¿Cuándo llegan los jíbaros?

richard parra 250Entre víboras y nubarrones de bichos, se internan en el monte, macheteando la maleza. Su misión: apostarse en el extremo oriental del fuerte Yaupi.
El Coronel les dijo:
—Si un mono cruza la frontera, yo mismo los degüello a los tres por cagones.
Ahora la bruma y el bochorno se retiran y Oropesa destapa una cantimplora de aguardiente con carambola.
—¿Cabo Oropesa, y quién ganará la guerra? —pregunta Melesio—. ¿Los nazis o los ingleses?
—Los ingleses no aguantarán. Imagínate: los franchutes cayeron teniendo más poderío bélico.
—¿Y los rusos? —pregunta Amílcar.
—Esos comunistas se jodieron —dice Oropesa—. Hitler se lo tragará vivo a Stalin. Ya verán. Si se chifó a Francia enterita, si puso las patotas en París, imagínense qué hará con Moscú. Dicen que las rusas son bien ricas, van a cachar como gallos.
—¿Cómo un solo país le va a ganar a medio mundo? —pregunta Melesio—. No estarán exagerando. Eso no me lo creo, mi cabo.
—Alemania tiene el mejor ejército, inteligencia y propaganda del mundo —dice Oropesa—. Son los mejores vestidos además. Yo no soy mezquino, Melesio, ni mala leche como creo eres tú, que siempre metes raje.
—¿Y le conviene a Perú que ganen los nazis?
—Ya te dije: los peruanos son unos cojudos pisados por los americanos. Prado hace lo que Roosevelt diga. Pero en el ejército las cosas son distintas. Hay oficiales que para afuera dicen que son pro-americanos, aunque por dentro les guste Hitler.
—Sin embargo —continúa Oropesa—, en lugar de andar quejándose tanto de Alemania, por aquello de las olimpiadas, los peruanos debieran aliarse con ella. Necesitamos esa disciplina mezclada con nuestra pendejada.
—¿Y de verdad que en Lima hay nazis, mi cabo? —pregunta Melesio.
—Los vi en el periódico, cachorro. Gente blanquiñosa. También criollazos. ¿Pero indios o cholos? No creo, Melesio. Esos solo llegan hasta sacristanes como tú.

contemplacion 350—No joda pues, mi cabo.
—En Lima dicen que, en el colegio italiano, tienen una bandera de Mussolini del tamaño de un edificio. Los niños van con camisa negra y saludan así, con el brazo bien firme.
—¿Y usted ha visto nazis en persona, mi cabo, o solo le contaron? —pregunta Melesio.
—A mí no me pulsees, cachorro. Que ahorita te meto un sopapo.
—Mire, mi cabo, esta foto —dice Melesio sacando una bolsita del bolsillo—. Mi papá usa el bigotito como Hitler.
—Mi tío también lo usa así —dice Amílcar—. Y corte alemán.
—Está de moda, pues —dice Oropesa—. Y te da jale con las hembritas. De seguro que, cuando llegue a Piura, me lo dejaré crecer.
—Le quedaría bien el bigotito, mi cabo —dice Amílcar—. Tipo galán de cine.
—No hables así —dice Oropesa—, que pareces un poto roto de Lima.
—No me falte el respeto, mi cabo, que yo soy bien macho. Así como me ve, con mis dieciocho, ya tengo hijos en diferente mujer.
—¡Qué bien, carajo! —dice Oropesa—. ¿Y tú, Melesio? ¿Ya te llenaste una hembra?
—Todavía. Pero tengo un hermano y tres hermanas chibolos a los que tengo que cuidar yo solito. Mi madre se murió pariendo y el mierda de mi papá se fue con una putita.
—¿Cuántos años tienes, Melesio? —Diecisiete, mi cabo.
—¿Y tienes mujer?
—Llegando a Celendín me espera una.
—O sea, ya estás comprometido.
—No, pero su hermano me la prometió si regreso enterito de esta guerra.
—No seas huevainas, Melesio ⎯dice Oropesa⎯. No te aloques. Cuando llegues a tu tierra, mete cuentos. Que eres héroe, que te apresaron los monos, que conociste a Quiñones, cosas así habla. Las hembritas se te lanzarán solas, abriendo el culo. Te las tiras a todas y luego ya ves.

 

*

 

Mastican coca. Aguardan las órdenes para iniciar la ofensiva hacia el siguiente emplazamiento ecuatoriano, bajando el río Santiago.
—¿Por qué crees que peleamos contra los monos, Melesio?
—No sé, mi cabo. No me dijeron.
—¿Y tú, Amílcar, sabes?
—Por el honor del Perú, mi cabo.
—No me jodas, cachorro. Eso dicen los cagones de los oficiales. Dime lo que piensas, no seas rosquete.
—Por la patria le digo, mi cabo. Esos monos no reconocieron el territorio peruano. Ya los vio: se metieron a Zarumilla. Y todavía dicen que quieren el Amazonas.
—No seas huevainas —dice Oropesa— ¿Quitarnos el Amazonas, si su ejército es una cagada? ¿Con armas del año del ñangué? Ni batallones tienen. ¿No viste que reclutan jíbaros a la fuerza?
—El Coronel dice que los ingleses apoyan a los monos —interrumpe Melesio—, que les llegarán armas, tanques.
—Puro cuento —dice Oropesa—. Si los ingleses están guerreando contra los nazis. ¿Qué les importará un país perdido en la jungla como el Ecuador?
—Eso dice el Coronel pues, mi cabo. Será verdad.
—El Perú solo quiere el petróleo de Ecuador y ahora los monos están débiles y el cagón de Prado y sus amigos ricachones de Lima se aprovechan.
—Como sea —dice Amílcar—. Esta guerra es en venganza por nuestros muertos. ¿A cuántos soldados peruchos mataron los monos? Se han tumbado aviones. A ese tal Quiñones se lo bajaron en Quebrada Seca. ¿Acaso no tenemos derecho a vengarnos?
—Cierto —dice Oropesa—, pero esta guerra es por petróleo, chibolo, como la Guerra del Chaco. Si no hubiera riqueza de por medio, se cagarían en nuestros muertos. Un par de embajadores se sentarían en un hotel de lujo, se emborracharían, se culearían a las meseras, o se culearían entre ellos, porque todos los diplomáticos son cabros, y se olvidan de todo.
—Las cosas no son así —dice Amílcar—. El honor del Perú está en juego. Si no actuamos, quedaremos como unas lornazas ante el mundo.
—¿Tienes idea cómo nos ven afuera? —pregunta Oropesa.
—No, mi cabo.
—Como un corralón de indios baratos, putas y minerales. Nada más.
—Además —insiste Oropesa—: ¿tú qué sabes del honor, Amílcar?
—Honor tienen los que se imponen con los cojones. Los que no se dejan pulsear.
—A mí no me enseñaron nada sobre el honor en el cuartel —interrumpe Melesio—. Solo a meter tiros. En mi puta vida escuché la palabra "honor".
—Nunca la escucharás, cachorro —dice Oropesa—. Esta guerra es por petróleo y punto. Así me dijo el Coronel en tragos. Que los ingleses les dan plata a los monos, y los gringos armas al Perú. Que es un lío de compadres.
—No joda, mi cabo.
—Que debajo de esta selva —dice Oropesa— hay harto petróleo. Que cuando el Perú se chife a los monos les regalarán unos lotes a unas empresas gringas que pusieron las armas. Claro, una buena tajada para los políticos y generales.
—Mentira, mi cabo —dice Amílcar—. Eso parece un cuento de comunistas.
—Nada de comunismo —dice Oropesa—. Yo soy bien patriota, pero esa es la realidad. Que la patria esto, que el Perú lo otro, que los hitos del virreinato. Excusas para colegiales, para que los más ahuevados se vengan a la guerra de voluntarios como tú.
—No exagere, mi cabo —dice Amílcar—. ¡Los monos asesinaron compatriotas! Algo tenemos que hacer.
—¿Y tú crees que si te matan los monos, te vengaremos? —pregunta Oropesa.
—Si lo matan a usted, yo lo haría.
—Sigue alucinando no más, chibolo —dice Oropesa.
—A ver, Melesio —agrega—, ¿por qué peleas? ¿Porque te obligan?
—Tal vez, mi cabo.
—No te creo. Te veo cuando disparas. Tienes el odio bien metido. ¿O también peleas por venganza?
—Hay que hacer las cosas lo mejor posible, mi cabo —dice Melesio—. Yo no me pregunto nada, solo actúo.
—¿O sea, te da igual matar?
—No quise venir a esta guerra, mi cabo. Los cachacos me levaron una noche que ni me acuerdo.
—¿Te privaron de un culatazo y te subieron al camión?
—Estaba borracho en Celendín, mi cabo, ya me había dormido y los muy hijos de puta me cargaron así como estaba y aquí estoy pues.
—Bien que te levaron —dice Amílcar—, por choborra.
—No entiendo por qué a mí y a tantos nos traen a esta guerra forzados —dice Melesio—. Si el Perú es más fuerte. Tiene más aviones, barcos, infantería. ¿Para qué tantos reclutas improvisados?
—Es que, según el Coronel, invadiremos Guayaquil —dice Oropesa—. La que nos quitó el negro Bolívar. Luego Quito, hasta la Colombia, tierra de putas, llegaremos.
—¿Recuperar Guayaquil? ⎯dice Amílcar—. Lo máximo.
—No creo nada —dice Oropesa—. Pero así hablan los estúpidos de la plana mayor y aquí estamos para obedecer, ¿o no?
—Claro, mi cabo —dice Amílcar—. Si los oficiales nos ordenan "mata", debemos obedecer, aunque buitreemos como anoche, aunque se nos quiebre el corazón.
—Sí, soldado Amílcar, usted lo ha entendido recontra bien —dice Oropesa carcajeándose—: ¡Ese es el puto honor peruano!

 

*

 

Llueve en Yaupi.
"Está bien, porque así los bichos no me joden tanto", piensa Melesio. "Estoy harto de esta selva de mierda, de dormir jorobado, de las sabandijas, las ladillas, los milicos hijos de su madre".
—Cabo, qué facilito ha sido ganarles a esos monos —dice Amílcar—. Se corrieron por el monte los cobardes.
pasion enrique 350—Pero, tigre, esto no ha sido un combate —dice Oropesa—. No te confundas: ¡esto ha sido una masacre! Bien abusivos hemos sido. ¡Doscientos contra ocho! ¡No te pases pues!
—Es culpa de ellos —dice Amílcar—. Hace días que preparamos la entrada. Y, si no precavieron, su problema pues.
—¿Culpa de los soldados? —pregunta Oropesa—. No, tigre. Sus políticos los dejaron sin refuerzos. Sin radio. Encima, los traidores de los jíbaros se les voltearon. Se llevaron las cecinas. Papayas verdes tenían que comer, caña. Estaban con peste de diarrea cuando entramos.
—Esto es una guerra, mi cabo. Todo vale.
—¿Guerra? No seas payaso: ¡Doscientos contra ocho!
—Pero bien que usted también les desembuchó a esos dos monos que aquí estaban resistiendo.
—Era mi obligación y la de ustedes también. Si no: al paredón por rosquetes. Pero igual lo confieso: no me gustó eliminar hombres enfermos, hambrientos, con armas estropeadas.
—Ya ve —dice Amílcar—. Usted no puede criticar. Ha matado a mansalva.
—Pero los monos no se quisieron rendir —dice Oropesa—. Debemos reconocerles ese heroísmo. Ellos son los héroes acá, no nosotros.
—No sea cachaciento pues, mi cabo —dice Amílcar.
—Y tú, Melesio —dice Oropesa—. ¿Es la primera vez que matas?
—Sí.
—¿Y qué te pareció?
—No se siente nada. Son enemigos y el Coronel se la pasa diciendo que los monos no son gente, que son simios, que se comen entre ellos.
—Pero no se crean soldados todavía ustedes dos por matar hombres rendidos —dice Oropesa.
—Ganamos, mi cabo —dice Melesio—. A lo mejor, llegando al cuartel nos dan un premio.
—¿Premio? ¡Cómo sueñas, serrucho!
—Por lo pronto —continúa Oropesa—, ustedes dos, a seguir metiendo machete acá hasta que se les cumpla el servicio. A cargar agua, petróleo. A tomar masato babeado. A comer mono, sajino, pescados con espinas, pichuladas. Pero algo bueno después de todo: a tirarse jíbaras.
—Melesio —dice Oropesa—, tu eres de Celendín. Dicen que allá hay mujeres bien guapas. Dime: ¿te gustan las chunchas del monte?
—La verdad que no, mi cabo, son muy recias, nada amorosas, pero igual les meto huevo. Hembra es hembra.
—Pues anda acostumbrándote que en la selva tienes para rato.
—¿De verdad tanto tiempo nos quedaremos? —pregunta Amílcar.
⎯La posguerra durará hasta que te pudras ⎯responde Oropesa⎯. Acuérdate.
—¿Escucha eso, mi cabo? —interrumpe Melesio.
—Cuádrense, carajo—dice Oropesa— que viene el Coronel. Se acabó el relajito: ¡firmes!
Capturan el último fuerte enemigo del río Santiago. Allí eliminan a quemarropa a cuatro reclutas sometidos. Al oficial ecuatoriano a cargo, que no se rinde, lo ametrallan y, en medio de la jarana posterior, profanan su cuerpo. Le cortan las orejas. Le abren la panza y obligan a los prisioneros a comer sus entrañas. A los dos días, por orden del Coronel, envuelven el cuerpo del oficial en una bandera del Ecuador y lo sepultan con honores en una tumba improvisada.
No invaden Guayaquil, ni Quito, ni nada más allá del lote petrolero. Dicen que a Oropesa unos jíbaros salvajes lo caparon, lo descuartizaron y se lo comieron en un rito sacrificial. Tampoco Amílcar sobrevive. Una granada, que manipulaba con negligencia, estalló y lo dejó hecho picadillo.
Terminadas las hostilidades, los peruanos trasladan a los prisioneros a un campo de concentración cerca de Nauta. A Melesio, lo destacan como centinela. Son días aburridos y el shilico se la pasa hostigando a los prisioneros mientras estos cortan capironas para leña. En la ranchería, les mea la sopa de paiche. Los hace comer diarrea caliente. Los amenaza confinarlos con los leprosos.
Los domingos, después del rezo, los traslada a un canchón y los obliga a contar chistes y a hacer morisquetas y gracias. Los jíbaros, que llegan de la jungla con bastimentos para trocar y vender, observan a los cautivos como si estos fueran bestias de un circo. Así se distrae Melesio, mientras aguarda su medalla y su prometido relevo en recompensa por sus acciones.

 

richar parra 350Richard Parra
Perú (1977). Autor de los libros de relatos Contemplación del abismo (2010) y La pasión de Enrique Lynch-Necrofucker (2014). También es autor de la novela Los niños muertos (2015). En el ámbito del ensayo ha publicado La tiranía del Inca, libro dedicado al Inca Garcilaso de la Vega, gracias al cual obtuvo el Premio Copé de Ensayo (2014). Vive y trabaja como profesor universitario en Nueva York.

 

 

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"¿Cuándo llegan los jíbaros?" enviado a Aurora Boreal® por Richard Parra. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Richard Parra. Publicado originalmente en Revista Aurora Boreal® Nr. 17 de mayo 2015, especial autores Perú. Fotos Richard Parra © Richard Parra. Carátulas de los libros Contemplación del abismo  y La pasión de Enrique Lynch-Necrofucker © cortesía Richard Parra.

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