Suite del tiempo
I
De entre todos los vestidos posibles
elegí el del invierno:
la sonrisa escondida de los lobos
el gesto de la piedra sepultada en la nieve
la rabia inmemorial de los árboles arrojados al fuego.
Hice de la nostalgia mi raíz predilecta
sin más luz que el recuerdo de veranos pasados
con sus discretos dedos amarillos me aniquiló la tierra.
Yo sentí algo perdido
un hueco en todo el cuerpo
vasto y terrible
y una tarde, cuando miraba el cielo
supe que esa carencia
eran todos los pájaros del mundo.
De mi boca sin plumas, desde entonces
brotan estalactitas
carámbanos de hielo poblaron la garganta
la gruta que antes fuera
origen de palabras
de primaveras viejas y mejores.
II
La prueba contundente de que existe algún dios
es el otoño.
Dejémonos de iglesias erigidas sobre trapos sagrados
milagros que se visten de estatuas y de yeso
es el otoño, sin lugar a dudas,
la más perfecta manifestación de Dios.
Acaso un par de cosas sean tan crueles
como el ardor fingido que desnuda la rama
sin el reposo real de la ceniza.
Es propio de los dioses el humor más negro
atesorar belleza y decadencia en la misma urna
si fuera cierta su piedad remarcada
no imperaría esta caída libre y vergonzosa del tiempo
este ir y venir del aire hacia la tierra
sería gloriosa y rápida la muerte
abierto aún el lirio de los labios
sin cadenas de carne o de huesos.
No impedirían las hojas una silente fuga
no habría fruta podrida en las canastas
no existiría esta muerte pausada color ocre.
III
No es de fiar este marzo de sol resucitado:
algo hay de mustio en toda primavera
algo falso en el campo, intermitente lápida dormida.
Un mal augurio en el rosal hiberna
en el suspiro dócil con que cede al rocío.
Esta alegría de pájaros y manos
susurra entre el centeno una verdad negada:
fue el hambre y no los labios
el verdadero inicio de la fruta.
Absoluta montaña en Sísifo y sus dedos
todas las primaveras son engaño:
mausoleo circular de inhumana blancura
como la cal vertida sobre los perros muertos
para ocultar su aullido de la noche.
Frente al espejo...
Frente al espejo
la nueva cicatriz de la impaciencia
líneas horizontales surcan el rostro
capas de piel y grasa me aprisionan
matrioshka roja y blanca
más cansada la mujer
dentro de la mujer.
No me pertenezco
los músculos han decidido mis pasos
mi cuerpo dicta descanso y hambre
hasta lo más sublime
es cortado de tajo
por sus ansias primarias
todo es satisfacerlo hasta la muerte.
Ésta que creo ser
asoma resignada por los ojos
y comprueba
que el cuerpo me posee
y no al contrario
como agrada pensar a los que piensan.
Amor no
Perdámonos
contra el tiempo y el polvo.
Sólo tu cuerpo, el mío
degollados.
Pensemos el sudor
como principio único del agua.
Ay
pero el amor
es tan pesado tan negro
no quiero ensuciar tus muslos con su rastro
ni que manche mis dientes
o me amargue la lengua.
Prefiero tus manos que abrasan mis lugares comunes.
Mejor el hambre de los perros nocturnos
la mutilación por los buitres del ansia
esta sangre que corre por las piernas.
No sobadas palabras
sino cuerpos.
El aliento a través de la tela
los pasillos
una puerta que se abre.
Elegir tu saliva.
Besar
en medio de la peste que es el miedo.
Adivinar tu carne
y esperar.
Esperar.
Desnudos de palabras.
No nos amemos como si fuera cierto.
La falsedad de Circe
Lo podemos decir:
todo ha terminado
los anhelos la espera los silencios.
Terminó como empieza:
por un beso
un punto suspensivo
palabras resolladas.
Este cuerpo se cierra
como ciertos insectos
previniendo la muerte.
Sólo me pesa
la carne que desconoce el fuego anterior a la podre
me pesa
este miedo debajo de la lengua
los pezones erectos, expectantes
la humedad en los labios desperdiciada
pesa
el lastre en las jaurías
marítimas del tacto∗
y no saber amar de otra manera
sino desde el estómago y el hambre,
sino desde el tifón y los derrumbes.
* José Chapa
Canis lupus
Pero el llanto es un perro inmenso.
Federico García Lorca
Inconfundible, fuerte, el desamparo
deja una estela gris en las pupilas
un sudor en la nuca, pestilencia
hace brotar del bosque amor y fieras
escuché aquel octubre tras la puerta
cierto rumor dorado
una bestia dormía, quizá soñaba
un relámpago negro era su ojo
parecía mirar más allá de mi carne
cayeron de su hocico girasoles
adiviné su beso
transformé el corazón en una cueva
tapizada con fango
le dije "Ven"
entró
pero de madrugada
oteaba tras el vidrio
buscaba en su memoria
quién sabe cuáles bosques
me hice pasar por bestia
ofrendando mi vientre a su vigilia
éramos tan felices
cierta noche un aullido
cayeron las cadenas de sus dientes
en su hocico hambre y guerra
destazó mi entrepierna
mi cadera
mis muslos
abandonó la casa
no espero su regreso:
el amor
(lo sabemos)
es un depredador, no mascota faldera.
Trabalenguas
Triste como los tigres pega su lengua al suelo
se le traban las fauces.
Avergüenza sus garras cuando traga pastura.
Ya no ruge.
Camuflada recorre negros campos de trigo.
Toda fiera vencida es un rumiante.
Canción contenida (fragmento)
V
Somos cenizas y nieve
miente
quien se atreva a decir lo contrario.
Miente
quien crea en las puestas de sol
en algún dios silencioso
que todo lo contempla.
Somos cenizas y nieve.
Polvo y agua tristemente revueltos
tratando de ser
algo más que el sueño inquieto de agosto
algo más que sólo algo.
lo saben los que sonríen ante la sangre
lo saben los que esperan.
Lo sabrán los que duermen
los que oyen y postergan
los que gritan y aceptan
los que aceptan las manos.
Lo sabrá todo el mundo
aunque nadie lo diga
aunque nadie lo diga.
Aunque lo diga nadie.
Poemas de Atenea Cruz enviados a Aurora Boreal® por Atenea Cruz. Publicados en Aurora Boreal® con autorización de Atenea Cruz. Foto Atenea Cruz ©Atenea Cruz.