Mema - Arlene Carballo

arlene caravllo 250Desde la cocina, Mema escuchó las voces de sus hijas, Eloísa y Sara, en plena discusión. El portazo fue el indicador de que el altercado había terminado. Mientras preparaba la cena de viernes santo, se dijo que la situación familiar no podía continuar así. Cada dos o tres meses se decía lo mismo y nada cambiaba en su hogar. Doña Inocencia —Mema, para sus hijas y nietos— era incapaz de poner límites a su familia y esa debilidad la llevó a permitir que sus dos hijas y sus cuatro nietos se mudaran a su casa.
La abuela se dijo que los problemas comenzaron cuando Sara vendió el apartamento, por culpa de los perros de Angelito. Sara había conseguido comprar la residencia de bajo costo por su condición de madre soltera con tres hijos. El condominio, que estaba subsidiado por el gobierno, fue su gran oportunidad de ser dueña de una propiedad.
Sin embargo —a los doce años y con la hipoteca salda—, Sara decidió que no podía seguir viviendo allí porque, pese a su céntrica localización, a la cercanía de la escuela pública y de la estación del tren, la prohibición de mascotas le era demasiado onerosa.
Angelito amaba a esos perritos que su madre le había comprado debajo del puente del Expreso Las Américas por seiscientos dólares. Sara adquirió la parejita de pomeranians con el dinero que le pidió prestado a su mamá (y no le pagó) para complacer al nene que llevaba tantos años pidiendo un perrito. Los animales residieron con ellos como ilegales. A los tres meses, la perrita parió y el chillido de los cachorros recién nacidos los delató.
La abnegada madre de Angelito se rehusó a privar al jovencito de la compañía de sus canes y, sin reflexión alguna, vendió su única posesión para instalarse en casa de Mema donde ya vivían, por los últimos siete años, Eloísa y su hijo.

Desde el comienzo, lo convivencia en familia fue difícil. Angelito dormía con los perros en su cuarto y les mantenía el acondicionador de aire encendido durante el día para que no sufrieran de calor. El gasto de energía eléctrica se reflejó en la cuenta mensual y, de inmediato, comenzaron las batallas.
Mema optó por privarse del uso de la secadora de ropa para reducir el gasto. No obstante, Sara se resistió a tal sacrificio y continuaba utilizándola. Su madre, que jamás la confrontaba, prefirió remover el botón de encender la secadora para impedir su uso. La otra recurrió a diseñar una estrategia para encender el equipo con un destornillador. La compra de víveres, el consumo de agua y el uso del automóvil de la abuela eran otras fuentes de conflicto.
En la cocina, doña Inocencia se cuestionaba las razones de tanto problema mientras desmenuzaba la penca de bacalao. No entendía el porqué si ella hacía todo lo posible por complacer a sus hijas y jamás les negaba pedido alguno.
surrupita 300Cuando Eloísa se antojó de casarse a los dieciséis años con un novio de la escuela superior, doña Inocencia, en contra de su marido, le consintió el capricho. Acogió a su hija y al nuevo esposo en su hogar sin imponer un plazo o una regla. Después de que la recién casada tuvo a su niño, la abuela fungió como niñera para que la parejita pudiera salir y divertirse sin la carga de un niño. El matrimonio se disolvió a los pocos años de haber formado un hogar propio y en cuestión de unos meses, Eloísa retornó al hogar por no sentirse apta de criar sola a su hijo. La historia de Sara incluía tres embarazos de un hombre casado que llevaba años en espera del momento propicio para separarse de su esposa.
Fue cuando pelaba los guineos hervidos para la serenata de bacalao que Mema escuchó los golpes afuera. Su nieto, Angelito, la llamaba con urgencia. El alboroto alertó a Sara y ambas salieron para encontrar al joven desesperado por entrar. Lo perseguían unos maleantes a los que debía dinero. Luego de abrir los portones de la marquesina, la abuela vio cómo Sara abofeteaba a su hijo y se voceaban insultos que la avergonzaron ante sus vecinos. Intentó intervenir en la trifulca. Metió una mano para separarlos y recibió un empujón que la lanzó a rodar cuesta abajo hacia la calle. Ofuscados por la riña, los otros ni la miraron. Del golpe, Mema se fracturó la cadera y el intenso dolor le provocó un paro cardiaco. Los residentes de enfrente salieron a atenderla y llamaron a los servicios de emergencias médicas.
Durante cinco días, doña Inocencia agonizó en la unidad de cuidado intensivo, mientras en su casa se debatían a quien le tocaría cuidarla. Murió sin escuchar las excusas que se lanzaban sus hijas para no visitarla en el hospital.
mujeres mal 300Los arreglos funerales causaron más discordia en la familia pues Sara estaba enterada de que su madre tenía unos ahorritos separados para su entierro. Fue ahí que descubrió que su hermana los tomó, en calidad de préstamo, para ir a una entrevista de trabajo en Florida. No la contrataron, pero aprovechó y se llevó a su hijo para que visitara los parques de diversiones. De la aventura, retornó a los dos meses, luego de gastar todo el dinero.
Debido a que la familia carecía de los medios para enterrar a doña Inocencia como era su deseo, la cremaron en el lugar más económico. La única misa que se ofreció en su nombre la pagaron los vecinos con una recolecta. Allí, Eloísa y Sara lloraron hasta casi desfallecer de dolor ante la pérdida de su madre. Al final de la ceremonia, se disputaron quién llevaría las cenizas al hogar. Esa noche, otro conflicto surgió porque ambas deseaban poner la urna en su cuarto.
Al año, el banco ejecutó la casa por falta de pago. Las hijas de doña Inocencia abandonaron el hogar de su niñez con unas pocas pertenencias que acomodaron en el vehículo de Eloísa. El de la abuela lo dejaron estacionado en la marquesina; era un trasto inservible luego que el motor se quemara por falta de mantenimiento.
La familia de Sara vive en un apartamento de alquiler muy pequeño, sin los perros. Allí, secan la ropa al sol y, por las noches, se refrescan con un abanico. Luego de perder el auto en otro choque, Eloísa se mudó cerca de una estación del tren.
Las hermanas ya no se hablan porque, durante la mudanza, no se sabe cuál de los nietos tumbó la urna de las cenizas y nadie quiso recogerlas.

Publicado en la colección de cuentos Mujeres que se portan mal, 2013

 

arlene caravllo 375Arlene Carballo
Puerto Rico. Escritora y tallerista. Posee una maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón y terminó sus estudios post graduados en Administración y Salud Pública. Es la pasada vicepresidenta de la Cofradía de Escritores de Puerto Rico y pertenece al Comité de Escritores del Festival de la Palabra; en este evento literario funge como Coordinadora del Programa Escolar y presentadora. Su microcuento “La herencia” fue premiado con una mención de honor y forma parte de su primera publicación, Mujeres que se portan mal, una antología de cuentos sobre quienes se atreven a retar las reglas para cambiar el mundo en el que se desenvuelven. En el 2014 publicó el cuento infantil "El pelo maravilloso de la Surrupita" que contiene 20 ilustraciones realizadas por su hija menor, Isabel Fadhel Carballo. Sus relatos son parte del material didáctico de la Universidad de Puerto Rico, de la Universidad del Este de Carolina y de la Escuela de Lenguas Europeas y Latinoamericanas de California, Estados Unidos. Algunos de sus trabajos han sido publicados en periódicos y revistas.

 

"MEMA" hace parte de Aurora Boreal® Nr. 13, especial autores de Puerto Rico, mayo de 2013. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Arlene Carballo. Foto Arlene Carballo © Legna A. Calderón. Carátula del libro Mujeres que se portan mal © cortesía de Arlene Carballo. Carátula del libro El pelo maravilloso de la Surrupita © cortesía de Arlene Carballo.

Para descargar el especial Aurora Boreal® Nr. 13 Autores de Puerto Rico pulse aqui.

AB 13 may 2013 250

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