Ulises, de James Joyce, es la gran novela experimental del siglo XX.
A partir de su publicación el 2 de febrero 1922 esta novela transformó la literatura mundial y hoy muchas obras, también consideradas canónicas, mantienen su huella.
Sin embargo, esta obra ha pasado a la historia como una obra críptica, difícil e inaccesible para el lector lego. En esta conversación, intentaré explorar algunas de las razones por las que resulta, en algunos momentos, tan resbaladiza y oscura.
Sin duda, esta novela demanda otro tipo de lectura, ya que rompe con la linealidad y la visión de un solo narrador, con la que estamos acostumbrados. La multiplicidad de perspectivas, que a su vez valora puntos de vista contradictorios, rompe con la mirada tradicional del narrador que caracterizó la novela del siglo XIX. Además, Ulises nos confronta con una inesperada manera de comprender la novela. En otras palabras, busca no sólo generar un nuevo tipo de literatura, sino que a su vez intenta fomentar una lectura diferente y otro tipo de lector. No obstante, quiero insistir que no es un texto inaccesible. Y si bien demanda esfuerzo, quién se aventura a sumirse en sus páginas descubre una mina literaria inesperada e insólita, llena de tesoros y joyas.
Ahora bien, es una obra enciclopédica y por consiguiente puede resultar apabullante, pero a su vez, es el logro por un gran poeta. La erudición de Joyce resulta incuestionable y a ratos desconcertante, empero le abrió las puertas a una literatura diferente, que marcó el siglo XX y aun el XXI. Estoy convencido que si se logra sobrepasar algunos de sus obstáculos, como la exploración técnica y narrativa que se plasma en sus páginas, terminará por asombrar y seducir al lector. El Ulises le torció el cuello al cisne de la literatura decimonónica y abrió para siempre las puertas al modernismo literario.
El poeta inglés T.S. Eliot afirmaba: “considero este libro la expresión más importante que se ha encontrado en la época; es un libro con el que todos estamos en deuda y del que ninguno de nosotros puede escapar.”
Ezra Pound, sostuvo: “quién no conozca esta obra no debería ser autorizado a enseñar literatura.”
Tal vez yo no iría tan lejos, pero me atrevo a asegurar que el Ulises transformó la novela y su influencia sobre la literatura latinoamericana y universal ha sido indiscutible. Obras experimentales como, Cuatro años a Bordo de Mi Mismo, de Eduardo Zalamea Borda o Tres Tristes Tigres de Guillermo Cabrera Infante o José Trigo de Fernando del Paso y Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, cuyos personajes que ya habían formado parte de sus otras novelas y se vuelven a encontrar en esta magna obra, en ese sentido conserva el rastro de James Joyce. La literatura del siglo XX le debe mucho al Ulises.
Ulises nos ha llevado a reflexionar sobre el pensamiento mismo, cómo se concatena, las asociaciones libres y la manera en que se enlazan de un tema a otro, la forma en que se entretejen, abriendo posibilidades insospechadas, con hilos sueltos y combinaciones curiosas.
Ahora bien, Joyce era consciente de las dificultades de su texto. En alguna ocasión afirmó: “He sembrado tantos enigmas y acertijos en esta obra que mantendrá a los académicos ocupados por siglos discutiendo que quise decir. Es la única manera de garantizar la inmortalidad.”
Joyce denominó, esta técnica, “la palabra interior”. También la conocemos como el “monólogo interior” o “la corriente de consciencia,” cómo la llamó Henry James. Y si bien ya, Stendhal, Lev Tolstoi y Henry James la habían abordado tímidamente fue Edouard Dujardin quién la exploró en Les Lauriers sont Coupe de 1.887. El propio Joyce siempre reconoció la influencia de Dujardin. Pero, sin duda, fue él quien en Ulises la llevó a su máxima expresión, especialmente en el capítulo final dedicado a Molly Bloom. En ese capítulo experimentamos la oceánica corriente de consciencia de Molly, compuesta por ocho extensas oraciones que cubren 55 páginas.
Yo diría que acostumbrarse a esta técnica y a la lectura fragmentada, saltarina de asociaciones libres, de múltiples perspectivas, puede resultar a ratos difícil y frustrante para cualquier lector, obligándolo a regresar al comienzo de la página para volverla a leer. También es cierto que Joyce demanda del lector una característica Odiseica: la paciencia. Se necesita paciencia cuando se aborda esta novela que requiere en ocasiones que la releamos más de una vez para su comprensión. Tal vez no sea una novela para leer en la playa, sino para ser estudiada, pero a pesar de sus requerimientos, vale la pena y recomendaría no sentirse frustrado ya que a todos los lectores de Joyce nos ha tocado releerla más de una vez para comprender sus bromas, juegos de palabras, acertijos y sorprendente humor que enriquecen y engalanan esta novela.
Si bien, me atrevería a decir que el primer obstáculo que encuentra el lector es la corriente de conciencia, esta dificultad a su vez termina por ser uno de los grandes logros de la obra. Joyce penetra en la lógica de nuestras propias reflexiones, la manera como funciona la mente humana cargadas de pensamientos secretos, a ratos indecorosos, pecaminosos, indiscretos, sucios, maliciosos y licenciosos que terminan, gústenos o no, formando parte la naturaleza humana.
Ulises es una novela sobre la cotidianeidad, con personajes comunes y corrientes. Joyce decía que a la novela le correspondía la cotidianeidad, lo ordinario y que dejáramos los acontecimientos extraordinarios al periodismo. Por ello, esta novela es ante todo, una exploración sobre lo que significa ser humano, con todas sus cualidades y defectos. Tal vez por ello, ha sido considerada una obra ultra-realista.
Y como obra ultra-realista pasa por todo lo que le puede acontecer a una persona a lo largo de un solo día. Sus personajes van a comer, tomar, defecar, se hurgan la nariz, se bañan, se masturban, compran libros, melocotones, asiste a una misa, al entierro de un conocido, trabajan, se deleitan mirando estatuas, va a la biblioteca nacional, se incomodan, se enfurecen, son empáticos, alimentan a los animales, le ayuda al prójimo, escribe cartas, cantan, va a los bares, discuten sobre las carreras de caballos, visita a una joven que va a da a luz, recorren burdeles, alucinan, se cansa, vuelve a casa, toma chocolate y regresa a su cama. En fin, todo lo que le puede suceder tanto a un hombre como a una mujer, a lo largo de un día, transcurre en Ulises.
Pero, también es cierto que su ultra-realismo fue fuertemente criticado. Esta novela fue considerada por muchos críticos escatológica, sucia y por ello no debe sorprendernos que hubiese sido acusada de pornográfica en la década de los veinte del siglo pasado. Y sí, es una novela en donde Leopoldo Bloom defeca por la mañana antes de salir de su casa y se limpia el rabo con un cuento “premiado”, probablemente una de las criticas más severas que ha recibido cuento alguno. Bloom también se masturba, Stephen se saca los mocos y trasboca borracho, Gerty MacDowell siente una excitación orgásmica como si fueran fuegos artificiales que suben y estallan (imagen que luego el cine repetirá mil y un veces). Molly nos cuenta como le impresiona por el tamaño del pene la cantidad de semen que tienen Boylan, su amante, así como por su propia menstruación que baja como una cascada un torrente imparable. En pocas palabras, no hay nada humano o que le pertenezca al cuerpo con sus fluidos que no formen parte de esta obra. En el momento de su publicación, en la década de los 20, podía sonar escandaloso. Muchas novelas han exagerado con lo escatológico y hoy no creo que resulte escabroso, y por cierto tengo la impresión que nos estamos cansando de ello. Se ha repetido tanto en la literatura como en el cine, aun cuando pocos tengan claro quién lo inició y vivan convencidos que descubren el agua tibia y que escandalizan por primera vez al lector.
Otro característica ultra-realista y que a su vez marca la novela, es su temporalidad. Si bien, los seres humanos tenemos consciencia del pasado y del futuro, no obstante, vivimos en un presente continuo. Esta viene a ser otra a las dificultades del texto: su concepción temporal. La obra se mantiene a lo largo de sus páginas en un tiempo presente. En ningún momento Joyce va a retroceder en su narración, ni hacer una escena retrospectiva. No va mirar atrás, ni nos va a dar un referente histórico como contexto. La novela se mantiene en un presente continuo y por lo tanto, debemos avanzar en ella, en su lectura, para encontrar las respuestas a las preguntas que van surgiendo a lo largo de su desarrollo. Todas las situaciones se llevan a cabo en ese presente y sólo cuando encontramos la circunstancia o el diálogo que hace referencia directa a la pieza que nos faltaba en el rompecabezas, logramos entender dicho antecedente que explica y nos permite comprender lo que tuvo lugar anteriormente.
Ulises es una obra llena de personajes que deambulan por las calles de Dublín, pero solo 3 son sus protagonistas: Stephan Dedalus, un joven de 21 años, intelectual, profesor en un colegio privado, quién tendrá que superar diversos obstáculos que el día le impone, para cumplir con su sueño de ser escritor. Leopoldo Bloom de 38 años, un personaje empático, con una profesión novedosa para la época, vendedor de publicidad y Molly Bloom, su esposa, de 33 años, una cantante de opera.
Toda la novela transcurre a lo largo de un solo día, en la ciudad de Dublín. La acción tiene lugar en un día de primavera y para ser precisos, el 16 de junio de 1904. Fecha que se volvió festiva en Dublín y en la que se conmemora y celebra todos los años, y que se ha bautizado como “Bloomsday”. En este día los dublineses desayunan riñones de cerdo a la parrilla, para recordar lo que comió Leopoldo Bloom esa mañana. Sin duda, Joyce, convirtió a Dublín en una ciudad literaria y la puso en el mapa de la gran literatura mundial. Algunos críticos han afirmado, que si se llegase a destruir ciudad, la Dublín de 1904 se podría reconstruir gracias a esta obra.
En Ulises el lector recorre la ciudad con Stephan y Leopold, en ese largo del día, que comienza a las 8.00 am y termina a las 2 de la madrugada siguiente, o más bien las 3.00 a.m. si tenemos en cuenta el famoso monólogo de Molly Bloom.
Ya volveré al final al monólogo, a esa corriente oceánica donde todos los fluidos parecen desbordarse en su famosa cama con sus resortes tintirines, que resuenan en más de una ocasión a lo largo de la novela.
Como decía, la acción inicia, a las 8:00 de la mañana con Stephen en la Torre de Martello, una fortificación redonda construida por los ingleses para defenderse de las invasiones napoleónicas, en la que han pasado la noche tres jóvenes: Stephen Dedalus, nuestro protagonista, Buck Mulligan, un estudiante de medicina, y Haines, un inglés detestable, interesado en el gaélico, la lengua vernácula irlandesa.
Habría que señalar que Stephen Dedalus no es un personaje nuevo en la obra de James Joyce. Es el protagonista del Retrato del Artista Adolecente, donde lo vemos crecer, desde su tierna infancia, pasar por una educación jesuítica rigurosa, descubrir sus inquietudes artísticas y filosóficas, hasta llegar a su temprana madurez.
En el primer capítulo de Ulises nos encontramos con Stephen, ya más maduro, en una compleja y tensa relación con Buck Mulligan, cuya actitud licenciosa, burlona, irreverente es otro de los tantos peligros que enfrenta para conquistar su sueño de ser escritor. Ulises es también una novela de formación. Las tensiones entre estos dos personajes son evidentes, pero se tornan aun más duras y maliciosas, cuando Mulligan le echa en cara a Stephen que se negó a cumplir el último deseo de su madre agonizante quién le pedía que se arrodillara y rezara con ella. Pero, Mulligan es en últimas otro usurpador, en el sentido que desea desviar a Stephen de su verdadera vocación, la literatura.
En esta primera sección del libro conocemos a Stephen, un personaje inteligente, intelectual, ingenioso, sofisticado, pero también pedante, al que precisamente en ese día le pagarán su sueldo quincenal, sueldo que Buck ya tiene planeado gastar en una gran parranda y una apoteósica borrachera. Esa mañana Mulligan y Haines, invitan a Stephen a bañarse en el mar, pero este se niega, porque debe ir a escuela. Sin embargo, los dos, nos hacen conocer la aversión natural de Stephen por el agua, y como sus costumbres higiénicas no parecen ser las más refinadas. Stephen va vestido de negro al igual que Hamlet a lo largo de dicho día. Es evidente que la obra de Shakespeare resuena y sus ecos alimentarán esta novela a lo largo de sus páginas.
Este primer capítulo tenía como título de trabajo, Telémaco en la Torre de Martelo. Conocemos estos encabezados, gracias a una famosa carta que le envió a James Joyce a su amigo Valéry Larbaud. Los encabezados y esquema de trabajo le sirvieron a Joyce como guías para cada capitulo. Cada uno de ellos hace alusión directa a un evento especifico de la Odisea de Homero. Dichos encabezados hoy no forman parte de la obra porque Joyce los eliminó y sólo, acompañan algunas publicaciones que las incluyen como apéndice.
Sin embargo, me parece fundamental para entender las conexiones y propósitos del texto. Resulta ser una gran ayuda para entrar al “método mítico” como lo denominó T.S. Eliot. De acuerdo con este poeta norteamericano el método mítico consiste en, “el descubrimiento de una nueva forma de comprender la literatura a partir de un modo de ordenar, dar forma y significación al inmenso panorama de futilidad y anarquía que es la historia contemporánea. Esta obra recurre a un mito clásico, como es la Odisea, como canon, no sólo para parodiar sino rehacer, y construir una nueva variación, sobre un viejo motivo.” El Ulises es y no es, la Odisea contada a comienzos del siglo XX. Y al igual que la Odisea, Joyce dividió la novela en tres secciones: la Telemaquiada, Las Aventuras de Ulises y el Nostos o retorno a casa.
En el esquema de Larbaud encontramos: la hora, color que predomina en cada sección, las correspondencias entre los personajes de la obra con la Odisea, la técnica narrativa, la ciencia o el arte, el órgano humano o animal que predomina, y los símbolos que forman parte de cada sección. En fin, Joyce decidió eliminar todos los encabezados de los capítulos y los enumeró con números romanos dejando como único indicador, su título: Ulises. Pero, gracias a la carta que le envió a Valéry Larbaud, podemos conocer y acercarnos a estos paralelismos, que no dejan de ser en algunos casos arbitrarios, pero crean un andamio, que ayuda a escalar la obra y comprender el método que Joyce utilizó para estructurarla.
Otro de los logros de esta novela, que algunos críticos han visto como un obstáculo, es el extraordinario diálogo intertextual que entreteje y fabrica como una apretada urdimbre. La literatura desde sus inicios se ha construido a partir del diálogo entre textos. Ulises me atrevería a decir que es el diálogos de los diálogos. Una obra polifónica en la que diversos autores entran en comunión y se trenzan con sus ecos, ascendencias y evocaciones enriqueciendo el texto de manera fabulosa. El lector se enfrenta a una “novela total”, a un gran rompecabezas literario, lleno de referencia, con un extraordinario humor y tono poético que asombra y toma por sorpresa a los lectores. Lamentablemente, muchos de los gracejos se pierde en el proceso de la traducción. Pero, no por ello se dejan de percibir. Indiscutiblemente, es una obra repleta de gracia.
Son diversos los argumentos que se relacionan y entretejen. Joyce denuncia la forma en que la iglesia católica y los irlandeses, en un moralismo hipócrita, frustraron los intentos de independencia y autogobierno. A su vez pone el dedo en la llaga cuando señala el antisemitismo que permeaba a Europa sin pena ni gloria. También nos enteramos de la guerra ruso-japonés, las granjas colectivas y los melones y que empezaban a desarrollarse en aquellos días en Palestina. Son múltiples los temas políticos, sociales y filosóficos que atraviesan y transitan la obra, así como las referencias a filósofos como, Aristóteles, Vico, Nietzsche, entre otros, que reverberan entre sus páginas. Y Homero, Ovidio Dante, Virgilio, W.B. Yeats, Ibsen, Shakespeare y muchos mas recorren esta obra. En fin, creo que no terminaría si comienzo a enumerar todas las influencias y fuentes que alimentan y vibran en este texto, pero debo confesar que siempre me ha impresionado que Joyce conociera, en la década de los 20, la obra de Sigmund Freud.
Nuestro primer encuentro con Leopold Bloom, tiene lugar en el capítulo 4, titulado Calipso, según el esquema de Larbaud. Pero ya conocíamos lo que le sucedía a esa hora a Stephen que está disgustado con Mulligan y Heines y se va a trabajar a la escuela el director el señor Deasy, uno de los tantos antisemitas que deambulan por esta novela, y quién va a usar Stephen como mensajero para que le lleve una carta al periódico. Luego veremos a Stephen caminando y en una compleja divagación filosófica por playa. Pero, son de nuevo las 8:00 a.m. en la casa de los Bloom. Y es en este capítulo donde se nos introduce a los otros dos protagonistas, Leopold y Molly. Son múltiples las acciones que en la novela que se presentarán de manera simultanea a la misma hora. Quizás esta simultaneidad, ese ir y venir entre los personajes que entran y salen de la narración, también puede ser otra de las dificultades para su lectura. Pero, la simultaneidad es en una técnica narrativa que Joyce va desarrollar a lo largo de la novela y que encuentra su plenitud en el capítulo 10, titulado Rocas Errantes donde nos enfrentamos a 19 viñetas que suceden a la misma hora en la ciudad. En otras palabras, Joyce nos obliga a tener la perspectiva una gaviota que mira desde lo alto a Dublín, y observar así lo que acontece de manera sincronizada entre las 3 y las 4 de la tarde en la ciudad. Ahora bien, muchos de estos personajes del capítulo10, al igual que en el caso de Stephen ya formaban parte del mundo de Joyce y que pertenecían a su libro de cuentos Dublineses. Joyce ha creado un universo literario y sus personajes, se reencuentran de nuevo en Ulises.
Pero regresando a Leopoldo Bloom, descubrimos que ante todo es un ser empático, que le da de comer a su gato y se pregunta: ¿cómo me percibirá? Una pregunta sorprendente ya que valora la mirada del otro, que en este caso la de un animal. Resulta ser una pregunta asombrosa ya que el reconocimiento hacia los animales como seres sintientes y con una perspectiva diferente, resulta contemporánea y propia del siglo XXI.
Bloom también le prepara el desayuno a Molly y se lo lleva a la cama. Leopold es un ser sensible y compasivo frente al dolor ajeno, y no sólo con los humanos sino también de los animales, por ello no debe extrañarnos que alimente, en otro capítulo a las gaviotas del rio Liffey.
Cuando le sube el desayuno a Molly le lleva su correspondencia entre las cuales hay una postal de su hija Milly y una carta de Blazes Boylan dirigida a la Sra. Marion Bloom, hecho que le genera un gran escozor a Leopold. Tal vez hoy no logramos comprender la razón de su agobio, al leer la manera en que Boylan ha encabezado la carta. Y quizás este hecho que hoy pasa inadvertido para el lector, es un claro indicador de la usurpación que tendrá lugar en su propia cama esa misma tarde. Sin duda, las costumbres sociales han cambiado desde 1904 y hoy es de uso corriente dirigir directamente cualquier carta a su destinataria. Pero, a principios del siglo XX, las cartas dirigidas a una mujer casada debían encabezarse con el nombre de su marido. En otras palabras, lo correcto hubiese sido, dirigir la carta a la señora Leopold Bloom. El hecho de haberse saltado a Leopold, presagia los propósitos de Boylan. Recordemos qué si Bloom representa al nuevo Ulises, los pretendientes en el palacio de Odiseo, también intentaban usurpar su lugar.
Cuando Bloom le pregunta a Molly por la carta, ella le responde que es de Boylan, su empresario, quién va a venir a las 4:00 pm a preparar el programa que ella piensa cantar en su próxima gira. Molly es una reconocida cantante lírica en Dublín. Y Leopold indaga que piensa cantar. Ella le responde La ci darem la mano, aria de la opera el Don Juan de Mozart, referencia que tampoco resulta casual, ya que Boylan tiene fama de ser el don Juan de Dublín. Esta maravillosa opera de Mozart se convierte en la música de fondo que acompaña toda la novela.
Ahora bien, me atrevería a afirmar que Ulises es también una obra musical. Vale la pena recordar que Joyce fue un denotado tenor y tenía un impresionante conocimiento musical, no solo de música clásica, sino diversos cantos populares y de protesta, que hasta hoy conmueven el corazón de los irlandeses por sus referencias a las frustradas luchas de independencia frente a los ingleses y que también repican en sus páginas. Ahora bien, otra opera, que merodea el texto es Marta de Frederich von Flotow, que hoy se escucha poco, pero que fue muy popular en la época. Y servirá de recordatorio a otra situación en la novela que tiene que ver con Leopold, quién si bien no cometen ninguna infidelidad, mantiene una correspondencia furtiva, platónica y semi-erótica con una secretaria llamada Marta. En esta novela no hay puntada sin dedal y todo se entreteje.
Y ya que toco al tema de la música y su poder seductivo, Joyce en el capítulo 11, titulado, Las Sirenas del Ormond Hotel, nos enfrenta a una demostración de destreza y habilidad literaria y a uno de los experimentos más complejos de novela alguna: intentar escribir un capítulo como si fuera una obra musical. En otras palabras, pensar las palabras como sonidos y notas musicales. Aquí la palabra se transforma en música o la música en palabra. Es un capítulo arduo por sus múltiples referencias musicales, pero también impresionante, por la complejidad sonora que logra establecer; crea trinos, acordes y otras formas musicales con palabras. Aquí efectivamente valoramos el talento e intuición de Joyce como poeta. Por cierto, comienza enumerando 57 elementos verbales o frases, como si se tratara de una obertura musical y que se irá desarrollando a lo largo del capítulo. Joyce confiesa que intentó escribir una fuga per canonem a punta de palabras. El juego tanto de las palabras como de los sonidos, se llevan al límite, y arman un verdadero experimento literario-musical.
Pero, no es la única prueba sorprendente que vamos a encontrar en esta novela. Cada uno de sus capítulos, tiene una perspectiva narrativa diferente.
En el capítulo 7, titulado Eolo, Stephen va al periódico y Bloom también, pero no se encuentran, cada uno va por un lado diferente y la narración pareciera ir a su vez por lados disímiles, se fragmenta y se interrumpe con titulares de prensa, sin que un titular tenga que ver necesariamente con el que continua y el desencuentro es total.
El capítulo 9 conocido como Escila y Caribdis en la Biblioteca Nacional donde coinciden de nuevo Stephen y Leopold, pero tampoco se van a encontrar, Stephen expone frente a un grupo de literatos nacionalistas irlandeses, su tesis sobre la infidelidad de Anne Hathaway a partir de un juego de palabras basado en el apellido de Anne. De nuevo nos sorprende la habilidad de Joyce para recorrer prácticamente toda la obra del bardo inglés a lo largo de esta curiosa exposición. Sin embargo, cuando le preguntan al final a Stephan, si en verdad cree en su famosa hipótesis, el joven con gran descaro, contesta que no.
El capítulo resulta ser, no solo una prueba erudición y conocimiento en el que se entretejen las comedias y tragedias de Shakespeare sino porque Joyce aprovecha la exposición para cuestionar el nacionalismo y criticas a la sociedad irlandesa de literatos que buscaban resucitar el gaélico. Joyce vivía convencido que la lengua inglesa no solo le pertenecía a los colonialistas e invasores ingleses, quienes lo envilecieron con sus acciones, sino también a aquellos que engalanaron la lengua con sus obras y virtudes. Para Joyce el inglés era también su lengua materna y si bien, la historia no se puede borrar, consideraba que el inglés era ya la lengua vernácula de los irlandeses, y como lengua floreció y creció gracias al gran bardo de Stratford upon Avon.
El capítulo 12, El Ciclope, es un texto lleno de interpelaciones y aparece el “ciudadano”, otro personaje antisemita, al que Joyce no se le confiere un nombre especifico, pero vehementemente ataca a Bloom por ser judío y extranjero, obligándolo a realizar una defensa del judaísmo y su pertenencia a Irlanda. Aun cuando había ya una comunidad de 4.000 judíos, en ese momento, en Irlanda, el ciudadano considera al judío, el otro, como un foráneo, un intruso. Es un capítulo difícil no sólo por la virulencia antisemitismo del ciudadano sino porque tiene un narrador burlón y odioso que mantiene una perspectiva sorprendente y a ratos incomoda, que pocas veces se encuentra en la literatura. Los narradores tienden a ser neutrales o amables, y resulta extraño encontrar un narrador aborrecible y detestable como sucede en estas páginas, pero que en últimas refuerza el humanismo y valentía de Leopoldo Bloom al confrontar al ciudadano frente a su miopía racista.
En el capítulo 14, de la vacas o Bueyes del sol, Bloom va a visitar en el hospital a Myna Purfoy quien ha tenido grandes dificultades en su embarazo. Aquí va a realizar otro increíble experimento literario, un paralelo entre el nacimiento de un bebe y los dolores del parto que lo acompañan con los orígenes del idioma inglés, sus dificultades y padecimientos, parodiando el estilo de escritura de los grandes literatos de la lengua ingleses, de diferentes épocas, entre ellos: Thomas Malory, Daniel Defoe, Jonathan Swift, Thomas DeQuincey, Thomas Macaulay, Charles Dickens, John Ruskin, entre otros. Como decía al comienzo, estamos frente a una gran novela experimental, y un autor capaz de imitar y jugar con los estilos de los grandes escritores de la lengua ingleses. Una verdadera prueba de habilidad literaria y manejo del idioma.
El capítulo 15, en Distrito Rojo, Bloom por fin se va a encontrar y de una manera paternal lo va lidiar en medio de su borrachera y a salvar de la policía. Los agentes están convencidos que acaba ha insultar al Rey y lo quieren encarcelar. Hábilmente Bloom lo salva como también lo liberará de las garras de la terrible Madam Bela Cohen dueña del burdel, que lo iba a desplumar y dejar sin un centavo.
Este capítulo es otro ejemplo de pericia literaria porque Joyce la ha escrito como si fuera una obra de teatro que consta de 150 páginas, pensada no tanto para ser representada sino leída en voz alta, y en la cual, hasta los objetos hablan y forman parte de esta fabulosa alucinación.
El capítulo 17 Eumeo el penúltimo capítulo, también conocido como el del catequista, compuesto por una serie de preguntas y respuestas, y que por fin nos da luces sobre muchas de las preguntas que veníamos acumulando a la larga en esta obra.
Y, por último, ese fabuloso capítulo 18, Penélope, el monólogo de Molly, que nos retorna al corazón de la novela, a la angustia de Leopold a lo largo del día y su conciencia que Molly le ha sido infiel a las 4:00 p.m. con Blazes Boylan. En últimas uno de los conflictos centrales de la obra.
A diferencia de Ulises en la Odisea, quién termina matando a todos los usurpadores o pretendientes de Penélope que han ultrajado su palacio, nuestro Ulises moderno, no va a hacer nada para detener Blazes Boylan. Leopold Bloom, a diferencia del Odiseo de Homero, no confronta al usurpador, ni se aparecerá en su casa a las cuatro para sorprenderlos, por más de que desprecie al personaje. Ahora bien, ni la época, ni a Bloom, le corresponde ese tipo de respuesta violenta. Mas aun, Bloom como vemos a lo largo de la obra, es un pacifista.
Pero, también es cierto que Leopold se siente culpable de la infidelidad de Molly. Y es aquí donde la novela toma un giro inesperado, una vuelta a la tuerca que la aprieta y la convierte en más compleja, desventurada y profundamente dolorosa. Ya no estamos solo ante a una historia de adulterio, como lo son Anna Karenina de Tolstoi o Madam Bovary de Flaubert, donde las adulteras mueren al final y su muerte se puede entender como una forma de castigo. Con Joyce la novela decimonónica da un vuelco total.
A medida en que avanzamos en la lectura, descubrimos que Leopold tuvo un hijo con Molly llamado Rudy, quién murió en 1894, a los 11 días de nacido. Y aun cuando han pasado 10 años desde que Rudy falleció, pese a ello, el dolor de su pérdida se mantiene vivo, y está presente tanto en la vida de Molly como la de Leopold.
El impacto sicológico y emocional que causó la muerte de este bebé es terrible para los dos, y ha generado en Leopold un agudo sentimiento de culpa, que le ha impedido mantener una relación sexual completa con Molly desde entonces. Y es aquí donde aparecen una serie de interrogantes:
¿Por qué Leopold cree que no debe, después de 10 años de la muerte de Rudy, volver a tener una relación sexual normal y completa con Molly?
Pero, también es necesario hacer otra pregunta: ¿Es Leopoldo Bloom judío? Porque es aquí donde el judaísmo viene a jugar un papel determinante en la vida de Leopold y la novela. La respuesta a esta última pregunta no deja de ser ambivalente: si y no. Su padre Rudolph Virag, era un judío húngaro, que cambio su nombre por Rudolph Bloom. (Virag significa flor en húngaro) cuando se convirtió al protestantismo, se casó con Marion Tweedy la madre de Leopold y abandonó el judaísmo. Luego el propio Leopold se convirtió al catolicismo para casarse con Molly. En otras palabras, técnicamente Leopold no sería judío porque su madre no lo fue y tampoco fue circuncidado. Pero, Bloom tampoco se considera católico, ni protestante. Y la novela nos demuestra que sus conocimientos tanto sobre el catolicismo como del judaísmo dejan mucho que desear y a ratos terminan por ser cojos y tergiversados. Sin embargo, por influencia de su padre, Leopold conoce algunos textos y prácticas judías. Pero, hay dos hechos dicientes que van a marcar a Bloom como judío: por un lado, los dublineses en esta obra lo ven como tal, como si llevara la impronta de judaísmo marcado en su frente. Para los personajes que lo rodean, Leopold es un forastero, un intruso, un judío, por más de que hubiese nacido y fuese criado en Dublín, pero no por ello deja de ser el otro, en una Europa que se negaba a aceptar a los judíos como parte de su nación. Y si bien fue el padre de Bloom quién abandono la religión, Leopold va a asumir la carga y culpa de dicho abandono. Leopold también sabe que el Talmud, sostiene, que si un niño muere a los pocos días de nacido, la culpa no es de la mujer sino del hombre cuya su semilla ha sido demasiado débil. De ahí, que Bloom no quiera correr el riesgo de perder de nuevo otro hijo. Y si bien tiene una hija, Milly, mayor que Rudy, el miedo a de nuevo un hijo fallezca, lo imposibilita a tener relaciones completas con Molly. Después de la muerte de Rudy y ante la culpabilidad se inhibe a tener relaciones sexuales con Molly y confiesa haber perdido el gusto. Y si bien este dictamen talmúdico protegió a muchas mujeres, en la antigüedad cuando morían los bebes de manera prematura, porque los hombres no podían echarles la culpa de la muerte del bebe, la flaqueza de la semilla débil, va perseguir a Leopold a lo largo de la novela. Y es por ello que lleva 10 años de abstinencia o relaciones inconclusas con Molly.
Ante las circunstancias, debemos preguntar: ¿podemos culpar a Molly, por su infidelidad? En la novela también descubrimos que Leopold es consciente de su falencia y busca “satisfacer” los deseos sexuales de Molly a partir de novelitas semi-pornográficas, que él mismo le compra y regala. Por cierto, esa mañana a las 8:00 am en su dormitorio ella está leyendo una de estas novelitas, cuando le pregunta a Leopold: ¿que es la metempsicosis? Y él le contesta, “alguna gente cree que seguimos viviendo en otro cuerpo después de la muerte y que hemos vivido antes… que hemos vivido antes en la tierra hace miles de años”.
Leopold sin saberlo, en su respuesta, nos está contando que él es el cuerpo ajeno y la reencarnación, del nuevo Ulises.
Como vemos el adulterio de Molly resulta mucho más complejo de lo que podemos suponer a primera vista. Y ello nos lleva a preguntar: ¿fue esta la primera vez que Molly le ha sido infiel a Bloom?
Sin duda, es una mujer joven, bella y voluptuosa como la describen en la novela, pero en ningún momento en su famoso monólogo, en el que recorre todos los amores que ha tenido en su vida, nos permite suponer que ella ha sido una mujer casquivana. En este monólogo final habla de todas las relaciones que ha tenido anteriores a esa tarde del 16 de junio con Blazes Boylan.
Ahora bien, ni Leopold resulta una personaje simplón o caricaturesco, pero Molly tampoco lo es. Antes por lo contrario, en el monólogo final descubrimos que estamos frente a una personalidad, sensual, inteligente, enigmática, contradictoria, llena de ambivalencias ya que si bien por un lado es capaz de culpar a Bloom por su infidelidad y nos dice que los gobiernos deberían ser manejados por mujeres, a su vez afirma que ellas pueden ser terribles y perversas.
Y si bien, queda impresionada frente la sexualidad de Boylan y la cantidad de semen con que fue capaz de llenarla, también se burla del pene masculino y su erección como una estaca. Pero, también recuerda la delicadeza de Leopold. Y si bien su monólogo es descarnado, sorprendente y maravilloso terminamos al final de esta obra con más preguntas que respuestas. No sabemos que va a pasar el 17 de junio, ni adónde va a dormir Stephen esa noche, como tampoco sabemos si Molly tendrá otro encuentro amoroso con Boylan en un futuro o si Bloom se separará de ella. Pero, no obstante, lo único claro al final de la novela es que tanto Leopold como Molly recuerdan con inmensa ternura y cariño el momento en que se dieron su primer beso. Ambos evocan ese momento feliz y lo van a describir y recordar en detalle a lo largo de ese día…
Permítanme terminar, citando el párrafo en que Molly recuerda ese momento tan especial: “Estábamos tumbados entre los rododendros en Howth Head con su traje gris de tweed y su sombrero de paja yo hice que el se me declarara primero, sí primero, le di el pedazo de galleta de anís sacándomelo de la boca y era año bisiesto, como ahora sí ahora hace 16 años Dios mío después de ese beso largo, casi perdí el aliento sí dijo que yo era una flor de la mañana, sí esos somos todas, flores, un cuerpo de mujer sí esa fue la única verdad que dijo en su vida y el sol brillaba para ti hoy si eso fue lo que gusto porque vi que entendía o sentía lo que es una mujer y yo sabía que siempre haría lo que él quisiera y le di todo el gusto que pude animándolo hasta que me lo pidió para decir sí y al principio yo no quise contestar sólo mire a lo lejos el mar y al cielo…y luego le pedí con los ojos que lo volviera a pedir sí y entonces me pidió si quería yo decir sí mi flor de la montaña y primero le rodeé con los brazos y sí le atraje encima de mi para que me pudiera sentir los pechos todos perfume sí y el corazón le corría como loco y dije sí si quiero Sí.”
Es el bello final del Ulises que termina en Sí, un sí quizás cargado de ambivalencias, y a pesar de los dolores también esperanzador.
Sólo me resta invitar a la aventura de leer este extraordinario libro y asegurarles que uno nunca será igual después de haber leído Ulises de James Joyce.
Sobre Azriel Bibliowicz
Colombia 1949. Sociólogo, periodista y escritor. Es Licenciado en Sociología (1973) por la Universidad Nacional de Colombia. En Cornell University obtuvo un M.A. en Sociología y Comunicaciones (1975), un Ph.D. en Sociología y Comunicaciones (1979), y en la misma universidad realizó Estudios de Literatura Latinoamericana (1978). Fue profesor de la Universidad Nacional de Colombia (1983-2015), miembro fundador de su Escuela de Cine y Televisión (1988) y gestor, fundador y director de la Maestría en Escrituras Creativas (2007). A lo largo de su carrera ha recibido premios como el Nacional de Periodismo Simón Bolívar y ha publicado tanto ensayo como novela. Columnista en la página editorial del diario El Espectador durante la década de los ochenta y noventa. Continúa como colaborador ocasional del mismo diario. Ha publicado las novelas Migas de pan (Alfaguara, 2013, en danés Brødkrummer, Aurora Boreal 2020) y El rumor del astracán (Planeta, 1991, 1992, 2013), la novela breve Flaubert: la historia de una cama (Panamericana Editorial, 2004) y el libro de cuentos Sobre la faz del abismo (Grupo Editorial Norma, 2002). Compiló con Rodrigo Parra Sandoval el libro La Sociología y el País: una experiencia en sociología y periodismo (Asociación Colombiana de Sociología, 1983). En la actualidad trabaja en su nueva novela que aparecerá en 2022 en lengua castellana.
Material enviado a Aurora Boreal® por Azriel Bibliowicz. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Azriel Bibliowicz. Fotografía Azriel Bibliowicz © archivo privado del autor. Fotografía de James Joyce tomada de internet.