de su cuantioso corpus poético el autor juega con el lenguaje y regenera la lengua.

 

"Domingos de poesía" es una idea original del poeta Sergio Laignelet, colaborador de Aurora Boreal®. Se publica semanalmente. Toda la selección y cura de los materiales por Sergio Laignelet.

 

sergio laignelet 250Sobre Sergio Laignelet
Sergio Laignelet (Bogotá, 1969). Poeta colombiano residente en Madrid, editor, corrector de estilo y ortotipográfico de publicaciones educativas y culturales. Libros publicados: That's all Folks! (poemas animados). Madrid, 2017; Cuentos sin hadas. Canarias, 2010; Carnaval (plaquette). Bogotá, 2007; Malas Lenguas. Bogotá, 2005. Ediciones bilingües de CSH: Danés: Omvendte eventyr. H. Krarup trad. Copenhague, 2017; Francés: Contes á l’envers. R. Durand trad. Toulon, 2015, y Colomiers, 2017 (además, poemas suyos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, sueco, finés, polaco y japonés). Antología editada: Gatimonio: poemas de gatos de autores hispanoamericanos. Madrid, 2013.

 

Poemas de Gerardo Deniz. Selección de poemas: Sergio Laignelet. Material enviado a Aurora Boreal® por Sergio Laignelet. Publicado con autorización de Elsa Almela y Sergio Laignelet. "UN SONETO DE GERARDO DENIZ" cortesía de Fernando Fernández.Fotografías de Gerardo Deniz cortesía Elsa Almela. Fotografía Sergio Laignelet © Lorenzo Hernández.

Para leer más Domingos de poesía pulse aquí.

Suscríbete

Suscríbete a nuestro boletín y mantente informado de nuestras actividades
Estoy de acuerdo con el Términos y Condiciones