Gabriela Portillo Menéndez- 'La migrante y el guisante'

La migrante y el guisante.

1º Premio del Segundo Concurso Raíces de Historias de Raíces de Relato Corto. Aarhus, Dinamarca. Entregado el 23 de abril de 2022.

 

Cuando llegué a Aarhus, viví la peor noche de mi vida. Llegaba cansada tras el viaje desde España y los diversos trasbordos. Esperaba caer rendida a la menor ocasión, pues dormir es mi mayor talento, pero hasta las estrellas tienen malas noches, y digamos que mi estreno en Dinamarca no fue exitoso.

La cama de mi alojamiento cumplía con los estándares escandinavos de calidad. Acogedora, amplia, robusta. Digna de un hotel cinco estrellas, por un módico-nórdico precio. No había razón para mi desvelo, pero no hacía más que dar vueltas; mi cuerpo primero y, después, mi cabeza. Para evitar caer en el pozo del insomnio, intenté contar ovejas, cisnes y vikingos, pero se convertían en ratones, palomas y piratas, así que me di por vencida.

La verdad se reveló a la mañana siguiente: un dolor de espalda atenazante me señaló la dirección que debía seguir la investigación, además de mi edad avanzada. Aunque lo pareciera, ya no era la jovenzuela que acampaba en la sierra. Ahora, mi estado de ánimo dependía de un colchón. Lo levanté con la sospecha de que encontraría una verdura diminuta que confirmaría mi estatus de princesa, pero hallé algo muy distinto: una bala.

Rotas mis fantasías de pertenecer a la realeza, me contenté con pensar que formaba parte de una adaptación moderna de los cuentos de Andersen. «Ya me habían avisado del éxito del cine danés, pero su nivel de realismo ha superado todas mis expectativas», pensé. Al examinar el proyectil me pareció muy logrado para tratarse de simple atrezzo. Pesaba una barbaridad, y parecía que estuviera hecha de plomo. ¿Sería este el momento en que aparecería mi soldadito personal? A esas alturas, ya no sabía si me encontraba en el escenario de un drama, un romance o una comedia.

Tras comprobar que no me rodeaban cámaras ocultas, dediqué más atención a estudiar la bala. Databa del año 1981. Esa fecha no me decía mucho, pues nadie de mi familia había nacido en esa década. Tampoco encontré palabras, solo un número de serie que para mí tenía el mismo sentido que los carteles del aeropuerto de Billund, es decir, ninguno. A diferencia del danés, que traducía a duras penas con mi móvil, esa anotación era más difícil de descifrar. Las búsquedas en Internet no arrojaron pistas, de modo que decidí acudir a la comisaría más cercana (recordemos que era mi primer día en Dinamarca, y no hablaba ni una palabra del idioma).

Me recibió una mujer fornida que, en mi delirio fantástico, situé como la madrastra del cuento. Nada más lejos de la realidad; se comportó con una educación exquisita, sobre todo teniendo en cuenta que yo llegaba sin pegar ojo, con el pelo revuelto y una bala en la mano. Cualquier niño me hubiese identificado como la loca de la historia.

A caballo entre el inglés y las señas, entendió que había encontrado aquel arma de procedencia desconocida. Con una gran sonrisa propia de quien nace en una ciudad con el sobrenombre de Smilets by, me indicó que tomase asiento en uno de los sillones de la oficina, pues las gestiones podían demorarse. Ahí sí que entendí la fama del mobiliario nórdico: ¡la siesta que me eché fue de película! Hice honor a veinte estereotipos diferentes de mi país sin moverme del sitio.

Con un poco de apuro, dos guardias me despertaron en lo que a mí me parecieron cinco minutos. En realidad, ya había oscurecido, aunque es un dato que en Dinamarca puede llevar a confusión: solo eran las tres de la tarde. Los agentes me informaron de que habían rastreado el número de serie de la bala y que era de origen español. Por razones de estricta seguridad, me tenía que detener, y esperaban que lo entendiera y colaborase hasta que los hechos se esclarecieran. Así fue como acabé en un calabozo danés en mis primeras veinticuatro horas en el país, con un pijama desparejado y la ligera sospecha de que mi vuelo no solo había cruzado un continente, sino que había traspasado nuestra dimensión. Semejante escenario solo se explicaba como resultado de un viaje entre realidades paralelas o de un cuento de Andersen, y lo segundo ya lo había descartado.

La policía me prestó un teléfono (el mío se había quedado sin batería después de tantas horas) y me permitieron hacer una llamada. El único número que recordaba era el de mi abuelo, así que lo marqué como un autómata.

—Hola, abuelo. Verás, te llamo desde la cárc…

—¡Ay, mi princesa! Qué bien que te hayas acordado de mí —chilló mi abuelo, como si la distancia geográfica afectase al volumen con el que me llegaba su voz—. Cuéntame, guapa, ¿cómo has comido? ¿Has pasado mucho frío?

—Pues… justo te iba a comentar…

—Estamos todos muy contentos, te mereces esa beca. Qué era lo que ibas a estudiar, ¿pintura?

—No, abuelo, literatura infantil. Pero ya hablaremos de eso, que ahora tengo un problema.

—¡Ay, no me digas! ¡Qué disgusto! Si es que aquí estabas muy bien…

—Aquí también estoy bien. Lo que pasa es que… bueno… me han detenido. ¡Pero no he hecho nada! Es por precaución.

—¡Virgen santa! ¡Racistas! Solo porque vienes del sur, anda que pensar que los españoles somos unos delincuentes, ¡ignorantes!

—No te preocupes, abu, son medidas preventivas. Enseguida se resolverá. ¿Le puedes decir a mamá que necesito su ayuda, por favor? Que me llame cuanto antes.

—Confío en ti, que eres muy leída. Pero si se pone feo, pide un abogado, ¿eh? Y que no te obliguen a hablar en otro idioma, que te sacan las declaraciones de contexto. Aviso a tu madre.

Sin la afectuosa compañía de mi abuelo, la soledad cobró mayor presencia. Sabía que mi madre tardaría en llamar, así que debía confiar en la eficiencia de la burocracia o en mí misma, ambas opciones desalentadoras.

Al sexagésimo quinto vikingo saltando el redil que conté en mi mente privada de sueño y de calor humano, apareció uno de los guardias. Me indicó que lo siguiese. Pavoneando mi metro y medio de estatura tras el escultural guardia, llegué a una sala donde se encontraban la madrastra, mis carceleros y otro hombre que componía la tercera cabeza de Cerbero, el perro a las puertas del infierno que dictaría mi sentencia. Sí, me tomaba con humor esa situación tan seria porque, en ese punto, ya no pensaba que fuese a salir viva de ella.

—Toma asiento, por favor —me dijo la nueva cabeza con un perfecto español—. Soy el comisario Christensen. Voy a proceder a hacerle unas preguntas, ¿lo comprende?

—Ajá.

—¿Dónde se encontraba usted en el año 1981?

—En los ovarios de mi madre, ¿supongo? —Al instante noté que no compartíamos sentido del humor y cambié rauda mi estrategia— Perdóne, quería decir que aún no había nacido.

—Esto no es una broma, señorita. Ha sido hallada con material balístico en un territorio extranjero: podría ser motivo de conflicto diplomático.

—Discúlpeme, señoría, no quería…

El móvil que me habían prestado comenzó a sonar. ¡Salvada por el siglo XXI!

—¡Es mi madre! Por favor, déjenme responder.

Como el policía ya no se fiaba de mí, acordamos poner la llamada en altavoz.

—Buenas tardes, señora. Su hija se presentó esta madrugada en comisaría con una bala de procedencia española. ¿Sabe usted cuáles podrían haber sido sus intenciones?

—Señor agente, le aseguro que mi hija no es una asesina. Sea lo que sea lo que les haya explicado, pueden creer que es cierto.

—Sí, mamá —respondí de inmediato—. Me encontré la bala en mi colchón, ¡no soy terrorista!

—Por favor, tranquilidad. Nadie le está acusando de ningún crimen, señorita —me aseguró el policía—. Solo queremos investigar su relación con el caso. Retomemos las preguntas. ¿Qué relación le une a usted con Huéscar, localidad de Granada?

—¡¿Huéscar?! ¿Qué tendrá que ver el pueblo de mi abuelo en esto?

—Hemos confirmado que la bala se fabricó allí.

—Hace siglos que no voy, eso no lo he traído yo.

—Cariño, intenta hacer memoria. ¿No cogerías la bala en el molino, o en la acequia?

—Mamá, te lo prometo: no la había visto nunca antes. Además, es de los años 80, de 1981, en concreto. ¡No había nacido!

–¿En el 81? Me suena… —Mi madre interrumpió bruscamente la conversación. Me acobardé: no me veía capaz de enfrentarme al juicio final sola. Volví a respirar cuando se escuchó su voz de nuevo—: Perdonad, el abuelo se ha puesto muy nervioso. Quiere hablar.

—No tenemos mucho tiemp… —comenzó el inspector, pero mi abuelo no respetaba más autoridad que la divina y lo interrumpió gritando.

—¡En el 81 se firmó la paz con Dinamarca! Seguro que esa es una bala perdida de las celebraciones de la época. ¡Qué tiempo aquellos!

El silencio se apoderó de la sala. Hasta los guardias que no entendían español tenían cara de susto. Supongo que es el efecto que produce mi abuelo cuando se arranca a contar batallitas.

—Disculpe, buen hombre. ¿A qué se refiere?

—Estos jóvenes de ahora no sabéis nada de historia, ¡así nos va! Con la invasión napoleónica, España entró en guerra con Dinamarca, adonde habían enviado unas tropas años antes. El alcalde de mi tierra, la «muy noble y leal ciudad de Huéscar», declaró la guerra a Dinamarca por su cuenta, pero ambas partes se olvidaron con el paso de los años, hasta que en 1981, un archivista encontró el tratado. Aún no se había firmado la paz, así que nuestra humilde comarca seguía en guerra casi doscientos años después con todo un país. ¡Es la guerra más larga de la Historia de España! ¡Deberías saberlo, nietecita!

—Lo siento, abuelo. No recuerdo que me la hayas contado. ¿Qué ocurrió luego, en
1981?

—Para celebrar la paz se organizaron varios festejos en el pueblo. Oscenses y
daneses nos vestimos de vikingos, colgamos banderas y bebimos cerveza. Lo de las balas de plomo fue idea de tu tío Coca, ya sabes lo cachondo que era. Quería simbolizar que fue la primera guerra sin víctimas mortales. Las disparó como si fueran confeti.

—Oye abuelo, ¿y cómo habrá llegado esa cosa debajo de mi cama? ¿No sabrás nada de eso?

—Y yo que sé. ¿No será que el ratoncito Pérez te quería hacer un regalo de bienvenida?

Lo que siguió no tiene demasiado interés literario: despedidas y reprimendas por parte de mi familia, papeleo y resoplidos por parte de la delegación danesa. El comisario jefe le explicó al resto la historia y nos avasallaron a preguntas. Mientras terminaban de preparar la documentación que dejaría constancia del accidente y me garantizaría mi

libertad, busqué información sobre el conflicto en internet (¡mi móvil había vuelto a la vida!). Efectivamente, las fuentes confirmaban la historia de mi abuelo, aunque no pude encontrar ningún dato sobre la lluvia festiva de balas.

Dinamarca y mi remoto pueblo de la infancia habían estado en guerra durante ciento setenta y dos años sin que nadie lo supiese. En una de las fotos de las celebraciones me pareció reconocer la calva de mi abuelo, aunque la calidad era tan mala que era imposible asegurarlo. Tras firmar la paz, las relaciones se habían fortalecido entre las regiones. De hecho, Huéscar está hermanado con Kolding, un puerto de la costa danesa. Me apunté mentalmente la misión de visitarlo. Iría protegida, eso sí: nunca se sabe qué puede pasar.

Entre abrazos daneses y besos a la española me despedí del comité policial, que se habían convertido en mis primeros amigos locales. Desde entonces compartiríamos una historia fantástica, más inverosímil que cualquier cuento de Andersen.

Regresé a mi piso en noche cerrada. Se me había pasado el sueño y ya había investigado todas las páginas que hacían referencia a esa guerra olvidada, así que me senté un buen rato mirando a la nada. Finalmente, abrí el frigorífico en busca de algún alimento que, de paso, llenase el vacío existencial que sentía. Solo encontré una bolsa de guisantes congelados.

 

Gabriela Portillo Menéndez
España. Lleva veinticinco años en el mundo y aún no lo entiende, aunque lo intenta: estudió psicología y devora todo tipo de libros. La literatura le ha llevado a Nueva York, Escocia y, ahora, Dinamarca, donde estudia un Máster de Literatura Infantil.

 Background premios 300

 

 

 

Material publicado según acuerdo entre Aurora Boreal® con Beatriz Pérez Ruiz de Raíces para difundir a los 3 ganadores del Segundo Concurso Raíces de Historias de Raíces de Relato Corto. Aarhus, Dinamarca 2022. Entregado el 23 de abril de 2022. Fotografía de Gabriela Portillo enviada a Aurora Boreal® por Beatriz Pérez Ruiz. El relato, la biografía y la fotografía de Gabriela Portillo son publicados con autorización de Beatriz Pérez Ruiz y Gabriela Portillo.

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