Conversamos con el escritor colombiano Óscar Osorio (La Tulia, 1965), cuyos trabajos críticos en torno a la literatura de la violencia en Colombia son ampliamente conocidos en el mundo académico.
De hecho, sus investigaciones constituyen algunos de los referentes más importantes sobre este tema. Osorio tiene también una sólida obra de creación literaria, especialmente en el ámbito de la narrativa. Producto de este trabajo son la novela El cronista en el espejo (XXXII Premio Cáceres de novela 2007), el libro de crónicas Un largo invierno sin promesas (2016), el libro ilustrado de narraciones para niños Hechicerías (2008), y los libros de cuentos Una porfía forzosa (2012) y La casa anegada (2018). En esta conversación le preguntaremos especialmente por estos dos últimos, en los cuales se recoge su obra cuentística publicada hasta este momento. Cabe anotar que los doce cuentos que componen estas dos colecciones son de una alta factura literaria.
En sus libros Una porfía forzosa y La casa anegada vemos que hay varios cuentos en los cuales existe una marcada presencia de personajes marginados por la injusticia social. Estos personajes terminan orillados, arrinconados; sus vidas están signadas por un fracaso implacable e insalvable. ¿Qué lugar ocupa el fracaso en su literatura y en su cosmovisión? ¿Esa predilección por los personajes marginados pone de presente alguna noción de “compromiso social” por parte del escritor?
Efectivamente, Isabel, los personajes de esos libros se enfrenten a circunstancias muy adversas. Y, sí, creo que la marginalidad que los define y el contexto social en el que tiene lugar su existencia determina una fuerte tendencia al fracaso. Sin embargo, como se advierte en la introducción a tu pregunta, no en todos los cuentos ese fracaso es insalvable; en algunos de esos relatos hay un margen de redención. Eso, me parece, establece una diferencia sustancial entre los dos libros y, esta se resuelve, en los finales. Una porfía forzosa se rige por una constante que opone a esas circunstancias adversas la experiencia del amor. Los finales de ese conjunto de historias ofrecen (no tienes que estar de acuerdo con esta lectura, por supuesto), dos caminos: “Memo al amanecer” y “A batallas de amor campos de plumas” radicalizan el fracaso de los personajes con finales terribles; en los otros tres cuentos, el triunfo del amor les otorga posibilidades de una vida grata. En La casa anegada, por el contrario, el fracaso es, como acertadamente lo adjetivas, “implacable e insalvable”. En ese libro, los personajes viven experiencias terribles y están sometidos a unos entornos sociales profundamente indeseables. No hay grieta para la luz en ese túnel oscuro por el que se mueven, sus circunstancias son hostiles a la felicidad y al bienestar, sus destinos se tornan aciagos y sus finales son funestos. Sus itinerarios están definidos por una desesperanza sin contrapesos.
Ahora bien, en relación más directa con tus preguntas, el fracaso es un tema constante de la literatura y es una experiencia ampliamente generalizada para los personajes literarios, una vez, claro, que la épica cede su lugar a la novela. Eso tiene que ver con el desencanto de un mundo abandonado por Dios, decía Lukács, si no recuerdo mal (aunque mejor no confíes porque muy a menudo recuerdo mal, muy mal). Así que mi obra está en consonancia con esa orientación generalizada, pero, seguramente particulariza y densifica esa visión del destino humano a partir de las circunstancias terribles que hemos afrontado en Colombia desde hace décadas. Si el escritor colombiano mira su realidad social sin evasiones, quizá a sus personajes les quede poco margen para el optimismo y la esperanza.
Yo creo que el sentido de la vida humana se produce en la cotidianidad de los sujetos, en la interacción con los otros y con el mundo, en la capacidad de crear e imaginar, y tengo una profunda convicción en el amor y la solidaridad como fuentes de sentido del trayecto vital de las personas. El problema mío, el nuestro, el de mis personajes, es que la realidad colombiana está signada por una violencia constante, por una inequidad lacerante, por una exclusión aberrante, por una degradación de la interacción social y una descomposición institucional si parangones. Esta realidad nuestra se opone con fuerza extrema al desarrollo de los potenciales humanos porque la experiencia cotidiana se desarrolla en la adversidad y eso contamina indeseablemente el milagro de la vida. Nosotros, claro, le oponemos proyectos personales y familiares, propósitos colectivos, la creación y el amor, pero está todo tan enfangado que no nos alcanza para la ilusión; al menos, a quienes nos esforzamos en mirar más allá de las burbujas de seguridad y confort que nos hemos diseñado para hacernos más fácil el vivir.
En esa borrasca se mueven mis personajes. En el primer libro, algunos logran asirse del amor y encuentran una esperanza; en el segundo, que mira más a fondo nuestra realidad, no hallan salvación. En síntesis, esa visión de mundo que orienta la construcción de los personajes de esos libros es afín a la del humano Óscar y a la del colombiano Óscar, a ese doble desencanto. En ese sentido ―para contestar tu segunda pregunta―, encarnan una visión humano-literaria y un compromiso con sus circunstancias, con la realidad que al escritor le tocó en suerte.
Al estudiar su obra literaria, observamos que existe una profunda preocupación por indagar el tema de la violencia desde diferentes ángulos. Su trabajo crítico y narrativo demuestra un minucioso proceso de investigación y de introspección con respecto a este tema. En este orden de ideas, en sus cuentos existen personajes que padecen todo tipo de violencias, como la violencia estructural y la violencia directa de la criminalidad. ¿A qué se debe esta obsesión por relatar dichos itinerarios temáticos? ¿Cree usted que la violencia puede ser exorcizada de la realidad colombiana?
Ya lo he contestado parcialmente, pero está bien profundizar un poco más. Hace muchos años empecé a interesarme por la violencia como tema literario y, muy particularmente, como tema de la literatura colombiana. Todos mis trabajos críticos indagan obras definidas por la experiencia de la marginalidad y la violencia. Los primeros consideraron autores como Quevedo, Ribeyro, Scorza, Arguedas, pero rápidamente me concentré en la literatura colombiana. Esa literatura da cuenta, desde diferentes perspectivas, de los mecanismos sociales e institucionales que nutren la violencia y la exclusión; nos muestra las formas del crimen que destruyen la vida de nuestros semejantes; nos pone de frente con experiencias de sufrimiento muy intensas; dos deja conocer, como ningún otro tipo de relato, la experiencia humana implicada en esa degradación. Indagar críticamente esa literatura me ha permitido acercarme con más humanidad a esta realidad adversa que me define, que nos define, y escudriñar los mecanismos literarios que mediatizan las visiones de mundo de los escritores. Ese conocimiento me permite también encontrar un lugar personal y particular para mi propia creación.
En relación con mi obra creativa, mis libros (en diversos géneros: poesía, cuento, crónica y novela) están “signados” (me gusta la palabra que usaste) por mi experiencia vital y literaria de la violencia, de la exclusión, de la marginalidad. Me preguntas a qué se debe esa obsesión y no tengo otra respuesta que esta: “A mi experiencia vital y literaria”. Representar poética o narrativamente las múltiples violencias que padecemos en este país de malos hados, indagar literariamente la desolación y el dolor que acontece a mi alrededor, no es para mí una elección entre otras posibles, es una condición de mi propia humanidad. Quizá sería justo decir que la crueldad como procedimiento textual y como experiencia humana está en el centro de la poética de esos libros y yo me siento plenamente reconocido en la ética que allí se implica. La ética de la crueldad titula bellamente Ovejero su amplio ensayo sobre el tema. Para mí, se ha convertido en una obligación humana y social mirar de frente a ese monstruo y reconocer su capacidad de destrucción. Para ello, la literatura ofrece un camino inmejorable.
Y, sí, tengo la convicción de que la violencia intensa (las violencias) que padecemos los colombianos desde tiempos inmemoriales tendrá su declive. Lo que no tengo es la esperanza de vivir ese momento histórico. Creo que es tan profunda esta aberración que pasaran muchos años antes de que podamos abrazar un acuerdo social universalmente incluyente y digno, y que pasaran muchos más años para que ese contrato se materialice en prácticas de interacción social menos agresivas, en las cuales la violencia no sea el camino expedito para resolver las diferencias y la ventaja, la avaricia, el odio, la sanción negativa de la diversidad, la injusticia, la exclusión y el desprecio por el otro no sean ley.
Los personajes femeninos de sus cuentos son víctimas de una violencia social, doméstica, patriarcal. Las situaciones que viven les provocan la pérdida de la felicidad, del significado y el propósito en sus vidas (Memo al amanecer, La casa anegada, Un rostro en el espejo, por ejemplo). ¿Cómo percibe usted esos “cautiverios” a los que son sometidas las mujeres en un país como el nuestro? ¿Cree que existe para ellas algún tipo de salida posible?
Quienes nos construimos como sujetos en el mundo ideológico del patriarcado y aprendimos que las indeseables prácticas de sometimiento a la mujer eran el orden natural del mundo estamos desaprendiendo con mucha dificultad y muy lentamente esas “instrucciones” ideológicas y esas prácticas despreciables. No es fácil porque se trata nada menos que de la deconstrucción de nuestra propia subjetividad. En un artículo sobre La pájara pinta de Albalucía Ángel cité esta frase de Virginia Wolf: “Las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre del tamaño doble del natural”. Esa imagen me parece muy poderosa y, si la ligamos a la teoría lacaniana del espejo, da cuenta del modo como nuestra construcción como sujetos masculinos está sobredimensionada por ese diseño patriarcal en desmedro del ser mujer. Transformar ese espejo distorsionador que nos define como sujetos es una tarea fenomenal que están haciendo las mujeres desde hace décadas, pero que, especialmente en los últimos años ha logrado hitos fundamentales.
En mi caso, me he sorprendido muchas veces haciendo resistencia a la sanción negativa de prácticas androcéntricas y a la transformación de mis propios procederes. Moverme levemente del lugar de confort de macho ha sido un proceso muy lento. He logrado comprender (muy precariamente) que estamos en un cambio de paradigma que implica una mirada distinta sobre la mujer, la suspensión inmediata y definitiva de las prácticas de violencia contra mujeres y minorías vulneradas, el reconocimiento de otras definiciones y orientaciones sexuales y de género, el entendimiento de formas no binarias de clasificación del humano, los cambios en el lenguaje, la aceptación para los hombres de un lugar no dominante, y, por lo tanto, más digno en el orden social.
Sin embargo, y a pesar de mis taras machistas, siempre he tenido empatía por las mujeres y he padecido sus sufrimientos (cuando he sido capaz de comprenderlos). Eso es lo que hay en esos cuentos, el reconocimiento de la terrible desventaja de las mujeres en esta sociedad y la violencia sistémica y estructural que contra ellas se ejerce, la constancia de su dolor y su sufrimiento, la empatía con esos seres humanos terriblemente vulnerados por prácticas simbólicas y físicas vejadoras y violentas. Y, claro, la aceptación de la culpa por el lugar en esa hegemonía que yo mismo he ocupado.
Cuando comparamos un cuento como No eres parte de eso con su texto autobiográfico Itinerario del dolor (el cual hace parte del libro de crónicas Un largo invierno sin promesas) podemos rastrear algunas coincidencias entre la vida del personaje y la suya como escritor. ¿Entiende usted el proceso de escritura literaria desde una perspectiva catártica?
Hace unos años la profesora María Eugenia Rojas nos invitó a participar en un proyecto muy bonito que se proponía visibilizar el trabajo creativo de los y las profesoras escritoras de la Escuela de Estudios Literarios. La idea era escribir una reflexión sobre el oficio de escribir y presentar un cuento. Finalmente, participamos la profesora Ángela Adriana Rengifo y los profesores Fabio Martínez, Alejandro José López y yo. En un evento realizado en el auditorio de la Facultad de Humanidades leímos nuestras reflexiones y luego se publicó el libro Narradores en su tinta con esos textos y los cuentos aportados. Un libro por el que tengo mucho aprecio.
Gracias a la invitación de la colega y querida amiga María Eugenia, yo decidí escribir una reflexión a modo de crónica personal sobre mi relación con el tema de la violencia y también un cuento orientado por esa misma idea. El resultado fue la crónica “El escritor frente a la violencia” y el cuento “No eres parte de eso”.
Como tú bien lo precisas, hay unas coincidencias entre la crónica y el cuento, es decir, entre los sucesos de mi vida y los del cuento. Sin embargo, el cuento no se subordina a esas coincidencias. Seguramente, percibiste que los procedimientos textuales del cuento son los mismos de la crónica, que (violentando un poco las definiciones) podríamos decir que el primer texto es una crónica íntima y el segundo una crónica ficcional. Esto es porque hay huellas autobiográficas en uno y otro, y porque ambos están determinados por una extraordinaria sinceridad. En esa medida, quizá, sí, se trata de una catarsis.
Isabel Jiménez Nació en Cali, en el año 1992. Es egresada de la Universidad del Valle, donde cursó el pregrado de Licenciatura en Literatura. Ha trabajado como monitora en la Escuela de Estudios Literarios y también ha participado como organizadora en el programa "Viernes de Letras", el cual es un espacio de encuentro académico creado por la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle.
Material enviado a Aurora Boreal® por Alejandro José López e Isabel Jiménez. Publicado en Aurora Boreal® con autorizción de Isabel Jiménez. Fotogrtafía nr.1 Óscar Osorio © Lorenzo Hernández. Fotografía nr. 2 Óscar Osorio ©Isabel Jiménez. Fotografía Isabel Jiménez © Isabel Jiménez. Carátula Una porfía forzosa © cortesía Aurora Boreal®. Carátula La casa anegada © cortesía Univalle.