Puro Cuento
Cada comienzo de año voy a ver a mi médico, que alinea mis centros de energía y me prepara para enfrentar el nuevo período. Como siempre, me saluda casi sin mirarme; sé que me ausculta con varios tipos de percepción y que como mujer le gusto, pero hemos llegado a un entendimiento tácito de no incluirnos en nuestras aspiraciones románticas, por el bien de ambos. A través de los años, entre los dos se ha establecido una cofradía que linda con lo secreto. Luego del saludo, se establece entre nosotros una vieja complicidad, que nos permite tratar asuntos inusuales: sabemos que no somos comunes.
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- Por Sara Harb
Quitarás las sábanas para ponerlas en la lavadora y descubrirás, al lado de mi cama, las botas que compramos juntos el sábado, cuando hiciste la lista de lo que me haría falta en Colombia, y yo pensaba que no me haría falta nada de todo eso que anotabas, pero no sabía cómo decírtelo y fuimos a comprar las botas. Intentarás llamarme para decir que las botas se me han quedado, que podrías llevármelas al aeropuerto, y puedo imaginar tu cara al oír que mi móvil está sonando debajo de la cama.
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- Por Yolanda Reyes
Los gatos existen para ser amados.
Los gatos no sirven para amar.
Los gatos sólo saben ser amados.
Darío Jaramillo Agudelo
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- Por Paloma Pérez Sastre
–No tengo el dinero, Juan –dijo Carla, y encendió un cigarrillo.
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- Por Marta Orrantia
Leoncio camina por una tumultuosa calle de la ciudad. Lleva en la mano un periódico y una carpeta, y de la gabardina colgada del brazo puede deducirse que el atardecer está fresco, pues Leoncio no soporta el frío por leve que sea. Hace un minuto salió de la oficina, son las seis y un minuto, y se dirige al paradero del bus. Como toda la gente, camina en forma precipitada en un eterno y a veces vano intento para lograr sentarse. A pesar de ir pensando sólo en esto, advierte a su lado la presencia de un perro. Pero no lo tiene en cuenta y continúa dando grandes zancadas, acelerando cada vez más. Más adelante siente que el perro lo sigue y él lo espanta con la gabardina. El perro se detiene agachando la cabeza en un acto de sumisión. Leoncio no ha aflojado el paso y ni siquiera se acuerda del perro cuando llega al paradero. Se coloca en la fila y entonces siente que algo le roza el pantalón. El perro lo mira como si lo escrutara. Esta vez Leoncio lo examina: pequeño, magro, amarillento, el pelo se le ha caído casi en su totalidad y su cuerpo está cubierto de llagas. Leoncio reflexiona en que ahora se irá en el bus y el perro desaparecerá, y se pone a leer el periódico. La tranquilidad le dura apenas unos segundos. Las personas que esperan en la fila lo miran ahora con el mismo desprecio con que él mira al perro. A él no le importaría que creyeran que el perro le pertenece, y lo demuestra ocupándose otra vez del periódico, si el perro se quedara quieto. Pero el perro ha vuelto a rozarle el pantalón y parece tener intenciones de orinarse contra su pierna. Quizá dando una vuelta a la manzana, entre tanta gente, se despiste. Pero perdería mucho tiempo, el bus se le pasaría y tendría que esperar luego otros minutos que podrían convertirse en media hora. Es preferible y echa a andar rápido, seguido por el perro, procurando introducirse por donde haya más gente, hasta tal punto que el perro no pueda sospechar en qué lugar se encuentra. Después de dos cuadras sonríe con satisfacción: ha volteado la cabeza y el perro no se ve por ningún lado.
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- Por Luis Fayad
A mi querida suegra
Y aunque te lo haya dicho cien veces lo tengo que volver a repetir porque qué es eso que tú digas no no te debe molestar para nada decirme a dónde vas y no es que me importe por saber es que tú todavía no conoces nada y que te puede pasar algo por ahí y una no enterarse chico pero tienes que comprender la preocupación que me das todos los días y dónde estará ese muchacho y cuando te pregunto lo que haces es mirar para el techo y sonreír como si fuera gracioso y qué es lo que tú crees que porque tengas casi diecinueve años ya eres un buey suelto y que eso te hace más hombre pues no no y a mí lo que más me disgusta en la vida es estar en la peleadera el día entero pero no lo puedo evitar qué le voy a hacer boba que es una porque hay otras que ni se preocupan les da lo mismo ah y ahora me acordé que te llamó una muchacha y no me quiso decir de parte de quién y porque claro a lo mejor fuiste tú mismo el que le dijiste que no diera su nombre y le contaste que tu madre todo lo averiguaba si no te conociera y que de todo se quería enterar que en todo se metía ya me lo imagino porque eso es lo que gano por preocuparme no no me digas nada acaba de tomarte el desayuno que vas a llegar tarde además ya sé que me vas a decir lo mismo de siempre la misma historia el mismo cuento el mismitico que me deje de boberías boberías son las tuyas vas a venir a almorzar y después tienes clases porque hoy te toca no vas a llevar el libro a lo mejor en la guagua puedes leer algo si no vas a venir me llamas para no tener que estar con la comida velándola no me digas que te estoy mandando ay qué desgracia la mía con este muchacho.
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- Por José Prats Sariol
La mujer del A los había visto llegar. Casi siempre lo hacían a la medianoche, no a esa casa de apartamentos, sino a cualquiera, en cualquier barrio, en cualquier parte de la ciudad. Sólo aquellos que eran buscados, a veces los veían llegar; los demás no querían ver ni oír nada.
Del coche bajaron dos hombres, eran inconfundibles. La mujer del A se apartó de la ventana, despertó a la niña, que dormía profundamente, y, sin más, la tomó en sus brazos y la sacó al pasillo en piyama. Tocó tres timbres breves, firmes, alarmantes en la puerta del B. Mientras esperaba que le abrieran, en esos escasos segundos, apretó a la niña contra su pecho. La niña, anegada aún en el sueño, preguntó:
-¿Qué pasa, mami?
El pasillo estaba oscuro, todo el edificio en silencio. Sólo un ruido mecánico, agónico atravesó aquellos escasos segundos, sólo un resplandor iluminó fugazmente la espera, provenían del ascensor que descendía hacia la planta baja.
La mujer debió de albergar alguna esperanza, pues lo que dijo, cuando la vieja le abrió la puerta, fue:
-Pase lo que pase, no salga, no llame a nadie. Quédese con la nena nada más por esta noche.
La vieja retrocedió unos pasos y se echó a un lado. Intentó alisarse los cabellos, que llevaba revueltos, pero sus manos no respondieron.
La niña, ahora de pie en la habitación única del B, se restregó los ojos y bostezó con la boca muy abierta; luego, se volvió hacia la puerta como buscando algo, a alguien. Su madre había desaparecido. De nuevo, se restregó los ojos y, dirigiéndose a la vieja, dijo:
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- Por Reina Roffé
Una mujer camina por Florida.
Mira un suelo que está cubierto de papeles de todos los colores y tamaños. Podría ser hermoso.
Ella recoge uno. Tiene marcas de pisadas. Lo lee y se lo guarda en el bolsillo. Se detiene. Mira al cielo. Amenaza lluvia. Avanza.
Una mujer sola camina por Florida, dobla por Perón donde ya no pisa asfalto sino papel.
La mujer piensa en un hombre. Un hombre que no está en Florida ni en Perón ni en San Martín. En un hombre que está a un millón de años luz y cuya voz, la de alguien que no quiere despertar a quien duerme a su lado, está aún viajando por la galaxia horas después de cerrar el teléfono.
Un ruido bestial la aleja de la cabina.
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- Por María Fernanda Ampuero
a Luis Sagasti
Es una expresión que siempre me llamó la atención, aunque quizás ya pertenezca a esa lista de las que uso frente a mis alumnos, en los que solo encuentro una mirada helada de incomprensión, de distancia temporal. Creo que “no tenés cara” se puede parafrasear como “sos un hipócrita”, “justo vos decís/hacés eso”. O, simplemente, por “sos un caradura”: curiosamente, suena contrario y es muy parecido. O a lo mejor me equivoco.
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- Por Pablo Valle