Ensayo
La Virgen de los sicarios y la novela del sicario en Colombia
Óscar Osorio
Secretaría de Cultura / Gobernación del Valle del Cauca / Premio Jorge Isaacs
2013
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Hagamos de cuenta que no pasa nada. A muchos colombianos les seduce este juego. Juguemos, entonces: "Erase una vez Colombia sin pobreza, sin políticos corruptos, sin barrios marginales, sin guerrilleros ni paramilitares ni ejército; erase, de hecho, una Colombia sin guerra. Y éste era un país sin niños des-escolarizados ni hambrientos, sin desplazados, sin gentes muriéndose en los pasillos de los hospitales suplicando ser atendidos, sin E-Pe-eSes negando medicamentos esenciales ni condenando a muerte a sus propios afiliados con tal de incrementar las ganancias, sin millares de personas viviendo en la indigencia, sin desempleados ni trabajadores mal-pagos ni subcontratados por agencias de empleo expertas en burlarles sus derechos —en este país, desde luego, el Estado no autorizaría agencias de semejante laya—. Erase una vez Colombia sin atracadores propinando tiros de gracia a quienes se nieguen a entregar sus pertenencias, ni canallas que se creen muy machos porque ultrajan a las mujeres que dicen amar, y las insultan y golpean y asesinan o mutilan con ácido. Y éste era, cómo no, un país donde la palabra extorsión ni siquiera aparecía en el diccionario, un país sin narcotráfico —o sea, sin aquella fauna tenebrosa repleta de 'traquetos', 'patrones', lava-perros y sicarios—." Pues bien, a quienes gustan tanto de este juego, voy a hacerles una confesión: a mí también me encantaría vivir en ese país. Sin embargo, lo sabemos muy bien, esta colombiana cotidianidad que nos ha tocado en suerte arroja sobre nuestras vidas infinidad de pruebas que refutan la existencia real de aquella nación. Hasta ahora una Colombia sin todas estas lacras sólo prevalece oníricamente en nuestros mejores deseos: es el país de nuestros sueños. Pero la nobleza de esta aspiración no debería llevarnos a la insensatez de instalarnos allí de modo ingenuo; es decir, volviendo la espalda a la realidad que necesitamos estudiar, diagnosticar, intervenir y transformar. Pretender que la negación de los horrores circundantes nos librará de ellos equivale a enfermarnos de un mal psicológico y cultural, de una dolencia que la sabiduría popular ha denominado siempre el síndrome del avestruz.
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- Por Alejandro José López
El otro existe
No es nada nuevo. Es como uno, se parece a uno y muchos lo toman por uno. Pero es otro. Llámenlo doble, sosia, gemelo o sencillamente, otro. Llámenlo "lugar común", es lo mismo. Ese otro aparece o desaparece y hace cosas que uno no ha imaginado. A pesar de lo recurrente del tema, muchos ya han hablado de él, debo decir que estamos en presencia de otro, de mí otro. Con lo que es posible deducir que cada uno tiene el suyo.
Para no alargarme en explicaciones y perder tiempo precioso lo mejor es entrar en materia. Ese otro del que hablo es el que está, disimulado tras mi propia sombra. En los últimos meses he mirado más el piso que el cielo, sin embargo, no por culpa de algún tipo de desencanto tan frecuente en estos tiempos. Sucede que he concentrado esfuerzos en observar el pavimento, el cemento, el asfalto por donde paso porque un día, sin esperarlo, un personaje surgió de la acera y me mostró su perfil de cemento maltrecho. Era el otro. Después de aquella mañana los encuentros se han vuelto frecuentes. He aumentado mis salidas a caminar por el centro o los barrios y cada vez que algún viaje se presenta, cerca o lejos, buena parte consiste en recorrer a pie las calles de las ciudades que visitamos. Siempre llevo una cámara de bolsillo, que ocupa poco espacio y es fácil de manipular en momento en que el otro aparece.
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- Por Saúl Álvarez Lara
Inédito
Diversos estudios han ahondado en el Cántico de Jorge Guillén (1893-1984), con especial énfasis en la primera y segunda edición, dejando a un lado la tercera y la cuarta, salvo algunas excepciones. Cántico, como es común en numerosos poemarios[1], sufre diversas modificaciones y ampliaciones hasta su versión definitiva[2]. En las construcciones y ampliaciones de Cántico, hasta su versión final, hay que destacar suscolaboraciones en la revista cubana Orígenes, que albergará una gran colección de poemas que formarán parte de Cántico e incluso de Clamor (1956).
Las mismas colaboraciones de Guillén en Orígenes muestran un especial interés por la niñez. La imagen de la niñez es relacionada por el poeta con el Creacionismo. Por ello, el propósito de este ensayo es acercarnos a sus poemas sobre la niñez publicados en la revista Orígenes y observar su posterior inclusión en Cántico. Allí diluye y esconde el tema de la niñez como fase primordial del Creacionismo, según la poética de Vicente Huidobro. Cuando sea pertinente se observará la inclusión o la ausencia de poemas de Orígenes en Cántico, particularmente en la última versión de 1950.
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- Por Antonio Herrería
26 de mayo, 2014. ¡Quién me hubiera dicho cuando escribía, a fines de los años 90, Morir en Isla Vista que, y pasando de la ficción a la realidad, esto se iba dar, atroz y criminalmente, el viernes pasado en esta villa universitaria, adyacente al campus de la Universidad de California en Santa Bárbara!
Como saltó a las noticias mundiales, un joven, de 22 años, estudiante del City College, aunque no asistía a las clases, totalmente enajenado (de esos que, últimamente, van siendo legión en el país, y por la facilidad que hay de compra de armas y cargarse de municiones), en menos de diez minutos dejó un reguero de cuerpos ensangrentados y muertos en su piso y por las calles: seis muertos y 13 heridos.
¡Mis calles de Isla Vista!, como al poblado universitario, parece que fue un profesor de español el encargado de darlas nombre, quizá entre los vahos de algún porro: Camino Pescadero, Sabado Tarde, Sueno Road, Trigo, Del Playa, Picasso y nombres de ciudades españolas, Madrid, Cordoba, Seville...Con mis hijitos pequeños, me sentaba en la acera de Madrid y les decía "Mirar, estamos en Madrid", mi ciudad natal,
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- Por Víctor Fuentes
La zona del exilio es el mismo territorio de la soledad.
Manuel Ramos Otero, "El cuento de la Mujer del Mar"
Me da grima pensar hasta qué punto llegaremos los gay[s] en busca de lugares donde tener sexo feliz.
David Caleb Acevedo, Diario de una puta humilde
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- Por José Gabriel Figueroa Carle
Con un trozo de carbón
Con mi gis roto y mi lápiz rojo
Octavio Paz, "Garabato"
Apuesto a las sorpresas y desafíos que la vida todavía me debe otorgar como lector. La escritura –ya veremos por qué garabatos—de Orlando González Esteva ha sido mi más reciente, feliz reto y disfrute.
Comparto una recepción donde invito a recrearse con sus textos. Confieso la ignorancia: apenas conocía algunos de sus poemas publicados en revistas como la mexicana Vuelta, dos o tres de sus ensayos minimalistas en un diario de Miami.
Ahora no sólo he podido leer con mesura ¿Qué edad cumple la luz esta mañana? (La antología que le publicara el Fondo de Cultura Económica en 2008), sino las prosas compiladas en Los ojos de Adán (Ed. Pre-Textos, Valencia, 2012). Puedo formarme una opinión, releerlo, anotar en márgenes, escribir estas cuartillas de saludo, de gracias.
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- Por José Prats Sariol
Las palabras no nos sirven para comunicarnos con el otro
sino para abolirlo.
Octavio Paz
Todo esto empezó con una pregunta muy simple: ¿cuál es la importancia de la palabra en un ambiente terapéutico? Pero inmediatamente se trasciende la pregunta, se la amplía, se la lleva precisamente al campo de lo humano. No se puede mirar el famoso «campo terapéutico» como, simplemente, un espacio propio de ciertos «escogidos» que han ganado algo de reconocimiento. La pregunta se trasciende —como si en el momento mismo de formularla ya estuviéramos mirando más allá— porque no se trata de la importancia de la palabra en una determinada técnica, de terapia concreta. Se trata de preguntar por aquello que nos define, por aquello que nos otorga la única condición que nos separa del resto de mamíferos: la condición de sujetos. La palabra, en su relación directa con el testimonio, nos otorga lo que de humanos tenemos, nos humaniza en el acto y, por supuesto, nos humaniza en el ámbito histórico de perdurabilidad que posee. Entonces, la palabra, el testimonio, no únicamente se relacionan con la metodología de la terapia —recordemos que «hacer explícito lo implícito» es una de las directrices de la Terapia Gestalt—, sino que se constituye como el mecanismo, jamás neutro, de la posibilidad de convertirnos en sujetos, de convertirnos en seres humanos, de volvernos lo que somos y, por tanto, de re-crearnos en la propia libertad que brinda la palabra o en la misma libertad que quita el silencio.
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- Por Juan Carlos Arteaga
4 de julio, 2013. Día de la fiesta de la independencia del país, me doy el festín de estar leyendo las maravillosas Prosas Profanas de Rubén Darío. Metido en pleno "Coloquio de los Centauros", el centauro Quirón me dice:
¡Himnos! Las cosas tienen un ser vital; las cosas tienen raros aspectos,
miradas misteriosas; toda forma es un gesto, una cifra, un enigma; en cada átomo existe un incógnito estigma; cada hoja de cada árbol canta un propio cantar y hay un alma en cada una de las gotas del mar...
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- Por Víctor Fuentes
Aquel domingo de octubre de 1936, cuando se conocen en el banquete habanero que le brinda José María Chacón y Calvo a la recién llegada, María Zambrano es una joven malagueña, precoz y sobre todo observadora, sugestiva y culta, casada con su más reciente novio y de paso a Chile en el buque frutero Santa Rita. Lezama tiene 26 años, ella 32. La foto en el restaurante y las de ellos de aquella época, muestran un Lezama apuesto y aún delgado; a una María sílfide o náyade.
Sin excluir chispazos de atracción física, propios de la química inefable, Lezama ya había leído en Revista de Occidente y quizás en Cruz y Raya, ensayos de la discípula rebelde de Ortega y Gasset, de la que en unas décadas sería la voz más nítida y tal vez lúcida del pensamiento filosófico de habla hispana. María ni sabía quién era aquel sagaz interlocutor, que ya presumía de erudiciones y sobre todo de metáforas gongorinas.
Este ensayo pretende algo hoy muy exótico: invitarlos a observar una amistad como confluencia de ideas, mutuas resonancias, fricciones filosóficas que en el poeta se convierten en su poética y en la filósofa en su "razón poética" para entenderse entre ellos y entender la otredad. O quizás sea mejor decir las otredades.
Hermoso signo contra obtusos fanatismos, seguir aquellas señales no es un acto de arqueología intelectual sino un desafío al presente histórico, a la historia que Hegel equivocadamente vio como construcción, futuro. La correspondencia entre ellos, los textos que ambos se intercambiaron hasta después de la muerte de Lezama el 9 de agosto de 1976, y algunas informaciones y anécdotas bien verificadas, permiten armar un punto de vista que enaltece a los dos grandes escritores, con Cuba –para bien y para mal-- en el centro. Mi cercanía a la conocida como Escuela de Ginebra enlaza texto y contexto, considera útil tanto la valoración estilística de una sinécdoque en Muerte de Narciso, como las informaciones sobre un librero de la calle O'Reilly llamado Veloso, apodado el Gallego, sobrino del dueño de la entonces mejor librería habanera, La Moderna Poesía, que le permitía a Lezama pagar los libros a plazo y al que María le encargaba libros recién publicados en Ciudad de México, Buenos Aires, París...
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- Por José Prats Sariol
Cuando un fenómeno literario o estético logra una gran repercusión cultural, le sobrevienen epígonos por doquier. Todo el mundo quiere su pedacito de gloria, ya se sabe; incluso hay quienes, para conseguirlo, imitan sin pudor. Hasta este punto, no he dicho más que una perogrullada: cada ratón va por su queso. La cuestión se pone verdaderamente espinosa, sin embrago, cuando dicho fenómeno literario o estético se vuelve hegemónico. El prestigio que logra un determinado núcleo de autores y de obras resulta asaz contundente; de manera que, en lo sucesivo, no parece posible crear de una forma alternativa. Y esto ahoga, desde luego, cualquier exploración artística distinta. Algo parecido ocurrió con el "Boom" de la novelística latinoamericana.
Aunque hubo una gran pluralidad de estilos e inclinaciones en la narrativa de aquellos años 60 y 70, algunos rasgos generales predominaron en sus obras más emblemáticas. La búsqueda de la "novela total", por ejemplo; o la experimentación formal; o el rompimiento de la linealidad temporal. Trazas como éstas presuponen un atento trabajo de lectura; es decir, un esfuerzo para desentrañar los hilos del relato. También es cierto que ponen de manifiesto una vocación de trascendencia, una filiación de sus autores con la "alta cultura". Bueno, nada que objetar: estas características del "Boom" son tan válidas literariamente como sus opuestas. He aquí la nuez del asunto que quiero plantear.
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- Por Alejandro José López
Para Carmen, desde la estirpe catalana.
Al lado del timón, en la bitácora, está la brújula. A veces Maqroll dejaba allí un cuaderno de apuntes. No sé cómo lo ha conseguido Jamil, el hijo de Abdul Bashur que animara al Gaviero en su refugio de los astilleros en Pollensa. Me lo ha enviado a La Habana desde Beirut. Su lectura abre la mía, apenas navego por la zarza ardiente del tomo en vitela, encuadernado en tabla forrada en badana de un azul que sólo he visto en Amberes. No creo que sirva de brújula para seguir las cartas de navegación que conducen hacia el heterónimo de Maqroll. Álvaro Mutis parece más encrespado, de corrientes marinas que recuerdan las filigranas manieristas, las trampas de cualquier credo. Sin embargo, las curiosas cuartillas —que aquí intento resumir hasta que se logren los derechos de publicación— quizás favorezcan el diálogo acerca de uno de los escritores más dueño de la "arbitraria tutela"1 de los dioses. Presunciones, a lo mejor esta versión lanza al dueño a poner a punto otra nueva aventura para encantarnos. Mientras tanto, mi bandazo de piloto sólo puede recordar que la sabiduría de Dante se alimentaba del sentido de fugacidad como perfección. Desde la precaria fugacidad del ensayo me inclino ante las huellas de una fuga.
¡Fuga! La forma fuga es el primer apunte que aparece en el Cuaderno de bitácora. El encauste con que está escrito el texto sólo deja ver otra palabra en la misma tinta roja que usaban los emperadores romanos: poiesis. Derivo —claro que a la deriva— una obsesión. El autor desea crear evasiones. Pero no es tan simple. Con Álvaro Mutis nunca es simple. Otra forma del enunciado sería que el testarudo poeta padece de crear evasiones, o que la evasión es la única forma posible de la poesía, al hacerse poema...
Barrunto aquí una broma a sí mismo, un modo de salvarse. Argumento. Me pongo a oír Die Kunst der Fuge, la inconclusa obra de Bach, en su versión para tecla. Recuerdo que el contrapunto es el alma de la fuga. La persecución entre las voces o instrumentos que van entrando crea la sensación de una infinita huida. Cada una es contrasujeto del precedente. Cada voz se va superponiendo. La transposición se va modificando en progresión continua hasta el final... Y entonces aparece la analogía con sus poemas y novelas, la secreta urdimbre que los ata como si cada texto persiguiera al anterior, a cada doblez, a partir de una sola evidencia: el artificio de la prosa narrativa sólo dispensa —reparte— la pavorosa certeza de que la persecución del Verbo es un revés consecutivo, Conversaciones desde la soledad —como el libro del poeta peruano Jorge E. Eielson. Porque para Álvaro Mutis son "Los elementos del desastre" —los doce acápites del poema donde vuela con Icaro.
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- Por José Prats Sariol
Lo mío no será tachar al "Boom", como se ha puesto de moda entre tanta gente de mi generación. Al contrario: lo mío será subrayarlo. Y celebrar estos cincuenta años transcurridos desde su deslumbrante explosión. ¿Quién tiene la fecha? Aunque no hay consenso, nadie podría negar que "La ciudad y los perros" (1963) de Vargas Llosa y "Rayuela" (1963) de Julio Cortázar algo han tenido que ver con su detonación. Los nuevos detractores del "Boom" han sacado otra vez el viejo memorial de agravios y repetido las vetustas diatribas de siempre. Pero yo voy a celebrar, pues he crecido leyéndoles, admirándoles y aprendiendo de su maravillosa literatura. Hay mucho que agradecerles. Aunque teníamos en Latinoamérica novelas importantes antes de los años 60 del siglo pasado, lo cierto es que apenas sí teníamos novelistas. Quiero decir que aquellas obras previas al "Boom" o fueron libros únicos de sus autores o, con muy raras excepciones, pertenecieron a repertorios bastante magros. Para mal y para bien, en América Latina el novelista profesional fue inventado en esa década prodigiosa.
Claro que hay más. A mediados del siglo pasado, la narrativa en lengua española había caído en el marasmo de un realismo más bien soso, convencional. La poesía, en cambio, venía de recorrer varias décadas de esplendor a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, nuestra novela no acababa de modernizarse, no lograba asimilar el ímpetu renovador que las vanguardias artísticas habían inoculado en otros ámbitos de la cultura. Así fue hasta "La llegada de los bárbaros" (2004), como los llamaron Joaquín Marco y Jordi Gracia en aquel volumen recopilatorio sobre la recepción de estos narradores en España. Cierto: no es posible formular una estética común al leer las novelas publicadas en esos años, porque no la hay; pero sí es notorio, de una a otra, el empeño de sus autores por reinventar el género, por zafarle esa rémora tradicionalista que ya le impedía respirar. Y eso también es de agradecer.
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- Por Alejandro José López
Con excesiva frecuencia nos encontramos listas interminables. Quiero decir: cuando leemos los análisis de versiones fílmicas basadas en textos literarios. Muchas de ellas (por lo general referidas a las transformaciones llevadas a cabo en el proceso de adaptación cinematográfica) suelen venir a dos columnas para facilitarnos el repaso comparativo entre la película y la novela. Y ahí asoman, muy reverendas: de personajes, de escenografías, de acciones, de épocas, de locaciones, de escenas, de vestuarios. O realizadas con cualquier otro criterio. He de confesar que cuanto más exhaustivas son, más tediosa puede llegar a ser la lectura de estos itinerarios críticos. ¿Estoy sugiriendo que la exhaustividad resulta indeseable en este tipo de análisis? No necesariamente. Tampoco digo que el problema sean las listas en sí, como recurso metodológico. Pero habremos de reconocer que demasiados estudios de esta naturaleza se extravían en la minucia: buscando ponerlo todo, dejan de poner lo fundamental.
No obstante, sabemos que elaborar listas siempre es un ejercicio tentador en estos casos. Seguramente porque nos permite adelantarnos en la identificación de las diferencias más notorias entre la obra cinematográfica y la novela original. Con todo, este expediente no representa per se un verdadero avance crítico. Me explico: dada la naturaleza intrínseca a todo trasvase, es decir, al procedimiento que consiste en llevar un relato de un soporte expresivo a otro (en este caso, del verbal al audiovisual), realizar modificaciones viene a ser un presupuesto de base. Adaptar es transformar, es adecuar una narración a los requerimientos y posibilidades de otro lenguaje. ¿Cómo podríamos evitar, entonces, que el análisis de una adaptación fílmica devenga en la constatación mecánica de aquello que de entrada ya se presupone? Habría, probablemente, contestaciones muy diversas para este interrogante.
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- Por Alejandro José López