CARTA DE ALEMANIA (72)

Cortázar desmonta a Hermann Hesse († 9.8.1962)

 

En 1976, y de cara a 1977, cuando se celebrarían el milenario del idioma español y el centenario del nacimiento de Hermann Hesse, propuse en la Radio Deutsche Welle, la emisora alemana internacional donde me desempeñaba como redactor especializado en temas culturales, la realización de dos series respectivas dedicadas a dichos temas. El consejo de redacción aprobó el proyecto y a partir de ese momento entrevisté sobre ambos a todo escritor latinoamericano que se acercó a menos de un metro de mi grabadora.

julio cortazar 350¿Qué significaba para ellos que el idioma en que escribían cumpliese mil años desde su aparición como lengua escrita? ¿Quién era para ellos Hermann Hesse? (cuyo apellido, dicho sea de paso, todos, con muy pocas excepciones, pronunciaban como si fuese francés: Jes). Entrevisté, pues, por ejemplo, a Uslar Pietri y Galeano, a Donoso y Osman Lins, y a los Manolos, Scorza y Puig. Y no contento con ello hice entrevistar con cuestionarios míos a Sabato y Fernández Retamar, a Bioy Casares y Borges. Y por si todo eso fuera poco, un día me llegó de París una casete de Julio Cortázar.

Ocurre que en 1976 tuvo lugar en Fráncfort la primera feria del libro con un centro de gravedad geográfico, y fue “América Latina, un continente por descubrir”, siendo invitada al evento la flor y nata de aquella literatura. Es más fácil enumerar quienes fueron los únicos machos Alfa que no acudieron (escritoras no invitaron a ninguna): Borges, Fuentes, Paz y García Márquez. El resto estaba en pleno, lo cual me puso a tiro a tantos autores y pude hacer tantas entrevistas con ellos. Pero con tan rematada malísima suerte que todas las veces que me encontraba con Cortázar fueron justamente cuando ya no cargaba yo la grabadora. Así es que de regreso en Colonia le escribí unas líneas, acompañando unos recortes de prensa que sabía que le iban a interesar (leía alemán bastante bien) y lamentando que no pude entrevistarlo para mis series.

Eso sí, conociendo su generosidad sin tacha, le pedí que, por favor, ni se le ocurriera enviarme ningún texto para tales programas, porque iban a ser de radio y, como él sabía de sobra, en ella lo esencial es la voz de la persona que opina. Para mi sorpresa, mi alegre sorpresa, y ni qué decir mi agradecimiento, una semana después me llegaba desde su domicilio parisino una casete sin rótulos ni indicaciones de ninguna especie, la enchufé, pulsé la tecla PLAY y oí su voz: «Hola, Ricagdo...», después de lo cuál media hora explicándome lo que pensaba acerca del milenario del idioma español y, haciendo honestamente la salvedad de que sólo había leído un libro suyo, Demián, qué era lo que pensaba de Hesse, desarmándolo hasta dejarlo en el ridículo más cruel.

Parece ser que Julio acostumbraba a enviar ese tipo de casetes a sus amigos, ahorrándose así el trabajo de escribir. Pero ocurre que de las muchas que envió, y hasta donde sabemos, tan sólo se conservan dos, sólo dos personas tuvimos la precaución “histórica” de salvaguardar su voz en ese tipo de vehículo que bauticé como fonocarta. De la mía ya les platiqué. La segunda es una enviada al director de cine argentino Miguel Antín, desde París, el 17.6.1953; aparece transcrita en la edición ya referida de las cartas del Gran Cronopio, en el volumen 2, entre las páginas 633 a 653, e incluye la voz de Aurora Bernárdez dialogando con Cortázar y a él tocando en la flauta un tema de Strawinsky. Tan luego El pájaro de fuego.

Y ahora, en ocasión de cumplirse 60 años de la muerte de Hermann Hesse, rescato aquí la íntegra transcripción del trecho de esa fonocarta de Julio Cortázar en que divagó acerca del autor de Demián:

«Hola, Ricardo. Recibí tu carta y voy a contestar a los temas que me proponés de manera bastante sumaria porque yo no creo que sea un buen interlocutor por lo que se refiere a Hermann Hesse. Mi
manera de contestar, si te sigue interesando conocer un par de ideas o de opiniones, se va a limitar a lo siguiente: En primer lugar, he leído muy mal a Hesse. Empecé por uno de sus libros que creo más conocido y famoso. Lo leí en Buenos Aires hace, qué sé yo, 25, 28, 30 años. Me refiero a Demián.

herman hesse 224La lectura de ese libro me produjo una sensación bastante repugnante en su conjunto y me quitó las ganas de leer El lobo estepario, que en ese momento era ya muy conocido en la Argentina. Después apareció también Siddhartha y finalmente Narciso y Goldmundo; todo eso no lo he leído, de manera que mi conocimiento de Hesse se reduce a Demián y, como ves, no es mucho ni muy satisfactorio. De todas maneras, puesto que me hacés las preguntas te voy a contestar lo que pienso con respecto a ese libro solamente, y te lo voy a contestar de una manera bastante curiosa porque, entre viejísimos papeles que saqué de un sobre hace dos o tres meses, apareció una página que escribí para mi uso personal cuando terminé de leer Demián.

Me hace gracia releerla ahora porque hay referencias a hechos concretos, a episodios del libro de los que ya no tengo absolutamente ninguna idea. Si te hago un resumen de esa página, tengo que tener fe en mí mismo; es decir, en que no mentí hace treinta años porque la verdad es que ahora hay ahí, en esa opinión, una serie de elementos que están completamente olvidados por mi memoria.

Lo primero que saqué en limpio de la lectura de Demián fue que ese libro tenía todos los elementos para ser lo que finalmente no es, de ahí mi sensación de estafa y casi de repugnancia. En primer
lugar hay un innegable talento narrativo en Hesse, lo cual multiplica la sensación de desagrado que me produjo la lectura, porque ese talento narrativo lo encontré al servicio de un relato estúpido, por un lado, y además inverosímil, con esa inverosimilitud que no tiene nada que ver con lo ilógico ni la exageración ni la fantasía sino que es una inverosimilitud profunda, una especie de enorme estafa profunda sobre la base, el fundamento del libro. A través de cosas que leo actualmente parecería ser que eso es justamente lo que provoca el entusiasmo de toda una juventud con respecto a los libros de Hesse, entusiasmo que personalmente me resulta un tanto penoso en la medida en que lo juzgo por mi propia reacción en aquella época.

Estoy hablando de una manera un poco exagerada pero debo decir que mi recuerdo de Hesse es siempre un recuerdo irritado, quizá a contrapelo de la enorme fama, del enorme entusiasmo y la especie de fe que provoca en sus lectores jóvenes actuales y que me inquieta. Me inquieta porque en el análisis que yo pude hacer del libro cuando lo leí, me dio desde el comienzo la impresión de la estafa, de una serie de elementos aparentemente profundos que salen de lo simplemente histórico o simplemente lógico para intentar una especie de visión metafísica de búsqueda de razones últimas y de felicidades y realizaciones últimas, pero todo ello con una fragilidad perceptible apenas se analiza con cuidado la textura del libro.

Hay que darse cuenta de entrada que Demián es un libro basado en la facilidad: ahí se han puesto todos los elementos que pueden fácilmente convencer a espíritus todavía desarmados frente a la vida, frente la experiencia, frente al análisis de la propia realidad y los propios problemas. El personaje Sinclair es cualquier muchacho joven atravesando la charca de la adolescencia con los típicos chapoteos usuales en esa época de la vida. Contrariamente a él surge la figura de Demián, su famoso guía espiritual que cuando yo leía el libro me resultó profundamente estúpido como guía porque es una especie de superman de la novela alemana, un superman avant–la–lettre.

No hablemos ya de los personajes femeninos como el de Eva, especie de monstruo inenarrable, objeto fetiche que entra y sale del libro sin que se sepa nunca por qué ni qué es lo que hay detrás. A eso hay que sumar ciertas presencias que conmueven e impresionan particularmente a los jóvenes: la noción de una especie de nirvana, de sabiduría oriental encarnada en la sílaba om que supongo que puede tener un inmenso valor para un tibetano pero no para un argentino o un neoyorquino honesto y sincero. Junto con eso, el personaje de Abraxas –que se las trae en el libro–, la presencia de una
magia sumamente difusa, las demostraciones telepáticas y volitivas que tienen un efecto profundo en mentes lo bastante ingenuas como para aceptarlas en un plano inmediato, sin plantearse el problema
como en otros planos pueden habérselo planteado un Mircea Eliade o un Jung. Lo peor es que, si Hesse se hubiera quedado únicamente en esos planos… Pero era un escritor muy hábil, porque esa especie de supuestos grandes vuelos de águila a las alturas más extraordinarias se mezclan frecuentemente con lo que yo creo una sensiblería de modista: el libro está lleno de llantos, vahídos, borracheras simbólicas, sin hablar del fantoche máximo después de Demián que es el personaje de Pistorius.

Dentro de los méritos del libro, estoy dispuesto a reconocer que el itinerario de Sinclair, su educación sentimental y moral, está muy bien escrita, muy bien contada, y debe desde luego atraer profundamente a los jóvenes que están pasando paralelamente por los mismos problemas, las mismas falencias, las mismas carencias: ése es el aspecto de enganche del libro que puede atrapar a un lector joven y sin experiencia. Pero en materia de educación sentimental y moral de un joven, después de haber leído a Rimbaud, a Raymond Radiguet y te diría incluso un poco en broma a Alain Fournier, no es Hermann Hesse quien viene a agregar nada verdaderamente interesante.

Para volver a las flaquezas más evidentes, te citaría solamente aquel pasaje en que Sinclair baja al jardín de su guía espiritual, Demián, y lo encuentra entrenándose para pelear con un japonés. En aquel tiempo la escena me había parecido de un ridículo total. (Sin olvidar que incluso Hesse toma las precauciones necesarias para informarnos más tarde de que el japonés perdió la pelea).

Como ves, Ricardo, no soy amable pero honestamente es mi recuerdo del libro. Ahora, ¿querés que te dé mi sentimiento más profundo? Puede acaso ser la justificación de una parte del libro, de sus antifaces, sus disfraces, todos sus velos, y además ahí estaría acaso la clave de la fascinación profunda que puede ejercer en los jóvenes todavía no perfectamente insertados en su propia verdad, en su propia opción, en su propia realización: cuando la leí, me pareció una novela perceptiblemente homosexual, con un homosexualismo disfrazado a través de esos antifaces y esos velos, un poco quizá por la época en que fue escrito y quizá también por razones que sólo Hesse conocía y que yo desde luego ignoro. Uno se pregunta para qué todos esos disfraces esotéricos del libro, esos personajes que son Beatriz y no–Beatriz, Eva y no–Eva. Cuando se lee con cuidado, uno se da perfectamente cuenta de [que] lo que Sinclair quería, necesitaba y obtiene en la última página es que Demián lo bese en la boca. Yo respetaría este libro profundamente si hubiera visto en Hesse la valentía y el coraje que Thomas Mann tuvo en La muerte en Venecia, pero evidentemente no lo tuvo: Hesse saca a relucir una serie de pajarracos alegóricos, figuras de personajes como Abraxas y toda esa galería de mujeres insensatas; sin hablar de Demián, que es un perfecto maniquí.

Curiosamente, al terminar de resumirte esta viejísima página –de la cual soy responsable en parte porque, como te dije antes, incluso menciono personajes y episodios de los que estoy perfecta y felizmente olvidado–, la casualidad hace que también hace unas semanas estaba leyendo una antología de ensayos de Kurt Vonnegut, el norteamericano. Tiene unas páginas en que se pregunta por qué los jóvenes leen a Hesse. Son unas páginas extremadamente duras contra Hesse y lo que te acabo de decir coincide con la tesis de Vonnegut: en definitiva, lo que hace la fuerza de Hesse en los jóvenes es justamente la debilidad de los jóvenes, una cierta debilidad que mueve a una infinita cantidad de lectores –sobre todo en Estados Unidos– a preferir esas vagas búsquedas, esas vagas persecuciones de felicidad y perfección que les propone Hesse, a las opciones más claras, más
radicales: directamente un compromiso de tipo político, una lucha de frente. Hesse es un perfecto juego de biombos. Según Vonnegut, proporciona un escapismo literario de alta calidad, muy muy bien hecho, que empieza por engañar al propio lector que se cree hundido en lo más profundo de una realización metafísica y mágica cuando en realidad se está escapando de sí mismo, de la realidad que lo rodea y del tiempo que está viviendo.

No creo honestamente que ningún muchacho –norteamericano o argentino o lo que sea–, embarcado en una clara definición de tipo personal frente a los problemas de su país y del mundo, sea un gran lector de Hesse. Creo a esos muchachos o esas muchachas capaces de leer cosas mucho más verdaderas. En último término Hesse es otro de los pilares de esa larga tradición que afortunadamente está siendo destruida como correspondía y como era necesario: la tradición del enclaustramiento individualista, de la realización individual sin tener en cuenta lo que sucede en torno, el pequeño nirvana propio, el pequeño paraíso a domicilio, la belleza y la felicidad metidas dentro de la heladera
junto con los cubitos de hielo.

Sé que todo esto es probablemente injusto porque hubiera debido conocer mucho mejor los otros libros de Hesse, pero tómalo como una opinión parcial, referida a un solo libro. Utilízalo si te conviene; y si no, da lo mismo, conmigo no tenés ningún problema.
[...]
Bueno, Ricardo, un gran abrazo y que esto te sirva de algo. Y si no, ya sabes, ¿eh?, te olvidás y chao.
Hasta pronto, un abrazo».

 

***

 

 

ricardo bada 008ricardoRicardo Bada
España, 1939. Escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Con una obra extensa: autor de La generación del 39 (cuentos, 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, 1994), Amos y perros (cuento, 1997), Me queda la palabra (ensayos, 1998) y Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, 2000). Editor en Alemania, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea (Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua]), y en solitario, de la obra periodística de Gabriel García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, 1991), y en Bolivia de la única antología integral de Heinrich Böll (Don Enrique, 1995) en castellano.

 

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Carta de Alemania (72), "Cortázar desmonta a Hermann Hesse († 9.8.1962)" enviada a Aurora Boreal® por Ricardo Bada. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Ricardo Bada. Fotografía Ricardo Bada © Ricardo Bada. Fotografías de Julio Cortazar y Herman Hesse © tomadas de internet. Este artículo se publicó previamente en Nexos, México.

 

 

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