Puro Cuento
Ordenar los recuerdos de mi boda me resulta una hazaña difícil. En honor a la verdad debo confesar que tuve la
- Detalles
- Por Guillermo Camacho
A José María (Chubi) y Jesús (Chu),
en la Plaza de la Estación de Århus.
Hace ya tanto tiempo
Sé que hay gente que vive por ahí en el extranjero por motivos de trabajo. Ha obtenido uno de esos puestos de ensueño como director comercial de una multinacional, diplomático, funcionario, profesor del Instituto Cervantes, corresponsal, qué se yo, algo que cuando se lo cuentan a uno queda impresionado –tal vez acomplejado– y con un poco de envidia: ¡Caramba qué espabilada es la gente ... y qué lista!
- Detalles
- Por Lucas Ruiz
Soñé que caminaba hacia el escritorio, y que andaba tranquila porque la trama, los datos y esbozos de una novela estaban tan planificados, que solo me bastaría sentarme a transcribirlos. Desperté. Molesta porque hurgando lo más meditado y entrecerrando ojos inclusive, no encontré el mínimo indicio de una historia. Y bueno, ya ha pasado un tiempo desde que no escribo nada, pensé... porqué amargarme ahora que había dejado de hacerlo, una jornada poco común presidió ese desencuentro mañanero. Pasaba que el trapeador estaba tan sucio que la simple idea de lavarlo a mano me repugnaba, pero había que tomar en cuenta que alguna pendejada había pasado en las cañerías, y que de todos los lavabos estaba goteando un espeso grumo entre café y rojo, que durante toda la noche a placer formó unos asquerosos laguitos que no se si queriendo o sin querer pisé al despertar descorazonada por mi sueño, insisto: no se si quise pisar o no, y eso es un dulce sentimiento que provoca en mi la posibilidad de hacer o decir algo que sé que súbitamente me perjudicara y no a la larga, el juego promueve el desastre al instante. Ejemplo: mi novio, en las conversaciones tiene una intolerancia exagerada a cualquier comentario inapropiado sobre su familia, no me refiero a insultos ni a nada malo, sino a algo así como: —mi amor, tu hermana se está poniendo gordita, o: —¿tu mamá tiene muy mal genio no? El pobre individuo se sulfura, comienza desde el tic en la mano, sus dedos se mueven involuntariamente de arriba hacia abajo, en un intento de (yo supongo) levantarme la mano, después un furor rojo, no miento, rojo que se eleva desde su cintura hasta su frente, (sé que viene desde la cintura por qué se puede ver la coloración paulatina desde el triángulo de camisa que deja abierto hasta la parte baja del esternón con la intención de mostrar los cinco pelos a lo sumo que adornan su pecho pálido, que deja de ser pálido por mis supuestas imprudencias) y eso no es nada, después viene el levantamiento de su cuerpo rígido, se pone de pie, las manos en la cintura, me mira directamente a los ojos, que están más blancos que nunca, (seguramente por el contraste con la piel roja) y más o menos entre quince y veintiún segundos, le cambia la voz y con ella dice dos o tres cosas que me duelen y hieren tanto, que termino llorando, lanzando algo, y por último, corriendo y tirando cualquier puerta, ganando protagonismo, acudiendo a mi víctima, mi victimes, mi amiga infalible, la que a veces tengo que forzar de más la máquina.
- Detalles
- Por Silvia Stornaiolo
Oscura madre
Tú que gravitas, tú que antecedes
Mario no era el único hijo. El otro, que vivía fuera de la ciudad, nunca los visitaba. Pero su colaboración económica llegaba cumplida. De él sólo sabían por ese gesto mensual. Mario constataba, en todo caso, que los lugares desde donde se remitía el dinero cambiaban con frecuencia. Suponían que Carlos trabajaba como
- Detalles
- Por Pablo Montoya
El cuento "Hay una señora extraña en la cama de mamá" hace parte de la colección titulada El pozo y el péndulo.
El pozo y el péndulo
Colección Mil y una Sílabas
Revista Odradek, el cuento
ISBN: 978-958-8794-45-7 / 2014
Páginas 186
2014
- Detalles
- Por Gabriel Uribe Carreño
Heinrich von Kleist golpea la aldaba a medianoche. En el mesón van a echar la cancela antes de lo acostumbrado por la inhóspita noche de invierno. Ya no se esperan huéspedes a esta hora, ningún alma se atreve a rondar los caminos rurales en semejante noche. Se escucha el trueno y el fragor de la lluvia confundidos con vigorosos golpes en la puerta de la taberna. Tras larga insistencia una voz se acerca lámpara en mano, el posadero todavía con el mandil incomodado por la interrupción de la cena.
"¿Quién demonios anda ahí? ¡Está cerrado!" Cuando abre el portón ve delante de sí a un hombre desaliñado, todavía joven, empapado y tiritando. Las botas llenas de barro y la indumentaria hecha jirones producen una lamentable impresión. "Por piedad, dadme algo de comer". Exhausto y abatido entra en la posada con determinación irrefrenable. La lluvia se cuela en sus pisadas, y el dueño de la casa, un buen hombre, le ofrece una sopa hirviente y una jarra de vino. Junto al fogón hay una chica adolescente de ojos huidizos y temerosos que se encarga de traer el pedido. Cuando se acerca al extraño huésped, este le arroja una mirada fulminante que contiene la dureza de un mineral y formula en voz baja y firme una propuesta extravagante: "¿Quieres morir conmigo?" La chica retrocede espantada y se atrinchera en el silencio. El poeta come con voracidad, bebe con intemperancia, absorto en la imagen de las expresiones de los rostros familiares que le azuzan y señalan como un fracasado: "Haz algo de provecho en la vida, Heinrich. No puedes seguir así".
- Detalles
- Por Noel Olivares
Dedicado a mis queridos amigos Horacio Peña y Ricardo Lindo
El temblor que sacudió a Cojontepeque la alborada de aquella mañana de octubre fue tan leve que habría sido indigno de figurar en las crónicas y fastos locales, a no ser por el colosal desprendimiento de tierra que produjo en la ladera de una de las colinas vecinas. El tal cerro, localizado a diez aullidos de coyote de Cojontepeque, había quedado práctica desnudo, por así decirlo, exhibiendo impúdicamente sus entrañas y sus intestinos.
Horacio y Ricardo, dos muchachos inquietos y holgazanes, alumnos del maestrescuela don Armando Contreras y que ese día habían decidido hacer la cimarra, fueron los primeros privilegiados en contemplar el vientre virgen que el cerro se veía obligado a exhibir a los cuatro vientos.
Admirados y maravillados quedaron los dos vagabundos al notar de pronto un deslumbrante y sinuoso filón, de color mostaza encendido, que rubricaba la telúrica herida de punta a punta.
Regresar a Cojontepeque y divulgar lo que habían descubierto fue sólo un acto. En cosa de minutos la noticia se había propagado por todos los rincones y los curiosos lugareños, en hordas, iniciaron su romería hacia el lugar del derrumbe.
Luego de haber visto aquello con sus incrédulos ojos, no hubo de transcurrir mucho tiempo para que la ciudadanía comarcal barruntara que estaba en presencia de algo grandioso, que, de la noche a la mañana, iba a transformar la miserable vida cotidiana de cuanto perro y gato residía en Cojontepeque, pues lo que contemplaban no podía ser otra cosa que el cuerno de la abundancia, una verdadera cornucopia.
- Detalles
- Por Jorge Kattán Zablah
Imposible precisarle gestación de fecha a la conspiración en las vitrinas. Ocurrió rápido; madrugada, sí, pero no cualquiera. Una de ésas cuando el neón tiñe de alborozo los solados y se repite en tañidos ciegos, la degollación de orquídeas; cuando los riñones aspiran a micrófono. Convivían ellas enzarzadas en discusiones no exentas de insultos y algún que otro manotazo precisado fibra de vidrio: articulación sincronizada. Jamás perdieron balance frágil. No se dejaron sorprender por empleados ni clientes. Despreciaban la tregua de ladrillos concedida a las viejas de yeso tradición y pasiva compostura que, deshechas en asimétricos pedazos agonizaban, la mayoría decapitadas, húmedas nunca por debajo, en el almacén. Amas de casa, conformistas, plácidas, comentaban. Pues ellas eran especiales: molde para cada una; por ende, la individualidad se manifestaba con rivalidad furiosa e imprecaciones asumidas. Los rencores. Finalizada la contienda se abrazaban hermanadas, en ocasiones llorosas: Aunque nos peleamos sólo nos tenemos a nosotras. Aquel astuto, petimetre dueño de boutique portando anteojos "retro", deseaba quedar bien con todos, en especial considerando la alta exposición a que se encontraban sus "chicas" revestidas de los últimos modelos hacia la alameda principal, foresta cosmopolita, así que formó un sexteto de balance étnico: tres blancas -sin olvidar que una fuera caucásica y las otras semitas-, roja, negra, y amarilla. La historia del orbe y sus argucias de diplomacia y exterminio circulaban vitriólicas por las arterías de las que se acusaban, sin visibles indicios de solidaridad, para beneficio estético haciendo de la competencia fiera llanura de batalla, como si un rastrillo Alzheimer pisoteara relieves a la historia.
- Detalles
- Por Jesús Callejas
Escucho en febril desespero tus indolentes llamadas telefónicas con más odio que pasión; refugiada en la obscuridad, centinela de citas siempre fugaces por culpables. Vagina de mis noches, la obscuridad es mi único testigo; aliada fiel nunca me abandona. Repito y repito la grabación de las llamadas para intentar saber por qué. El eco de la voz que ahí dejaste es más frío que el receptáculo hostal que la recoge. Dice que me ama, pero que hemos terminado; que no me olvida pero que te deje en paz... ¿En paz contigo mismo? No te hallarás a salvo ni de ti mismo. Me pregunto, incrédula y carente de vocación ante el desesperado cinismo del mundo, si esa voz partió de ti, si el oxígeno la modeló y perfeccionó en tu difragma, pulmones y laringe para convoyarla hasta mis tímpanos sin caricia vibratoria.
Argumentas que no puedes seguir hiriendo a tu familia, pero me hieres; me laceras y apartas. Soy un artículo inservible. Eso soy, otra mujer que ha cumplido su función sexual en el ritual misógino y al naufragio emocional es condenada. Así de simple. Deseo hijos e ingrávida me dejas... Sabes de mi devota afición por el oriente y la ridiculizas llamándome "occidental esnobista"; sin embargo, aceptaste la ilusión ceremonial que se te concedió mediante este espíritu abultado en gentilezas. Perdón, el maquillaje se me chorrea... Yo te ofrendé un parto de cariño bellamente depositado. Qué de las reservas electromagnéticas que en ti invertí debilitando mi propio sistema inmunológico. Conoces y olvidas la habitación sagrada donde bañe tu cuerpo de impurezas industriales, del monóxido de carbono aferrado a tu ropa de hombre "civilizado", el alimento puro y orgánico que llevé a tu boca. Estas manos de respladeciente rostro hoy redactan los gemidos que mi corazón les dicta. Pobre corazón el mío que no supo mantener cordura, que desdeñó su empeño en seguir la senda intermedia, en desconfiar de los apegos. Y qué peor apego que el sexo con un amante de hermosos atributos en el ilusorio mundo de la carne...
- Detalles
- Por Jesús Callejas