Ensayo
Para Carmen, desde la estirpe catalana.
Al lado del timón, en la bitácora, está la brújula. A veces Maqroll dejaba allí un cuaderno de apuntes. No sé cómo lo ha conseguido Jamil, el hijo de Abdul Bashur que animara al Gaviero en su refugio de los astilleros en Pollensa. Me lo ha enviado a La Habana desde Beirut. Su lectura abre la mía, apenas navego por la zarza ardiente del tomo en vitela, encuadernado en tabla forrada en badana de un azul que sólo he visto en Amberes. No creo que sirva de brújula para seguir las cartas de navegación que conducen hacia el heterónimo de Maqroll. Álvaro Mutis parece más encrespado, de corrientes marinas que recuerdan las filigranas manieristas, las trampas de cualquier credo. Sin embargo, las curiosas cuartillas —que aquí intento resumir hasta que se logren los derechos de publicación— quizás favorezcan el diálogo acerca de uno de los escritores más dueño de la "arbitraria tutela"1 de los dioses. Presunciones, a lo mejor esta versión lanza al dueño a poner a punto otra nueva aventura para encantarnos. Mientras tanto, mi bandazo de piloto sólo puede recordar que la sabiduría de Dante se alimentaba del sentido de fugacidad como perfección. Desde la precaria fugacidad del ensayo me inclino ante las huellas de una fuga.
¡Fuga! La forma fuga es el primer apunte que aparece en el Cuaderno de bitácora. El encauste con que está escrito el texto sólo deja ver otra palabra en la misma tinta roja que usaban los emperadores romanos: poiesis. Derivo —claro que a la deriva— una obsesión. El autor desea crear evasiones. Pero no es tan simple. Con Álvaro Mutis nunca es simple. Otra forma del enunciado sería que el testarudo poeta padece de crear evasiones, o que la evasión es la única forma posible de la poesía, al hacerse poema...
Barrunto aquí una broma a sí mismo, un modo de salvarse. Argumento. Me pongo a oír Die Kunst der Fuge, la inconclusa obra de Bach, en su versión para tecla. Recuerdo que el contrapunto es el alma de la fuga. La persecución entre las voces o instrumentos que van entrando crea la sensación de una infinita huida. Cada una es contrasujeto del precedente. Cada voz se va superponiendo. La transposición se va modificando en progresión continua hasta el final... Y entonces aparece la analogía con sus poemas y novelas, la secreta urdimbre que los ata como si cada texto persiguiera al anterior, a cada doblez, a partir de una sola evidencia: el artificio de la prosa narrativa sólo dispensa —reparte— la pavorosa certeza de que la persecución del Verbo es un revés consecutivo, Conversaciones desde la soledad —como el libro del poeta peruano Jorge E. Eielson. Porque para Álvaro Mutis son "Los elementos del desastre" —los doce acápites del poema donde vuela con Icaro.
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- Por José Prats Sariol
Lo mío no será tachar al "Boom", como se ha puesto de moda entre tanta gente de mi generación. Al contrario: lo mío será subrayarlo. Y celebrar estos cincuenta años transcurridos desde su deslumbrante explosión. ¿Quién tiene la fecha? Aunque no hay consenso, nadie podría negar que "La ciudad y los perros" (1963) de Vargas Llosa y "Rayuela" (1963) de Julio Cortázar algo han tenido que ver con su detonación. Los nuevos detractores del "Boom" han sacado otra vez el viejo memorial de agravios y repetido las vetustas diatribas de siempre. Pero yo voy a celebrar, pues he crecido leyéndoles, admirándoles y aprendiendo de su maravillosa literatura. Hay mucho que agradecerles. Aunque teníamos en Latinoamérica novelas importantes antes de los años 60 del siglo pasado, lo cierto es que apenas sí teníamos novelistas. Quiero decir que aquellas obras previas al "Boom" o fueron libros únicos de sus autores o, con muy raras excepciones, pertenecieron a repertorios bastante magros. Para mal y para bien, en América Latina el novelista profesional fue inventado en esa década prodigiosa.
Claro que hay más. A mediados del siglo pasado, la narrativa en lengua española había caído en el marasmo de un realismo más bien soso, convencional. La poesía, en cambio, venía de recorrer varias décadas de esplendor a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, nuestra novela no acababa de modernizarse, no lograba asimilar el ímpetu renovador que las vanguardias artísticas habían inoculado en otros ámbitos de la cultura. Así fue hasta "La llegada de los bárbaros" (2004), como los llamaron Joaquín Marco y Jordi Gracia en aquel volumen recopilatorio sobre la recepción de estos narradores en España. Cierto: no es posible formular una estética común al leer las novelas publicadas en esos años, porque no la hay; pero sí es notorio, de una a otra, el empeño de sus autores por reinventar el género, por zafarle esa rémora tradicionalista que ya le impedía respirar. Y eso también es de agradecer.
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- Por Alejandro José López
Con excesiva frecuencia nos encontramos listas interminables. Quiero decir: cuando leemos los análisis de versiones fílmicas basadas en textos literarios. Muchas de ellas (por lo general referidas a las transformaciones llevadas a cabo en el proceso de adaptación cinematográfica) suelen venir a dos columnas para facilitarnos el repaso comparativo entre la película y la novela. Y ahí asoman, muy reverendas: de personajes, de escenografías, de acciones, de épocas, de locaciones, de escenas, de vestuarios. O realizadas con cualquier otro criterio. He de confesar que cuanto más exhaustivas son, más tediosa puede llegar a ser la lectura de estos itinerarios críticos. ¿Estoy sugiriendo que la exhaustividad resulta indeseable en este tipo de análisis? No necesariamente. Tampoco digo que el problema sean las listas en sí, como recurso metodológico. Pero habremos de reconocer que demasiados estudios de esta naturaleza se extravían en la minucia: buscando ponerlo todo, dejan de poner lo fundamental.
No obstante, sabemos que elaborar listas siempre es un ejercicio tentador en estos casos. Seguramente porque nos permite adelantarnos en la identificación de las diferencias más notorias entre la obra cinematográfica y la novela original. Con todo, este expediente no representa per se un verdadero avance crítico. Me explico: dada la naturaleza intrínseca a todo trasvase, es decir, al procedimiento que consiste en llevar un relato de un soporte expresivo a otro (en este caso, del verbal al audiovisual), realizar modificaciones viene a ser un presupuesto de base. Adaptar es transformar, es adecuar una narración a los requerimientos y posibilidades de otro lenguaje. ¿Cómo podríamos evitar, entonces, que el análisis de una adaptación fílmica devenga en la constatación mecánica de aquello que de entrada ya se presupone? Habría, probablemente, contestaciones muy diversas para este interrogante.
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- Por Alejandro José López
1.
Nos abruma la cantidad de hechos violentos que pueblan nuestra vida cotidiana. Y más aún cuando, al asomarnos en el balcón de la historia, descubrimos que los de ahora sólo continúan una interminable saga de acontecimientos atroces. Vivimos en un país que se ha empeñado en mantener vigentes de una década a otra, de un siglo a otro, las prerrogativas a la crueldad. La nuestra es una memoria repleta de cicatrices y nuestro presente, una herida que no para de sangrar.
Todos en Colombia hemos vivido de cerca, en una forma u otra, los tormentos que inflige la barbarie. Unos más directamente: las víctimas, cuyo sufrimiento y memoria han de repararse y honrarse. Algunos hemos sido testigos consternados en esta visceral tradición de la infamia y otros han tenido que despedir a los suyos, obnubilados por su propio dolor. En nuestra aciaga historia como Nación, el signo de los tiempos ha operado no pocas veces su papel de noria, transmutando a los dolientes en nuevos verdugos ansiosos de revancha. Reconocer esto no exime de su responsabilidad a quienes han ostentado el poder en este país, pero indica su cuota de sangre. Y esto exhorta, precisamente, a subrayar la insensatez del pacto social precario que se han empeñado en mantener, un sistema cuya médula sigue siendo la exclusión de la inmensa mayoría y los privilegios de un puñado de gentes.
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- Por Alejandro José López Cáceres
La vida secreta de los perros infieles
Fernando Cruz Kronfly
Novela
Editorial Mirada Malva
ISBN-13: 978-84-938729-4-6
Páginas 246
2012
No es fácil escribir sobre la infidelidad en el amor sin que se levante la sospecha de la autobiografía. Pero la literatura en serio no es para exponer ante el público la vida íntima de nadie, sino para conmover estéticamente y hacer pensar. El mejor recurso para superar esta desgracia interpretativa es darle a la infidelidad la importancia conceptual que se merece y hablar en nombre de toda la humanidad. De esta manera todos quedamos cubiertos por la presunción de la inocencia. Por lo tanto, pido a ustedes disculpar por anticipado la ligera carga teórica a la que me veo obligado, bajo la promesa compensatoria de ser breve.
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- Por Fernando Cruz Kronfly
¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?
Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable
Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,
Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita
Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno
Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.
Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.
Luis Cernuda en Birds in the night
Ahora mismo los dos se burlan, junto a Oppiano Licario, de las cotorritas intelectuales que aún aplauden a los hermanos Castro, que como se sabe quedarán en los diccionarios del siglo XXII como "dictadorcitos caribeños, de la época de Virgilio Piñera y José Lezama Lima". Ahora mismo oyen la última travesura estelar de Reinaldo Arenas. Lezama se tapa la boca para reír. Virgilio se quita los espantosos espejuelos de aros negros. Ríen. Ironizan. Desprecian...
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- Por José Prats Sariol
Desde su intuición de poeta y su perspicacia de investigador, Marcelo Villena Alvarado nos ofrece en este iluminador artículo algunas claves de la obra valverdiana.
Entrevistando a Diego Valverde Villena hace algún tiempo, Gílmar Gonzáles iniciaba el diálogo con una confidencia que, bien vista, sentaba ya los auspicios para estos apuntes de lectura. "Te confieso que mi día está en el mes de tu Isis y en el día de María -decía- dos caras de la misma luna; y por ello vamos a suponer que ésta es la razón más profunda por la que me gusta tu poesía". Permítaseme entonces hacer como si también fuera ésta la razón más profunda por la que me gusta su poesía. Además de la presentación del poeta, además de una aproximación general a su obra, quisiera proceder entonces, ante la poesía de Valverde Villena, como los marineros de ese lejano Mediterráneo a los que no deja de evocar Gílmar Gonzales en la entrevista: esto es, encomendar, en un nudo de dos o tres figuras talladas en ágata, una suerte de monograma.
Para empezar por lo primero, como es debido, voy a recordar que nacido en Lima, de padre español y madre boliviana, Diego Valverde Villena no ha dejado de trazar ese sino que abraza una multiplicidad de escenarios y tradiciones. Sus estudios universitarios y su trabajo como docente en filología hispánica, inglesa y alemana, y por lo tanto el dominio de estos idiomas, además del portugués, del italiano, del francés, explican en parte el don de lenguas que anima su poesía, ciertamente; pero también una amplia labor como traductor de Arthur Conan Doyle, Rudyard Kipling, Nuno Júdice, Ezra Pound, Paul Éluard, Valery Larbaud, Paul Celan, E.T.A. Hoffmann, G.M. Hopkins y John Donne, entre los más célebres. Poeta y traductor, entonces, pero también crítico y ensayista reconocido por textos dedicados a Álvaro Mutis y Jorge Luis Borges, así como por acercamientos a otros textos hispanoamericanos como los de la "Poesía boliviana reciente" (ensayo y breve antología publicados en México, 1999) y varias intervenciones que atraviesan el terreno de la literatura hacia ámbitos del arte y la cultura, la historia, la antropología, el cine y la música.
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- Por Marcelo Villena Alvarado
Hace apenas un mes recibí la residencia en los Estados Unidos. Esa noche del pasado febrero recordé, busqué en Internet, releí varias veces y traduje un célebre poema de Baudelaire, que sirvió de referencia y alimento a Albert Camus para su novela homóloga El extranjero. Mi versión dice:
--Dime, hombre enigma, ¿a quién quieres más: a tu padre, a tu madre, a tu hermana, a tu hermano?
--No tengo padre, madre, hermana, hermano.
--¿A tus amigos?
--Empleas una palabra sin sentido, hasta hoy no la conozco.
--¿A tu patria?
--Ignoro en cuál latitud está.
--¿A la belleza?
--La querría mucho, es diosa inmortal.
--¿Al oro?
--Lo aborrezco tanto como ustedes a Dios.
--¿Entonces a quién quieres, raro extranjero?
--Quiero a las nubes. A las nubes que pasan por allá. A las maravillosas nubes.
¿Por qué esa cercana noche de febrero la pasé sin dormir, en la traducción de El extranjero 1, poema recogido póstumamente en Le Spleen de París (1869)? ¿Por qué la tarjeta de residente en una nación tan generosa, la más poderosa del planeta, me provocó spleen, que según Le Nouveau Petit Robert de 2009 es la "melancolía que se expresa sin razón alguna, caracterizada por una enorme repulsión hacia todo"?
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- Por José Prats Sariol
Jorge Luis Borges, corto de vista y con lentes desde la infancia, no se sintió en la madurez atormentado en extremo por la ceguera; primero porque le llegó de forma gradual, como antes le había llegado al padre; y después porque la estuvo esperando durante más de cuarenta años, seguro de no poder escapar de esa mala estrella y convencido de que, según él mismo decía, "El destino no hace acuerdos".
Encerrado en la biblioteca de la familia durante la infancia y en la de Almagro, Buenos Aires, desde muy joven, encuentra en los libros que lee y en los que escribirá más tarde una manera de escapar de la realidad, que parecía aterrorizarlo.
Era un hombre corpulento y soberbio. Tan soberbio era que, temeroso de inspirar compasión, declaraba que la invidencia era en él una ventaja porque le permitía memorizar mejor sus versos y, además, recordar siempre bellas, sin arrugas, las caras de las mujeres que había amado. De este modo, él mismo se convierte en un personaje que va por el mundo interpretando el papel de un ciego que se siente privilegiado por la ceguera.No hay destino mejor que otro, el que a uno le toca debe asumirlo sin lamentaciones, decía esta caballero que imaginó el paraíso como una biblioteca y para quien ¡qué ironía! la más elevada forma de la felicidad eran los libros, que después de ciego nunca dejó de hacerse leer.
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- Por Ramón Molinares Sarmiento
La historia que estoy por contar sucedió hace muchos años, cuando yo había terminado de escribir mi primer libro de ficción. Una amiga, personaje de reconocida importancia en las letras argentinas, me presentó a un funcionario (importante también él) de una editorial (a su vez entre las más importantes de Buenos Aires). Este señor me recibió muy amablemente y, tranquilizada, diría hasta envalentonada por la acogida favorable, desenfundé el manuscrito (obviamente manuscrito es un modo de decir, era un ejemplar mecanografiado, única tecnología a mi disposición a fines de los setenta) de Formas de la memoria.
El lo abrió, lo hojeó, vio páginas con sólo diez líneas, o veinte, a veces cinco. Levantó la vista, perplejo: -¿Y esto qué es?
Empecé a explicar que se trataba de cuentos, de relatos brevísimos (él me miraba cada vez más desconcertado) ¿De apólogos? ¿fábulas? ¿parábolas? iba yo enumerando titubeante. -Bueno, textos que juntos forman una ficción única, aseguré al fin, esperando convencerlo.
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- Por Rosalba Campra
15 de febrero, 2012. Leyendo el conmovedor Diario de Katherine Mansfield, magnífica cuentista (a ver si se me pega algo de su arte cuentista, ella que aprendió tanto del genial Chekhov), pero que vivió sus últimos años, tan minada de salud y con tanto sufrimientos aunque redimido en esos extraordinarios cuentos finales que, a pesar de todos sus agobios, pudo escribir.
En las últimas frases del Diario, escritas en el otoño parisino, mirándose en los jardines de Luxemburgo y unos tres meses antes de morir, vemos que vive un momento de epifánica de trascendencia. Quiere fundirse con la tierra y el mar y, sobre todo, con el sol, quiere ser "a child of the sun", una niña o hija del sol (ese sol que yo aprecio tanto en estos días, sentándome a recibirle en la puerta ajardinada de mi condominio, como veíamos de niños a aquellos viejecitos acogiéndose a él), y quiere trabajar, y "un jardín, una casa pequeña, hierba, animales, libros, cuadros y música". Y escribir (como me aferro a ello), aunque sea de un taxista, como casi lo seré o mañana al hacer mi declaración de "taxas", já, já.
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- Por Víctor Fuentes
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- Por Víctor Fuentes
La búsqueda de "lo cubano" ha alcanzado en nuestra historia proporciones de inquietud en ejercicios de pasión e intelecto, advertidos en las expresiones más diversas del arte y la literatura. La tan llevada y traída búsqueda de la identidad, no ha logrado, sin embargo, su justo equilibrio, pues de un excesivo "canto a la cubanidad" se ha desgajado fácilmente en la "fatal circunstancia" insular del "agua por todas partes". La idiosincrasia y la cultura cubanas se tejen y destejen según será el visor que intenta penetrar el paisaje como añorado "triunfo sobre la resistencia", que es encontrar, bajo la complacencia inocente de alguna ensoñación, su más alto espíritu.
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- Por Ivette de los Angeles Fuentes de la Paz