Literatura
Henry David Thoreau (1817-1862) es ese hombre que a los diecinueve años, en la ceremonia de recepción de su diploma de bachillerato en letras, proclama en voz alta: « Este curioso mundo en el que vivimos es más maravilloso que útil. Ahí está, no tanto para que lo utilicemos, como para que lo gocemos y admiremos. El orden de las cosas debería ser invertido: el séptimo día debería ser para el hombre el del trabajo, en el que se gane el pan con el sudor de la frente, y los seis restantes su domingo consagrados a lo que le gusta, así como a su alma...» (Bazalgette, 31).
Y un año antes, en 1835, escribía: «Nuestro indio es mucho más hombre que el habitante de las grandes ciudades. Vive como hombre, piensa como hombre, muere como hombre... El segundo es instruido, sin duda. La instrucción es una invención del arte, pero no es esencial a la perfección: es incapaz de educar...» (Bazalgette, 30).
Esas dos citas nos revelan a Thoreau por entero. Su vida será una explicitación, una ramificación en profundidad de esas convicciones primigénias, juveniles. Resulta difícil encontrar un caso de integridad similar, una terquedad y obsesividad ética parecidas, y tan bien formuladas.
Thoreau es un ejemplo destacado de desadaptación lograda. Alguien que «vivirá la paradoja», tal como lo anota uno de sus biógrafos, «de pasar cuarenta años de aventuras en el reducido perímetro de un villorrio. Catorce volúmenes (1) de un Diario íntimo, cinco o seis libros inmortales demuestran el éxito de la opción.» (Regis Michaud, 108).
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- Por Freddy Téllez
La ciudad interior
Freddy Téllez
Novela
Pág.: 160
Sílaba Editores
ISBN: 978-958-5516-29-8
2020
La ciudad interior es un libro polifacético. Ya desde la forma se desdobla en dos partes: una novela y un ensayo, “La prosa de las ciudades”, que le sirve de epílogo. Ambas unidas por la misma inquietud: relatar la ciudad como escenario donde el ser humano explaya todas sus angustias, alegrías, perturbaciones, teniendo a la literatura de fondo, como oficio, obsesión y vocación. Dicha cualidad se lleva al extremo más vanguardista cuando el autor fragmenta su discurso en dos columnas que discurren paralelas en forma y contenido para expresar los dos grandes temas de esta obra: la escritura y la ciudad.
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- Por Freddy Téllez
Frase de Roland Barthes en Lo Neutro.
Curso del Collège de France, 1978.
Siglo XXI Editores, México, 2004.
Pag. 107. Le neutre: notes de cours au
Collège de France, 1977-1978
Seuil, Paris, 2002. p. 89.
Para Gerardo Fernández Fe
Fue Roland Barthes quien acuñó la mordaz, ingeniosa frase que cuelgo como título. El célebre estudioso de la retórica clásica logró caracterizar el fenómeno, resumir el virus. Ahora el cosquilleo narcisista, originalmente referido a sus colegas parisinos, se ha convertido en burla intemporal, a un costado de la revista Tel Quel, que leímos en sus últimos quince años de existencia. A pesar de que la traducción literal de la popular expresión francesa sería Sin cambios. Cuando en realidad buscábamos cambios.
Como parece estar de moda la literatura sobre lo que el mismo escritor está escribiendo, viene muy a cuento la satírica frase de Roland Barthes. En esta dirección no muy risueña –dentro de la que se enzarza el cosquilleo narcisista— un amplio grupo de lectores especulamos que vivimos en una “época tautológica”, caracterizada porque una rosa es una rosa, pero sin la belleza del énfasis expresivo.
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- Por José Prats Sariol
Mientras por WhatsApp la gente espanta angustias con ingenio en familia, reconfortándose con arte, música, lectura, cine; columnistas y escritores recomiendan literatura clásica de pestes y plagas, reflexionan sobre grupos de riesgo -¿En busca del tiempo perdido?-, o celebran la reivindicación del conocimiento y la filosofía (Muñoz Molina, JL Cebrián). Retornan magníficos libros de ficciones ¿para alternarlos con ensayo e historia, ciencia, biología…, y en comparación y contraste, datos y hechos puntuales, buscar respuestas donde rijan razón, ética y estética, eficacia?
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- Por Margarita Merino (MMdL)
In Memoriam
3 de julio de 1960 - 18 de abril de 2020†
Madrid, España. Fue un poeta, dramaturgo, crítico literario y promotor cultural español. Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita en 1994 con el poemario Rua das Janelas Verdes. Fundador y director de la revista de cultura Babab. A la vez que escribe poesía, Luis Miguel Madrid comienza su carrera como dramaturgo a finales de los años 90. Escribe obras que son representadas en el circuito independiente de Madrid como El día que me hice caca, Coño, Dulce Desazón o Tripa de Guanajo. En en el siglo XXI continúa su obra poética con los libros María de los demonios, El sacrificio de Ganar, El cine de las sábanas blancas, Un gol en la frente, Moscas Tres y Bomarzo.
De Moscas Tres (2017)
QUIÉN SABE QUÉ
Abrió con la llave que no era la puerta que no estaba.
Dentro,
cerró los ojos ciegos de su cara opaca
y escuchó
el silencio del amor susurrando nada.
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- Por Luis Miguel Madrid
A wanderer is man from his birth.
He was born in a ship
On the breast of the river of Time.
Mathew Arnold
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- Por Sara Harb
Reciba, primero, la sinceridad de mi afecto. Sé que no son tiempos cómodos los que corren: se me han mostrado esta mañana los archivos en donde consta que usted es la madre de uno de los valientes extras que han muerto, sin cederle terre- no a la cobardía ni temerle a la costosa gloria del trabajo bien hecho, en los escenarios de filmación de nuestra película aún sin título sobre las horrendas sublevaciones del 9 de abril de 1948. Sé que ninguna de mis palabras (las palabras siempre serán débiles e infructuosas a la hora de la verdad) servirá de alivio al dolor que le habrá traído esta pérdida —en apariencia— sin pies ni cabeza. Pero no puedo dejar de ofrecerle el consuelo que puede hallarse en el agradecimiento eterno de la producción por la que su hijo dio la vida.
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- Por Ricardo Silva Romero
Las vacaciones del colegio eran largas y yo las pasaba en la casa de mi abuela. Mi abuelo estaba vivo, pero durante el día estaba trabajando; por eso me salió decir la casa de mi abuela y no de mis abuelos. Mi madre me llevaba por la mañana y me recogía al caer la noche. En la biblioteca había un escritorio y, sobre el escritorio, una estatua de cerámica con la figura de Gandhi, que, para mí, era la figura de mi abuelo. O de un hermano de mi abuelo a quien tal vez nadie conocía. Gandhi era áspero, cetrino, opaco, salvo el dhoti, que era liso, brillante, de esmalte blanco. El dhoti era el foco de la estatua y era el lujo. Al tener una textura distinta del resto, parecía venir de otro tiempo que el resto. Saltaba a mis ojos. Era el mismo blanco de mis ojos. Por supuesto, yo no conocía la palabra dhoti entonces. Lo blanco de la cerámica era una toalla envuelta alrededor de la cintura de Gandhi, que era un “héroe de la paz” y no mi abuelo ni su hermano.
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- Por Carolina Sanín
En aquella casa nadie se ponía de acuerdo ni siquiera para hacer un café. Si alguien decía “me provoca un café”; el otro respondía, “hágalo usted mismo”, con un retintín cargado de escepticismo. Ante semejante respuesta, el antojado se dirigía a la cocina sin deseos de café y lleno de rencor hacia el escéptico que tanto se complacía criticando la ineficacia de los habitantes de esa casa imposible. Por su parte, el antojado añadía una afrenta al memorial de agravios que crecía ante sus ojos rencorosos, como quien ve infectarse una llaga sin aplicarle el remedio, acaso por culpabilizar a los otros, esos otros responsables de sus desgracias. En la casa de los imposibles se habían cometido en el pasado –y se seguían cometiendo–afrentas imperdonables, tantas que hubiera sido inútil dar cuenta de ellas. Los habitantes de la casa imposible podrían considerarse seres pasivos pero, en cambio, para infligir ofensas eran activos. El altanero escéptico sabía que no era fácil preparar el café; conocía las causas de esa dificultad, pero se callaba para no evitarles la desagradable sorpresa a los otros. Él mismo había fracasado en su intento y había quedado tan frustrado que necesitaba vengarse. Ya había comprobado que hacían faltan los ingredientes y las mínimas condiciones para realizar ese deseo. Una tercera persona se quejaba de la discusión entre el antojado y el altanero “por un miserable café”, y se dirigía a la cocina a prepararlo sólo “por restregárselo a esos dos inútiles que malgastaban el tiempo discutiendo por un café”.
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- Por Consuelo Triviño Anzola