Juan Carlos Méndez Guédez: un escritor que escribe fino

maletines 152Los Maletines
Juan Carlos Méndez Guédez
Novela
Colección Nuevos Tiempos
Ediciones Siruela S.A., Madrid
Páginas 386
2014

 

 

 

Hace una buena cantidad de años tuve el privilegio de vivir y trabajar en Caracas por una temporada larga. Cosas importantes sucedieron en mi vida allá, donde fui muy feliz. Llegué en los años de un presidente que seguramente es más recordado por una amante que no le aceptaron en un viaje oficial a otra nación. Procreamos dos hijos al ritmo de ron Cacique, comimos muchos tequeñones y vivimos en Sebucán, en una calle con vista al maravilloso Ávila, en un derrame continuo de verdes, con un carnicero italiano y un panadero portugués a la vuelta del edificio, en un apartamento desde el que, al mirar por atrás, se veía un hermoso palo de mango, de aromas que aún recuerdo nostálgicamente en algún rincón congelado de mi memoria. ¡Los mangos se caían al piso y nadie los recogía! Iba a San Bernardino a una heladería y también a visitar a la hermana de Jenny, una amiga de mi hermano casada con un rabino pobre, que me daba unas papas fritas de la P&G con sabor a cartón y todas de apariencia uniforme, perfecta y adictivas. Volvía a Sebucán por esa cota mil que olía a gasolina mientras un ejército de autos americanos gigantes de motores poderosos la recorrían a toda velocidad. Una mañana en Altamira, cuando iba para el trabajo, me tocó ver al primer muerto de mi vida en el interior de un Renault 5. Un hombre alto y corpulento yacía en la mitad de la avenida Francisco de Miranda a la altura del Parque Cristal, muerto, con los ojos idos, la boca entreabierta y una cadena de oro que le colgaba del cuello como si le picara mientras la cabeza se asomaba por la ventana del vehículo. Seguramente lo habían baleado. Y ahí quedó, en el interior del Renault 5 a las ocho y cuarto de la mañana, creando un atasco increíble de autos y motorizados (motocicletas). Los martes y los miércoles por la noche pasábamos a bailar a Altamira en maletines 350un bar de puertas oscuras custodiado por un cubano de dos metros de altura con cara de gorila pero más manso que una paloma. Nos dejaba pasar sólo esas noches, los fines de semana era imposible entrar al Habana Vieja. En ese entonces los cubanos eran queridos. Otros cubanos, que habían llegado, seguramente de emergencia, en una noche de fin de año de 1959, se habían consolidado y controlaban la distribución de refrescos y las grandes cadenas de televisión. Las mujeres de la oficina eran hermosas y en el trabajo nos divertíamos como en una gran familia. Si despedían a alguien, se hacía una fiesta. Si nacía un nuevo hijo, se hacía otra fiesta. Si el dólar seguía subiendo, otra fiesta. Si moría alguien, el velorio terminaba en baile y bonche sabroso, sin importar que uno no conociera al muerto. Y estaba siempre el mar, Machurucoto, los viajes a la Guaira, El Macuto Sheraton, Las Mercedes con sus librerías y sus restaurantes italianos. Y esos aguaceros del trópico que se descuajan de un momento a otro y llueve como en diluvio universal y de fin de mundo. Fui consciente allá por primera vez del Son de Almendra, que me encanta, y allá no sólo mejoré mi aptitud para bailar sino que, más importante, creo que empecé a aprender a gozar la vida. Entendí que esta fiesta dura dos días y uno es malo y es mejor vivir dando la importancia a lo que realmente importa y no que las cosas le den a uno la importancia. Más de veinte años después, cuando ya me había metido de atrevido a este oficio de editor de libros, nunca me imaginé que todos estos recuerdos llegarían con tanta fuerza una y otra vez. Ya me sucedió hace un par de años en Madrid al descubrir un libro de cuentos de Juan Carlos Méndez Guédez, Hasta luego, míster Salinger. Empecé a entender que este escritor, venezolano de 1967, recoge el verdadero guión de todo esto que pretendo confusa y desordenadamente plasmar en este comentario sobre su obra. Me causó un pánico agradable cuando Juan Carlos Méndez Guédez habla de los palos de mango, del olor a gasolina de la cota mil, y luego en Los Maletines de Donizetti, de Verónica, de Amandita, de la ex-mujer, del vago de Jesse, el nuevo compañero de su ex-mujer, que sólo se mueve de la hamaca al salón, del salón a la hamaca, de la hamaca al cuarto... y de Jaime, su hijo que cría otro, mientras Donizetti educa y quiere a la hija de otro, del Ñato, de Manuel ese amigo de juventud, de Marjorie, esa amante con la que apenas cruza palabra, de cuando su viejo lo llevaba a San Bernardino a una heladería de un judío, de esos cubanos de hoy allá que ya no son queridos. De eso de meter a Amandita a la ducha a las tres de la madrugada para bajarle una fiebre horrible que la incendiaba. En aquellos años míos en Caracas, en varias ocasiones me metí de madrugada a la tina con mi hija Laura para bajarle también una fiebre horrible mojándole con una totuma con agua por la cabeza mientras mi hija me decía –cónchale papi ¿dónde esta mi cintillo?-. Eso de la ducha para bajar la fiebre lo leí también en Los Maletines, su última novela, dónde me encontré con Rodrigo Díaz, ese nuestro librero peruano querido y muy especial de Ginebra, aunque yo los libros de Ribeyro me los compré casi todos en Madrid y me los leí yo tirado en un sofá de Príncipe de Vergara mientras a Rodrigo Díaz le compraba algunos de los libros de la poesía maravillosa de Américo Ferrari en cada viaje a Ginebra. Quiero interpretar que todo lo anterior que había leído de Méndez Guédez -Tal vez la lluvia, Tan nítido en el recuerdo y Chulapos Mambo- es para mí el borrador de lo que hoy es Los maletines. Méndez Guédez empieza el primer round de sus Maletines con los dos cuerpos que aparecieron frente al edificio de Donizetti , muy juntos, como  dormidos dentro de un carro de color azul. El Renault 5 de mi memoria también era azul, pero oscuro. ¿Cómo hace entonces uno para no dejar de leer el libro, sin pensar que a la mañana siguiente hay que ir al trabajo? Uno lee en la edición de Nuevos Tiempos de Siruela una nota de Andrés Neuman que dice que Méndez Guédez es un autor sigiloso pero brillante. Yo coincido con Neuman a pesar de no conocer toda la trayectoria literaria de Juan Carlos. Para mi Méndez Guédez escribe fino, sabroso, pero descubro que este autor aspira a escribir para algo más gratificante que ser aplaudido por masas ciegas (plagiando una frase del escritor español Pablo Gonz, afincado en el sur de Chile). En Los maletines se evidencia un tratamiento narrativo sólido y una atractiva y creíble construcción de los personajes evidenciando la madurez de Méndez Guédez en el oficio narrativo. Risa, crueldad, ternura, tristeza, denuncia, existencialismo siento yo a leer Los maletines desde la frontera nórdica, en la profundidad de mi estudio, desde donde he decidido atrincherarme hace ya unos buenos años para editar libros y difundir autores y cultura desde una Aurora Boreal® tranquila, que me roba lentamente esa luz de los ojos y me limita a leer sólo aquellos libros que mis ojos miopes quieren aceptar. Méndez Guédez profundiza en la búsqueda del ser humano y sus conflictos. Su tema es universal y su viaje pude ser decodificado en Caracas, en Copenhague o en cualquier ciudad de este planeta que se sigue poblando y destruyendo como si tuviésemos siete versiones del mismo planeta. Afortunadamente nos quedan escritores como Méndez Guédez. Un escritor que escribe fino.

 

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juan carlos mendez guedez 350Sobre Juan Carlos Méndez Guédez
Venezuela, 1967. Es doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca y escritor afincado en Madrid. Como novelista es autor de Arena negra, Chulapos mambo, Tal vez la lluvia, Una tarde con campanas, Árbol de luna, El libro de Esther y Retrato de Abel con isla volcánica al fondo. También ha publicado volúmenes de cuentos: Ideogramas, Hasta luego, míster Salinger y Tan nítido en el recuerdo. Varios de sus relatos y novelas han sido traducidas en Suiza y en Francia.

 

Juan Carlos Méndez Guédez: un escritor que escribe fino enviado a Aurora Boreal® por Guillermo Camacho. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Guillermo Camacho. Foto Juan Carlos Méndez Guédez © Lisbeth Salas. Carátula de la novela Los maletines cortesía de Editoial Siruela S.A.

 

 

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