Poesía oceánica: imploración a Eros

etnairis ribera 251Prologo para la edición italiana de: Etnairis Ribera, Ariadna del agua, Brescia: Edibom, 2012.

 

Ella está ahí. Regia. Intensa. Discreta. Están ella y su hilo. Ella y su Dédalo. Ella y su cuerpo (lozano, feraz). Se materializa y desmaterializa. Ella, Ariadna, está ahí. Sola, de soledad humana. Ahí están Ariadna y su fuego. Sin Apolos ni Centauros. Ella y su viento. Sin Dionisios ni Aquerontes. Ella y el mar (esa lejanía azul). Ella y el fuego. Ariadna cabalga en potro de nácar. Ella y su hilo de oro. Sí. Ahí están Ariadna y la tierra. Su tierra de fuego. Ariadna unge el hilo en su Centro. Ariadna está, ahí, sentada en la arena dorada. Tendida en el acantilado de oro. Ariadna y su doble herida (la del alma, la del bajo vientre). Teseo se desdibuja en el horizonte. Las jarcias albas colman la ausencia. Sin Ulises ni Dionisio. Ariadna ¿o Afrodita? Sin Ateneas ni Heras (manzanas de la discordia). Ariadna acoge un mástil en el arquitrabe secreto (su selva profunda). Y saborea su elíxir. Ella es materia y sueño. Historia y leyenda. El laberinto no es un entrecruce de vías falsas (sólo una espiral). A través de ésta logra regresar (evitando el centro). A Ariadna la obsesiona su boca, la de abajo. Ésta imanta al minotauro (¿el de Picasso o el de Homero?). El minotauro se sacia en esa fuente. Ariadna es ostra, himen y ombligo. Ariadna es serpiente, tiburón y delfín. Él, innominado, es jaguar, tigre y leopardo. La esfinge la sueña. Las Pléyades la plañen. Ariadna no llora (tampoco a los héroes de otra patria). Las Pitonisas la obcecan. ¿Y Paris? ¿Y Venus? Quizás se hallen en Creta. Y ¿Ariadna? Quizás cante en las arenas doradas de Naxos. Quizás dance entre las piedras de San Juan, Siracusa o Nikos. O sueñe, en el mundo, mientras abre su cuerpo. O muere, en la gruta, mientras se concede al mástil de plata . Éste corona su cuerpo. Los amantes levantan, con sus lenguas, las posible geografías del deseo...

Así parece comenzar la odisea de Etnairis Ribera. O, mejor, el periplo sin rumbo de su alter ego, Ariadna, que un yo lírico enraíza en el triángulo cuerpo / Eros / amor. Porque Ariadna en el agua es un intenso y rotundo encuentro con el amor hecho palabra. Y la palabra que compone el poema es sustantiva y el poema es carne y sudor, saliva y almizcle, piel y humedad. La palabra es materia y con las materias del cuerpo, en su totalidad, el yo lírico (¿o Etnairis?) modela ese mar en que navega, equidistante y soberano, en el triángulo espacial y emotivo Puerto Rico / Cataluña / Grecia.
Si ése es el espacio, ¿en qué tiempo viven estos poemas, si no en el del mito? Pues no es en el tiempo del hombre ni en el de la naturaleza. Por el contrario, es en el tiempo de la destemporalización de la palabra. Ese átimo en que Ariadna cruza de un hemisferio al otro para mirarse reflejada en el cuerpo y cincelada en las materias de su amado. Allí, donde los dos coronan sus cuerpos. Es allí, en el tiempo, en el tiempo de la palabra que huye inexorable, donde él se rinde al hechizo de la seductora y aguerrida Ariadna, mientras se besan mortalmente hasta su fondo. La erótica expresa la pulsión y la palabra redime a Ariadna del abandono a que está sometida en su periplo solitario. Por lo mismo, la palabra es salvífica ante el vagabundeo de la misma Etnairis, en ese encuentro entre autor y personaje, en ese trasiego entre protagonista y yo lírico.
Ahora bien, en ese escenario que es Mediterráneo en su circunstancia verbal, el yo lírico realiza un viaje navegando en las naves del cuerpo y, en la travesía de ese mar, combate una dura batalla con el fluir del tiempo. Mas éste no significa el fluir de un recorrido, sino por el contrario, cesación del movimiento, ineluctable retorno a los orígenes, eternización de instantes fugaces, perdurables. Sin embargo, Ariadna no para en puertos seguros, pues en ese escenario ariadna agua nueva 350sereno del Mediterráneo, irrumpe el más profundo sentimiento Caribe. El poema, deviene así, campo de amor y de batalla, geografía laberíntica del deseo, remanso donde posarse y confluir en el abrazo de amor. En la compenetración de los cuerpos rijosos se produce el estallido de la sensualidad, el estruendo de los sentimientos: conciencia de sí, liberación del ser.
En el Mediterráneo (Ariadna, mar-placenta), escenario de esta poesía, se representa la tragedia universal del amor-pasión, mito por excelencia de hembras y varones. Mas ese Mediterráneo jamás se vuelve Atlántico como, en cambio, sucede con los amantes que devienen dioses uno en el otro. Por el contario, es el Atlántico que deviene Mediterráneo para asentir que el mundo apolíneo, gobernado por la diosa blanca, se mute en dionisíaco, gobernado por la diosa negra, y permitir que el festín de los sentidos se vuelva protagonista de este canto en el que Aridana vive, interioriza y se inmola. Allí, donde los amantes embelesados se deleitan, tendidos, en morderse recíprocamente el sur de su propia rosa de los vientos.
Si el poema es carne y palabra ¿cómo logra la amanuense que recibe el dictado ubicar la metáfora en el Centro? Lo desvela Félix Córdova Iturregui en el brillante estudio introductorio a la edición original: con el uso sabio de la metonimia y la sinécdoque. El esquema lógico pars pro toto o totum pro parte, se desborda con la metátesis, la enumeración, la pancronía, el locativo, la flexión, más otro tanto buen número de elementos métricos. El ritmo, así, resulta sincopado, alterno, distónico. Y sobre este artificio retórico, propio de la lírica, reina, soberana, como Aridna en el laberinto, la imagen: fuente que fluye, ánfora que embalsa, líquido que se derrama hasta colmar la nave- cuerpo de Ariadna y de su amante innominado.
La imagen se funda en los signos. Éstos cobran vida en la página blanca, en la arena de Sitges, Yabucoa o el Egeo, en ese alternarse encadenado de blancos y negros que componen las sílabas y éstas (átonas, tónicas) alternan ritmos y música, conceptos y sentimientos. En los poemas de Ariadna del agua la palabra articula un mecanismo perfecto, exacto que, cual reloj de maestra, esparce símbolos y ella misma es símbolo de un nuevo universo. Las palabras dan cuerpo así al peregrinaje. Las palabras lo vuelven, a éste, humano. Este periplo, sin carta de marear, sin sextante y sin brújula, la triada Ariadna / Yo lírico / Etnairis lo va recreando palabra a palabra, verso por verso, poesía tras poesía. Con un lenguaje que no intelectualiza el canto, sino que lo libera a través de ritmos alternos, idas y venidas, saltos y caídas, silencios y sonidos, llenos y vacíos. En la página blanca de Ariadna. En la piel curtida del libro. En ese diario de bordo que reconstruye la epopeya. La del viaje de Ariadna hacía sí misma, hacia su centro, hacia su más auténtica y veraz condición de ser. Inextricable, epifánica concomitancia del mundo de los hombres, los héroes y los dioses. La imagen brota de ese contrapunteo vertiginoso de las bocas que empujan al tiempo a la mejor danza. A su primera y sola noche juntos. La noche en que un astro fugaz se pasea por la caverna recién rociada de Ariadna. Ahora vestida de lirio rebosante de escarcha que se cuenta a sí misma cuán difícil es el olvido. Y se sabe sola y sin norte en el légamo de la memoria. A la sombra del agua. Entre el tintineo de los guijarros. En media de las piedras con que se levantan pirámides y dólmenes. Ahora, a ella, sólo el mar la consuela. Se acerca el final. Ariadna atraviesa la puerta milenaria para que el canto culmine en una danza: alfa y omega de la creación.
Ariadna existe en su cuerpo: espejo del sueño. Ariadna vive su cuerpo: espejo del "otro". Ariadna piensa su cuerpo: espejo de sí. Ariadna entrega su cuerpo: espejo del mundo. El cuerpo de Ariadna es materia al igual que la palabra poética. La materia se ve, se toca, se huele, se saborea, se escucha. Las cinco acciones que también definen la sexualidad, no así el erotismo. El umbral entre éstos se desdibuja, se esfuma, se volatiliza. Pero no en esta poesía, protagonizada por Ariadna que antes de entregar el hilo lo pasa en su himen, lo baña de sí para florecer o agonizar en el otro. El hilo con que urde laberinto, mapa y ciudad. En su ostra, ella, escribe los nombres de sus amados, en su ombligo se posan los héroes, en su pecho sueñan los dioses. Concomitancia de signos, zozobra de la ausencia, estupor ante lo ignoto. Poesía de ayer, de hoy, de siempre.
Como acontece en toda la poesía de la reciente modernidad Etnairis logra ubicar la metáfora en el Centro y así logra atrapar al lector, mas lo hace en un tiempo ágil y dinámico en que la imagen lleva las de ganar. En esta poesía la imagen arrolla, como un río en creciente o un mar en tempestad, allí donde acelera el nexo entre situaciones, circunstancias, objetos y sujetos del canto lírico. Y el canto es grito y lamento, jadeo y paroxismo, cópula del mar y la tierra, del agua y el fuego. Poesía, en suma, orgásmica y orgiástica. Poesía corporal que no se ocupa de arrobar sino por el contrario de explorar, de suscitar el estallido de la pasión, de acelerar la conflagración de la palabra. Y ésta abre compuertas al descubrimiento de la realidad circunstante, orienta a la única destinación posible: el conocimiento. Por eso mismo se trata de poesía, la de Etnairis, sustantiva, nominal, concreta y material.
Todo el poemario es un treno a Eros, propiciador y auriga del amor. Intermediario entre los dioses y los hombres. El que viene después del caos original. El designado que no le hace antesala a la creación. Y, como toda genuina poesía, también es testimonio de la unidad del hombre y el mundo. Etnairis desvela la inocencia del ser. Ariadna revela, el salto agónico que brinda la posibilidad de inmersión en lo absoluto. O, cuanto menos, la desgarradora tentativa por alcanzarlo. Por eso mismo Ariadna siente el mar desde el laberinto. Desde allí, Etnairis, como los cronistas de indias, pergeña la historia de su trashumancia, los anales del sueño, la crónica del desenfreno pasional: caída de Ícaro, derrumbe agónico, vuelo sideral.
Esta poesía se solaza en la vida y, a la vez, se proyecta más allá de la cotidianeidad. Por encima del bien y del mal, sin grandilocuencia, sin prestar el flanco a la falsa moral ni caer en la trampa de las convenciones. Mas en el respeto de los principios naturales, de los códigos secretos que atraen y unen a los seres. Esta poesía es epopeya pura, no versificada en sus formas ortodoxas o canónicas. Sino más bien escrita liberando imágenes, dislocando significantes, desplazando significados, rompiendo metros. Esta poesía se proyecta hacia una visión unitaria pero jamás unánime. En suma, es historia viva, acción concreta.
Etnairis orienta con su aliento. Ariadna desorienta con su sobresalto. Las dos se basan en la vitalidad de sus recorridos no obstante la incertidumbre de los rumbos. Quizá trajinan de Occidente a Oriente. Las dos buscan la luz. Juntas trazan nuevos caminos que disipen el enigma existencial. Ambas descubren rutas que resuelvan el acertijo irresuelto de la muerte. Autor y personaje se lanzan, en simbiosis, a marcar el paso que despeje el calambur intricado de la carne y el sexo. Viaje iniciático. Itinerario ritual. Errantes ceremonias del verano que empalman a América latina con la Europa homérica. Historia sin anécdota. Rostro sin máscara. Cuerpo desnudo. Constelación de pulsiones. Ariadna es ella y todas las mujeres, y éstas son el mar. Etnairis es el poeta y la palabra, y éstas son conocimiento: retorno a los orígenes, viaje a la semilla, geografía del acto primordial, tiempo de la creación, espacio de la nada.
Aridna del agua se inserta a esa tradición innovadora de la mejor poesía hispánica y del gran Caribe. Poesía multiforme, polifónica, plurilingüe. Poesía oceánica la de Etnairis Ribera que se construye con los lenguajes del encuentro, los códigos del cosmopolitismo y el alma palpitante de esa de esa Homérica latina que es América mestiza.

Fabio Rodríguez Amaya
Università degli Studi di Bergamo

 

Estos poemas se escribieron en Barcelona, Casteldefells, San Feliu de Guixols, Cadaqués, Atenas, en el Mar y las islas del Egeo. La mayor parte de ellos se escribieron durante la primera mitad de la década del ochenta y algunos otros en 2008. Son secretos y dádiva del Mediterráneo. Mi agradecimiento a los que nos acompañaron a Ariadna del Agua y a mí en la luz y la sombra de una travesía de aprendizaje. Gracias a la preciada esmeralda que nos conduce a la salida del laberinto cuando perdemos el hilo.

Etnairis Ribera

I.
LA CAMPANA EN LA LLUVIA

 

Nube que pasa,
la campana en la lluvia,
olvidándose.

 

II.
ARIADNA PASA ENTRE SUS
MUSLOS EL HILO

 

Aquel laberinto lame sus
adoquines.
Descubre el himen y el espejo de
unos lazos.

En la vieja ciudad, Ariadna pasa
entre sus muslos el hilo

antes de entregarlo como un
mapa

y brinda por un nómada
corazón,

por la esmeralda,

por las huellas encendidas del
tigre.

El carnaval cuelga de los
balcones,

mitad incógnita, mitad de un
viaje en el asombro.

 

III.
EL LABERINTO ES AQUÍ

 

Estoy en alta mar
a contarle a mis delfines la
obsidiana perdida,

el puñal de bronce y alabastro
nacido en esta isla

que me redime con su corazón
amado

y me encarcela.

El laberinto es aquí.

Nací en la primera ciudad del
mundo,

me enamoré a vista primera

y rendí a mi amado victorioso el
ánfora,

el premio de saber.

Fui amada, desertada y vuelta a
amar

también en una isla
cuando las Pléyades se aliaban.

 

IV. LAS PITONISAS

 

¿En quée isla te encontraré?

Tus rizos tocarán mi ombligo.

Allí se levantará el templo de
Apolo.

Las pitonisas profetizarán que
me amarás
por un tiempo.

¿En qué isla te perderé?

Comeré hojas de laurel,
aspiraré vapores alucinógenos.

Y en trance, recordaré lo inscrito
en la tumba de piedras de
Kazantsakis

en el promontorio de Heraklión
en Creta:

No he de tener esperanza,
         no he de temer.
             Soy libre.

 

V.
EL NOMBRE DE SUS AMANTES
EN LA OSTRA

 

Su infancia fue la lluvia.

Creció entre ciudades y casi
paraísos.

Su presencia era flecha, instante
de luna,

cuenca y cauce, amaneciendo.

Muchas veces pensó escribir

el nombre de sus amantes en la
ostra

y no mirar atrás el fatídico
desenlace.

Sus aliados fueron el distante
almendro,

el ovillo con que tejía sus días y
sus noches.

 

VI.
EN EL VÓRTICE HA VIVIDO
ESTA MUJER

 

 

Los camellos vienen de la
Esfinge y me descubrirán

anillada en el iris de la noche.

En una arena sin límite,

en el vórtice ha vivido esta
mujer,

asaltada o consolada tal vez por
un efímero sueño

que la nombrara naipe desertado,
ojos de niña, precipicio.

La noche me favoreció con un
refulgente meteoro,

el día, con un verde zumbador
en vuelo.

Supe de la constancia,

de las alas que nacieron plegadas
y húmedas.

Y dije, la campana es mi jinete de
bronce,

el viento del instante,el pacto de
vivir.

Vienen como elementos,
danzando su forma,

a unir mis centros al relámpago

y me descubrirán

siete veces de hierba y lluvia
abrazada.

 

VII.
LA MASCARITA DE TIEMPO

 

Ando en el cuerpo

con la mascarita de tiempo
estrujadísima en la mano.

Mi cara es un antifaz contra
todas mis caras.

Conozco la mano que me aparta,

el hilo que circunda un espacio
de pronto reducido.

Allí permaneció el despierto
transcurrir, el pájaro,

todos aquellos matutinos
homenajes.

La noche avanza trenzada al
cuerpo, la veloz noche,

lo rojizo del segundo, esa
bandada que pasa,

despide al sol y me lleva consigo.

Conozco el antiguo talismán de
la espina y la rosa

cuando la luna es una boca que
huye

y en la puerta de casa, la piel
aguarda su turno.

 

VIII.
LAS MANZANAS SOBRE LA PIEL
DE LOS TREINTA

 

¿Dónde está el corazón
escindido?

Un año causal entra sorbiendo a
Eros.

Que suene el saxo, que no se
detenga,

que caiga toda la nieve que
antoje

y duermas a mi lado.

Voy a donde no haya estado
antes

y el cielo me levante de la tierra,
me cante una larga balada

antes que devore la fibra mía en
cada elemento.

Es el sabor de las manzanas
añejas

sobre la piel de los treinta,
la limosna de algún dios.

 

IX.
EMBRIAGADA DE SABERSE
SOLA, CAMBIANTE

 

La mañana de invierno siempre
ha sido

una indecisa amante del mar.

En fuga, nada más apetecible
que la vastedad,

el nutrido cuerpo de vida y sal,
de horizonte y destello.

La mañana insinúa besos,
olvidos, libertades...

Su desnudo paso transitorio

lame los hombres que faenan
sobre el agua.

Acomoda las barcas sobre el
vaivén de su piel

y se tiende embriagada de
saberse sola, cambiante.

 

X.
EL CÍRCULO DE LA SERPIENTE

 

Alto el mar, su impulso sobre mi
lengua
nace entre las cosas que casi
duermen.

Un estrecho margen cenñido de
fechas asoma

como astro funesto, espina y
lumbre que desea

la cintura del tiempo.

Algo han de cuidar los diías,
ahora que el dardo no va a mi
costado.

Mi propia pasioón golpea hasta
enmudecerme,

me arroja distante otra vez.

Roto el hechizo, queda el mar.
Responde azul y alza su vaso
único al olvido.

La noche tiende sus algas
mientras camino.

Desasida de nombres, protejo mi
círculo de la serpiente.

 

Fabio Rodríguez Amaya
amaya2Colombiano naturalizado en Italia. Pintor y escritor. Profesor titular de Literaturas Iberoamericanas en la Universidad de Bergamo. Master en Bellas Artes, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. Doctor en Filosofía y Letras, Universidad de Bologna. A partir de 1976 es asesor de las mayores casas editoriales italianas en el sector Iberoamericano (Einaudi, Feltrinelli, Giunti, il Melangolo, Adelphi, Mondadori, etc.). Ha preparado la edición italiana de más de 45 autores latinoamericanos entre los que se destacan Gabriel García Márquez, Marvel Moreno, Álvaro Mutis, Pablo Armando Fernández, Elena Poniatowska, René Depestre, Macedonio Fernández, José Emilio Pacheco, Lezama Lima y Rosario Castellanos. Colaborador de El Tiempo de Bogotá y de periódicos y revistas literarias italianas y europeas (entre éstos Corriere della Sera, Linea d'Ombra, de la cual es redactor). Ha publicado un centenar de artículos y ensayos en revistas europeas, norteamericanas y latinoamericanas.

 

Poesía oceánica: imploración a Eros enviada a Aurora Boreal® por Fabio Rodríguez Amaya. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Fabio Rodríguez Amaya y Etnairis Ribera. Foto Etnairis Ribera © Etnairis Ribera. Foto Fabio Rodríguez Amaya © Fabio Rodríguez Amaya.

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