Lucas Ruiz conversa con Ana Martín y Beatriz Papaseit

Presentación de la novela Los nadadores del Urubamba en Aarhus, Litteraturcenter, Godsbanen, 6 de noviembre de 2021.

 

El autor conversa con Ana Martín (AM), periodista y Beatriz Papaseit (BP) profesora y presidenta de la Asociación cultural Espandinavia.

BP: Buenas tardes Lucas, es un placer presentar hoy tu libro y tenerte aquí para hablar de él. Eres escritor y profesor de Historia, Latín y Español. Como docente, has sido profesor asociado en Syddansk Universitet (1996-2005), en Aalborg (1997-2000) y en Aarhus (2008) y desde 2003 trabajas en Århus Akademi. Has publicado libros para la enseñanza del español en colaboración y en solitario. En tu faceta de escritor, empezaste con un blog en el Diario Sur y en el 2014 publicaste El esquiador de fondo, una colección de once cuentos con el trasfondo de temas universales como la soledad, el olvido, el recuerdo y la muerte y otros más personales como la docencia, la paternidad o las complejas relaciones con la familia. Temas hondos que tratas a través de historias cercanas y concretas a veces desde un ángulo inquietante, como la historia que da título al libro, otras con un humor íntimo y penetrante, como “Invariablemente”. Ahora publicas Los nadadores del Urubamba, una novela extensa de trama compleja.

 

BP: ¿Cómo surgió la idea de escribir esta novela?

LR: Surgió del cruce de dos circunstancias: de un lado, del deseo de sentarme a escribir, de hacer una pausa, de cortar el ritmo de mi vida laboral a la que acabas de aludir, por una suerte de hartazgo, y ponerme a mirar hacia adentro, de buscar el tiempo y lugar para la introspección; de otro, de la latencia incómoda de una historia que llevaba rondando mi cabeza hacía mucho tiempo y que ya había intentado plasmar, fallidamente, en un cuento escrito en español pero sólo publicado en danés, “Kungälv o el arte de esconder historias”. Ahí planteaba el dilema de no poder contar una historia dolorosa porque se había convertido en un tabú, en un secreto que había que sobrellevar. En el relato se otorga al hecho de ocultarla, como en una rendición, los atributos de un arte, de una habilidad, de una destreza para sobrevivir.

 

AM: Cuando uno se sienta a escribir una novela, ¿cómo se organiza? ¿En qué piensa primero?

LR: Sólo puedo explicar cómo fue mi proceso y cómo fue en este caso concreto. No tengo una experiencia muy dilatada en la escritura de novelas. Hay escritores que tienen métodos muy concretos y sistemáticos. Que anotan continuamente, que hacen esquemas, que cuelgan postits por las paredes de la casa. No es mi caso.

Yo tenía una historia que quería contar, no buscaba como Matías una historia que contar, ya la tenía, y esa historia era la relación – ambigua, ambivalente, desequilibrada – , de Matías y Lea. Sobre ese argumento organicé un esquema básico de trabajo, pero la escritura me fue imponiendo nuevos escenarios, introduciendo nuevos personajes, me fue abriendo ventanas por las que se anunciaban nuevas historia; a veces me aventuraba en ellas, a veces volvía A cerrar esa ventana con precaución, quizá porque era el anuncio de una nueva novela o de un nuevo cuento. Cada cierto tiempo volvía a rehacer el esquema (que cada vez se parecía menos al original) y volvía a reescribir.

En un momento del proceso (en una fase muy temprana) se coló el diario de Lea (no era parte del plan inicial), que escribí de un tirón y que terminé en unos pocos días, para luego intercalarlo fragmentado a lo largo de la novela. El diario dio una estructura cronológica al texto y esta lógica temporal me permitió paradójicamente liberarme del tiempo en el resto del relato, me permitió retorcerlo, darle vueltas, dar saltos hacia delante y hacia atrás. Me liberó. Engarzarlo en el tronco de la novela y hacerlo funcionar narrativamente en el devenir del texto fue, más tarde, uno de los retos de la escritura.

Los personajes, las historias, la trama se fueron haciendo en el propio proceso de escribir. A ella sin duda ayudó mucho el marco (la casa de verano en donde me recluí), el contexto (esta larga y trágica pandemia), la música (la que escuchaba en aquellos momentos de manera obsesiva: el último disco de The Strokes, Lucy Dacus, Radiohead, Søren Huss, Nick Drake…) y la banda sonora que yo incorporaba a mi relato: música hortera española de los 70 y 80: Julio Iglesias, El Puma, Paloma San Basilio, Los Panchos – la música de Isabel y Lea – y en contraste, los cantautores españoles y latinoamericanos que daban un tono más intelectual y literario a la evocación de Matías.

También contribuyeron a la organización del texto las lecturas de aquel momento: Milan Kundera, Ítalo Calvino, Primo Levy, y más que ninguno, Rafael Chirbes. Su lectura, sobre todo de Crematorio, me proporcionó, intuitivamente, algunas soluciones técnicas

El yoga y los paseos por la tarde, la soledad y el vino tinto diario hicieron el resto. Así es cómo me organicé.

 

BP: Como hemos mencionado al principio, tu primera publicación fue un libro de historias cortas, El esquiador de fondo. ¿Cómo te ha resultado pasar del relato corto a la escritura de una novela de entramado tan complejo?

nadadores urubamba 300LR: Hay un desarrollo natural, orgánico: pasé de escribir en un blog a escribir cuentos porque las necesidades narrativas me hacían indispensable cambiar de género, de formato, de medio. Lo mismo ocurrió con el paso del cuento a la novela. Aquí el reto, sin embargo, era mayor. Nunca lo había intentado y contaba con un tiempo muy limitado (el tiempo de mi excedencia: poco más de dos meses). Además me siento cómodo escribiendo cuentos de 8-10 páginas. De todas maneras, a veces tengo la sensación de que mi novela se puede leer como un conjunto de cuentos bien imbricados. Inicialmente pensé escribir una novela formada por cuatro cuentos entrelazados, inspirándome en alguna obra de Richard Ford. Luego fue saliendo lo que salió, que es básicamente el fruto trabajado de una larga y gozosa reescritura. Más que escribir me gusta reescribir.

 

AM: ¿Uno tiene la historia en la cabeza o es la historia la que te va llevando? Me refiero a si piensas previamente todos los giros que da la historia o si una vez que la estás escribiendo cambias cosas que habías pensado previamente.

LR: Creo haber contestado parcialmente en la pregunta anterior. Yo parto de una idea seminal y de una serie de intuiciones que voy esparciendo sobre el texto. El resto es un juego imprevisible entre los personajes que se están creando, las situaciones que van surgiendo y yo. A veces actúo como un mero espectador que ve las piezas de ese ajedrez doméstico moverse, casi siempre como el asesor en la sombra del narrador, alguien que le susurra, copa de vino en mano, algunos caminos posibles. Al menos así me veo.

 

BP: Al principio de la novela nos presentas la historia de un escritor en proceso de separación de su mujer que va a ver a su madre enferma al hospital. El reencuentro con la madre anuncia un reencuentro con el pasado. Poco después le llega al protagonista un intrigante diario que también vaticina una vuelta al pasado. Hasta ahí, hay un relato lineal que crea unas expectativas en el lector: probablemente un encuentro con un pasado turbio. Pero pronto empiezas a trazar una compleja red de planos narrativos en los que se cruzan distintos personajes, distintos puntos de vista, distintas formas narrativas (el diario, el monólogo interior, el relato) y en el que presentas un complejo juego sobre los límites y los cruces entre realidad y ficción, entre lector y escritor, narrador y personaje. ¿Cómo fue el proceso de tejer todo el entramado de historias cruzadas y de planos narrativos cruzados?

LR: Supongo que esa complejidad que señalas parte de mi incapacidad para contar una historia de manera lineal. Si prestamos algo de atención a las historias que escuchamos, o que leemos o que nos acontecen, siempre hay caminos que se bifurcan (a veces son atajos, o callejones sin salida, o rodeos) y esas bifurcaciones son las que me interesan en la literatura porque abren la posibilidad de ver la realidad desde otra u otras perspectivas, la hacen más compleja, menos infantil, y la relativizan, la aligeran de toda la carga maniquea. Yo me pierdo en ellas, me dejo llevar, sabiendo que es esa historia en la que no había pensado la que dará un fruto fresco e inesperado.

Como he dicho más arriba el acto de escribir impone su propio proceso, dirige instintivamente el entramado de historias cruzadas. Yo soy a veces el que coloca las piezas a partir de ese flujo desordenado que es mi imaginación mientras escribo. Me ha servido mucho en este proceso de ordenar ideas, ir relatando la historia que hasta ese momento podía contar, porque ese relato oral me ha ido ayudando a tomar decisiones y a reorientar la trama. En ese sentido las conversaciones reales que mantuve con un amigo editor o el intento de dar sentido a un relato fragmentado a través de las conversaciones – también reales – dando paseos por el bosque con mi hijo fueron ejercicios de gran valor para cohesionar la novela.

Los diarios, los monólogos interiores, los diálogos con interlocutor mudo son, digámoslo prosaicamente, soluciones técnicas a problemas narrativos concretos. Por ejemplo, el diario, me permitía contar la historia desde otra perspectiva, y penetrar empáticamente, en el universo moral, en la percepción amorosa de Lea.

Me preguntas también sobre los límites de ficción y realidad sobre los que, al parecer, juego en la novela. Son límites que me gusta explorar en la literatura porque ahí son legítimos y están cargados de sentido (a diferencia de lo que ocurre en la realidad real). Sobre estos límites ya jugué un poco en mi relato-conferencia sobre Soldados de Salamina, “De la imposición a la impostura”,  en mi anterior libro El esquiador de fondo. Y vuelvo a él con fruición en esta novela.

En Los nadadores del Urubamba todo es ficción (aunque no lo parezca), pero es esa duda acerca de lo que es fictivo y que a lo mejor es real sobre la que se sustenta la credibilidad y la potencia del texto, su autenticidad y el enganche con los lectores.

 

BP: La novela lleva el título de una de las partes del libro, la cuarta parte, la parte donde se cuenta la travesía por el río Urubamba de Edgar, Mateo y Mauro. Curiosamente, en el Urubamba nadie nada. Más adelante, casi al final del libro, sí aparece un nadador. Alejo nada y nada mar adentro y se queda nadando infinitamente o sucumbiendo infinitamente en el mar, no sabemos. ¿Quiénes son, pues, los nadadores del Urubamba?

LR: Las metáforas que aluden al agua recorren, empapan, nunca mejor dicho, el libro de parte a parte. No sólo el título, también está presente en las historias trágicas de Sara y Alejo. La propia dedicatoria alude al río convulso de la memoria y el poema inicial de Óscar Hahn se refiere al sonido de la lluvia cuando no está lloviendo. Las alusiones al agua son constantes: El poema de Neruda, que se llama “El río”, los juegos eróticos entre Lea y Matías que ocurren en el mar, la saliva de la lengua en el poema “Temblor” de José Ángel Valente con el que se inicia la parte V, parte que además se titula “La espuma”. Matías, sin ir más lejos, escribe un cuaderno de poemas adolescentes titulado “Versos de un naufragio”. Y podría seguir: la canción de “Lilac Wine”, es la versión de Jeff Buckley, que para quien no lo sepa, y en una alusión metatextual, de las muchas que hay en la novela, murió ahogado en otro río, en el río Wolf en Tennessee. Aquel río tampoco era apto para el baño, aunque Buckley ya había nadado antes allí. En fin, no sólo el capítulo 30, que es el cuento que Matías escribe para Sara, trata de los nadadores del Urubamba.

Nadar como un ejercicio de supervivencia en el turbulento río de la vida y la memoria es algo que todos hacemos. Nadar contra corriente como hace Matías cuando vuelve al encuentro de su madre, o Sara, chapoteando en el oscuro río de su dolor; también lo hace a su manera Jan, para aliviar el peso de la vida de adulto, o Anja, ahogada por las cargas cotidianas, por el fracaso blando y molesto de Matías; o Isabel o Alejo o Adrián, que en algún momento de sus vidas no supieron seguir nadando.

 

BP: En tu novela presentas personajes insatisfechos, manipuladores o torturados por algún aspecto de su pasado con el que no han ajustado cuentas y, a excepción quizás del editor Guillermo, ninguno parece feliz. De algún modo son personajes que van dando vueltas sobre sí mismos. ¿Qué es lo que te interesa de este tipo de personajes?

LR: Me han preguntado muchas veces sobre este perfil atormentado de muchos de mis personajes. Lo que me interesa de los personajes en general es lo que guardan tras la apariencia: Laura y Alberto representan cierto triunfo social, pero están vacíos, desolados, ni siquiera tienen voz en la novela; como Luis que en su exhibiciones patéticas a la salida de misa expresa con rotundidad su infelicidad. El fracaso (a partir de las expectativas que nos generamos o nos imponemos), sin duda, invade la personalidad de muchos de ellos: Jan no puede soportar la presión familiar, Alejo es incapaz de manejar su éxito profesional – y más tarde su fracaso– , que implica un gran coste personal, un abandono de lo que realmente es importante; Isabel (la gran víctima – y victimaria, junto con Matías) sufre con una gran intensidad el abandono (recíproco al final) de su marido. Me interesa, es obvio, ese doble rol que todos tenemos de víctimas y victimarios. De ahí que el tema de la culpa, del sentido de la culpa sea central en esta novela.

Hay un hilo misterioso que recorre a muchos personajes. Que los asemeja o los distancia, una suerte de estigma que los agrupa entre sometedores y sometidos, fuertes y débiles, egoístas y cobardes. Pero quizá no deba adelantar más claves personales sobre cómo interpretar la novela. No es mi derecho ni mi misión.

 

AM: El padre es para mí el reflejo de una época, de esa España que empieza a vislumbrar dónde está el dinero, que vive por encima de sus posibilidades, sin pensar en nada más que su propio beneficio y al que se le acaba dando la vuelta a la tortilla… un personaje muy de actualidad si nos ponemos a pensar un poco.

LR: Sin duda el padre es un personaje de su época, de ese período que son las secuelas de desarrollismo franquista. El rápido y fácil enriquecimiento de una parte pequeña de aquella sociedad chata, pero llena de esperanza por abandonar lo que hasta entonces había sido una especie de pobreza estructural. En los primeros momentos (antes de que se recluyera literal y figuradamente en su cuarto de música), el padre simboliza el paraíso de la infancia, el mundo seguro y luminoso de Matías, que el éxito y el abandono paralelo de su padre, irán minando.

Se llama Alejo, un nombre muy explícito, sin demasiada originalidad. Durante mucho tiempo dudé en si darle un nombre o condenarlo al anonimato. Al principio de la novela era un personaje minúsculo, intermitente, pero poco a poco se fue ganando un espacio en la novela y me impuso algunas condiciones, como la de tener un nombre, por ejemplo. Yo me vengué dándole uno manifiesto, directo.

Como dices, no es difícil hacer el paralelismo con esos personajes más posmodernos de nuestra España tan casposa. En otro momento de la entrevista he dicho que me dejé inspirar de Crematorio de Chirbes, y ahora que lo pienso, Alejo tiene algo del Matías Bartomeu de aquella obra formidable.

 

AM: A mí hay tres personajes femeninos que me fascinan, la madre, Isabel, la hermana de Matías y Sara, la enfermera… pero me quiero centrar en los dos primeros porque apenas tienen voz en la historia, pero, en mi opinión, tienen una fuerza en la trama que posiblemente se escuche más que si hubieran tenido voz ¿esa era la idea?

LR: La novela busca deliberadamente los silencios, la voz que no se expresa o que se expresa a través de los otros.

Laura (la hermana) e Isabel son dos voces apagadas. Laura le entrega el diario a través de Alberto, su marido y el resto de su historia es contada por otros. Hasta la escena del encuentro en la habitación del hospital se ahoga en el silencio. Es la triunfadora aparente, como esa corona de laureles a la que alude su nombre. Su no-voz es coherente con el papel que le tocó jugar desde el principio. Se alineó con Lea e Isabel en esa guerra soterrada contra Matías y sobre todo contra Alejo. La quise mostrar como una víctima camuflada en su apariencia de éxito.

Isabel, como la mujer de Lot, parece convertida en una estatua de sal. Su silencio es una maldición, pero también un alivio. Es la historia de un personaje mudo y silenciado que se cuenta a través de los diarios de Lea, de los recuerdos de Matías, del relato del narrador. Isabel, si no recuerdo mal, es un nombre bíblico que significa algo así como fiel a Dios. La fidelidad férrea (no la lealtad) de Isabel a sus pequeños demiurgos, primero su marido y más tarde su amiga Lea, conlleva para ella también grandes deslealtades. El abandono de la familia y más tarde de ella misma, que parece renunciar a contar su historia, a defenderse, sumida en un alzheimer redentor y cobarde.

 

AM: ¿Sabías de antemano que en la historia estarían los personajes que protagonizan la novela? ¿Los definiste previamente o fueron surgiendo a la vez que el relato?

LR: En absoluto, como ya he dicho anteriormente los personajes me los ha ido imponiendo el relato. Lea, Isabel y Matías estaban más o menos definidos. El resto han ido apareciendo de manera natural al atreverme a abrir algunas de esas ventantas de las que he hablado anteriormente, al pasear por ese sendero literario y vital de caminos que se bifurcan.

AM: El diario de Lea nos muestra una historia controvertida: el tema de la relación sexual entre un menor y una mujer madura. ¿Por qué elegiste ese tema, el de la pedofilia?

LR: El tema de la pedofilia no lo elegí, ni siquiera creo que sea el tema central de la novela, aunque pueda parecerlo, sino sólo una historia que por su fuerza, por el tono moral al que somete el relato, me permite contar las que para mí son las historias nucleares de la novela, esto es, el sentido de la culpa, la responsabilidad de nuestros actos, las consecuencias que acarrean nuestras omisiones, las relaciones de poder y sometimiento en el amor o la pérdida de la inocencia.

 

BP: Refiriéndose a esta trama, Matías le dice a su editor Guillermo que quiere escribir una historia de pedofilia y que le interesa hacerlo desde el punto de vista del pedófilo. O sea, desde el punto de vista de Lea. Pero en la novela también se indica que la relación entre Matías y Lea se consideraría de otra manera en el momento en que ocurrió, ya que en el círculo de amigos de Matías y Alberto, uno podría incluso alardear de haber tenido relaciones con una mujer mayor. Al presentar este tema, ¿estás planteando cuáles son los límites entre lo permitido y lo prohibido, entre lo lícito y lo ilícito, entre la manipulación (o abuso) y la seducción? ¿Manipula Lea a Matías o Matías también tiene su propia agenda para jugar con Lea?

LR: Ha sido mi intención desde el principio generar un dilema moral al confrontar relatos aparentemente contradictorios (el de Lea, el de Laura, el de Matías, el de Isabel, el de Alejo) que en épocas distintas gozan de consensos morales distintos.

La relación entre Matías y Lea sólo es pederastia retrospectivamente. La moral tiene que ver con las costumbres de una época, y en la época en la que ocurren los hechos estos no son sancionados socialmente de la misma manera que hoy en día, donde hay una nueva forma de puritanismo y una tiranía de lo políticamente correcto.

Matías es seducido y es un seductor, como Lea. Es verdad que hablamos de un preadolescente y una mujer madura, y es evidente que esto es un abuso; pero también es cierto que para Matías es su iniciación sexual (Alberto está envidioso y fascinado) y su ingreso al mundo de los adultos; por otro lado, Lea, de alguna manera, muestra un amor desinteresado y pasional. Sus diarios, escritos para ser leídos por Matías, ofrecen ese amor genuino, obsesivo y no correspondido. Es una mujer desequilibrada que en un momento de su vida decide vivir (por primera vez) una pasión. Hay una percepción algo perversa en esa relación donde los roles de madre (frustrada) y de amante (insatisfecha) se confunden. Yo no saco conclusiones morales como autor. Sólo planteo el dilema.

Hay otra variante moral a tener en cuenta, y es la de que el menor seducido es un varón y quien seduce una mujer. Esto me permite jugar con los lectores, porque parte de ellos no perciben el acto como moralmente reprobable.

 

 AM: ¿Cuál es la parte de la novela, si es que la hay, que te ha sido más fácil escribir y cuál, si también es que la hay, te costó más?

LR: Sin duda el diario, que como he dicho, salió de un tirón.
Lo que más me ha costado – y más me ha gustado – es fijar una estructura que establezca un diálogo coherente con todas sus partes. Hay capítulos que tienen una trabazón más compleja.

 

BP: Al final de la novela, uno de los personajes, Anja, le pregunta a Matías de qué trata la novela que ha escrito y Matías le contesta “creo que trata de la culpa”. ¿Dirías que tu novela trata de la culpa? ¿Le has querido dar una relevancia especial a ese tema?

LR: El sentido de la culpa, ya lo he dicho, es indubitablemente el tema central de esta novela. Hay partes explícitas donde se habla de ella. Supongo que mi educación católica ha influido en esta percepción. En la película de la Lars von Trier (director convertido por cierto al catolicismo) Antichrist una pareja hace el amor mientras su hijo muere accidentalmente. La mujer llega al clímax sexual en el instante en que su hijo fallece. Cuando vi esa película sentí con toda su fuerza ese sentido católico, demoledor, de la culpa que también recorre mi novela.

 

AM: No vamos a desvelar nada, pero sí que quería preguntarte por el final… ¿lo pensaste deliberadamente así?

LR: Simplemente salió. El trasfondo metaliterario, la reflexión del texto sobre el texto está presente en toda la escritura de la novela: Los diálogos con el editor Guillermo dan fe de ello, los textos que se incrustan en el relato (los diarios, el cuento que Matías le regala a Lea). El final tiene la vocación de convertirse en una premonición, como si el narrador, fatalmente, pudiera prever de manera literaria su propia condena. El narrador, como la sacerdotisa Casandra, la que enreda a los hombres, acaba enredando a los lectores en un final profético y por lo tanto ambiguo.

 

Lucas Ruiz
lucas ruiz 003España, 1965. Es profesor y escritor. Reside en Aarhus (Dinamarca) desde 1994. Ha dado clases en diferentes universidades danesas y en la actualidad enseña en un centro de bachillerato. Ha publicado artículos de investigación, de difusión de la cultura española, ensayos y libros de enseñanza de idiomas. Su libro de relatos El esquiador de fondo ha sido traducido al danés y muchos de sus cuentos al sueco y al italiano. Los nadadores del Urubamba es su primera novela.

 

Ana Martín
Periodista. Ha trabajado durante 17 años en el área de política de Informativos Telecinco, una de las cadenas de televisión privadas más importantes de España. Desde hace 5 años reside en Dinamarca.

 

Beatriz Papaseit
Profesora y presidenta de la Asociación cultural Espandinavia de Aarhus, Dinamarca. Ambas están afincadas en Dinamarca desde hace varios años.

 

Material enviado a Aurora Boreal® por Lucas Ruiz, Ana Martín y Beatriz Papaseit. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Lucas Ruiz, Ana Martín y Beatriz Papaseit. Fotografías Lucas Ruiz © Lorenzo Hernández. Carátula Los nadadores del Urubamba cortesía © editorial Alhulia.

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