Literatura
Un niño le manda un beso a un hada en La Rambla
Un niño le manda un beso a un hada en La Rambla
se despide ondeando las olas de los sueños
que son mis lágrimas
No hay poesía en los niños
sólo pureza
a los poetas
melancolía como tinta
El hada me mira
como si le fuera a robar el momento
y lo hago
no sin ofrecerle una sonrisa a cambio
Todas las vidas terminan como las miradas
igual que en las historias donde nadie habrá de conocerse
No hay minotauros en La Rambla
pero en las palabras los hay todos
y en el bote para el dinero
se arremolinan vidas mientras se miran
El hada me sigue observando
mientras me llevo su momento
y reprocha con silencio
que ha bajado al mundo desde la fantasía
Poco importa
si el niño que dice adiós
conoció el sueño en vida
antes de aprender a hablar
Barcelona, diciembre, 2009.
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- Por Gilberto Lastra Guerrero
Cada uno de nosotros vive sus miedos, sus temores, sus sueños, que se convierten, en algunos casos, en el hilo conductor de nuestras creencias, pues queriendo escapar o hincarnos en ellos, creamos mitos, leyendas, tradiciones que no son nada más que las manifestaciones de ese lado escondido, o tal vez oscuro, que tenemos los seres humanos o, a hechos que a la luz de la razón resultan inexplicables, les encontramos explicación en nuestra fantasía, en nuestro mundo imaginario, que casi siempre son de inspiración colectiva, por eso nuestros pueblos son ricas vetas de lo real maravilloso, mezcla de ficción y realidad, que de tanto ser repetidas parece que cobraran sello de realidad y se convirtieran en el patrimonio del imaginario popular.
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- Por Práxides Hidalgo Martínez
(Díos jugando a los dados)
Sotelo Blanco Edicións, 2011
Novela ganadora del XI Premio Vicente Risco de Creación Literaria.
Primera novela del escritor y periodista Fernando Méndez, con la que ha logrado el "XI Premio Vicente Risco de Creación Literaria".
Un sacerdote gallego desaparecido hace veinte años; altas jerarquías eclesiásticas implicadas en el tráfico de oro nazi; mafiosos y oportunistas que buscan dar el golpe de su vida, y cuatro escritores de fama internacional. Así se construye Deus xogando aos dados (Dios jugando a los dados), novela que tiene como fondo el hecho histórico de que España recibió entre los años 1942 y 1944 más de 5.000 lingotes de oro que los nazis obtuvieron de las muelas, las joyas y demás pertenencias de los judíos, según informes desclasificados del Departamento de Estado de EEUU.
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- Por Fernando Méndez
¿La Ceiba de la Memoria?, extraño título me dije cuando tuve en mis manos la última novela del escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor. ¿Qué pueden tener en común los sustantivos ceiba y memoria? ¿Qué relación puede existir entre un árbol y una función mental como la memoria? ¿Se trata en este caso de un truco lingüístico forjado por el autor para atraer la atención del lector interesado?. Concluida su lectura, sea lo primero decir que estamos frente a un título polisémico o, para ser más precisos, ante un bello título polisémico.
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- Por Marino Canizales
De pequeño tenía un tren de madera; lo hizo el tío Fermín y me lo regaló un día de Reyes. Es lo que mejor recuerdo de mi infancia: aquella locomotora pintada de negro, con sus tres vagones rojos; el tosco y querido tren de madera en el que quería salir de España y llegar a América. Dicen que la vida es un eterno retorno, pero yo creo que es un monótono ir y venir por las mismas estaciones; sólo varían los viajeros que nos acompañan.
La ingenuidad de la infancia había quedado atrás, así que, ya mayor, logré irme al otro continente en el transporte normal que escogen los adultos. Ahora, después de 20 años, regresaba como viajan los turistas.
¿Cómo comenzó este viaje al fondo de mí mismo? Después de un largo trayecto en avión, tomé un tren al anochecer: era incómodo, ruidoso en su traqueteo, y dentro de él se respiraba ese aire de conformidad que tiene la pobreza digna. Durante toda la noche estuve cabeceando entre los esporádicos silbidos y las mortecinas luces de las estaciones que iban apareciendo. Entonces sentí que estaba inmerso en otro tiempo, el que deja de importar, el que no transcurre aunque se avancen kilómetros y el reloj continúe moviendo sus manecillas. De vez en cuando me sobresaltaba ante el estremecedor ruido que hace el paso de otro tren en sentido contrario.
Había pasado de un continente a otro, y ahora un tren me llevaba a mi pueblo, a la única referencia de mi pasado. Hacía más de veinte años que me había marchado; una madrugada me despedí de los tíos que se hicieron cargo de mí cuando mi madre murió de parto y mi padre cogió su rumbo al poco tiempo. Ahora volvía porque la amable carta de un amigo de la infancia me puso al corriente de que mi tía se encontraba muy mal, así que mi intención era verla antes de que muriera, que es lo único que puede hacerse en estos casos, y saber qué pasaría con mi tío, al que no le quedaba ya otro pariente que yo, que ahora regresaba con el enorme cansancio que produce el abrirse paso en espacios ajenos.
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- Por Lilliam Moro
La mujer del A los había visto llegar. Casi siempre lo hacían a la medianoche, no a esa casa de apartamentos, sino a cualquiera, en cualquier barrio, en cualquier parte de la ciudad. Sólo aquellos que eran buscados, a veces los veían llegar; los demás no querían ver ni oír nada.
Del coche bajaron dos hombres, eran inconfundibles. La mujer del A se apartó de la ventana, despertó a la niña, que dormía profundamente, y, sin más, la tomó en sus brazos y la sacó al pasillo en piyama. Tocó tres timbres breves, firmes, alarmantes en la puerta del B. Mientras esperaba que le abrieran, en esos escasos segundos, apretó a la niña contra su pecho. La niña, anegada aún en el sueño, preguntó:
-¿Qué pasa, mami?
El pasillo estaba oscuro, todo el edificio en silencio. Sólo un ruido mecánico, agónico atravesó aquellos escasos segundos, sólo un resplandor iluminó fugazmente la espera, provenían del ascensor que descendía hacia la planta baja.
La mujer debió de albergar alguna esperanza, pues lo que dijo, cuando la vieja le abrió la puerta, fue:
-Pase lo que pase, no salga, no llame a nadie. Quédese con la nena nada más por esta noche.
La vieja retrocedió unos pasos y se echó a un lado. Intentó alisarse los cabellos, que llevaba revueltos, pero sus manos no respondieron.
La niña, ahora de pie en la habitación única del B, se restregó los ojos y bostezó con la boca muy abierta; luego, se volvió hacia la puerta como buscando algo, a alguien. Su madre había desaparecido. De nuevo, se restregó los ojos y, dirigiéndose a la vieja, dijo:
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- Por Reina Roffé
Finalmente el altoparlante anunció que el avión partiría a las siete y veinte de la noche de Nueva Delhi rumbo a Bangkok. Atrás quedaban siete años de recuerdos. Al menos eso creía porque la verdad a veces no recordaba ni cómo me llamaba. En la silla de al lado me tocó una italiana simpática que seguramente había venido a la India a realizar alguna cura del espíritu y a purificar el cuerpo. Aún no había despegado el jumbo de Air India cuando la italiana me preguntó cómo me llamaba.
- Bruno Canal - le dije con la sonrisa que siempre me caracterizó cuando no tenía la mirada ida, perdida como cuando me daban los ataques aquellos que me transportaban a otros mundos. Me enlagunaba con personajes imaginarios que me perseguían y me atormentaban. Con delirios de culpa y persecución que me maltrataban el alma sin sentido y me descuartizaban la esperanza y el contacto con el mundo de los mortales. La oscuridad se apoderaba de mí y mi memoria se desvanecía por senderos abruptos y condenados llenos de trampas mortales.
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- Por Guillermo Camacho
En un principio creo que es la luna colándose por una claraboya. La larga estela de luz atraviesa una especie de galpón enorme y va a estrellarse en una gran sábana blanca colocada en el fondo, en la que mis ojos y los de todos los que me rodean se encuentran fijos. En la improvisada pantalla aparecen las imágenes de una película de cine mudo, en la que los actores usan ropas anticuadas y se mueven a saltos caminando demasiado deprisa. La película está llena de manchas y rayones que cubren las imágenes con un velo de lluvia. La luz es defectuosa y mis débiles ojos tienen que esforzarse a cada cambio de imagen para seguir la secuencia y no perder el hilo del relato. Ahora sé que me encuentro en un teatro del Caribe de los que frecuenté en mi infancia, de esos en los que la ausencia de techo permite circular el aire atenuando el calor y, al mismo tiempo, refrescar los ojos del brillo de la pantalla, mirando cada tanto al cielo en busca de las estrellas que en esa parte del mundo parecen encontrarse al alcance de la mano.
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- Por Samuel Serrano
-Igualita, igualita a su abuela Balbina
Micaela oía lo mismo una y otra vez, lo decía todo el mundo, era igual que su abuela, a la que ella no había conocido. Los mismos ojos azules, la misma boca pequeña, el mismo pelo lacio, tan delgada, y tan buena. -Ojalá te parezcas a ella también en eso- le decían.
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- Por Milagros Salvador