Puro Cuento
El cielo abrasado del crepúsculo precedió a cada una de las apariciones de la mujer a la que Dolores Sullivan y sus amigas acabaron refiriéndose como la viuda. Todas ellas lo eran también, solo que al estilo de Nueva Inglaterra, con tristeza y silencio, pero sin demasiados
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- Por Miguel Gomes
Don Prudencio Albacete Clarós, casado con Doña Hortensia Iriarte Iriarte, padre de tres hijos, un varón y dos mujeres, próspero comerciante de reputación impecable, siempre fue un hombre de costumbres sanas y precisas.
Don Prudencio se levantaba todos los santos días a las cinco de la mañana, hacía sus abluciones y agregaba a sus pijamas y pantuflas una bata corta de seda azul, tras lo cual, armado del periódico local y de una taza humeante de café negro, provistos en el momento oportuno por Domitila, la criada de la familia, se apoltronaba en su sillón de cuero color marrón claro -en el cual nadie
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- Por Manuel Domingo Rojas
Para Raúl González Tuñón
El sol le golpeaba la cara con furia mientras el gusto de la sangre en la boca lo ahogaba. La saliva, pegajosa e inmunda, le colgaba de la comisura de los labios. Los sonidos de
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- Por Marcelo Ramón
Una va por ahí bajo la tarde soleada, de esas que de vez en cuando se ven por estos lados. Piensa en las mismas cosas de siempre, en las que le taladran la cabeza. El recorrido se hace más largo, mientras más avanza, como si la meta fuera el infinito. Una va sola porque la gente siempre anda muy ocupada y nadie tiene por qué acompañar a nadie así como así, mejor dicho, nadie tiene tiempo ni para sonreír en esta ciudad fría. Y es que aunque a una se lo pidan de rodillas, no se va a reír, después de ver lo que se ve por ahí, más bien se enoja si alguien se lo pide. Por la calle van muchos de esos que dicen, atrévase a sonreír y verá lo que le pasa. A una le quitan las ganas de reír esas caras de reprimidos que hacen pensar que esta ciudad es insufrible. Y eso que una procura no mirar a fondo todo lo que la rodea, tal vez por miedo, o porque piensa que detrás de esa cortina hay un mundo descompuesto que lucha por sobrevivir, pero lo que hace es destruirse.
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- Por Consuelo Triviño Anzola
La muerte es un acto que muestra la monotonía de los seres humanos. Es por ello que no puedo más que conmoverme ante la pérdida de un amigo. Renuncio, eso sí, a las explicaciones absurdas sobre la muerte. Traté de solidarizarme con aquellos que me llamaban para darme la noticia. En algún momento traté de aplacar el dolor de mis amigos ensayando alguna explicación. Renuncié a semejante absurdo.
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- Por Marcelo Ramón
-¡Quieta! - La toma por los hombros y la mira así, largamente, manteniéndola contra el marco de la puerta. -¡Quieta! - pero ella se le escabulle a paso rápido, descartando el bolso y la chaqueta, recuperando de una ojeada el sofá gris, los libros, la mesita manchada con redondeles de vasos.
-Toda una tarde aquí! Toda una tarde! ¿Te das cuenta?
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- Por Helena Araújo
El Hospicio San Camilo era un depósito de seres humanos no deseados por sus familias. Nadie supo decirle a Pablo Ferrer cómo fue que esas rarezas de la especie, poco a poco, se concentraron en ese lugar. Se veían cosas como un hombre con una enfermedad en la piel que, ante cualquier roce con algo, se llagaba sin remedio; una mujer con las cavidades de los ojos vacías, hundidas en sí mismas; había internos con enfermedades deformantes, que iban tomando posturas irreversibles y antinaturales. Otros internos, sin problemas físicos, estaban afectados mentalmente. Cuando él llegó al hospicio, aún se comentaba el caso del interno que, en un descuido de los enfermeros, había tomado un cuchillo de la cocina y se había castrado a la vista de todos.
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- Por Juan José Burzi
Escribir sobre la muerte es un tema difícil. Mas complicado aún, cuando se trata de Fonseca, porque crecimos juntos y compartimos una infinidad de experiencias durante el tiempo. Muy cercanas. Muchos años.
En aquel entonces, yo vivía en Roma, y me enteré de la muerte cruel de Fonseca, por otro amigo común de la infancia que envió un mail en cadena a los amigos cercanos. La referencia decía algo así como: “...noticias tristes de Fonseca”... y esa frase fatal pero discreta, fue suficiente para confirmar que la cosa no había terminado bien.
La primera imagen que se me pasó por la cabeza fue la de Fonseca en uno de sus trajes de lino con corbata de seda y camisa de gemelos, una tarde que jugábamos al King. Impecablemente peinado, con una manicura que daba la sensación de que se la habían hecho unos minutos antes. Él, fumando uno de sus negros y delgados cigarrillos marca More, mientras descartábamos la mano de las “no bazas,
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- Por Guillermo Camacho
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- Por Juliana Díaz Baldocchi