Valente y la poesía hispanoaméricana

jose angel valente 002Los poetas españoles que empezaron a escribir en los años cincuenta están quizás entre los que con más empeño y también con mayor diversidad de fines y de medios reaccionaron ante la ruptura sociocultural que crearon, en España, el franquismo y, en el mundo, las nuevas y siniestras relaciones de fuerzas que nacen de la segunda guerra.

Aquellos jóvenes que abordaron la adolescencia en un país y en una época que eran como un teatro de sombras no tenían nada para hacer frente a los desastres de España y del mundo y a la devastación del lenguaje por lo que se ha dado en llamar "comunicación": nada más que el llamado de la palabra poética, irrisoria e inderrotable. De ahí, en los mejores de ellos, una apertura sin reservas al universo mundo, al todo de la cultura a través de las épocas y de las tierras. Pienso que el que con más tenacidad y más rigor ha llevado a cabo esta empresa de demolición de muros para la conquista de lugares más y más indeterminados es José Ángel Valente.
El primero de estos territorios indeterminados por conquistar es, aunque parezca una paradoja, nuestro propio lugar; no la "patria", como lo subraya Valente 1, sino el lugar de donde uno es lugareño. María Zambrano observa a propósito de Lezama Lima que era radicalmente un lugareño de La Habana, como Santo Tomás de Aquino y Sócrates de Atenas 2. ¿Valente de Orense, podríamos decir? Sólo que el dios del lugar vive en nosotros y viaja con nosotros, consagra y sacraliza todo espacio donde late el origen y la revelación: la noche, el desierto, "el limo original de lo viviente", y trasmuta todo topónimo, todo signo de lugar, en el lugar sin signo, el solo lugar desnudo donde algo puede aparecer: el lugar no significable donde por primera vez se hace posible, en ausencia de todo signo, la aparición. Sólo en la ausencia de todo signo / se posa el dios (Al dios del lugar, p. 9). Ahí podría posarse o reposarse, con su dios, el poeta: pero sólo para reemprender la búsqueda: Digamos que ganaste la carrera / y que el premio / era otra carrera dice Blanca Varela en un poema


El lugar o querencia puede ser también, o quizá, en la poética de Valente, sobre todo, un poema o una obra poética, un cuadro, una sinfonía: "Lugares, en efecto, de crecimiento o cría de formación de lo humano" 3. El rigor y la tenacidad a que me he referido a propósito de la obra de Valente designan esta busca o persecución del territorio donde la palabra poética puede manifestar el esplendor de lo sagrado, se haga ella misma trasunto de este esplendor: la visión del origen, la caída de la piedra en el centro: la presencia de la imagen, aquí y ahora, de lo que es siempre antes o más allá. Este viaje de descubrimiento es también y sobre todo una peregrinación a través de la historia de la cultura, la poesía y el pensamiento religioso de occidente y oriente, y en lo que a occidente respecta, desde Homero y los presocráticos hasta los poetas de este siglo. Entre lo que puede atraer al lector de la obra de Valente lo que acaso ante todo le impresione será oír las múltiples voces que suenan en consonancia o en diálogo con su voz: entre ellas están las de algunos hispanoamericanos que hablan o responden o son objeto de las interpelaciones del poeta.

Américo Ferrari nació en Lima, Perú, en 1929. Poeta, traductor y ensayista. Entre sus libros de poesía publicados se encuentran: El silencio de las palabras (Málaga, Cuadernos del sur, Publicaciones de la Librería Anticuaria el Guadalhorce (1972); Espejo de la ausencia y la presencia, Cuadernos de María Isabel (1972); Las metamorfosis de la evidencia (Lima, Ediciones de la Clepsidra, 1974); Tierra desterrada (Lima, Arríbalo, 1980); La fiesta de los locos (Barcelona, Auqui, 1982); Para esto hay que desnudar a la doncella (Obra Poética 1949-1997. Barcelona, Los libros de la Frontera. El Bardo Colección de Poesía, 1998); y Casa de Nadies (Lima, Gonzalo Pastor Editor, 2000). Ha traducido del alemán a poetas esenciales como Novalis (Himnos a la noche - Cánticos espirituales) y George Trakl (Sebastián en sueños). Algunos libros de ensayo: César Vallejo (en colaboración con Georgette Vallejo. Paris, Segher éditeur. Collection Poétes d'Aujourd´hui, 1967); Los sonidos del silencio. Poetas peruanos del siglo XX (Lima, Mosca Azul, 1990) y El bosque y sus caminos. Estudios sobre poesía y poética hispanoamericanas (Valencia, España, Pre-textos, 1993).La primera de estas voces, cronológicamente, es la del Inca Garcilaso de americo_100la Vega (1539-1616), quien aparece hablando en Mandorla en un poema titulado "Del Inca": Del Inca, porque el poema está compuesto de palabras tomadas de la obra de éste hasta la penúltima frase; el Inca declara: "Yo nací ocho años después que los españoles ganaron mi tierra" y habla del nombre de Dios en quechua, que Pedro de Cieza no entendió por ser español. "Pero si a mí me preguntasen ahora ¿cómo se llama Dios en tu lengua?, diría: Pachacámac". La última frase del texto es de Valente: "Y la palabra nuestra el Inca iba reengendrando así en la oscura matriz de otra memoria". La palabra nuestra: el castellano; la oscura matriz de otra memoria: la del pueblo del Cuzco que rememoraba en lengua quechua y no conocía la escritura. Este texto es importante no tanto porque se refiere al primer gran escritor hispanoamericano, bilingüe de dos culturas, sino porque, en cierto modo funda la larga indagación que hace el poeta español de la historia de la cultura como una red de textos y de formas de aprehensión que se teje de lengua a lengua, de dialecto a dialecto, de mito a mito, de cultura a cultura: complejo e inacabable proceso de traslación de la palabra y de la imagen, de las apariciones del espíritu, y en la que "el nombre de Dios" —su sin-nombre— reaparece en todos los nombres. Lo que hoy llamamos corrientemente "traducción" no es sino un pequeño fragmento emergente del iceberg. Las matrices de todas las memorias tenderán así a converger hacia el centro inmemorial de la memoria.
El segundo creador hispanoamericano cuya presencia se expande en la obra de Valente es otro peruano, César Vallejo, nacido también en los Andes en 1892. Ecos, reminiscencias, acentos y frases vallejianos se ocultan o se descubren en diversos poemas de Valente, sobre todo en el período que va de A modo de esperanza a El inocente (1953-1970). Esta exploración de la obra del poeta andino se explicita en el poema "César Vallejo" (en Punto Cero, p. 200), tejido en gran parte con fragmentos entresacados de sus versos. Valente ha explicado en dos textos los lazos y afinidades que unen su voz a la palabra del poeta peruano; el primero "César Vallejo desde esta orilla" (en Las palabras de la tribu, pp. 143-160), donde, refiriéndose al desamparo y al desconcierto de los jóvenes españoles que abordaron la creación poética en los años de la posguerra, se refiere a la impresión que produjo en ellos la obra vallejiana sobre todo en dos aspectos: el sentimiento de solidaridad humana que impregna su poesía y el tono coloquial y directo de su voz que patentemente repercute también en más de un poema de los que Valente escribió en las primeras etapas de su obra; hay que observar que este tono de conversación oral influyó de análoga manera en poetas hispanoamericanos de los años cincuenta como el peruano Carlos Germán Belli (1927) y el argentino Juan Gelman (1930), otro pariente espiritual de José Ángel, que probablemente descubrieron a Vallejo al mismo tiempo que éste y sus compañeros de generación.
La búsqueda de una nueva retórica basada en la introducción de formas de expresión de la cotidianidad, del habla oral que aborda al lector como un interlocutor y no como al oyente de un discurso solemne, estaba o apuntaba ya en los Versos sencillos de Martí, en la poesía del mexicano López Velarde y en la del poeta argentino de barrio Evaristo Carriego que admiraba Borges; pero sólo desde la obra de Vallejo empieza a influir realmente en la poesía escrita en español; en este lenguaje, en muchos casos, la expresión formal precisamente de aquella solidaridad con el prójimo que se da en Vallejo y a la que se refiere Valente. El segundo texto crítico que éste dedica a la figura de Vallejo data de 1988 y se centra de nuevo en esta noción de solidaridad, pero presentada ahora como proximidad: "Vallejo o la proximidad"4. El lenguaje de Vallejo nos es próximo, el lector de Vallejo es un prójimo: el poeta lo trata como tal.
El cubano José Lezama Lima es otra de las grandes figuras hispanoamericanas que expanden su presencia por la obra del poeta gallego, el cual, igual que a Vallejo, le dedica un poema que lleva por título el nombre mismo del escritor: "José Lezama Lima" (Punto Cero, p. 377); los vínculos entre el universo poético de Lezama y el de Valente son complejos y profundos, pero hay que excluir de entrada todo intento de aproximar las obras de los dos poetas desde el punto de vista de la forma de la expresión, o por lo menos de la superficie de esta forma, que en Lezama es extremadamente barroca y de ascendencia gongorina, en dirección contraria de la palabra sobria y despojada del poeta español donde dominan más bien los ritmos sordos de sus maestros anglosajones, como ya en Cernuda; y si nos echamos a buscar afinidades con los clásicos españoles nos encontraremos sobre todo con Fray Luis, San Juan de la Cruz, Santa Teresa y, en el barroco, Quevedo mucho más que Góngora. La red por la que comunican Valente y Lezama se teje pues por debajo de lo visible en la singular escritura lezamiana que, por el procedimiento del "continuo de la imagen" conecta y unifica los fragmentos o poemas que su narrativa va tejiendo como una red: como la red de una araña, diría Valente. Es el propio Valente el que nos indica ya desde el título de un texto crítico dedicado a Lezama dónde se encuentra el punto de unión entre su propia representación de la poesía y la del poeta cubano: "El pulpo, la araña, la imagen" 5: "La sabiduría total y cóncava del pulpo" es una frase de Lezama de la que Valente parte para referir al "cóncavo saber total de Lezama mismo", así como el espacio de la araña en el que se hila la red correspondiente al continuo de la imagen representa el paciente tejido de la escritura del cubano desde "sus absolutos comienzos". "La araña, como el pulpo, —comenta Valente— es símbolo de un centro en expansión, de un centro que genera espacio, de un centro incorporante-irradiante". Este centro irradiante es también un centro imantado que atrae todos los fragmentos de los disperso "al punto donde la irradiación nace". El centro que imanta e irradia garantiza la unidad de la dispersa realidad, cuyos fragmentos son capturados por los tentáculos del pulpo o en la red de la araña: la garantiza tanto en la obra de Lezama como en la de Valente. Reconocemos en efecto en estos motivos del "maestro cantor" de La Habana sintetizados en los apuntes críticos del cantor de Galicia, las grandes obsesiones de la poesía y la poética de este último: el centro, la red, la unidad, la incorporación al centro y al fondo de la diversidad de la experiencia operada por el imán del poema. Como la poesía de Lezama la de Valente es cóncava y tentacular.
Otros dos textos dedicados al Maestro cantor, "Patio, zaguán, umbral de la distancia", en Interior con figuras (p. 56) y en Mandorla (p. 48), así como una importante cita del cubano: "La luz es el primer animal visible de lo invisible", que sirve de pórtico a Material memoria, extienden la relación, el diálogo y la complicidad entre los dos poetas al dominio del sentido, de la aprehensión del mundo por la imagen, del comercio poético entre lo visible y lo invisible, lo decible y lo indecible, en suma a los lugares más importantes que frecuentan Valente y Lezama: "Maestro, en verdad le digo la palabra salud". La poesía de Lezama, aunque muy iluminada por la luz de Góngora, merodea también por la noche de los místicos, como en Valente, y es el propio poeta cubano el que destaca lo que a Góngora le falta: la noche de San Juan de la Cruz 6, que es la que ha explorado sobre todo Valente pero que también circunda la poesía de Lezama; Oppiano Licario puede leerse, en este sentido, como un poema narrativo nocturno y la crítica ha visto en algunos de sus capítulos un itinerario por las vías de la mística, purgativa, iluminativa, unitiva 7. Se entiende pues la pasión que ha demostrado Valente por esta obra donde la luz y la noche, datos elementales de la suya propia, impregnan todo el ámbito del conocimiento poético.
Se entiende también su devoción por otro gran poeta contemporáneo de América, el peruano Emilio Adolfo Westphalen (1911), con el cual Valente teje una red de nuevas afinidades y simpatías, nuevas y viejas, podríamos decir, porque el fondo o centro de donde irradian estas afinidades y los hilos que lo enlazan con éste y otros poetas hispanoamericanos, es el centro mismo de su indagación poética desde el principio de su obra. El tacto de la araña siente infaliblemente toda presencia y toda presión en la extensión de la red.
Westphalen es el poeta del silencio: así lo comprueba José Ángel Valente en el ensayo que figura como introducción a la edición de la obra poética de aquél en Alianza Editorial: "Frases que recién nacidas se sumergen en el silencio como en agua lustral para volver a nacer de él en nuevas y no reconocibles formas. (...) La palabra es en el poema de Westphalen una teoría de resurrecciones. Palabras, antepalabras y silencios" 8. ¿Pero no es eso lo que sucede desde siempre en la obra de Valente, donde la palabra nace de "la explosión de un silencio", donde el silencio se hermana con el vacío creado por el poeta para que el poema pueda surgir, en una incesante teoría de apariciones y desapariciones? Es precisamente eso, un reconocimiento, nuevamente, por afinidad y Valente lo recalca en su escrito: "Quien esto escribe sintió muy pronto que una intensa afinidad lo acercaba a Westphalen", precisando: "Lo curioso es que esta afinidad antecedió a la lectura de sus textos y al conocimiento de su persona" 9: simplemente por la lectura, a mediados de los años cincuenta, de unas páginas que dedica a Westphalen Anderson Imbert en su Historia de la literatura hispanoamericana. Recordemos que Westphalen publicó dos fulgurantes libros de poemas entre 1933 y 1935: Las ínsulas extrañas y Abolición de la muerte; el título del primero —aunque Westphalen se opone a que se lo interprete en un sentido místico— es bastante significativo de los lazos entre la obra de Westphalen y la de Valente a través de la referencia central a San Juan de la Cruz: "Volvemos una y otra vez a la palabra inicial, a la sola palabra poética, palabra de la germinación, que recita ininterrumpidamente el comienzo o el origen. (...) El sentido naufraga en su noche. Noche del sentido en que la palabra es un solo aparecer oscuro de materias lumínicas y el poema ese solo aparecer, ese oscuro fulgor": así dice Valente de la poesía de Westphalen; pero quien haya leído con atención la obra de Valente reconocerá también en sus palabras la propia poesía de éste.
La simpatía poética de Valente se extiende naturalmente a otros poetas coetáneos de diversas lenguas y de diversas culturas, por ejemplo al egipcio Edmond Jabès y a su desierto; el lazo privilegiado con Vallejo, Lezama, Westphalen o Gelman viene seguramente de que éstos son poetas de lengua castellana, pero no ya bilingües y divididos entre dos culturas como el Inca Garcilaso en el siglo XVI, sino que poseen el español como única lengua materna, pero reengendran en nuestra lengua la oscura matriz de muchas memorias, de muchas culturas que se han ido amalgamando en América en los cuatro siglos que han corrido desde que escribía el Inca. Valente, en el fondo, ha llevado a cabo por su cuenta y en íntima relación con los hispanoamericanos el mismo proceso de fusión, de modo que en el punto presente de su trayectoria podría aplicarse a sí mismo las palabras que dice del Inca: Y la palabra nuestra el poeta [gallego] va reengendrando así en la oscura matriz de otra[s] memoria[s]. En este sentido Valente es un gran poeta español-americano: "fondos de una tradición común que en ustedes encuentra distinto impulso o renovada forma" dice Valente en su "Carta abierta a José Lezama Lima" (Las palabras de la tribu, p. 252).

 

NOTAS A PIE DE PÁGINA

  1. José Ángel Valente: "El lugar del canto", en Las palabras de la tribu, Madrid, Siglo XXI, 1971, pp. 16-19.
  2. María Zambrano: "Breve testimonio de un encuentro inacabable", en José Lezama Lima: Paradiso, edición crítica, coordinador Cintio Vitier, Madrid, Colección Archivos, 1988, p. XVI.
  3. José Ángel Valente: "Modernidad y posmodernidad: el Ángel de la historia", en Fin de siglo y formas de la modernidad, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 1987, pp. 7-8.
  4. José Ángel Valente: "Vallejo o la proximidad", en César Vallejo: Obra poética, edición crítica, coordinador Américo Ferrari, Madrid, Colección Archivos, 1988, pp. XV-XVIII.
  5. José Ángel Valente: "El pulpo, la araña, la imagen", en José Lezama Lima: Juego de las decapitaciones, Barcelona, Montesinos, 1982, pp. 7-13.
  6. José Lezama Lima: "Sierpe de don Luis de Góngora", Obras completas, t II, México, Aguilar, 1977, pp. 196-202.
  7. Ver Margarita Fazzolari: "Las tres vías del misticismo en Oppiano Licario", en Coloquio internacional sobre la obra de José Lezama Lima, Vol. II: Prosa, Centre de Recherches Latino-américaines de l'Université de Poitiers, Madrid, Editorial Fundamentos, 1984, pp. 125-134.
  8. José Ángel Valente: "Aparición y desapariciones", en Emilio Adolfo Westphalen: Bajo zarpas de la quimera. Poemas (1930-1988), Madrid, Alianza Editorial, 1991, p. 9.
  9. José Ángel Valente: "Aparición y desapariciones", o. cit., p. 10.

 

Valente y la poesía hispanoaméricana de Américo Ferrari enviado a Aurora Boreal® por Américo Ferrari y Martine Ferrari. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Américo Ferrari y Martine Ferrari. Foto Américo Ferrari © Mario Camelo. Foto José Ángel Valente tomada de http://www.20minutos.es/noticia/1153841/0/diario-anonimo/jose-angel-valente/libros/

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