Muertes de poeta

noel olivares 250Heinrich von Kleist golpea la aldaba a medianoche. En el mesón van a echar la cancela antes de lo acostumbrado por la inhóspita noche de invierno. Ya no se esperan huéspedes a esta hora, ningún alma se atreve a rondar los caminos rurales en semejante noche. Se escucha el trueno y el fragor de la lluvia confundidos con vigorosos golpes en la puerta de la taberna. Tras larga insistencia una voz se acerca lámpara en mano, el posadero todavía con el mandil incomodado por la interrupción de la cena.
"¿Quién demonios anda ahí? ¡Está cerrado!" Cuando abre el portón ve delante de sí a un hombre desaliñado, todavía joven, empapado y tiritando. Las botas llenas de barro y la indumentaria hecha jirones producen una lamentable impresión. "Por piedad, dadme algo de comer". Exhausto y abatido entra en la posada con determinación irrefrenable. La lluvia se cuela en sus pisadas, y el dueño de la casa, un buen hombre, le ofrece una sopa hirviente y una jarra de vino. Junto al fogón hay una chica adolescente de ojos huidizos y temerosos que se encarga de traer el pedido. Cuando se acerca al extraño huésped, este le arroja una mirada fulminante que contiene la dureza de un mineral y formula en voz baja y firme una propuesta extravagante: "¿Quieres morir conmigo?" La chica retrocede espantada y se atrinchera en el silencio. El poeta come con voracidad, bebe con intemperancia, absorto en la imagen de las expresiones de los rostros familiares que le azuzan y señalan como un fracasado: "Haz algo de provecho en la vida, Heinrich. No puedes seguir así".

Y Heinrich juega sus dados entre el teatro y la tumba, debe tomar una bifurcación del camino. El diablo está en todas partes, mostrando la seducción del éxito y la gloria de la inmortalidad.
"He escrito El príncipe de Homburg ¿qué queréis de mí?", clama a los espectros sentados alrededor de la mesa. Su familia muestra sus cartas y él elige el salto mortal. Incluso su hermana Ulrike, que a tierna edad acariciaba sus cabellos con ternura, acaba poniéndose del lado de los juzgadores.
"Busco un acompañante para morir" exclama el joven con un deje de tartamudez y la tormenta atruena afuera ahogando sus palabras. Se tiende en un camastro con el corazón chisporroteando de ira e impotencia. "Seré enterrado con el príncipe de Homburg" y deshace el nudo de su tragedia rechazada por la incomprensión de los hombres. Arranca las páginas furiosamente escritas y alimenta las llamas de un fuego insensible, revelador. Pero queda el último acto.
La vida aún late en sus músculos y una corriente eléctrica extrema atenaza sus nervios. ¿Cómo puedo encontrar una novia para las exequias nupciales de la muerte? ¿Dónde está la que busco cuyo sepulcro será para mí el altar de mis consuelos? Y se lanza desmelenado a los caminos antes de resquebrajarse el alba sobre ramas de un cúmulo oscuro. La obra no está cumplida, la poesía brota impetuosa como un surtidor del fondo de su alma zarandeada por vientos de tormenta. Y no son palabras sino actitudes, fuegos devastadores, sonrisas heladas.
prosas porosas 001Un año después de esta escena conoce a una mujer sensible y desesperada llamada Henriette. Ella está muy enferma y tiene los días contados. Heinrich frecuenta su casa y canta a dúo viejas baladas con la que será su consorte sepulcral. Una noche, con su vehemencia característica le participa el plan, le confiesa su voluntad y el privilegio que le concede de ser la elegida. Para sorpresa suya Henriette accede. Y se compromete a llegar hasta el fin, lo que él busca encarecidamente. Morirán juntos, primero ella y luego él "como quien pasa de una habitación a otra". Morir es el reverso del poema, la culminación del drama insondable de la existencia. No hay retroceso, la vida se ha vuelto un puño intolerable. Y el meditado plan, el anhelo eternamente soñado va a alcanzar por último su materialización.
Una pareja joven toma un coche de punto en Berlín, camino de Potsdam, una fría mañana otoñal. La niebla se agolpa en grandes bocanadas trenzadas dificultando la visión. Él lleva una especie de maletín de cuero negro y una mirada acerada en sus ojos azules. Ella ríe y reposa la cabeza en su hombro con ternura incontenible. El coche traquetea conduciendo a los desconocidos ante el acto supremo. El mundo cabalga hacia la descomposición de lo real, la colina frente al lago donde se funden sueño, ficción y realidad. Las ruedas del coche apartan la niebla de las cosas y se sumergen de nuevo en ella. El joven abre una botella de vino pasándolo a su compañera, la miseria y la vileza de las gentes comienza a desvanecerse alrededor. A primeras horas de la tarde el coche se detiene cerca de una posada. El posadero les recibe con una mirada comprensiva "otra pareja de tortolitos" y les proporciona un habitáculo en la parte superior. Los jóvenes sonrientes y amables, ligeramente pálidos a pesar del buen vino, quieren salir al exterior, e incluso tomar café en la pradera. Encargan la cena con el anuncio de que recibirán invitados. Entregan una carta a un mensajero con destino a Berlín. Desde el cuarto la vista sobre el lago Wannsee es serena y melancólica. El joven coge su maletín con tres revólveres, un manuscrito inacabado y tres botellas de vino. Todas las disposiciones han sido tomadas para celebrar las bodas de la muerte. El poeta contempla a la mujer que será su compañera eterna, ríe y llora y jura que su pulso no temblará. Ha fracasado frente a los hombres, incapaz de soportarlos por su videncia y excesiva pasión. Ha fracasado frente a la verdad por falsaria y frente a la inocencia por inaprensible pero triunfará definitivamente ante la muerte. El posadero les envía una mesa y unas sillas, a pedido suyo, pese a las inclemencias del tiempo, frente al crepúsculo. El lago es una lámina plateada donde se levantan y desploman bloques de niebla que se suceden ininterrumpidamente. El joven pide café en abundancia y una botella de ron. Ambos se miran, ríen y corretean por un sendero espinoso. La joven se detiene y se arrodilla en la hierba en actitud de oración. Él lanza piedrecillas angulosas contra la superficie de las aguas, provocando ondas fugaces. Los sirvientes acuden con el pedido.
tapix esteñar 352¡Qué tiempo tan desagradable! ¡Qué bien se estaría al calor de la hostería! ¡Y qué huéspedes tan excéntricos! En silencio disponen las bebidas y se retiran. Los jóvenes, muy exaltados ríen sus propias chanzas y chirigotas. El cielo está cargado de signos y presagios siniestros, prenuncio de tormenta. De pronto se hace un silencio mortal. Suena una detonación seca. Henriette cae tumbada en una leve hondonada de un disparo certero. Un oscuro y sinuoso hilo de sangre divide su rostro de alabastro, espesándose en el viento. Minutos después resuena otro disparo. Heinrich queda semirrecostado sobre la hierba del cielo con una herida letal en el paladar, y observa su cuerpo cristalino elevarse a través de la niebla junto a su amor eterno. A salvo del tormento de los humanos, a salvo de la inquina de los menesterosos de espíritu, divinizado y grandioso como un gran pájaro en busca de los jardines ocultos del paraíso.

 

Noel Olivares
noel olivares 350España, 1954. Autor de Mandolina, Selección de 10 poemas (Maná, ed.bilingüe, Berlín, 1992), Favor del cielo y comidilla de difuntos, (El árbol de Poe, Málaga, 1996), Cráneo o flor (CD),(El Gato Gris, Valladolid, 2000), Rasgos epigramáticos (Premio Ángel Urrutia, Casa de Cultura de Lekunberri, Navarra, 2004) y Tiranía del gozo (Al-Harafish, LPGC, 2006). Coescritos con Leopoldo Mª. Panero: Me amarás cuando esté muerto (Lumen, Barcelona, 2001), ¿Quién soy yo? (Apuntes para una poesía sin autor), (Pre-textos, Valencia, 2002) y Poemas de Gran Canaria. Un cadáver en el manicomio (Clarín, Asturias, 2000). Integra las antologías Ínsulas encantadas (Ed. Anroart, LPGC, 2005, VV.AA, relatos), Poetas canarios en Buenos Aires (La máquina del tiempo, Buenos Aires, 2009), Antología del microrrelato en Canarias (Ed. Anroart, LPGC, 2009), Madrid en los poetas canarios (Ed. Puentepalo, LPGC, 2010), Art Food (Editorial Puentepalo , 2011) y La llama silenciosa: poetas canarios en El Hierro (2012). Autor de Prosas porosas (Ed. Idea, Sta.Cruz de Tenerife, 2010) y El tapiz estelar (Aforismos y reflexiones de las cuatro estaciones) (Ed. Idea, 2011).

 

Muertes de poeta enviado a Aurora Boreal® por Noel Olivares. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Noel Olivares. Foto Noel Olivares © Jurema Mosquera Barreiro. Carátulas de los libros El tapiz estelar y Prosas porosas cortesía del autor.

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