Una mañana

juliana_diaz_002En el parque hay dos caminos: el izquierdo delineado a ambos lados por acacias moradas cuyas ramas se unen como adolescentes cogidos de las manos; el derecho delimitado por postes negros con faroles como lunas. Entre los caminos
un río atrapado entre piedras. Nada suena en el pavimento. Se alcanza a ver la sombra de una mujer muy pequeña que no habla. Nunca habla. Vende flores. Abre los ojos el hombre que se sienta en la banca al frente de la iglesia con un vaso rojo en la mano. Rocío matutino. Pesa el cielo.

Despierta.
El canto del canario se ha convertido en una queja desesperada. Tiene sed. Retira la jaula del lado de la ventana y llena el bebedero. Se ducha rápidamente; se mira al espejo: pálida, ojeras horrorosas, pelo crespo, esponjado e inmanejable. Quizás hoy conozca al hombre de sus sueños.

Despierta.
Alcanza a oír el ladrido agudo del perro del apartamento del frente. El diminuto french poodle también dejó el periódico hecho trizas ayer. Va a tocar llamarle la atención a la vecina. Se ducha rápidamente, se mira al espejo: barba carrasposa, pasa la lengua por los dientes, peluquería necesaria. Quizás hoy conozca a la mujer de su vida.

Juliana Díaz Baldocchi es Literata egresada de la Universidad de los Andes en Bogotá, Colombia. Ha participado en talleres de escritura y su participación en diferentes proyectos sociales le ha permitido intervenir en el campo educativo y literario. Fue ganadora del Concurso de Cuento De El Club El Nogal 2008 con su cuento "Una Mañana". Actualmente cursa una Maestría en Literatura Infantil en Roehampton University en Londres.

madrid_nevado_001Cierra la puerta, baja las escaleras. Cierra la puerta, se monta al ascensor. Vestido rojo, blazer gris, zapatos de tacón, corbata de rayas, crema antiarrugas, barba afeitada, perfume, colonia, labios rojos, billetera, pelo recogido y ordenado, dientes cepillados, portafolio, llaves en el bolso pequeño de cuero, celular. Mira a ambos lados, no vienen carros, llega al camino izquierdo. Ve a una mujer muy pequeña que no habla y vende flores. Mira a ambos lados, no vienen carros, llega al camino derecho. Echa una moneda en el vaso rojo del señor que se sienta siempre en la banca al frente de la iglesia.

Bailan las acacias. Pesa el cielo. Personas caminan, madres arrullan bebés, niñeras empujan coches, parejas de mano en mano, parejas de brazo en brazo, parejas de dedos entrelazados... y todavía no vuelan cometas. Podría haber millones de cometas, parejas volando cometas. Sopla el viento, mucho viento, un vendaval viiiennnntttoooo, vieeeeeennntttoooooooo, viento, viento, viento, cada vez, más fuerte, más fuerte, más fuerte, más fuerte, más fuerte... El cabello ya peinado y recogido lucha por mantenerse en su lugar,. El vestido rojo se levanta pero sus manos lo aplanan sobre los muslos. El portafolio se cae y vuelan papeles que no alcanza a recoger. El ventarrón se vuelve mojado. Pesa el cielo, y al avanzar, el aire es denso, el blazer se humedece, medias veladas se humedecen. La ráfaga no permite avanzar.

Al final de los caminos hay un puente donde se unen. El puente los espera. Tempestad; aguacero. Una mirada se encuentra con la otra. Los ojos se iluminan. Se detienen las acacias, los coches, las parejas, el río atrapado entre las piedras. Sonríen. Ella sigue a la izquierda y él a la derecha. Llegaron tarde y empapados al trabajo.

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