Número 27 mayo 2020 - Violencias en la literatura colombiana

Nota del editor

 

Violencias en la literatura colombiana

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Hace treinta y seis años salí de Colombia rumbo a Dinamarca persiguiendo mis estrellas, como diría Rafael Cadenas. Para ese entonces Colombia vivía una consolidación del narcotráfico y los grupos alzados en armas eran el pan de cada día. El presidente de ese entonces, Belisario Betancur, realizaba esfuerzos por firmar acuerdos de paz con las guerrillas (Los Acuerdos de Corinto, Hobo y Medellín con el Movimiento 19 de Abril y con el Ejercito Popular de Liberación y Los Acuerdos de La Uribe o Acuerdos de Cese al Fuego, Paz y Tregua con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).

Veníamos de un gobierno, el de Julio César Turbay Ayala, quien había firmadoelfamosoEstatutodeSeguridad, que en palabras simples y escuetas le daba al ejército nacional poderes extraordinarios. Este hecho se tradujo en otro período macabro de tortura y abusos en la historia del Colombia. Por eso, con el cambio de Gobierno en 1982, la llegada de Belisario Betancur y su esfuerzo por firmar acuerdos de paz y el cese bilateral del fuego, se respiraba un bálsamo de esperanza. En algún rincón de mi memoria está congelada una campaña publicitaria que se veía en la televisión de entonces, y que repetía incansablemente la estrofa musical “Yo amo a Colombia, yo amo la paz”.

Jamás imaginé que mis estrellas me deparaban terminar mis días como editor dedicado a mostrar la literatura hispanoamericana a los lectores daneses. Tampoco se me pasó por la cabeza que tendríamos una revista de literatura. Lo que sí recuerdo nítidamente esa mañana de 1984 en el aeropuerto de Bogotá, antes de embarcarme en un jumbo rumbo a Dinamarca, eran dos titulares a modo de anzuelo en la portada de un semanario. Uno se refería a la inauguración de La Torred e Cali, un rascacielos de cuarenta y cinco pisos, el más alto de la ciudad en ese momento. El otro mencionaba una extensión de tierra ubicada en las selvas del Caquetá y del Guaviare en la que se encontraban 19 laboratorios de cocaína y un sin número de pistas de aeronaves que controlaba el Cartel de Medellín, a la que se le denominaba Tranquelandia.

Con esas dos imágenes me subí al jumbo de AVIANCA y Colombia se me desvaneció en los recuerdos bonitos y agradables y las ansiadas visitas a la familia con baños de mar en el Caribe, tomando todo el jugo de lulo y de curuba que me podía zampar.

Treinta y cinco años después, conversando con mi hermano, el que se había ido a estudiar a Alemania y había hecho su vida allá, descubrí que los dos estábamos llenos de vacíos históricos de la reciente historia de Colombia. Pero más importante, empecé a entender la importancia, el valor y el significado de la memoria y la utopía.

Mi hermano, que se había ido a Alemania casi quince años antes de mi partida, se había saltado todas las turbulentas décadas a partir de los 70 y los 80 que yo sí alcancé a vivir de adolescente mientras me educaban como economista en una universidad de los Andes colombianos en Bogotá. Es de esta manera que nace El especial de las violencias en la literatura colombiana.

Un esfuerzo de mi hermano el alemán por recuperar y aprender sobre nuestra literatura. Un esfuerzo por plasmar con un criterio de violencias las novelas colombianas desde 1940 hasta nuestros días. Un esfuerzo por recuperar la importancia de la memoria histórica para entender por qué nos sigue pasando lo que nos pasa en nuestra Locolombia. Ojalá esta recopilación de artículos con su mapa de novelas sirva de punto de partida a otros investigadores del tema. Y ojalá también sirva como nos ha servido a nosotros para aprender de por qué escribimos como escribimos nuestra literatura, pero sobre todo que le sirva a las nuevas generaciones, los que vienen atrás, para no olvidar que nuestras violencias ya se remontan a lasépocasantesdeldescubrimiento. Pero eso será madera para otro número.

¡Feliz lectura!

 

 

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