Aquí no te necesitamos

luis_pulido_010Inédito

Todos son hoy día profesores universitarios. Cuando Alberto los conoció eran todavía recién graduados universitarios, unos haciendo sus doctorados, y otros ya lo habían justo terminado. Al mismo tiempo, eran docentes en el departamento de letras, de aquella Universidad que había sido recién inaugurada un poco tiempo después de la caída del muro de Berlín, del fin de la guerra fría y de la reunificación alemana. Él daba clases en ese departamento, había publicado artículos y libros, tenía realizado su doctorado y vivía legalmente en el país.
"¿Eso te dijeron aquella vez?", dijo Charles, un trotamundos haitiano, que vivía en París y estaba en Berlín con una beca para artistas. "En Francia si te lo dicen, no te lo dicen así, tan directamente".

 

 


"Así mismo me dijeron. Y no me dieron más empleo en el departamento".
"Algo debiste haber hecho", dijo Charles que había venido a visitarlo con su mujer a su apartamento berlinés.
"Nada. No hice nada. Lo único que dije fue que quería que me pagaran por el trabajo que hacía. Por las clases".
"¿Y qué querían?", dijo Charles con desagrado en su rostro. "¿Que dieras tus clases gratis? Hasta en Haití te pagan por el trabajo que haces ¿Nadie discute eso?"

Luis Pulido Ritter es doctor en Sociología y Filosofía por la Universidad Libre de Berlín. Ha escrito Matamoscas (poesía 1997), Recuerdo Panamá (novela 1998; 2005), Sueño Americano (novela 1999), ¿De qué mundo vienes? (novela 2010). Actualmente vive en Berlín. También escribe para el periódico La Estrella de Panamá."En mi país igual".
Aquel día, cuando Alberto escuchó "aquí no te necesitamos" caminó a través de la universidad, por los pasillos de lo que había sido anteriormente unas barracas para alojar a los antiguos funcionarios de seguridad de la República Democrática Alemana. Salió de la Universidad, tomó el tren, y se dirigió hacia Berlín.
"¿Y qué hiciste?", dijo Charles sorbiendo de su copa de vino.
"Dar clases de español para adultos en la noche. Es el único espacio. Y aquellos que fueron mis colegas, tan jóvenes como yo en aquel entonces, son profesores catedráticos hoy día. Todos son alemanes de nacimiento".
Charles alzó las cejas y solo se le ocurrió decir:
"Eso no ocurre en Francia".
Y para no dar la impresión de ser tajante y parcial, Alberto, dijo:
"¿Estás seguro? Pero no creas. Ahora Alemania está cambiando".
"¡Tiene que cambiar!", dijo la esposa de Charles, una profesora italiana de literatura en una universidad parisina que había estado escuchando sin decir nada.Antes de que Charles hubiera venido, Alberto había estado buscando en internet unas direcciones de e-mail para enviar sus artículos periodísticos. Dio con la página web de la Deutsche Welle (la BBC alemana). Y, sin "quererlo", se fijo en los directivos. Todos alemanes de nacimiento. Pensó en la escuela de adultos, donde daba clases de español en las noches. Todos los jefes, directivos, secretarias, en fin, hasta el portero, eran alemanes de nacimiento, cristianos bautizados o no, blancos y tranquilamente acomodados. Y cuando él terminaba de dar sus clases de español, una tropa de mujeres turcas comenzaban a trapear el piso de la escuela. En la universidad, donde también trabajaba y enseñaba dando clases de español, no había un solo profesor que no era alemán de nacimiento. Y hasta el jefe del centro de lenguas era un alemán. Solo el personal medio, los jefes de cada departamento de lenguas, eran alemanes por nacionalización.
"Pero ya hay una ministra turca en una región alemana", dijo otra vez Alberto como para alejar de sí la sospecha de tener prejuicios.
"Sí, en una región", dijo Charles con una mueca en la boca.
"Sí, mira la selección de fútbol", dijo para rematar de una manera jocosa. "Esto ya está cambiando. ¿No te parece?". Y aquella vez al bajarse del tren, que lo había traído de aquella ciudad alemana que está a tan solo una hora de distancia de Berlín, se dirigió al apartamento que compartía con su amiga. Entró con la cabeza llena de preguntas. Se sentó en la cocina, prendió un cigarrillo, y su amiga, que estaba terminado su diploma de psicóloga, le preguntó qué le pasaba. "Nada", dijo él aspirando de su cigarrillo. Ella lo miró con la siguiente pregunta en los ojos y, sin esperar, él terminó diciendo que aquí no te necesitamos. ¿Qué?, dijo ella sentándose a su lado. "¿Qué estás diciendo?" Mientras él trataba de explicarle lo que le había pasado en la universidad, no dejaba de pensar en otros países, otras ciudades: New York, Londres, París. No quería regresar a su país, aunque allí lo podrían necesitar. Entonces, con la mirada puesta en una tarjeta postal que había recibido su amiga de París (ella había vivido allí por dos años), le preguntó si podía imaginarse vivir allí otra vez. "No, no puedo imaginármelo", dijo ella. Entonces, él no esperó más, no esperó otra pregunta, otra frase, y comenzó a besarla. "Bueno, ojalá tengas razón", dijo Charles levantándose del sofá y dirigiéndose a la mesa para llenar su copa de vino. "A mí de todas maneras me gusta Berlín". "A mí también. Si no es por la ciudad, no me quedo aquí".
"Sé lo que dices, amigo".
Alberto sacó a su amiga de la cocina. Fueron a la cama. Después de hacer el amor, se levantó y caminó hacia el balcón. Ya habían quedado atrás los meses duros del invierno, el sol relucía, y una suave brisa acariciaba las calles. La amiga lo abrazó por la espalda y, sin preguntarle, le dijo: "Lo mejor es que te olvides de eso". Alberto giró sobre sus pies y, sin saber qué decirle, solo se le ocurrió preguntarle: "¿Y hacía dónde vamos? ¿Hacia dónde?"

Aquí no te necesitamos enviado a Aurora Boreal® por el escritor Luis Pulido Ritter. Foto Luis Pulido Ritter©Cristian Olguín.

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