La entrevista

la fotomaria balladares 005In memorian JC,
fantasma en este cuento

 

SR: En la entrevista que concedió a diario El mundo de Lima el 29 de mayo de 1981, usted menciona que su madre había sido una afamada pianista alemana. En otra entrevista concedida a Joaquín Soler Serrano a inicios de ese mismo año para la Televisión Española, usted comentó que su madre era una campesina alemana, que perdió una pierna en un accidente con un tractor siendo muy joven. Dos años después, en una entrevista concedida a la revista Objetos de Caracas el 1 de junio de 1983, usted dice que su madre, una ingeniera húngara muerta en el parto, había regenerado el concepto arquitectónico de la entrada principal en las viviendas de una sola planta, en un artículo publicado apenas dos meses antes de su muerte. En posteriores entrevistas, no la vuelve a mencionar. ¿Podría explicarnos por qué existen tantas versiones sobre la vida de su madre y por qué posteriormente decidió guardar silencio al respecto?


RG: A mí me parece mejor que el asunto se quede como está, señor reportero. Mi madre y yo a nadie interesamos, a excepción de usted aparentemente.
SR: Me parece que eso no es exacto, señor Gill. En todo caso no sacaré a colación un tema que le resulte molesto. Sólo quiero explicarle que traté de abordarlo porque el conjunto de esas tres versiones es apenas la primera de muchas tríadas posteriores a propósito de otros momentos de su vida. Es muy difícil, sino imposible que alguien pueda decir que sabe con certeza algo sobre usted. Cualquier relato biográfico sobre Roberto Gill es ante todo un relato ficcional.
RG: Claro que hay gente que sabe sobre mí. Lo que pasa es que nadie sabe la verdad completa. Por lo demás, eso no es de admirar, ni novedoso.

María Auxiliadora Balladares. Ecuador, (1980) ha realizado estudios de doctorado en Literatura hispanoamericana en la Universidad de Pittsburgh. Su trabajo de investigación gira en torno a las diversas expresiones de lo común en la poesía latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Su primer libro de cuentos, Las vergüenzas, se publicará este año.

SR: Volviendo a los relatos sobre su vida, en las biografías que sobre usted se han escrito siempre hay algo de lúdico. Ninguna es muy extensa, por supuesto, pero las pocas que existen tienen idéntica estructura: son un juego para los lectores. En esos relatos, hay varios momentos en los que el lector debe escoger entre tres versiones que el biógrafo presenta, incapaz él mismo de escoger una, señor Gill. Con usted, el género biográfico se ha renovado. Y no puede decir que no, no cabe la falsa modestia.
RG: Está bien, no le voy a decir que no. Pero tampoco que sí porque no me ha hecho una pregunta.
SR: Tiene razón... No le he hecho una pregunta... Para seguir en el ámbito de lo biográfico, ¿le interesaría a usted escribir sus memorias?
RG: Creo que construir cualquier cosa requiere de una fuerza de la que yo, hoy por hoy, carezco, señor reportero. Esta entrevista, por ejemplo, implica para mí un gran esfuerzo. Reconstruir la vida me parece un acto casi agresivo, devastador. La ficción puede ser igual de dura, pero en mi caso, que no sé si es particular, la pendiente es menos inclinada. Ya mencionó usted a mi madre y créame que las tres versiones sobre ella me duelen, señor, aunque una de ellas suene bastante ridícula. Lo cierto es que al ser tres y no una, ese dolor se amortigua y, al mismo tiempo, la imagen de mi madre se vuelve más grande. Yo no sé inventar historias. Soy muy malo. Todo lo que he hecho se lo debo al ingenio de otros o a la vida de los otros.

En ese momento, Roberto Gill toma su vaso y bebe todo su contenido.

bela bartok 001RG: Mi hermana tiene tres hijos, señor reportero, pero también tiene dos y también tiene uno. Eso es lo que pasa. No tiene que publicar esta entrevista, sabe. Creo que sería mejor que esto que le digo quede entre usted y yo. Después de todo, estamos condenados a mirar el centro del círculo desde la circunferencia. Me gusta el piano, sabe, me gusta Béla Bartók en particular. Mi madre amaba a Béla. Pero también amaba a los animales y a las ventanas. Disculpe la dispersión. Pregúnteme lo que quiera. Usted ha sido muy paciente conmigo.
SR: Gracias, señor Gill. Al contrario, usted ha sido muy amable y generoso al aceptar esta entrevista en su actual condición.
RG: Las condiciones no son impedimentos, señor reportero. Yo todavía siento mi pierna, sabe. Todavía la siento, a pesar de que ha pasado tanto tiempo después de la amputación.
SR: Recuerdo que sobre su enfermedad también hubo tres versiones.
RG: Sí. El problema con las enfermedades es que no son buena base para ninguna mentira, para ninguna ficción. No es posible inventarlas ni ocultarlas, al menos durante demasiado tiempo, siempre termina por descubrirse la verdad. Soy diabético, obviamente. Pero en algún momento tuve sida y también arterioesclerosis.
SR: Coincidencialmente, en una de las versiones sobre su madre, ella también ha perdido una pierna. Así, señor Gill, su vida deviene la realidad que le roba imágenes a la ficción.
RG: O al revés. Ya no lo tengo claro, señor reportero.

Roberto Gill llena el vaso. Bebe con lentitud pero vuelve a vaciarlo.
RG: Lo cierto es que por la enfermedad perdí la pierna, pero por ella he ganado otras cosas. Desde que me enfermé, he aprendido a relacionarme con la comida de otro modo. A partir de la diabetes, me he convertido en una suerte de melancólico de la buena cocina. Soy comelón; ahora, un comelón al que le han clausurado la boca, pero comelón al fin. Ha sido bueno extrañar la comida. Ha sido un ejercicio interesante. Aunque no le puedo mentir, prefiero comerla que extrañarla. No ha sido tan malo. En todo caso, era lo único por lo que hasta ahora no había sentido verdadera melancolía.
SR: Y si nos remitimos a su obra, la comida constituye uno de los motivos más trabajados y celebrados, sin duda. Se ha referido a él casi con abnegación. Recordemos que, hacia finales de los ochenta, usted se dedicó a la actuación y formó parte, durante tres años, del grupo de Jean-Pierre Cobain, para quien, además, escribió algunos textos que fueron llevados a escena. Precisamente, uno de ellos se trata de un grupo de chefs: un italiano, un francés y un peruano que, encerrados en una cocina, planeaban el envenenamiento de un rey.
RG: Está usted tan bien informado que esta entrevista la pudo haber llevado a cabo, perfectamente, sin hacerme una sola pregunta.
SR: No, señor Gill. El público disfrutará oyéndolo a usted.
RG: No, no, no. Está muy bien venir preparado. No hay nada peor que una entrevista en la que uno tiene que guiar al periodista como haciendo una labor humanitaria. Bueno, mirándolo en perspectiva, perfectamente el rey podría ser yo. Recuerdo muy bien esa época porque yo vivía fascinado con Jean-Pierre, a quien considero el más grande director teatral del mundo. Lo que me vuelve loco de él, más que su técnica como director actoral, que es la faceta que más de cerca conocí yo, es su manejo del espacio. Jean-Pierre es el escenógrafo de todas las obras que dirige. En Québec, el gobierno puso a su disposición una casa vieja, en donde funcionó y funciona todavía el centro de operaciones del grupo. Es una casa hermosa, pero los espacios son bastante reducidos. En el desván, Jean-Pierre adecuó una pequeña sala de teatro, donde se estrenaban todas sus obras. Al tratarse de un grupo tan prestigioso, nos invitaban siempre a los grandes teatros de Canadá y del mundo. Lo increíble es que Jean-Pierre nunca modificó las escenografías pensadas en función del espacio del desván de la vieja casona de Québec. Entonces, imagínese el escenario del... Teatro Colón de Buenos Aires, que mide 35 por 35; bueno, en ese escenario gigantesco, Jean-Pierre instalaba una cocina de 8 por 8. El resto del espacio quedaba desocupado, sin luz, pero tampoco resguardado por el telón. ¿Y sabe lo que lograba Jean-Pierre con eso? No hacer teatro, sino teatro dentro del teatro. Y, por supuesto, obligaba al espectador de las grandes cosmópolis a mirar el vacío, la nada. Para Jean-Pierre Cobain, salir de Québec era volverse un poco loco y nos arrastraba a todos en esa odisea.
SR: ¿Es quizás por esa misma razón que usted no ha salido de su propia ciudad en los últimos años?
RG: Le puedo dar algunas razones válidas por las cuales no he salido de esta ciudad en mucho tiempo. Desde los afectos, pasando por mi enfermedad, hasta las montañas, señor reportero. Y aunque, en parte, son motivos verdaderos, hay uno que es mucho más contundente.
SR: ¿Nos podría contar sobre eso?
RG: Está bien. Usted comenzó esta entrevista hablando de mi madre, y por ahí va la respuesta justamente. Al nacer yo, sobre mi familia paterna cayó un manto de tranquilidad. El apellido traído de Europa aseguraba su continuidad en estas tierras. Pero costó un tanto que yo naciera. Cuando mi madre quedó encinta la primera vez, viajaba mucho, hasta que tuvo una recaída y el doctor le recomendó reposo absoluto. Como se podrá imaginar, mi padre casi obligó a mi madre a quedarse inmovilizada en la cama, pero ella ingenió salidas para liberarse. Perdió ese bebé, pero se quedó encinta de mí casi inmediatamente. En esta ocasión, ella, por su propia cuenta, dejó de viajar y se instaló en una vieja casa del centro, la casa que mi abuelo Gill había comprado al llegar acá. En esos meses de espera, mi madre desarrolló una condición. Ahora sabemos que era delirium. Así la llama la psiquiatría moderna. Bien. Tengo la certeza de que la condición vive en germen en mí. Estoy, en realidad poniéndome a prueba.
SR: Esto que me está relatando es increíble.
RG: No, señor reportero, no es increíble; es mentira. No se asuste usted. ¿Cree que si tal cosa fuera verdad yo se la contaría? Jamás. Mi verdadero problema radica en que quisiera ser un poco más como Jean-Pierre o mi madre, pero estoy muy lejos de ellos. Disculpe, en realidad creo que sigo poniendo a prueba su paciencia. Voy a responder a su pregunta. No salgo de esta ciudad porque no quiero, señor reportero. Me parece que ésta es la ciudad más hermosa sobre la faz de la tierra. Me gusta saber que cada mañana me despierto aquí y no en otro lado. Créame que me gusta el mundo, me gustan muchas ciudades del mundo, pero ésta es todo lo que quiero hoy por hoy..
SR: ¿Qué más le gusta a Roberto Gill?
RG: No sé, pregúntele a él.
SR: ¿Y a usted qué le gusta hacer?
RG: Bueno, la verdad es que me gusta oír música. Creo que ya le hablé de mi amor por Béla. ¿Sabe qué me gusta de él? Su inconsciencia. Béla Bartók es un inconsciente. Se cree niño Béla. Hace lo que le da la gana. No respeta a nadie y eso termina por gustar tanto. Como Buñuel, que al estreno parisino de Un perro andaluz asistió con piedras en los bolsillos para defenderse de las agresiones de la gente, que estaba seguro iba a recibir una vez se terminara de proyectar el film. Pero la gente, "la gente culta" se paró y lo aplaudió largo. Salieron encantados de la sala de cine. Y Buñuel con sus piedritas en los bolsillos. Lo mismo le pasa a Béla. Creo que espera molestar y logra todo lo contrario.
SR: Me parece que a usted le sucede lo mismo con su ficción.
RG: Eso lo dice usted, señor reportero. Yo creo que no logro nada de eso, ni estoy seguro de que sea lo que busco. Yo creo que mis ficciones son más bien otra cosa. A Bartók y a Buñuel los incentiva su tiempo. Pero, sabe, me resulta un poco extraño hablar de lo que hago.
SR: Por favor, para todos los demás sería enriquecedor.
RG: Ja. En fin, me parece que lo que busco es la repetición, como se repiten las tablas para memorizarlas, ya que insiste en que le diga. No es la repetición de los grandes temas de la literatura, señor reportero, es la repetición, punto. Fíjese en la entrada de mi casa. Entre paréntesis, podría decirle que la diseñó mi madre, pero no lo voy a hacer. Lo cierto es que hasta que no se cruce el tercer umbral, no se puede decir con certeza que uno esté adentro. Lo mismo pasa o intento que pase en mis relatos. La repetición sólo para estar más adentro.
SR: La repetición que calma, que apacigua...
RG: ... que cansa, que fastidia. Todo eso, señor, todo eso.

Gill observa su vaso. Lo mira vacío. Hace como si fuera a tocar su pierna, la que ya no existe, pero, a tiempo, se detiene.

RG: Me ha gustado mucho conversar con usted, señor reportero, pero le voy a pedir disculpas porque me siento muy cansado y debo dar por terminada la entrevista. El tiempo ha pasado volando y todavía tengo que encontrarme con dos reporteros más. La verdad es que quisiera reposar un poco. Vienen del extranjero, sabe. Creo que me estoy poniendo viejo, y lo triste es que eso le resulte evidente a todo el mundo.

 

La entrevista enviado a Aurora Boreal® por María Auxiliadora Balladares. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de María Auxiliadora Balladares. Foto María Auxiliadora Balladares © María Auxiliadora Balladares. Foto Béla Bartók tomada de internet.

Suscríbete

Suscríbete a nuestro boletín y mantente informado de nuestras actividades
Estoy de acuerdo con el Términos y Condiciones