UNO: Voy a comprar cigarrillos; ya vuelvo

guillermo_050Lina supo que su madre no pasaría de aquella noche. La acompañó en silencio mientras los recuerdos de toda una vida se precipitaban abruptamente por su memoria. Se avergonzó de aquellos años cuando todavía era una niña y las compañeras del colegio organizaban colectas para comprarle el uniforme, los libros y los materiales exigidos por la escuela. Esa náusea inmunda le volvió de repente. Como tantas otras veces en su vida. Similar al malestar de aquella tarde en la que su padre murió.
Ya entonces Lina, a pesar de ser una chiquilla que todavía jugaba con muñecas, entendió que algo grave e irreversible había sucedido. La infancia sólo fue esa continua angustia. En aquellos años difíciles Petra su madre tuvo mil oficios diversos. Todos siempre mal remunerados. La idea de La Mensa de Doña Petra surgió muchos años después, cuando Lina empezaba la secundaria. Fueron años de desasosiego.

Ahí estaba Petra con su cara bondadosa agonizando en ese lecho de hospital. Lina le sentía la respiración débil. A pesar de que tenía los ojos cerrados y simulaba un sueño catártico, se sabía claramente que se debatía con la muerte en un duelo final y definitivo. El cáncer de garganta, a pesar de haberlo tenido silencioso y olvidado por treinta años, la había consumido en las últimas semanas de manera desastrosa. Finalmente le estaba arrebatando la vida. Petra ya no oponía resistencia. Lina la observó una vez más. La encontró bella y en armonía. Lista para marcharse de este mundo como quien abandona palabras colgadas de un cable de luz, como pájaros. Cada arruga de su rostro revelaba que había sido una tudesca con brío que no se había dejado vencer fácilmente en la vida. Lina la descubrió tranquila y en paz consigo misma. Lista. Preparada para la última cita. Seguramente porque sabía que Lina al fin había hallado un marido. Heiko, aquel chico suevo que volaba como aeromozo de la Lufthansa en la época en que esta compañía todavía llegaba a Bogotá.

Guillermo Camacho escritor colombiano. En la actualidad reside entre Dinamarca y España.

En aquellos años dorados, muchos alemanes se daban cita en La Mensa de Doña Petra acompañados de una cerveza Bavaria y aquel gulasch que inmortalizó a Petra en la ciudad. Seguramente así ellos se sentían más cercanos al hogar. Tal vez no tanto por el gulasch de Doña Petra, más bien por la mesa larga donde los clientes tudescos de toda la vida y los de paso se sentaban a compartir una cena. Las tripulaciones de Lufthansa de aquel entonces no eran la excepción. En su corta escala en la tan afamada Atenas Suramericana, se alojaban en un hotel vecino al restaurante de Petra. En Bogotá normalmente la tripulación cambiaba y una nueva y descansada continuaba el viaje rumbo a Santiago de Chile. En una de aquellas escalas técnicas terminaron enamorándose Heiko y Lina. En realidad fue Lina la que se enamoró de Heiko, un detective de seguridad de la compañía aérea que viajaba camuflado de aeromozo.

Lina recordaba la infancia como un malestar. Esa náusea de sentirse sola, insegura y desprotegida. Tal vez por eso Petra abrió La Mensa de Doña Petra, en un ataque visionario y como única alternativa cuando el marido alemán se le murió en Bogotá, esa ciudad extraña a la cual habían sido enviados a instalar unas máquinas para una imprenta de renombre. Originalmente iban a quedarse dos años pero en el camino nació Lina. La tipografía le ofreció al marido un empleo permanente porque él era un genio de las técnicas de reproducir libros por medio de presiones mecánicas. Todo marchaba viento en popa y así transcurrieron desapercibidos los primeros cinco años. Lina empezó a padecer aquel malestar que se siente en el estómago cuando se quiere vomitar la tarde en que murió su padre, y su madre decidió que se quedaba en Colombia contra viento y marea. Sus razones habrá tenido.

Y ahí estaba Petra indefensa en esa cama. Le pareció notarle una sonrisa que la tranquilizó y le provocó levantarse y estrecharla entre sus brazos, pero reposaba tan plácidamente que no se atrevió a hacerlo. Lina también se quedó dormida al lado de su madre y soñó con años mejores. Lina graduada de bachiller, ayudando en el restaurante de su madre y estudiando una profesión. Petra había comprado un apartamento cómodo. Lina tuvo su primer auto. Petra incluso la matriculó en una escuela de equitación. En la mensa los clientes especulaban que Petra, a punta de vender el célebre gulash, estaba millonaria. Y en cierta medida era cierto. La Mensa de Doña Petra llevaba más de cuarenta años funcionando sin haber cerrado un solo día en todo ese lapso. Gozaba de una clientela fija y otra volátil que había oído hablar del local especialmente en las ciudades hanseáticas más extrañas y remotas. La gran mayoría de alemanes turistas en Colombia había pasado y pasaba por el gulasch de Petra acompañado de la famosa cerveza Bavaria helada de la fábrica de un famoso comerciante e industrial de la época. La Mensa de Doña Petra había sido elevada, entre los turistas y los locales, al rango de institución: uno de aquellos prerrequisitos necesarios y obligados para poder jactarse y dar crédito de que efectivamente se conocía Bogotá; como ir al Museo del Oro o visitar el cerro de Monserrate con su catedral y beber chocolate hirviente con queso derretido, se decía entre teutones y locales que había que comer en La Mensa de Doña Petra.

En las noches Petra solía sentarse en la mesa larga con sus clientes mientras fumaba como una chimenea, siempre, toda la vida, uno tras otro hasta que se ganó el cáncer de garganta que le puso la voz ronca durante treinta años y finalmente le estaba arrebatando la vida en esa última escena por el sueño eterno. La definitiva, la decisiva, la postrera. Nunca aprendió a hablar bien el español, pero no lo necesitaba. Sus cocineras, las mismas durante toda una vida, no sólo le aprendieron los secretos de su gulasch sino que llegaron a quererla y a entenderla como si fuera su propia madre. Petra se hacía querer por todos. Siempre había un Schnaps de más para los clientes. A todos los trataba como a hijos.

Le hablaban de negocios, le consultaban aventuras y odiseas. Le confesaban amores secretos y líos de faldas. Le manifestaban credos políticos. Hasta de revoluciones y armas llegaron a comentarle. Y a todos escuchaba. Por igual. También observó a Lina y la consoló durante aquellos años difíciles en que ningún chico se le acercó. Lina, desde las colectas de la escuela primaria, estuvo vetada por sus compañeros. Pringada de algún tabú que le cerraba puertas. Jamás se le conoció novio en la secundaria. La invitaban a las fiestas y la dejaban sentada toda la noche. Lina era bonita, pero algo había en ella que le producía esa repugnancia, que la había acompañado desde la infancia desde la muerte de su padre.

Heiko apareció como un regalo de los dioses. Seguramente no bajado del cielo, pero sí como una aparición milagrosa cuando Petra pensaba que Lina pasaría el resto de su vida sola y triste. Desde hacía seis años Lina y Heiko estaban casados. Se habían trasladado a Alemania. Venían regularmente a Colombia a visitar a Petra, que a pesar de sus setenta y cinco años se oponía a cerrar su Mensa.

"La Mensa de Doña Petra se cierra el día que Petra se muera", le dijo a Lina la noche de su boda con Heiko. Les regaló una mansión en Holzhausen, uno de los barrios lujosos de Frankfurt. Y sagradamente todos los meses desde el día del enlace, les hizo llegar un giro de dinero lo suficientemente abultado para mantener sin apuros la bella residencia de Frankfurt y un ritmo de vida que les permitía lujos extraordinarios. Lina y Heiko tuvieron un hijo y casualmente el día en el cual el nieto cumplió cinco años de edad, una de las cocineras de La Mensa de Doña Petra telefoneó a Lina a Alemania para decirle que Petra había sido hospitalizada de emergencia a raíz de ese dolor de garganta. Aquel malestar que arrastraba en silencio y sin jamás referirse a él desde hacia más de treinta años y que decía era el nudo que se le había formado en la garganta cuando su marido había muerto.

- ¡Eso me pasa por no llorar las penas! - decía a veces.

Pero la verdad era que Petra había perdido la voz completamente durante los últimos años de su vida. A punta de gestos y cambios de la expresión de los ojos manejaba el negocio y su vida como si nada hubiera ocurrido. Bastaba una mirada para aprobar los guisos de las ollas en la cocina. Una sonrisa para fiar a un cliente o que no se le moviera un músculo de la cara para censurar un cometario de mal gusto.

Con la primera operación a las cuerdas vocales vinieron un par de años difíciles donde Lina y Petra tuvieron que resolver asuntos prácticos y poner papeles en orden. Petra traspasó su apartamento de Bogotá a Lina. También el restaurante, y confesó a Lina las cuentas millonarias que poseía en Alemania, donde estuvo ahorrando las ganancias de La Mensa de Doña Petra durante más de cuarenta años. Todo pasaba a nombre de Lina.

Cuando Lina se despertó aquella mañana, Petra ya había dejado este mundo, pero en la habitación se podía sentir aún su energía maravillosa que circulaba sin tensión alguna por el cuarto. Lina no sintió tristeza. La había visto morir feliz, a pesar de los dolores de garganta. Además Lina confirmó que había tenido la suerte de tener una madre maravillosa que jamás descansó hasta verla dichosa. Le heredaba una fortuna que jamás imaginaron y que realmente no importaba a esas alturas de la vida. Lina ya había empezado a descubrir que a medida que se envejece se necesitan cada vez menos cosas materiales. La náusea también comenzaba a desaparecer. ¡Qué alivio!

Lina enterró a Petra con una ceremonia simple a la cual sólo permitió que asistieran sus cocineras de toda la vida y algunos, muy pocos, clientes. Por supuesto sin flores como es la costumbre. Se leyeron unos poemas de un tal José Gorostiza, "Muerte sin fin" a la puerta del mausoleo en el Cementerio Central. Petra siempre habitó en el centro de la ciudad. Ahí debían reposar sus restos. Luego Lina regresó a Alemania en paz. Comunicó a Heiko que por favor no se fuera a impresionar cuando pidiera el saldo en el banco. Petra les había dejado una fortuna en dinero.

- "Ya lo sabía" - le dijo Heiko desganado.

Durante las siguientes semanas, Lina descubrió que la náusea angustiosa de toda una vida había comenzado a desaparecer. Apenas se asomaba como un espejismo que le costaba recordar como verídico. Supo que no era debido al dinero. Llegó a aquella conclusión, elemental, porque finalmente se descubrió feliz. Tenían un hijo sano y hermoso que entraba a su séptimo año de vida; estaba enamorada de su Heiko, todos gozaban de excelente salud y su madre le había enseñado y demostrado que la felicidad era realmente el poder disfrutar de las cosas simples de la vida.

Una mañana de un sábado cualquiera, como acostumbraba Heiko tantas otras veces, le escuchó decir:

- Lina, voy a comprar cigarrillos, ya vuelvo.

De eso han pasado diecisiete años. Heiko jamás volvió. Se desvaneció como si nunca hubiera existido. Ni una huella, ni un rastro. Nada. Lina sólo captó que la había abandonado, no cuando se cansó de buscarlo durante cinco interminables días con sus insoportables noches por hospitales y estaciones de policía por todo Hesse, como una demente, sino cuando descubrió que Heiko había vaciado todas las cuentas bancarias. Todo. Hasta el último céntimo. Íntegramente legal como le explicaron en el banco:

- ¡Señora, sus cuentas bancarias son mancomunadas! ¡Vea, compruebe usted misma, aquí está su firma en este documento en el cual autoriza a su marido sobre todas sus cuentas. Mire usted, además acá están registradas, y hasta selladas por notarios colombianos y autenticadas por el consulado alemán en Bogotá, el poder plenipotenciario que usted le dio a su marido, el señor Heiko Schellart sobre todas sus propiedades y escrituras!

Un timo perfecto.

¡Afortunadamente le dejó el hijo!

Desde entonces la náusea ha estado presente. Va y viene por ratos.

Ese malestar de estómago que la ha perseguido toda la vida como la frase simple y llana de Heiko:

- Lina, voy a comprar cigarrillos, ya vuelvo.

Uno: Voy a comprar cigarrillos; ya vuelvo enviado a Aurora Boreal® por Guillermo Camacho. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Guillermo Camacho. Foto Guillermo Camacho©Tatiana Bydantseva.

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