El lápiz del poeta

robinson quintero 250P es por el paso del tiempo. También por el paso secreto que conduce fuera del tiempo,
a la quietud que todavía no es, sin nombre, el paso que conduce al lugar de nacimiento de los poemas.
“El alfabeto del poeta”
Mark Strand

 

 

 

 

 

a.

“Un poeta es alguien que, sin ser escritor, escribe”. Este pensamiento, que muchos ponen en textos de Jean Cocteau, describe para mí la paradoja que signa el trabajo del escritor de versos, quien más desde el silencio que desde la palabra, más desde el enigma que desde la certeza, persevera para alcanzar su máxima expresión. El poeta no encuentra la armonía; la armonía encuentra al poeta. Por eso, más sorprendente que el texto “acabado” —un texto no se termina, se deja—, confieso mi constante asombro por el misterio que asiste a su creación. La poesía no tiene horario: la poesía se escribe no cuando uno quiere/ sino cuando ella –la poesía– quiere/ dicen.

 

 

b.

No recuerdo con exactitud cuál fue el primer texto que escribí, pero sí lo que –sospecho ahora– fue la primera revelación de lo que era poesía. La memoria esclarece el mundo: cumplía seis, siete años, y me encontré sentado en la saliente del muro de un patio invadido por una luz poderosa, aunque tranquila, al trasluz las cosas. En aquel momento, mientras cerraba los ojos, me sobrevino una certeza contraria, la de la oscuridad –su Nada–, y las tres sombras de la muerte. Fue mi primera Babel. Confusión y asombro: fue mi iniciación. La memoria esclarece el mundo, y el mundo la memoria: dioses y adioses son los días.

 

c.

Elogio este oficio que solicita apenas un lápiz y un papel. Y claro está, además, curiosidad, imaginación y paciencia (la paciencia es hermosura, decía Luis Cernuda). El tiempo es corto y el arte largo, y no importa, dejó escrito Antonio Machado, sin engreimiento. Trabajo desde un urgente decir que es elusivo, desde un color insistente, desde una música entreoída. Con cada texto, intento el regreso a un origen, a una verdad sospechada, a una fábula presentida. El poeta ve el mundo y lo que le falta al mundo para ser un poema, parafraseando a Merleau-Ponty cuando decía, sobre el pintor, que “el ojo ve el mundo y lo que le falta al mundo para ser un cuadro”.

 

d.

Como Yehuda Amichai, utilizo para escribirme una parte pequeña del diccionario. Quisiera que mi poesía fuera el producto de una experiencia asombrada que, sin ripios retóricos, casi ausente de metáforas o de símbolos, transmitiera una mensurada levedad; una poesía en la que el silencio fuera signo inconfundible de la conciencia del contenido. Hablo del difícil equilibro entre la letra y la intención, entre el signo y el gesto. Ayer, por ejemplo, me movió a hablar un “Pedrusco”; anoté: Se le pondera que/ –a diferencia de Dios–/ se deja ver// Y permanece/ –como Dios–/ tan misterioso.

 

e.

Quisiera ser el silencio que viaja y sueña. La literatura es viaje y el viaje literatura, lo sugirió Matsuo Basho en Sendas de Okú. Viajamos cuando leemos y leemos cuando viajamos. La palabra, en ese silencio que viaja y sueña, es una luz apenas entrevista en tiniebla, imagen fugaz. Son intuiciones interiores, personales: en ese misterioso tanteo de hallar en lo oculto, de precisar en lo impreciso, trazo mi oficio de escribir. La poesía es lo otro, lo impensado, lo que no se deja contener: más hermosa que la luz inmóvil/ es la luz que huye.

 

f.

Los versos que ponemos como epígrafes en los poemas, aunque ajenos, dicen también de nuestro modo de hacer poesía. Va una breve lista de los míos:

     1. Para hablar del viaje: “Vamos en una centella” (Antonio Machado).
     2. Para decir del doble: “Frágil perseguidor que eres tú mismo (José Emilio Pacheco).
     3. Para comentar sobre la poesía: “Alguien dice algo según su sueño, alguien otro lo oye desde el suyo” (José Manuel Arango).
     4. Para afirmar la libertad: “La poesía no se vende porque no se vende (Jorge Montealegre).
     5. Para extrañar la infancia: “He vivido sin saber que vivía mi fábula (Jean Rousselot).

 

g.

Sospecho que el poeta de nuestro tiempo gana en significancia cuando tiene dimensión de su insignificancia. Esto lo debería entender el iniciado antes de descubrir lo que esconde su gaveta. Lo que dice Charles Simic ilustra con claridad mi pensamiento: “La época de los poetas menores se acerca. Adiós Whitman, Frost, Dickinson. Bienvenido tú, cuya fama no irá más allá de los de tu familia y quizás uno o dos buenos amigos reunidos alrededor de una jarra de buen vino...”.

 

h.

Me atrae aquello que no por innominado es menos notable, los asuntos a primera vista irrelevantes, inadvertidos, sin prestigio poético: una piedra en el camino, una hormiga debajo de mi mesa de lectura, una muchacha a la que levanta la falda el viento, el hombre que da una vuelta a su casa. Porque lo cotidiano es sagrado, escribo hipótesis sobre lo que es, en apariencia, intrascendente. Quisiera obrar al modo de un reservado espectador que tiene algo de persona pública; una voz privada, que sin hablar en plural, se expresa desde un interior colectivo: la poesía hace suyo lo anónimo del mundo.

 

i.

Me escriben las inspiraciones de los hombres, sus oficios, incluido el del poeta. El pintor hace poesía con los colores, el músico con los sonidos, el actor con los gestos, el bailarín con los movimientos, el peluquero con las manos. Elogio estas palabras de Wislawa Szymborska: “La inspiración no es un privilegio exclusivo de los poetas o de los artistas en general. Hay, ha habido y seguirá habiendo cierto grupo de personas a las que toca la inspiración. Son todos aquellos que conscientemente eligen su trabajo y lo realizan con amor e imaginación. Se encuentran médicos así, y pedagogos, y jardineros, y otros en cien profesiones más”: El poema es el oficio de las manos de un hombre.

 

j.

Me complace tanto la revelación hallada de pronto y sin esfuerzo como la que resulta del trabajo consciente, del recurso de la práctica. Creo que el poema deriva de una suma de obsesiones que buscan expresión, pero creo también que él puede ser el feliz hallazgo de la astucia del oficio. Me gusta jugar, como el “Malabarista”: La poesía es también la experiencia del poema// O si no observa al malabarista/ Con qué habilidad mantiene/ sus esferas en el aire/ sin que caigan al suelo// Cómo lanzándolas a su suerte/ lejos de sus manos/ regresan obedientes a él/ convocando el asombro.

k.

No soy un poeta-lámpara. Para escribir, no es lo mío la sombría media luz del encierro, la consistencia del resguardo. Lo mío es el cielo abierto (¿Distancia: también tú eres mi tema!), la estrella de la tarde que tanto miró Keats y Barba Jacob, la epifanía de la creación: Caminar es ya tener una casa/ Poeta que no camina ¿a qué horas/ templa su melodía? En ese viaje entre el deseo y la muerte que es la poesía, contemplo y me contemplo, me miro de cerca, me miro de lejos: los dioses prefieren/ para declarársenos/ la intemperie.

 

l.

Lira, s. Antiguo instrumento de tortura. Hoy la palabra se usa figuradamente con el sentido de facultad poética.
Diccionario del Diablo. Ambroise Bierce

 

 

m.

El poema comienza cuando acaba, dejó escrito Pablo Antonio Cuadra. Siempre supuse que un texto no era grávidamente cierto sin un último verso contundente. Mucho tardé en discernir que no era lo rotundo de las palabras sino el silencio que seguía a la lectura lo que realmente transmitía lo extraordinario: recoger la verdad del poema a solas, ser con ella en su tono, su música y su lenguaje, en la plenitud fecunda de sus sentidos. Un poeta canta, no el texto, sino una manera de cantar el texto.

 

 

n.

El poeta recuerda de pronto aquella pregunta del niño de escuela, después de la lectura de sus poemas:

―El poeta, ¿nace o se hace?
―El poeta nace, hace, deshace y rehace.

 

o.

Tal vez todos los poemas que se escriben son signos de adioses. Quien escribe se despide siempre de algo; de ese asunto de su vida que tramó el poema, y también del poema mismo. Pero, de otro modo, quizás todos los poemas que se escriben también son signos de reencuentros. Quien escribe se reencuentra siempre con algo; con ese asunto de su vida que forjó el poema, y también, con el poema mismo. El poema es el lugar del adiós, pero también el del reencuentro.

 

robinson quintero 376Robinson Quintero Ossa
Colombia, 1959.  Poeta y ensayista. Licenciado en Comunicación Social y Periodismo por la Universidad Externado de Colombia. Libros de poemas: De viaje (1994), Hay que cantar (1998), La poesía es un viaje (2004), El poeta es quien más tiene que hacer al levantarse (2008), Los días son dioses (2013) y El poeta da una vuelta a su casa (2016). Textos de investigación literaria: Un panorama de las tres últimas décadas para el libro Historia de la poesía colombiana (2009), junto a Luis G. Sierra, Colombia en la poesía colombiana: los poemas cuentan la historia (2010) y Libro de los enemigos (2013). Libros de periodismo literario: 13 entrevistas a 13 poemas colombianos [y una conversación imaginaria] (2008), El país imaginado (2010) y El primer libro del poeta: Los poemas de la ofensa. Conversación con Jaime Jaramillo Escobar (2017).

 

"El lápiz del poeta" enviado a Aurora Boreal® por Robinson Quintero Ossa. Publiecado en Aurora Boreal® con autorización de Robinson Quintero Ossa. Fotografía Robinson Quintero Ossa © Jáder Rivera Monje.

 

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